Franco y su política medioambiental en los tiempos de la Cumbre del Clima, por Francisco Torres

 

 

Francisco Torres García

Historiador

 

Tiene lugar en Madrid, en estos días, del 2 al 13 de diciembre, la 25 Cumbre del Clima para debatir y buscar respuestas ante las previsiones del denominado cambio climático, los efectos de la contaminación y otras cuestiones adyacentes que van a amparar, entre otras propuestas, la creación del llamado “banco verde”. Al que, naturalmente, habrá que dotar de fondos que repercutirán, sin duda, en el bolsillo de todos.

Coincide la Cumbre, por el año, con el 75 aniversario del fundamental Plan Nacional de Repoblación Forestal del primer gobierno de Francisco Franco. Coincidencia destacable cuando tanto se habla de la problemática de los procesos de desertificación que supongo no estarán ausentes en los debates de la Cumbre del Clima.

Resulta cuanto menos significativo que en 1938 Franco hiciera suyo un doble mensaje, el de la repoblación forestal y el de las obras hidráulicas; pasando a formar parte de lo que sería su programa político. Masas vegetales y agua son elementos clave en relación al clima.  Pero agua y espacios verdes eran asignaturas pendientes en España casi desde los atisbos de reforma enunciados en los gobiernos de Carlos III (ya se planteaban los problemas de aridez y de riego). No se ha subrayado suficientemente la cohesión, complementariedad de ambas políticas durante el régimen de Franco. Fueron casi simbióticas. Algo fácilmente perceptible cuando se comparan las gráficas de inversión en repoblación forestal y obras hidráulicas en la década de los cincuenta.

Franco era un hombre que amaba la naturaleza, que se sentía libre en ella. Retratar paisajes naturales era una de sus aficiones. Había vivido en los espacios abiertos durante la guerra de África y hasta la guerra civil otra de sus aficiones fueron las excursiones familiares. Es de sobra conocido que, en sus numerosos y habituales viajes, muchos de ellos para visitar la España interior e inaugurar escuelas, barrios, viviendas sociales, pantanos, presas, puentes, centrales eléctricas, hospitales…, llevaba una libretilla en la que anotaba las necesidades que observaba, especialmente las referidas a la repoblación forestal para eliminar la aridez y mejora de las zonas que veía. Notas que después utilizaba en los Consejos de Ministros para interesar al Ministro del ramo en el asunto. Más allá de la anécdota queda la obra realizada a resultas de aquellas notas.

Alguno, sin duda, habrá mostrado su sorpresa por el título de este artículo afirmando la existencia de una política medioambiental en el régimen de Franco. Esta, a falta de estudios más específicos, estaría centrada, a mi juicio, en tres ámbitos: la repoblación forestal, el planteamiento hidrológico y sus vinculaciones energéticas, la protección y promoción de los espacios rurales.

Franco debía de conocer las acciones puntuales de repoblación forestal realizadas durante el reinado de Alfonso XIII; en los años veinte se habían hecho en su Galicia natal. También debía tener constancia de la Ley de octubre de 1935 (recordemos que entonces era Jefe del Alto Estado Mayor a las órdenes del Ministro de la Guerra) que creaba el Patrimonio Forestal del Estado. Cuando se subleva en Canarias anuncia que va a continuar con las políticas sociales y económicas que mejoren la vida de los españoles.

El 21 de junio de 1938 mediante un decreto se anuncia la elaboración de un Plan Nacional de Repoblación Forestal que sería aprobado en 1939. Como sería habitual, tanto en este aspecto como en el de la política hidráulica, confía su elaboración a los técnicos, a los ingenieros (Luis Ceballos y Joaquín Ximénez). El plan implica una transformación radical del paisaje español a realizar durante varias décadas. Lo que se iban a prefigurar eran unos “planes decenales” que preveían repoblar mediante inversión (no porque el bosque ganara espacio de forma casi natural como ha sucedido en las últimas dos décadas) y la acción directa 600.000 hectáreas en cada período. Esta política se mantendría, aunque en descenso en los últimos diez años, hasta 1984.

