La Diada: Otro mito catalanista

11 de septiembre de 1714  
 
Eduardo Palomar Baró  
 
Carlos II  y el problema de la sucesión
 
   Ante la convicción de que Carlos II, llamado también el Hechizado, que después de sus dos matrimonios, no iba a tener descendencia, se abrió paso la idea de un reparto de la Monarquía hispánica.
   Carlos II, nacido el 6 de noviembre de 1661, era hijo de Felipe IV y de Mariana de Austria. De constitución enfermiza, débil y de poca capacidad mental, hasta 1675 ejerció la regencia su madre, quien confió el gobierno a validos.
   A la edad de 18 años Carlos II se casó con María Luisa de Orleáns, hija del Duque Felipe de Orleáns, hermano del Luis XIV y de Enriqueta Ana de Inglaterra. Diez años más tarde murió la reina y en 1690 tuvo lugar el segundo matrimonio del monarca con Mariana de Neoburgo, hija del elector Felipe Guillermo del Palatinado, Duque de Neoburgo.
   Carlos II no tuvo descendencia con ninguna de sus dos mujeres, dando lugar al problema sucesorio que trajo como consecuencia el final de la dinastía de los Austrias españoles. Los últimos años del reinado de Carlos II arreció la campaña de los pretendientes y el interés europeo por esta cuestión. Las naciones europeas entendían que la sucesión a la Corona de España no tenía que romper el equilibrio de fuerzas imperantes en aquel momento.
 
   En 1696, Carlos II hizo un testamento declarando sucesor al príncipe de Baviera José Fernando, niño de 6 años, nieto de su hermana Margarita y de Leopoldo de Alemania. Era esta una solución intermedia, que no destruía el equilibrio europeo. Pero Francia y Alemania no estuvieron de acuerdo, alegando mejor derecho; el Delfín de Francia era hijo de la hija mayor de Felipe IV y nieto de la hija mayor de Felipe III. En cuanto al Emperador Leopoldo de Austria, su madre era hija de Felipe III. Para dar seguridades de que no se alteraría el equilibrio europeo con la anexión de España y su Imperio a Francia o a Alemania, el Delfín de Francia renunció a favor de su segundo hijo Felipe, y Leopoldo en su segundo hijo Carlos.
 
   Las grandes potencias firmaron en La Haya (1698), un tratado de partición de los dominios españoles, al que contestó Carlos II con un nuevo testamento, reiterando como heredero a José Fernando de Baviera. Pero el 6 de febrero de 1699 murió José Fernando, dejando nuevamente planteado el problema. Las grandes potencias (Francia, Inglaterra y Holanda) se volvieron a reunir en Londres (1699) concertando un segundo tratado de partición, que la Corte y el pueblo español rechazaron como humillación intolerable. Nuevamente se presentó, al indeciso Carlos II, la papeleta de tener que elegir entre sus dos parientes: Luis XIV de Francia, o Leopoldo I de Austria.
 
   Por fin, el 3 de octubre de 1700, Carlos II otorgó testamento nombrando heredero a Felipe de Anjou, nieto de su hermana María Teresa y de Luis XIV. Pocos días después, el 1 de noviembre, expiraba en Madrid Carlos II, a punto de cumplir cuarenta años, dejando un testamento sucesorio que provocaría una guerra, la Guerra de Sucesión, que daría paso a una nueva dinastía en la monarquía de España, la de los Borbones.
   Luis XIV aceptó inmediatamente el testamento de Carlos II, en nombre de su nieto. Pero el rey de Francia era uno de los firmantes del Pacto de Partición, por lo que quedó enemistado con Inglaterra y Holanda (firmantes también de dicho pacto) así como con Leopoldo de Austria que se consideraba con mayor derecho a la Corona de España. Además Luis XIV cometió la imprudencia de reconocer a su nieto Felipe V el derecho a ocupar el trono francés, si esta eventualidad llegara a presentarse, contraviniendo las expresas disposiciones del testamento de Carlos II.
 
   Todo ello motivó la constitución de la “Gran Alianza” (La Haya 1701), integrada por el Emperador Leopoldo, Inglaterra, Holanda, Dinamarca, el elector Federico de Brandeburgo (a quien el Emperador dio el título de rey de Prusia) y otros príncipes alemanes; después, en 1703, se unieron a ella Portugal y Saboya.
 
