La Carrera de Franco (I). Apuntes históricos sobre la vida militar de Franco

    Al término de nuestra terrible guerra civil, Franco maniobró hábilmente para permanecer al margen de la Segunda Guerra Mundial y sus desastrosas consecuencias, y aunque España fue posteriormente bloqueada económica y comercialmente, y atacada a escala internacional con propaganda, radios, maquis y sabotajes permanentes de las izquierdas internas, consiguió estructurar el país y hacer que creciera con los Planes de Desarrollo a tasas del 6% anual en el periodo de 1955-1975, con una política de viviendas (que hace que los españoles seamos todavía el primer país del mundo en propiedad de vivienda por habitante) y con una infraestructura industrial a través del Instituto Nacional de Industria que situó a España en 1975 como la séptima potencia industrial del mundo, con un Producto Interior Bruto (PIB) del 79% de la media del entonces Mercado Común Europeo.
   A continuación exponemos una resumida y parcial biografía – hasta octubre de 1936 – resaltando los aspectos más relevantes de la brillantísima carrera militar de este insigne prohombre español, que durante casi 40 años gobernó España (1936 ~ 1975), rescatándola primero del caótico y sangriento marasmo revolucionario al que unos intelectuales y políticos sectarios y enloquecidos habían conducido, ofreciendo a la población obrera y campesina el paraíso terrenal bajo las botas de Lenin y Stalin.

Los primeros años

   En la madrugada del 4 de diciembre de 1892, nació en El Ferrol el segundo hijo varón del matrimonio Franco-Bahamonde, antigua familia de marinos.   Fue bautizado el 17 de diciembre en la iglesia parroquial de San Francisco, templo castrense y primera anticipación militar de su vida. En el libro de bautismos se le inscribió con los nombres de Francisco, Paulino, Hermenegildo y Teódulo, y un periódico local dedicó unas líneas al acontecimiento. Junto a esta breve noticia, el mismo periódico daba a sus lectores el cotidiano reflejo del panorama nacional.

    El panorama nacional hacía ya muchos años que había empezado a ensombrecerse. Del Imperio que no sabía de puestas de sol se habían ido desmoronando una a una todas sus piedras y en aquel final de siglo se aceleraba la precipitación como si se nos hubiera puesto un plazo de vencimiento a fecha fija. Entre 1810 y 1823 perdíamos en América una extensión de trescientas mil leguas cuadradas y cerca de doce millones de habitantes. En 1898 la trágica sinfonía que había comenzado tres siglos antes daba sus dos últimos y estremecedores acordes: Cuba y Filipinas.

Y lo que fue, dejó de ser.

   Y unos, los que lo defendieron con dignidad y sin medios, lo lloraron. Y otros dijeron que bien muerto estaba el Cid y que su sepulcro debía ser cerrado con siete llaves. Cuando estas tristes palabras se pronunciaron, Franco aún no tenía seis anos. Aprendía en el colegio y ejercitaba luego sus progresos sobre textos deprimentes.

   Su conciencia infantil se fue formando en la idea de que España estaba enferma y ofendida y que ninguna cosa podía ser mejor que aprender a defenderla. Era aún un niño cuando expresó su deseo de ingresar en la Escuela Naval, pero la maltrecha hacienda española, incapaz de reponer los barcos que con tanta gloria acabábamos de perder, aconsejó el cierre de la Escuela. No podía ser marino, pero, por fortuna, aún estaban abiertos otros caminos para encauzar su firme voluntad de servir a la Patria.

 Ingreso en la Academia de Infantería

   El 21 de agosto de 1907 tenía 14 años cuando ingresó en la Academia de Infantería. Al contrariar su vocación, la Providencia empezaba a marcar el rumbo de su destino. De El Ferrol a Toledo.   De la húmeda Galicia a la dura estepa Castellana del Greco, donde durante tres años va a madurar su espíritu militar entre los muros de este Alcázar que, veintinueve años más tarde, iba a justificar su rango académico al explicar al mundo la difícil lección del heroísmo.

