La guerra ha terminado

 
 
HACE 74 AÑOS 
 
“LA GUERRA HA TERMINADO”. EL GENERALÍSIMO FRANCO
 
Eduardo Palomar Baró
      
Así cayó Madrid
 
   En el día 26 de marzo de 1939 las tropas rojas sabían que la ofensiva del Ejército Nacional era inminente, no ignorando que ante su empuje arrollador nada podían hacer y que la resistencia que opusieran se traduciría en una cantidad considerable de bajas, por lo que los jefes y oficiales abandonaron los frentes y muchos de los soldados huyeron en busca de sus hogares. En la tarde del 27, el coronel Adolfo Prada, informó a Segismundo Casado López, jefe del Ejército del Centro, que algunas unidades se pasaban al enemigo en la Casa de Campo y en la Ciudad Universitaria. También fue informado por el teniente coronel Zuleta, que algunos de sus batallones estaban en terreno de nadie, confraternizando con los nacionales, con guitarras, botas de vino, bailes y canciones. Los soldados “habían hecho la paz”. A última hora del día 27, todas las fuerzas de los Cuerpos del Ejército I, II y III habían abandonado el frente, quedando solamente los Estados Mayores. En la mañana del 28 todos los del Consejo Nacional de Defensa se trasladaron a Valencia, excepto Julián Besteiro. El general Miaja ya se había trasladado anteriormente a la capital levantina en avión, haciéndolo también Casado en un avión Douglas, regalo personal que habían hecho al Jefe del Ejército del Centro los norteamericanos simpatizantes de los rojos.  
 
 
La conquista más fácil y más arduamente buscada de toda la guerra civil            
 
   En su libro Cinco historias de la República y de la guerra, Palacio Atard describe como Madrid se entregó a las tropas de Franco, sin lucha, en unas horas, el 28 de marzo de 1939.
 
   “La ofensiva final se puso en marcha la madrugada del día 26 de marzo de 1939 en los frentes señalados al efecto. Pero esta vez ocurrió un hecho insólito: esta vez la ofensiva no buscó beneficiarse del factor sorpresa, porque dos horas antes se anunciaba por radio al mando enemigo, al mismo tiempo que se comunicaban a las filas adversarias las instrucciones para que las unidades en línea se entregaran sin resistencia y en orden. Las cosas ocurrieron de este modo en Madrid y prácticamente en todos los frentes. Una cesación total de la voluntad de lucha, una entrega incondicional efectiva de las unidades del ejército vencido, que no se atuvo a ninguna capitulación formal ni a la firma de ningún acuerdo. Madrid y toda la zona republicana conocieron este final súbito, pero no inesperado, de la contienda. El acta de capitulación espontánea, no escrita en ningún documento, pero suscrita por el unánime deseo de quienes se negaban a prolongar una lucha ya imposible de sostener con un mínimo de esperanza.            
 
   La principal misión de la «quinta columna» de Madrid, como las organizaciones análogas en otras ciudades, además de los servicios de información militar y de asistencia o socorro a los presos, perseguidos y personas adictas, en general, fue la previsión de la anarquía final. Se contaba en Madrid con once banderas de la Falange clandestina y cierto número de agentes de la autoridad comprometidos. El 28 de marzo de 1939 llegaba la hora triunfal de la «quinta columna». Desde la tarde anterior las tropas republicanas de la Ciudad Universitaria y de la Casa de Campo se pasaban a las filas contrarias o confraternizaban con el hasta entonces enemigo. Antes de que la ciudad fuera ocupada militarmente, la «quinta columna» se adueñaba de la calle, tomaba los edificios públicos y daba protección a los servicios de gas, agua, electricidad y transportes urbanos, cuyo funcionamiento quedó de este modo garantizado.”
 
   El último director del diario El Socialista, Ferrándiz Alborz, cuenta cómo mediada la mañana del día 28 abandonó la redacción justo en el momento en que unos muchachos armados de la «quinta columna» tomaban el edificio. Desde las primeras horas de ese día Madrid aparecía engalanado con colgaduras y banderas para recibir a los vencedores, ya fuera a impulso del entusiasmo de unos o del temor de otros. Era la hora de la paz, de la resurrección de quienes habían sobrevivido en las catacumbas, de la reconstrucción necesaria, quizá también la hora de los rencores de quienes habían soportado persecución y humillaciones.  
 