Guerra de Sucesión
 
   Trece años duró el conflicto en el que cabe destacar tres etapas: una inicial, incierta, hasta 1704; otra de 1704 a 1710, marcada por grandes reveses franceses; y una final que mostró la recuperación de Francia.
 
   Luis XIV contribuyó a crear en Europa la opinión de que España pasaría a formar un potente bloque con Francia, por lo que los países opuestos a la hegemonía francesa decidieron apoyar al Archiduque Carlos de Austria. Portugal se alineó con el Archiduque. El conflicto contó con dos escenarios: Centro Europa y España. Una flota británica pasó al Mediterráneo para sublevar las poblaciones a favor de Carlos. Aunque no tuvo éxito, pero tomó Gibraltar, Valencia, Cataluña, Mallorca y Aragón. Felipe no fue acogido por ciertos sectores del reino aragonés, aunque sí contó con la lealtad de Castilla, ya que veían en el Borbón el defensor de la reforma unitaria.
 
   Los ejércitos hispano-franceses, dirigidos por el duque de Berwick derrotaron a las tropas aliadas mandadas por lord Galloway, en la batalla de Almansa que tuvo lugar el 25 de abril de 1707. El ejército carlista, compuesto por 32 escuadrones portugueses y 21 ingleses y holandeses, unos 20.000 hombres en total, fue estrepitosamente derrotado por el ejército felipista (franco-español) de unos 25.000 hombres. Los aliados tuvieron enorme cantidad de muertos y 10.000 prisioneros. Al general vencedor duque de Berwick, le concedieron la grandeza de España y el ducado de Liria y Jérica.
 
   Esta victoria permitió a Felipe dominar la región mediterránea. En castigo por la adhesión de Aragón y Valencia al Archiduque, Felipe abolió sus fueros, privilegios, exenciones y libertades por decreto de 29 de junio de 1707, en vista de la “rebelión que cometieron faltando enteramente al juramento de fidelidad que me hicieron…”.
 
   La situación se agravó en 1709. La rendición de las plazas francesas de Tournai y Mons llevó a Luis XIV al casi abandono de su nieto, pese a lo cual Felipe continuó el esfuerzo militar, y aunque sufrió el revés de Almenara, obtuvo los éxitos de Brihuega y Villaviciosa (1710), que le abrieron el camino hacia Cataluña.
 
   Mientras tanto, el 17 de abril de 1711 murió en Viena el Emperador José I, sin descendencia. Su hermano el Archiduque Carlos heredaba el trono austriaco. Tras muchas indecisiones el Archiduque Carlos optó por ir a hacerse cargo de la Corona de Austria, saliendo de Barcelona el 27 de septiembre de 1711, por vía marítima, rumbo a Génova y Viena. Dejó en la Ciudad Condal a su esposa Elisabetha Christina de Brunswick-Wolffenbüttel como Lugarteniente. El pretendiente Carlos III de España, se transformó en el Emperador Carlos VI, lo que supuso un grave perjuicio para su causa ya que los aliados de Austria no tenían interés en restablecer el imperio de Carlos V.
 
   Por otra parte las naciones beligerantes estaban hartas ya de la guerra. Inglaterra inició unilateralmente conversaciones de paz con Francia; el 8 de octubre de 1711 se firmaron los preliminares de la paz entre ambas naciones. Holanda y Portugal, también deseaban poner fin al conflicto. Francia estaba agotada y necesitaba urgentemente la paz.
 
   Estas negociaciones culminaron con la Paz de Utrecht (1713). Por esta Felipe V era reconocido por Austria e Inglaterra como legítimo rey de España.
 
   La Paz de Utrecht contó con once tratados que establecieron una serie de compensaciones territoriales y comerciales para las potencias aliadas, a cambio del cese de las hostilidades.
 
   Austria recibió Flandes, el ducado de Milán y Dos Sicilias (Sicilia-Nápoles) y Cerdeña. Inglaterra obtuvo Terranova, Gibraltar, Menorca, el monopolio de comercio de esclavos negros en América, lo que supuso acrecentar más la presencia inglesa en América.
 
   De esta manera, la nueva dinastía se estableció en España, a cambio de perder todos los territorios que tenían en Europa, además de dar comienzo al largo contencioso de Gibraltar.
 
   La Emperatriz Elisabetha Christina, dio por terminada su regencia, embarcado en Barcelona el 19 de marzo de 1713 en un navío inglés, hacia Génova y Austria, dejando sus funciones al Mariscal Starhemberg, que seguía al frente de los restos del ejército aliado.
 