   Era el 13 de julio de 1910 cuando en el patio de esta fortaleza obtiene el despacho de Segundo Teniente de Infantería, y que tuvo precisamente por primer Alcaide a ese Cid enterrado bajo siete llaves, la estatua del Emperador Carlos V, que fue testigo de que el Alférez Francisco Franco juraba ante esta histórica bandera consagrar su vida a defender España. Cuando es destinado a El Ferrol para iniciar su vida militar en el Regimiento de Zamora número 8, aún resuenan las ondas de dos estampidos recientes que resumen el inquieto latido del pulso español en aquel tiempo: la bomba que el anarquismo arrojó al paso de la carroza de los Reyes el día de su boda y la trágica jornada en nuestro Protectorado de Marruecos, conocida como “el Barranco del Lobo”, lugar en el que una emboscada de los rifeños sobre una columna del Ejército cubrió de luto a la Nación.

   La urgente movilización y envío de tropas decretada por el Gobierno para contener el desastre dio pretexto a los agitadores extremistas para incitar a los soldados a negarse a embarcar y originar con ello sucesos tan sangrientos como los que llenaron la tristemente célebre Semana Trágica de Barcelona, en julio de 1909.

   Junto a la agitación extremista, era Marruecos, en efecto, la enfermedad más grave entre las muchas que entonces aquejaban a España. Desde hacía siglos que Ceuta, el Peñón de la Gomera, Alhucemas, Melilla y las islas Chafarinas eran españolas. Entre 1904 y 1911, los convenios internacionales suscritos por Francia, Inglaterra y España, con la ingerencia de Alemania, fueron variando y mermando sucesivamente nuestra Zona de Protectorado. El compromiso que España tuvo que aceptar, en definitiva, correspondía a esta Zona semidesértica, enfrentada geográficamente con el sur de nuestra Península.

Destino africano

   En 1912 solicita ir destinado a Marruecos como Segundo Teniente, incorporándose al 18 Regimiento de África, mandado por su profesor, el Coronel Villalba Riquelme. Entre los contingentes de tropas que siguen llegando a nuestra zona, desembarca en este puerto de Melilla un oficial que es casi un niño, aunque él trate de disimular este “defecto” dejándose un bigote representativo. Ha puesto en juego para venir a África la primera y única recomendación de su vida» y pisa aquel suelo tan peligroso con la alegría del que va a ver realizarse su mejor ilusión.

 Y él entró en África, y África entró en él…

Puede decirse que no hay pausas mayores de dos leguas en toda esta ardiente geografía sin que el nombre de Franco esté gloriosamente unido, desde entonces, a sus piedras y a sus breñas. Y los de Izarduy, Xauen, Río Martín, Dar-Drius, Riffien, Llano Amarillo, el Gurugú, Tiffaruin y Alhucemas, figurando desde entonces en su hoja de servicios como una prolongación de sus apellidos.

   Su primer destino está en la columna del Coronel Villalba, que opera en vanguardia y está acampada en Tifasor. Desde allí envía a los suyos las primeras fotografías con la seguridad del que ha llegado al sitio soñado. Viéndolas, la expresión “ir a la guerra”, tan pesarosa siempre, parece tener ahora un nuevo significado.

   Recibe su bautismo de fuego en el asalto y conquista de la aldea de Haddú-Allalu-Kaddur el 14 de mayo de 1912. El General Berenguer, que dirige las operaciones, comenta con sus ayudantes:

   -“¿Quién manda esa sección que funciona tan bien?”

   -“Un recién llegado, mi General, el Alférez Franco”

   Por primera vez suena su nombre en el ámbito de estos parajes que lo retendrán ya para siempre como un eco entrañable. Y por primera vez sus ojos asisten al emocionante momento de ver alzarse en victoria la bandera que juró en Toledo.

