Franco y el Movimiento Nacional, por José Utrera Molina

José Utrera Molina

(ABC, 1 de octubre de 1974)

El 1.° de octubre, aniversario de la exaltación de Francisco Franco a la Jefatura del Estado y de su designación como Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo de España, es ocasión adecuada para considerar la concepción del Movimiento, por él fundado, como institución vertebradora del Régimen. Franco ha buscado siempre el contacto directo y cordial con el pueblo español, que, a su vez, le ha correspondido con adhesión incondicional, otorgándole una «autoritas» plena y sin fisuras, en un fenómeno sin parangón posible con cualquier otro político de nuestra Historia contemporánea. Para Franco ha sido constante y permanente la identificación de Movimiento y pueblo, de cuya más viva entraña surge. Desde sus primeras intervenciones públicas hasta las más recientes, el Caudillo ha insistido inequívocamente en precisar el alcance de su pensamiento y el papel que ha desempeñado el Movimiento en el desarrollo del Régimen. Para Franco, el Movimiento no es un partido ni un nuevo programa político, sino algo más amplio y abierto: un fenómeno político de superación de las divergencias seculares; una empresa común en la que se agrupan todos los españoles que aspiran a la justicia social y al engrandecimiento de España.

El Movimiento se configura como la síntesis de las corrientes doctrinales más vigorosas del Régimen naciente y surge, pues, como inspirador de un contenido ideológico y doctrinal, de unos ideales y una concepción política que dan consistencia y singularidad al Estado español nacido del 18 de julio de 1936. Con la ley de Principios Fundamentales de 1958 esta doctrina adquiere carácter formalmente constitucional y pasa a ser el fondo ideológico inalterable y permanente de la propia Constitución. Pero el Movimiento no se agota en esta básica significación de convergencia de las plurales corrientes ideológicas del Régimen, ya que estos Principios serían ineficaces sin una institución y una organización que los sirviera, y así, en la apertura del XI Consejo Nacional, Franco pudo decir que «confiar la eficacia de unos principios sólo a un solemne reconocimiento constitucional, sin fomentar al mismo tiempo la organización institucional que garantice y promueva su cumplimiento, sería tanto como sancionar su lenta desnaturalización e ineficacia». La ley Orgánica del Estado de 1967 precisa la posición del Movimiento dentro de la estructura del Estado y establece con toda claridad su carácter institucional a través del Consejo Nacional, al que corresponde, en virtud de esta ley, defender la integridad de los Principios, estimular la participación de la opinión pública en las tareas políticas, encauzar dentro de los Principios el contraste de pareceres y cuidar la permanencia y perfeccionamiento del propio Movimiento Nacional. La auténtica actitud del Movimiento al servicio de España es la de identificarse con las exigencias de la justicia social en nuestro tiempo; por ello está, y ha estado siempre, en un pro-grama de desarrollo político de cara al futuro, como el Gobierno, del que el Ministro Secretario General forma parte, se propone, y que supone, entre otras cosas, como ha declarado el Consejo Nacional el pasado es de julio, el perfeccionamiento de la democracia social española, la revitalización de las Instituciones, la positiva construcción del asociacionismo político para articular el pluralismo de nuestra sociedad, el perfeccionamiento de la representatividad del Sistema y la aceleración del desarrollo social. No hay otro método para hacer una distribución de poder entre todos los españoles —lo que es tanto como decir una participación política amplia— que el normal funcionamiento de las instituciones representativas. Todo lo que sea utilizar otros caminos es pura suplantación. El desorden de un pluralismo político suelto conduce siempre a la división de los españoles y a la esterilidad pública, pues, como ha dicho el Presidente del Gobierno el 12 de febrero, «aspiramos a que el Movimiento, que fue en sus orígenes punto de coincidencia de afanes y esperanzas por una Patria renovada, siga hoy significando la potencialidad para la movilización y concurrencia de las más limpias exigencias del pueblo español; el ágora de diálogo y convivencia en la que, excluida cualquier tentación de discordia civil, tengan presencia, representación y posibilidad de dejarse oír cuantas plurales corrientes de opinión se registren en el seno de la vida española, siempre que estén animadas por un inequívoco sentido nacional y una evidencia identificación con los Principios Fundamentales del Movimiento». La ley Orgánica del Estado da carácter constitucional a la estructuración política de las diversidades; pero, como el propio Jefe del Estado dijo, dirigiéndose a las Cortes al inaugurar la última legislatura, «sería un error confundir lo que hay de legítimo en las diferentes opiniones con la posibilidad de encuadramientos dogmáticos preconcebidos en grupos ideológicos».

Este es justamente el papel que corresponde al Movimiento en esta hora y ese el designio con que fue concebido por Franco desde sus orígenes: un lugar de confluencia para las diversidades, en el que, sin embargo, la voluntad de unidad y de concordia y la fidelidad a su espíritu fundacional como hilo conductor de todos los cambios posibles y deseables hayan de primar sobre la disgregación, la anarquía y la nostalgia insensata del pasado y de modas y modos que con él deben parecer. Al invocar, pues, en este 1.° de octubre de 1974 la hora afortunada en que la Historia coincide con el hombre que habría de configurarla, justo y obligado es que subrayemos también la fidelidad de Francisco Franco a ese futuro que ha sabido preparar generosa y previsoramente, creando de forma adecuada el marco institucional que habría de recibirlo, y que le declaremos una vez más, desde aquí, la lealtad y la devoción ilimitada de los hombres del Movimiento para su persona y su obra, cuya pervivencia es un compromiso de honor que todos asumimos.


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