   Por el Tratado de Utrecht se habría puesto fin a la guerra de no haber sido por la resistencia de Mallorca y Cataluña que, hasta su capitulación el 13 de septiembre de 1714, siguieron luchando.  
 
Destruyendo el mito catalanista
 
   Los habitantes de algunas ciudades catalanas se levantaron en armas contra una oligarquía comercial barcelonesa que imponía sus intereses y en nombre de la libertad de España y de todos los españoles.
 
   • El historiador nacionalista catalán, Ferrán Soldevila, en su libro “Moments crucials de la Història de Catalunya”, escribe:
 
   “Hasta el último momento de la lucha los objetivos habían sido los que hacían constar en el documento dirigido al pueblo: salvar la libertad del Principado y de toda España; evitar la esclavitud que espera a los catalanes y al resto de españoles bajo el dominio francés; derramar la sangre gloriosamente por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España”.
 
   Este párrafo demuestra que la guerra de Sucesión no tuvo cariz nacionalista, ni catalanista ni separatista, sino meramente sucesorio y antifrancés.
 
   • Los nacionalistas de hoy han inventado que la guerra de Sucesión fue un enfrentamiento entre Cataluña-Austria y España (o Castilla)-Francia. Esto es totalmente falso, ya que la lucha fue entre partidarios del pretendiente borbónico Felipe de Anjou y partidarios del pretendiente Carlos de Austria. Fue una guerra civil española del siglo XVIII, y una guerra civil no es una fuera entre territorios si no que es una guerra entre dos bandos de un mismo territorio. Algo parecido sucedió con la guerra civil de 1936-1939, aunque los nacionalistas catalanes se empeñan en la falacia de decir que “Cataluña perdió la guerra civil y la ganó Franco”.
 
   Ciudades pertenecientes al antiguo reino de Aragón, como Castellón, Alicante, el valle de Arán, el interior de las provincias de Barcelona y Valencia, Calatayud o Tarazona, fueron partidarias de Felipe V. Y lugares como Madrid, Alcalá o Toledo se declararon fieles al Archiduque Carlos.
 
   • Las fuerzas que integraban el ejército de Felipe V estaban formadas por soldados procedentes de varias regiones españolas y de países europeos. De él formaban parte soldados nacidos en Cataluña. En cuanto al bando supuestamente catalán, los soldados que se enfrentaron a Felipe V, eran en gran número germánicos. Derrotados el 11 de septiembre de 1714, estaban bajo el mando del General Antonio de Villarroel, que en su última arenga recordó a las fuerzas bajo sus órdenes que estaban luchando “por nosotros y por toda la nación española”.
 
   • Felipe V juró en 1702 fidelidad a las leyes de Cataluña, cosa que no siempre habían hecho sus predecesores. Pero los sublevados de 1714 cometieron un delito de lesa majestad. De modo que los privilegios de las zonas derrotadas fueron abolidos como castigo a la traición dinástica.
 