 
Resumen del final del asedio de Madrid            
 
   En la noche del día 27 de marzo de 1939, los nacionales entraron en la Ciudad Universitaria, donde se les rindieron más de 2.000 republicanos. El día 28, la 16ª división recibía orden de entrar en Madrid. A las 11 de la mañana los primeros elementos que guarnecían la Ciudad Universitaria desembocaban en las calles del barrio de Argüelles y en los bulevares, y ocupaban todos los edificios públicos. Poco después se hacían cargo de los depósitos de municiones, del armamento, que los milicianos depositaban sin protesta en los lugares señalados. La bandera de Falange de Marruecos entraba igualmente por el barrio obrero de Vallecas y establecía sus puestos de control en las barriadas orientales de Madrid.
 
   Este martes 28 de marzo las tropas del general de brigada Eugenio Espinosa de los Monteros irrumpían en las calles de Madrid y el coronel Joaquín Ríos Capapé, al mando de la División 18 del Ejército del Centro, entraba por el Puente de Toledo.            
 
   En el Ayuntamiento se efectúa el traspaso de poderes entre el anarquista Melchor Rodríguez, alcalde accidental, como representante de los rojos, y Alberto Alcocer, representante de los Nacionales. Al fin había ocurrido lo que para muchos parecía ya imposible: había finalizado el asedio de Madrid.  
 
 
 
Cómo entré en Madrid            
 
   Bajo este título escribía Bobby Deglané en el Semanario gráfico nacionalsindicalista “FOTOS”, en su número 110 correspondiente al 8 de abril de 1939 y editado en San Sebastián. Decía así:
 
   “Quiero, en primer lugar, dejar en claro esta advertencia: mi entrada en Madrid, dos horas antes de que entraran las tropas de Franco, fue meramente consecuencia circunstancial, y de ninguna manera puede ella significar contenido episódico alguno. Este relato de cómo entré en Madrid, no tiene otro alcance que el de procurar que llegue hasta nuestros lectores, en hilvanado estilo, pero en términos objetivos, algo de lo que ocurría en Madrid en los últimos momentos, en que aún actuaban en la capital fuerzas del Consejo de Defensa republicano.            
 
   El lunes 27, como consecuencia de las manifestaciones oficiales que el Consejo de Defensa hizo públicas a través del micrófono de Unión Radio de Madrid, y que explicaban las gestiones de paz iniciadas por dicho Consejo ante los emisarios del Generalísimo Franco, gestiones que fueron de plano rechazadas por el Caudillo, por no corresponder, ninguna de ellas a la realidad del momento actual y de la que hemos vivido a través de toda la guerra, grandes masas de milicianos rojos, pasando por encima de sus líneas de la Ciudad Universitaria, se rendían en constante caravana a nuestras fuerzas, que sin movimiento militar alguno, pero con todas las precauciones del caso, en previsión de sorpresas, les iban desarmando, interrogando y remitiendo a los campos de concentración de nuestra retaguardia.            
 
   Es conveniente recordar, o por lo menos declarar en esta oportunidad en que la hora de los secretos militares ha terminado, que el campo fortificado que el enemigo tenía en la Ciudad Universitaria debido al tiempo largo de treinta y tres meses que la guerra se estacionó en él, permitió a nuestro enemigo fortificarle de tal manera que una operación ofensiva nuestra en aquel sector habría significado una preparación táctica de gran envergadura. No eran ya sólo las innumerables y tortuosas líneas de trincheras, ni la cantidad de sus armas automáticas, ni el número exorbitante de sus puestos de morteros, sino que también pesaban en el valor táctico, las minas subterráneas y superficiales que por todas partes tenía sembrados el enemigo. Sin embargo, la situación en el día 27 de marzo era muy distinta a la que hasta ahora habíamos vivido en la Ciudad Universitaria. El enemigo había perdido totalmente su moral por las enormes derrotas sufridas y que vinieron a aumentarse, desplomándose verticalmente, con las noticias que confirmaban que el Consejo de Defensa republicano quería rendirse. Y si a esto aún le faltó alguna gravedad, para empeorar la situación moral desastrosa del enemigo, ella vino en la ofensiva que el mismo día 27 inició nuestro Caudillo por Toledo. En estas circunstancias, pasándose sus hombres en gran número a nuestras líneas y huyendo sus oficiales al interior de Madrid en procura de una salida a Valencia, naturalmente la oportunidad de dar un golpe táctico sobre Madrid era clara.            
 
   El jefe de la Ciudad Universitaria y al mismo tiempo decano de las fuerzas que la han defendido, teniente coronel Fernández Prieto, ordenó fueran asaltados y ocupados rápidamente los edificios que hasta ahora habían estado en poder del enemigo.            
 