Ascenso a teniente

   Cinco meses después, el 13 de julio de 1912, obtiene su primer y único ascenso por antigüedad a Primer Teniente. En la bocamanga, la segunda estrella de seis puntas; en el pecho, la primera Cruz Roja del Mérito Militar. La segunda la ganaría un año después, incorporado a otro destino más arriesgado con el grupo de Regulares Indígenas, que tan acreedor de gratitud se va a hacer para los españoles al correr de los años. La impopularidad en España de la guerra de Marruecos movió al General Berenguer a la idea de organizar una tropa indígena que actuaría como fuerza de choque, y se escoge para mandarlos a los oficiales más hábiles y valerosos.

   En abril de 1913, el Teniente Franco solicita y obtiene el ingreso en las fuerzas Regulares Indígenas de Melilla, que al año de su fundación habían aportado al triste balance de nuestras pérdidas nada menos que el 40 por 100 de sus efectivos.

   En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial. Durante tres años los nombres de Arras y Verdun, del Kaiser Guillermo II, del General Petain, de Clemenceau y de la coalición anglo-francesa van a hacer olvidar a los españoles, espectadores del conflicto ajeno, que en Marruecos sigue estallando la guerra cada mañana para millares de hombres que luchan hasta la muerte por un palmo de terreno, por un pozo, un barranco o una loma.

Ascenso a comandante

   A los tres años de su llegada, en 1915, Franco alcanza por méritos de guerra su tercera estrella. Tiene 22 años y es el Capitán más joven del Ejército.

   Fue en Biutz, donde en junio de 1916 le alcanzó la primera bala. En el furioso combate del Biutz tenía que tomar, al mando de su compañía, estas lomas conocidas por su buena fortificación y emplazamiento, así como las Lomas de las Trincheras. A mitad del asalto se encontró con el proyectil que le atravesó el vientre. Sigue, a pesar de ello, al frente de sus soldados y conquista la posición, pero poco después la hemorragia le desvanece. En una camilla es transportado al puesto de socorro, donde fue atendido por el Capitán médico don Enrique Blasco. La herida es de gravedad y se le traslada al Hospital Militar de Ceuta.

   De la dureza de aquel combate nos da idea el elevado número de bajas que tuvimos. La muerte estaba allí para todos. También para Franco. Pero este sonriente Capitán, tan repetidamente ofrecido a las balas, parecía tener, en efecto, lo que los moros que mandaba llamaban en su lengua “Al-baraka”. Tener “baraka” es para ellos tener la protección de las fuerzas mágicas. Por su comportamiento en la acción del Biutz, añadió a sus condecoraciones la Cruz María Cristina, la Medalla de Sufrimientos por la Patria y las tres estrellas de seis puntas se fusionaron en una de ocho. Tenía 23 años y era también ahora el Comandante más joven de España. Es propuesto para la Laureada.

 Destino: Oviedo

   Aún convaleciente, pide de nuevo el mando de las tropas en Marruecos, pero no hay vacante de Comandante y ha de aceptar destino en el Regimiento del Príncipe núm. 23, de la guarnición en Oviedo, aunque deja firmada una solicitud permanente para volver a África en cuanto haya ocasión. Por más de una razón, este destino de Oviedo será el tercer hecho providencial en la vida del futuro Caudillo.

   En agosto de 1917, el inquieto período de huelgas y disturbios culmina con el estallido de una huelga general revolucionaria en toda España. El Gobierno moviliza el Ejército y a Franco le toca apaciguar el foco más difícil: la cuenca minera de Asturias.

   Unos meses después, la Primera Guerra Mundial termina con la derrota del Imperio Alemán y sus aliados: los representantes de las potencias beligerantes firman, en el célebre vagón

La Legión

   Pero en el jubiloso horizonte de esta paz comienza a formarse la nube que va a ensombrecer el futuro. En este enrarecido otoño de 1918 es cuando Franco asiste a un curso para Jefes de Infantería, que tiene lugar en Valdemoro, y coincide allí con Millán Astray (30 de septiembre), con quien el destino va a unir en una fabulosa empresa común: la Legión. Franco solicita ingresar en la Escuela de Guerra para convertirse en oficial de Estado Mayor. No se le acepta por ser Comandante. Dos años más tarde, Millán Astray funda el llamado Tercio de Extranjeros y ofrece al Comandante Franco el puesto de lugarteniente.