En el primer decenio no se cumplirían las expectativas debido a la mala situación económica consiguiendo reforestar 480.000 hectáreas. Sin embargo entre 1953 y 1966 se reforestar casi 1.6 millones de hectáreas, superándose en algunos años las 100.000. Tanto el I como el II Plan de Desarrollo continuarían con esta política. Así, entre 1967 y 1972, se sumarían casi 500.000 hectáreas. En total hasta 1984 se reforestarían, siguiendo esta línea política, más de 3.6 millones de hectáreas. Unos 3 millones hasta 1975. Una política que sería premiada y alabada internacionalmente.

Una labor realizada desde el Patrimonio Forestal del Estado al que sucedería en 1971 el ICONA. Junto a este, instituciones creadas a tal efecto como el Servicio Especial de Semillas (1955), la promulgación de la legislación necesaria o la labor encomiable para participar en la repoblación forestal del Frente de Juventudes primero y de la OJE después. Todo ello implicó fuertes inversiones, especialmente en los años cincuenta, ya que en un 91% de esta repoblación forestal directa fue obra del Estado.

En esos años se creó una mentalidad propicia a la repoblación forestal y posteriormente al cuidado del medioambiente. Una política que tuvo su complemento en la actuación del Instituto Nacional de Colonización (recordemos que se crearon 264 pueblos, construyéndose unas 30.000 viviendas en una arquitectura integrada en el paisaje con zonas verdes internas -parques- y externas en su corona) y en general de todo la obra de Colonización. Recordemos, por ejemplo, como muestra del impulso a esa mentalidad la creación de los Premios Forestales del Estado. Un Estado que también fijaba zonas de especial interés para la repoblación como fueron los casos del Valle de los Caídos (1941), las zonas de embalses y pantanos o la de la Casa de Campo de Madrid.

Estamos ante una obra fruto de una decisión política que a la vez implicaba, cuando no era usual, una mentalidad propicia al cuidado del medio ambiente y a la lucha contra la desertificación (desde mediados de los cincuenta se prestó especial atención a la repoblación forestal en zonas de clima seco). La repoblación forestal se dirigió hacia los montes, las zonas próximas a los pueblos y las de carácter hidrológico vinculadas a las obras hidráulicas y a la fijación del suelo ante las avenidas. No solo eso, sino que al mismo tiempo se prodigaron las intervenciones para la consecución de la recuperación del suelo actuándose hasta 1975 sobre cerca de 1 millón de hectáreas.

¿Cuál es la consecuencia de esta expansión de las zonas verdes? Cualquier estudiante las podría recitar de memoria. Pero destaquemos: la recuperación ecológica, la creación de un gigantesco pulmón, la recuperación biológica de grandes espacios, la riqueza económica y, hoy diríamos, la lucha contra el llamado “cambio climático” y especialmente contra la desertificación. También la aparición de nuevos parques y espacios naturales.

Acompasada a esta política, como líneas paralelas, hay que decir lo mismo con respecto a la política hidráulica. También en esto Franco debía de conocer los planes y proyectos que estaban en el aire, todo lo tantas veces anunciado y casi nunca iniciado. Cuando acabó la guerra, el Generalísimo pidió toda la información acerca de la situación de estas obras encontrándose con la desagradable realidad de que solo había papel. Llevar a efecto lo proyectado, ampliarlo exponencialmente… era su proyecto. Fue decisión personal suya transformar la España seca y árida en España verde. Crear manchas verdes a partir de la transformación del secano en regadío con todo lo que ello significa.

Los datos están ahí y son de sobra conocidos. En total son obra de Franco, de la decisión política de Franco, la construcción de casi unas 600 presas y pantanos, ya que añadimos aquellas obras en ejecución pero que fueron inauguradas en los primeros años de la Transición; junto a ellas kilómetros y kilómetros de canales. Las cifras varían según los autores y el modo de contabilizar. Se suele hablar de que al acabar la guerra la capacidad de embalse española era de unos 2.300 millones de metros cúbicos, alcanzándose en 1975 los 24.000 millones. Otros indican que la cifra inicial sería de unos 4.000 millones, pero la final sería de unos 36.000 millones. ¿Qué supuso este incremento? Hasta 1975 la transformación en regadío de 1.4 millones de hectáreas (otros hablan de 1.1 millones), pero que debemos incrementar, debido a que las transformaciones derivadas de las obras realizadas y de las que se inauguraron tras la muerte de Franco, pero proyectadas e iniciadas por el régimen de Franco, no están contabilizadas.