   Estos eran el Pabellón de Medicina, el de Odontología, el de Farmacia y el de Filosofía y Letras. Simultáneamente fue asaltada la Cárcel Modelo y el Puente de los Franceses, desde cuyas posiciones quedaban nuestras fuerzas frente y a escasos metros de las primeras barricadas de las calles de Madrid.            
 
   Esto ocurrió el 27 de marzo, durante el día y la noche respectiva. Al amanecer del día 28, la caravana de pasados a nuestras filas había perdido completamente el aspecto que hasta ahora había tenido, es decir, de soldados desarrapados, de caras caídas, sin aliento y vencidos moral y físicamente; ahora eran columnas heterogéneas de una romería civil que amenazaba despoblar Madrid, como se permitiera su continuidad. Mujeres, ancianos, niños de corta edad y de todas las clases sociales, conocedores de que los rojos habían abandonado sus trincheras, se descolgaban desde los diversos barrios de Madrid y arriesgando la vida sobre el campo minado de la “tierra de nadie”, penetraban alborozados en nuestras trincheras.            
 
   No cabía duda, a ninguno de los que estábamos en la Ciudad Universitaria, que aquel día entraríamos en Madrid. Sólo muy aisladamente se oía alguno que otro paco, empecinado comunista, tirotear nuestras trincheras. Era evidente que la toma de Madrid estaba decidida, que habría bastado con que nuestras tropas saltaran sobre nuestras trincheras y alambradas, para que las barricadas enemigas se hubieran desplomado y Madrid fuera reconquistado para España. Pero el Ejército, cuando obedece a una disciplina militar, no tiene opción de deliberar por cuenta propia y por lo tanto, mientras no se diera la orden superior de salir de las trincheras, nadie podía tomarse la libertad de entrar en Madrid.            
 
   Mi situación, en cambio, era muy distinta. Supeditado y además convencido del acatamiento que debía a la autoridad militar, me acerqué al jefe de la División, hoy actual gobernador de Madrid, coronel Losas, a fin de que me autorizara, bajo mi responsabilidad y por cuenta propia, de entrar en Madrid. Esta petición la hacía presionado fuertemente por mi interés periodístico de anticiparme a los acontecimientos, y brindar a mis lectores de FOTOS, los últimos momentos del Madrid rojo. La petición me fue lógicamente denegada, en atención a los posibles peligros de un paqueo o del gesto traidor de la clásica emboscada. No obstante estar yo convencido de la razón poderosa que invocaba este heroico e ilustre coronel para denegar mi petición, no pudiendo refrenar mi vocación profesional, salté de las trincheras, pasé sobre nuestras alambradas que durante treinta meses contuvieron los ataques enemigos, y me adentré resueltamente en Madrid con mi uniforme de Falange, pasando previamente por el campo minado. En un rápido esfuerzo, logré llegar hasta el Paseo de Rosales. En vano traté de penetrar en Madrid, pues todas las calles que desembocan a este Paseo, estaban obstruidas por poderosas barricadas de cemento. Salté como pude, perdiendo en el salto el bolso con parte de mi documentación, por sobre la barricada de la calle Marqués de Urquijo y Paseo de Rosales. Cuando caí al otro lado de la barricada, ya estaba en Madrid. Eché a correr por la calle de Marqués de Urquijo en busca de Unión Radio. Había pasado sólo tres calles, cuando ya encontré grupos de mujeres y jóvenes madrileños que llevaban brazaletes nacionales y que cantando se desbordaban camino de las barricadas, para mirar si entraban nuestras fuerzas, que a su vez esperaban con impaciencia la orden de adelante. Uno de estos grupos vio mi uniforme de Falange y creyendo que se trataba de un falangista que salía de su casa vistiendo por primera vez el uniforme, me saludaron con un estentóreo ¡Arriba España!. Pero cuando se dieron cuenta de que mi aspecto era más bien de procedencia nacional se abalanzaron sobre mí y abrazándome me llevaron en alto por las calles de la capital de España. Como mi intención era llegar cuanto antes al micrófono de Unión Radio de Madrid, supliqué a estos entusiastas y jubilosos madrileños me permitieran realizar mi intento. Entonces todos gritaron: -Sí, sí, a la emisora. Que hable por Unión Radio. Detuvimos a un coche que con banderas de Cruz Roja se veía venir a gran velocidad, mientras sus ocupantes gritaban: ¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!. En él, llegué hasta Unión Radio, donde encontré montada en servicio, a las fuerzas de la quinta columna de Madrid, o sea a los españoles, que sin esperar a que entraran nuestras tropas, se lanzaban a la calle en conquista de la capital. Formalizados los trámites de rigor, se me entregó el micrófono de la emisora, a través del cual lancé mi primera crónica de Madrid. Hecho esto salí a la calle, y con enorme sorpresa, yo que creía ser el primero que entró en Madrid, encontré varios coches, que por la Gran Vía corrían atestados de nuestra sección femenina de Falange, que con sus uniformes flamantes gritaban: ¡Arriba España! y ¡Viva Franco!.            
 