   Llega a Oviedo el telegrama cuando Franco iniciaba los preparativos de su boda. Acepta en el acto y la boda se aplaza. África le llama. A los pocos días se reúne en Ceuta con Millán Astray. Con gran entusiasmo ponen manos a la obra. Se complementan bien Millán y Franco. El primero es, además de un gran militar, un romántico apasionado de elocuencia fulminante y valor paroxístico. El segundo, un organizador metódico, un estudioso que concede a su sereno valor, tan probado, un puesto secundario entre las virtudes que deben caracterizar al jefe militar. Ya están allí los primeros voluntarios de la Legión. Son hombres duros, heridos antes por la Vida quién sabe cómo y en qué nación. Millán Astray les habla fuerte y claro: “Habéis llegado aquí para morir. Al dejar atrás el Estrecho habéis perdido nombre, historia y familia. Aún es tiempo para renunciar. Bastará con que digáis al médico que os duele la garganta”.

   Pero a ninguno de aquellos hombres, legionarios ya del ¡Viva la Muerte! les duele la garganta ni les dolerá nunca. Con las tres primeras compañías se forma la Primera Bandera de la Legión, que va a mandar Franco a sus 27 años. Durante seis meses, aquellos hombres se entrenan férrea y disciplinadamente para el ejercicio de combatir. Franco exige mucho, pero sabe dar a sus legionarios nuevos edificios, talleres, servicios de agua, luz y alcantarillado, escuelas, locales de recreo, granja agrícola, criaderos de reses que proporcionarán a la Legión alimentos de calidad y hasta beneficios económicos para continuar las mejoras. Una auténtica obra de gobierno.

   Ahora ya es tiempo de que la Legión demuestre combatiendo la calidad del temple que le han dado sus jefes. En las conquistas de Xauen, Benilai y Bujarraz tendrán el honor de recoger sus primeros caídos y de ganarse, ya para siempre, el puesto preferente en la vanguardia.

El desastre de Annual

   En julio de 1921, el volcán africano acusa violentamente su actividad soterrada, abriendo su más trágico cráter: Annual.

   Los cabileños de Beni-Urriaguel, levantados por el cabecilla Abd-el-Krim, se lanzan furiosamente sobre las tropas del General Fernández Silvestre, que en los últimos meses han penetrado profundamente en territorio rifeño. Las noticias que llegan son desoladoras; las cifras de muertos y desaparecidos sobrecogen. El General Fernández Silvestre para unos ha muerto en combate, otros afirman que se ha suicidado. No es posible entender por qué se ha producido tal desastre. En muy pocas jornadas, los harqueños de Abd-el-Krim han operado un increíble avance. Melilla está en peligro y el pánico cunde entre la población civil. Se hace necesario el envío urgente de refuerzos desde otros puntos del Protectorado y desde la Península. La Bandera de Franco, que opera en el sector opuesto, en Larache, es requerida apremiantemente. En jornadas extenuantes, caminando día y noche sin saber bien qué ocurre pero intuyendo la tragedia, los legionarios de Franco, sin concederse un respiro, llegan a Ceuta y embarcan en el Ciudad de Cádiz rumbo a Melilla. Llevan dos noches sin dormir y han recorrido cien kilómetros en día y medio.

   A su llegada a Melilla, los legionarios han tirado por la borda su fatiga y desembarcan formados y cantando con su Comandante al frente. Y cuando con las improvisadas notas de “La Madelón” desfilan alegres por las calles, la zozobra de aquellas gentes se serena como por encanto y señalan al sonriente jefe que los precede: “Es Franco… mírale”. Y la aureola de salvador que irradia de su figura opera el milagro de contagiar la fe y garantizar la empresa.

