IN MEMORIAM

Almirante Luis Carrero Blanco

Armando Marchante Gil    
 
El día 20 de diciembre de 1973, poco antes de las 10 de la mañana, volaba por los aires el coche oficial en el que el presidente del Gobierno de España, Luis Carrero Blanco, a la salida de misa, retornaba a su domicilio para desayunar. Inmediatamente acudía al edificio de la Presidencia de Gobierno. Era su costumbre habitual, demasiado habitual para un presidente del Gobierno. Pronto hará 38 años que tuvo lugar el magnicidio.

No era el primer asesinato de un presidente del Gobierno durante la agitada historia de España en los siglos XIX  y XX, pues antes que él, habían sido asesinados sus predecesores el general Prim, Cánovas del Castillo, Canalejas y Eduardo Dato.

         Sin embargo, el caso del almirante Carrero, en cuanto a sus repercusiones inmediatas, era diferente de los magnicidios antes citados. Tal vez la situación más parecida a lo que supuso la desaparición del almirante Carrero fuese el asesinato del general Prim que hizo muy difícil el reinado de Amadeo I, monarca elegido por el general para llevar a cabo la revolución liberal que no se habría hecho en España y que, al fracasar el reinado, jamás se hizo. Los Borbones, como creía Prim, fueron incapaces de llevarla a cabo.  

La significación del almirante Carrero tenía cierta similitud con la del general Prim, mutatis mutandis. Efectivamente, cuando Franco le designó Presidente del Gobierno la interpretación fue unánime: Franco quería mantener las mas importantes realizaciones de su Régimen, al menos hasta que se hubiese consolidado el reinado de Juan Carlos I. Después sería el nuevo Monarca quien marcarse el rumbo que debía seguir España, siempre mirando hacia un futuro democrático pues el mismo Franco le dijo al enviado de Nixon que su sucesor gobernaría en un sistema democrático, con sus luces y con sus defectos.

         Al conocerse la designación del almirante Carrero, esa fue la  interpretación generalizada entre todos los observadores españoles y extranjeros de los acontecimientos de nuestra Patria. Había en Franco un doble propósito: mantener una cierta continuidad en la vida política de España y admitir, en un plazo prudente, la modificación de las estructuras de su Régimen para llegar a un sistema democrático.

         ¿Era factible tal propósito? Tal como lo planteó Franco sí lo era; en la práctica no lo fue porque se interpusieron varios factores nuevos. Naturalmente, el primero fue la desaparición violenta del Almirante; ahora bien, si tenemos en cuenta que, según recientes revelaciones, el Príncipe Juan Carlos había obtenido del Almirante la promesa escrita de renunciar a la Presidencia del Gobierno en el momento de la desaparición de Franco, el papel de albacea del Régimen no hubiera podido ser ejercido por Carrero contra la voluntad del nuevo Rey.. No hay que olvidar que ya el Almirante le había ofrecido su renuncia a Franco en dos ocasiones.

         Otros factores determinantes fueron la impaciencia por alcanzar el poder, tanto por parte de la raquítica e inepta oposición, como por algunos elementos del Régimen que, a poco,  se encontraron de manos a bruces con un poder, que les ofreció el nuevo Rey, poder para el que no estaban preparados ni tenían mas mérito que su relativa juventud .

Fue el caso de Suárez y sus secuaces. Dentro de estos interesados elementos hay que situar a determinados oficiales del SECED que, olvidando la misión de defensa del Estado que les había  sido confiada por el Almirante, no sólo descuidaron de forma temeraria la seguridad del Presidente del Gobierno, sino que prostituyeron su acción pasando de una contención de las actividades que ellos mismos llamaban ”subversivas”, a unirse a ellas de forma sorprendente para los mismos enemigos del Régimen que tardaron en convencerse del cambio sufrido por sus interlocutores.

         Acaba de salir a la luz un interesante libro cuyo título revela su contenido “Todos quieren matar a Carrero” .A la vuelta de varias inexactitudes, suposiciones y cábalas de distinta especie, deja demostrado que el asesinato del Almirante Carrero a manos de ETA, facilitó extraordinariamente el asalto al poder que deseaban no sólo los componentes de la llamada ”oposición” sino también determinados elementos del propio Régimen que veían en la figura del Presidente del Gobierno un valladar infranqueable para sus ambiciones, tan extremadas y dañosas para España como carentes de sentido dada la inmadurez de sus protagonistas y su desconocimiento de nuestra reciente historia.

         En las Fuerzas Armadas no solo eran unos Capitanes del SECED los que ansiaban la desaparición del Almirante Carrero sino que el general Díez Alegría, que había sido destituido de la Jefatura del Alto Estado Mayor pocos meses antes por sus contactos con Ceausescu, en busca de otro interlocutor, Santiago Carrillo, figuraba también entre quienes deseaban la desaparición del Almirante Carrero. Seguía su estela del general Gutiérrez Mellado cuya inquina y antiguo resentimiento personal contra Franco y su Régimen era  notoria.

         Así, la acción de ETA, no digo que encontrarse cómplices conscientes; ni siquiera lo fue el PCE que prestó un piso franco para una operación cuyo alcance ignoraba pero que estaban seguros de que iba en la dirección por ellos deseada pero que sabían difícilmente alcanzable.

A raíz del asesinato se intensificaron los conciliábulos de los elementos mas extremistas con la seguridad ya demostrada de que tenían más complicidades de las que suponían dentro del mismo sistema que Franco había construido cuyo desmoronamiento y falta de reflejos defensivos quedó demostrado por la acción de ETA y sus consecuencias inmediatas.

Es cierto, por tanto, que el asesinato del Almirante se acogió  con complacencia por una amplia variedad de miserables, algunos viejos adversarios de lo que Carrero representaba, junto con otros surgidos en los sitios más inesperados.

Aquel Presidente del Gobierno trágicamente desaparecido, cuya vida estuvo dedicada íntegramente a velar por el bien de España es una figura merecedora del respeto y la gratitud de todo español de bien.

Que Dios lo tenga en su gloria

 


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