   • Hoy se nos presenta al “Conseller en Cap” Rafael Casanova como un “mártir”. En 1706 Casanova resultó elegido “Conseller” tercero del municipio barcelonés, y se entregó a la causa del pretendiente Archiduque Carlos. Terminado su período trienal de “Conseller” siguió en el ejercicio de la abogacía. Se le concedió el título de “ciudadano honrado” y, como tal, fue convocado a la reunión de los Brazos que, en 1713, debía decidir sobre la aceptación del armisticio o la prosecución de la resistencia.
   Durante la resistencia barcelonesa (1713-1714) fue miembro de la llamada “Junta Secreta” de cinco personas destinadas a fiscalizar la actuación de los mandos militares de la resistencia. En la elección de 30 de noviembre de 1713 resultó elegido “Conseller en Cap”. Como tal, era jefe de la “Coronela” (fuerzas cívicas).
   Fue miembro destacado de la Comisión de Abastos. Dada la situación de la ciudad se constituyó un “Consell de Barcelona”, del que Casanova formaba parte, y al que cedió sus poderes ejecutivos. Como “Conseller en Cap” decretó el 29 de julio de 1714 la movilización general de todos los varones desde los 14 años.
   Siete días antes del 11 de septiembre, el día 4, Rafael Casanova rechazó una rendición digna que le presentó Berwick, que estaba al mando de las tropas borbónicas.     
   Entre Rafael Casanova y el General Villarroel no existía buena sintonía como lo demuestra la dimisión de este último tras rechazar la propuesta de paz del 4 de septiembre.
   Desencadenado el ataque enemigo en la madrugada del 11 de septiembre, salió portando la bandera de Santa Eulalia, Patrona de la ciudad, y acompañado de una serie de “Consellers” y prohombres, a animar con su presencia a los combatientes del Portal Nou, siendo herido leve, de un tiro en la pierna, hacia las 8:30 de la mañana. Fue llevado al Colegio de la Merced, habilitado como Hospital. Y se pierde su pista. Se sabe que se refugió en la finca de su suegro, ya fallecido, en San Baudilio.
   En 1719 volvió a Barcelona donde siguió ejerciendo la abogacía, sin ser molestado, hasta 1737 en que se retiró definitivamente en San Baudilio, donde murió en 1743, con algo más de 80 años.
   Los dirigentes catalanes de la resistencia catalana tuvieron suerte muy diversa. Algunos lograron, tras la rendición, pasar a Italia y Austria donde se incorporaron al Ejército Imperial. Otros emigraron a Francia y Portugal; algunos fueron a Mallorca, que aún permanecía adicta al Archiduque.
   El que tuvo peor suerte fue el General Moragas. En junio de 1714 se unió a la guerrilla de Antonio Desvalls, Marqués de Poal. Actuó en el Llusanés, Ausona y Ripollés. Tras la capitulación de Barcelona (12 de septiembre de 1714) se retiró a Sort. Fue requerida su presencia en Barcelona, donde, temiendo represalias, intentó, junto con otros compañeros, escapar a Mallorca, pero fueron delatados por el patrón de la embarcación contratada, y detenidos el 20 de mayo de 1715, juzgados y condenados a muerte. La sentencia fue cumplida el 27 de marzo de 1715. La cabeza del General Moragas metida dentro de una jaula fue expuesta en el Portal del Mar, como gesto de inaudita crueldad.
 
   El General Villarroel, de Alicante fue conducido a La Coruña donde permaneció hasta 1719 en que fue transferido a Segovia donde fue liberado en 1725, y donde siguió viviendo de una modesta pensión que le pasaba el Emperador, hasta su fallecimiento en 1742.
   
   Entre los dirigentes civiles y militares, quien tuvo mejor suerte, indudablemente fue el “Conseller en Cap” de Barcelona, Rafael Casanova, al que se homenajea, cada año, en la Diada del 11 de septiembre…
 
Sugerente comentario sobre la historiografía nacionalista catalana  
 
   El catedrático de Historia de la Universidad de Alcalá de Henares y ex Ministro de Cultura, Ricardo de la Cierva y Hoces, en su presentación del libro “Otra Historia de Cataluña” de Marcelo Capdeferro, entre otros interesantes argumentos sobre la Historia de Cataluña, dijo:
 
   “La historiografía nacionalista catalana –romántica y sentimental– ha nacido y vive aún con finalidades que no son siempre históricas; que son de cobertura política. Se trata de partir de la intuición del hecho diferencial y retrotraerlo a la historia más remota. Que Cataluña es una personalidad diferenciada y que esa personalidad tiene profundísimas raíces históricas es un hecho claro. Pero la diferencia supone el género; la diferencia, que es el factor específico, supone la identidad del género, que sería aquí lo hispánico, lo español. La historiografía nacionalista, por cebarse en lo diferencial, olvida el género; encubre lo hispánico. Este es el vicio de origen de la historiografía nacionalista, en la que pueden detectarse grandes virtudes de investigación y de análisis; pero también debe denunciarse en ella ese defecto de origen, esa obsesión por lo diferencial que lleva muchas veces a disimular y a deformar los hechos”.
 
“La historia romántica es una historia falsa”
 
   En su libro “Notícies del capvesprol”, el eminente escritor catalán Josep Pla, tras afirmar que “la historia romántica es una historia falsa”, se preguntaba: “¿Tendremos algún día en este país (Cataluña) una auténtica y objetiva historia?… ¿Cuándo tendremos una Historia que no contenga las memeces de las historias puramente románticas que van saliendo?”
 
   La verdadera y auténtica Historia (con mayúsculas), escrita sin romanticismo, sin fanatismo, sin apasionamiento, con carencia total de miras políticas, causa frecuente de ofuscación del intelecto. Porque el pasado fue como fue, no como nos gustaría que hubiera sido. 
 
 
 
 
 
 

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