   Y del barco al combate sin tomar un respiro. Bajo el terrible sol de agosto, nuestros soldados de todas las armas avanzan y mueren, fortifican y mueren, Millán Astray cae gravemente herido junto a Franco cuando le está dando órdenes, y éste, con 28 anos, se hace cargo del mando de la Legión.

   Son rescatados para las banderas de España, que combaten bajo el mando supremo de los Generales Sanjurjo y Berenguer, Tahuima, Segangan, el Gurugú, Zelúan y Monte Arruit y en todas partes aparecen a centenares los destrozados e insepultos cadáveres de sus defensores.

   El desastre de Annual ha hecho reaccionar por fin a la Nación española, que acusa vivamente el golpe de dos formas opuestas: la de los que ven en el ejército de África la encarnación sublime del mejor patriotismo y los que, emparentados con la agitación revolucionaria latente en la Península, han encontrado un buen bocado en el desastre y atacan al Ejército.

   En el Parlamento se abre el proceso de responsabilidades y se acuerda la limitación de la Campaña de África y la repatriación de tropas. Franco se duele, como todos sus compañeros, de la vacilante posición del Gobierno ante Marruecos, que tan mal se corresponde con el espíritu de los que allí se juegan la vida cada hora. Pero su pacto de entrega está por encima de lo político y sigue firme en su puesto de jefe accidental de la Legión, cooperando activamente a recuperar lo perdido.

   Por su comportamiento personal en el asalto y conquista de Dar-Drius, se le concede la Medalla Militar Individual, que le es impuesta en el mismo campo de lucha, al tiempo que al Teniente Coronel Núñez de Prado.

  Este año publica un libro titulado ”Diario de una Bandera”.

Nuevo ascenso

   En 1923, el Teniente Coronel Valenzuela sustituye a Millán Astray en el mando de la Legión, y a Franco, después de dos años y medio de campaña continuada, le asignan el destino a su antiguo Regimiento del Príncipe, en Oviedo.

   Parece que le ha llegado el tiempo de tomar un merecido descanso, pero la heroica muerte del Teniente Coronel Valenzuela, cuyo cadáver es llevado hasta Zaragoza por sus legionarios, deja a la Legión sin jefe y desde el Rey Alfonso XIII hasta el último soldado señalan a Franco como sucesor.

   Para que pueda tomar el mando de Jefe de la Legión, y pese a su juventud, es ascendido a Teniente Coronel el 8 de junio y, por segunda vez, se ve obligado a aplazar su boda. Tras un homenaje en Madrid, donde es nombrado por Alfonso XIII Gentil Hombre de Cámara, toma el mando de la Legión en Ceuta, a los diez días de su ascenso y a los tres meses de haber dejado África.

   El nuevo Teniente Coronel inicia las operaciones al mando de una Legión que ha redoblado su entusiasmo al verse dirigida de nuevo por su ídolo. Su leyenda de invulnerable, su competencia estudiosa para el combate, el valor que contagia y el riguroso cuidado en el arte de ahorrar las vidas de sus soldados, han hecho de él un jefe querido y deseado. Su eficiencia y aureola es tal, que decir Franco es decir victoria.

   La posición de Tifaruin, enclave vital para nuestra estrategia, está sitiada desde hace muchos días. Sus defensores, mandados por el Alférez de Ingenieros Topete, carecen de víveres y municiones. Por su heliógrafo han comunicado que es imposible prolongar la defensa ni un día más. Pero un avión vuela sobre ellos y les deja caer un mensaje:

   “Topete, eres un flamenco. Tened un poco de paciencia que vamos por vosotros. Señaladnos con lienzos blancos de dónde os tiran más para echarles todo lo que se pueda. Ya ha llegado Franco de Tetuán. Que tengáis todos mucha suerte”.

   El heliógrafo de Tifaruin contesta:

   – “Si viene Franco, resistiremos. ¡Viva España!”

    Y Franco llega y salva.


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