No solo el regadío que crea auténticas manchas verdes en España fue la resultante de aquellas impresionantes obras de ingeniería. Es que esas obras permitieron que la producción hidroeléctrica pasara de 5.000 millones de kilovatios a 24.000 millones. Una energía limpia. Al mismo tiempo dio vida a una auténtica red de mares-lagos interiores (somos uno de los países con mayor número) que también contribuyen a luchar contra la desertificación y a generar recursos económicos en las zonas a través del turismo. Obras que permiten a los españoles beber agua todos los años, pese al descenso de las precipitaciones (según se afirma por efecto del calentamiento global y el consecuente “cambio climático”). Al igual que en el caso de la repoblación forestal, esta ingente masa de agua, recogida en lagos  y mares artificiales (cabría hablar del mar de Extremadura) crea nuevos espacios de biodiversidad, hábitats para especies vegetales y animales que hoy forman parte de la red de espacios naturales protegidos.

No se cierra aquí la cuestión de la política medioambiental del Estado de las Leyes Fundamentales. Recordemos que la preocupación por el medio ambiente empieza a ser un tema importante a finales de los años sesenta abordándose en las Naciones Unidas (Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano), planteando la necesidad de que el tema medioambiental se integre en  el desarrollo socioeconómico. La España de Franco toma nota de ello y lo incluye dentro del proyecto de lo que será el III Plan de Desarrollo (1972-1975), creándose en 1971 el Comité Interministerial para el Acondicionamiento del Medio Ambiente, porque España no es ajena al hecho de que el crecimiento industrial, el desarrollo ha traído cargas medioambientales a las que ahora, alcanzado el desarrollo, se  puede hacer frente.

La política medioambiental de los gobiernos de Franco se orienta hacia dos espacios: primero, la lucha contra la “degradación progresiva” en zonas concretas (ríos del norte, las playas intensamente urbanizadas y las concentraciones industriales en las ciudades…); segundo, para la “revalorización del espacio rural y defensa de la naturaleza”.

Así se encarga la realización de un estudio para: diagnosticar los problemas en cada zona, señalar las cuestiones más acuciantes, “establecer directrices y medidas a adoptar ante los problemas prioritarios”, establecer los “instrumentos adecuados para poner en vigor estas medidas” y encargar a los organismos públicos el “control de las actuaciones”. Actuaciones que deberán ser radicales: “Las medidas que hayan de adoptarse para la corrección, protección o mejora del medio ambiente habrán de ser de diversos tipos: prohibiciones, restricciones, medidas, disuasorias, autorizaciones condicionadas, recomendaciones, normas obligatorias, directrices, acuerdos, consorcios y planes generales”. Entre otras medidas concretas se plantea para la lucha por la mejora del medioambiente: la “desulfuración de los gases de fueloil y depuración de gases residuales que contienen anhídrido sulfuroso”, la “lucha contra la contaminación de las aguas” y el “control del ruido ambiental”.

Ahora bien, en cierto modo, el III Plan de Desarrollo también se propone enfrentarse a los procesos de abandono de actividades en el medio rural. Desde la guerra civil Franco había mostrado su interés por potenciar el turismo. A lo largo del régimen se va a desarrollar el interés por el turismo de interior o rural. Ahí está la promoción de los Paradores de Turismo o el programa de recuperación del patrimonio cultural y la restauración de edificios en no pocos pueblos. Pero también se plantea en el III Plan de Desarrollo, en lo referente  la defensa de la naturaleza, la “actuación para la protección y defensa de las zonas forestales y su utilización con fines recreativos”. En esta línea se afirma que merced a esta política: “el medio rural dejará, por tanto, de concebirse exclusivamente como lugar donde se desenvuelven las actividades agrarias, para constituir además, reservas y parques nacionales y otros lugares de esparcimiento, elementos primordiales en la moderna civilización del ocio”.

No está de más recordar todo esto cuando hoy se habla de los problemas climáticos y medioambientales, de la España vacía y de la desertificación.


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