   Los balcones ya ostentaban banderas nacionales y por todas partes subía un solo clamor: ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! ¡Arriba España!.”     
 
 
 
El incidente de Alicante            
 
   El general italiano Gámbara ocupaba con su División Littorio la capital alicantina en la tarde del 30 de marzo. En el puerto de Alicante se apelotonaban una masa de 12.000 hombres, entre los que se encontraban gran número de internacionales y unos 300 con armamento. Se intentó reducirlos, entregándose unos 4.000, pero el resto se negó a hacerlo, abriendo fuego y causando al CTV (Corpo Truppe Volontarie) veinticinco bajas. En vista del cariz que tomaba, se cercaron los muelles y se levantaron barricadas de sacos terreros. El incidente era grave y podía derivar hacia situaciones muy peligrosas. La resistencia del Ejército Popular sólo podía explicarse por el temor y por la esperanza de que llegase algún barco para emprender la huída. A lo largo del día se fueron rindiendo más soldados. El comandante del minador “Júpiter” decidió no desembarcar hasta las primeras luces del día siguiente, ordenando a las autoridades del puerto que prohibiesen la salida de buques durante la noche, bajo el peligro de ser cañoneados.            
 
   Al amanecer entra en el puerto alicantino el “Júpiter” y cerca de las tres de la tarde, el crucero “Canarias” y un poco después los minadores “Vulcano” y “Marte”.            
 
   A las tres de la madrugada del 1 de abril de 1939, el general Gámbara transmite al Cuartel General del Generalísimo el siguiente mensaje:
 
   “Situación milicianos puerto está resolviéndose. Hasta ahora, pasáronse cerca de 10.000. Quedan 2.000 declarando voluntad rendición. Por hora avanzada, se han suspendido operaciones desarme y entrega campos concentración. Operaciones volverán emprenderse mañana por la mañana, a las seis horas, y serán terminadas hacia las nueve horas. A las nueve horas expira último plazo concedido para presentación y rendición. Todos los prisioneros han sido aprovisionados con víveres en frío. Se están separando mujeres y niños, que venían concentrados en locales cerrados en la ciudad. Para mujeres y niños se está haciendo rancho caliente. Para todos se provee un servicio sanitario. Vigilancia milicianos que quedaron en puerto está confiada a repartos nacionales desembarcados hoy (sic). La vigilancia de los desarmados y presentados todavía está a cargo de los legionarios italianos. Gámbara”.            
 
   A las nueve de la mañana finaliza el incidente, entregándose los postreros de Alicante.  
 
 
El último parte de guerra            
 
   En el palacio del Paseo de la Isla de la ciudad de Burgos, se encontraba el Generalísimo Franco aquejado de una afección gripal, la primera vez en toda la guerra que había enfermado. Cuando se le comunicó el final del incidente de Alicante, y después de dar las gracias, tomó una cuartilla para redactar, excepcional­mente, de su puño y letra un parte de guerra.            
 
   El primitivo texto decía así: “En el día de hoy, después de haber desarmado a la totalidad del Ejército Enemigo rojo, han alcanzado las fuerzas nacionales sus Ultimos objvos militares. La guerra ha terminado”. “Ultimos” estaba escrito con mayúscula, y “objetivos”, abreviadamente.            
 
   Franco lo leyó y acto seguido se prestó a rectificar, ya que casi nunca gustaba de la primitiva redacción que daba a sus escritos. Quitó lo de “después de haber desarmado a la totalidad del Ejército Enemigo rojo”, quedando así: “…cautivo y desarmado el ejército rojo…” (con minúsculas). También cambió lo de “fuerzas” por el término más popular y humano de “tropas”. Rectificó “Ultimos” dejándolo en minúscula y escribió “objetivos” con todas las letras.            
 
    El parte, definitivamente, quedó así: “Parte Oficial de guerra correspondiente al 1º de Abril de 1939, III Año Triunfal. En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, han alcanzado las tropas Nacionales sus últimos objetivos militares. LA GUERRA HA TERMINADO”.”Burgos, 1º de Abril de 1939. Año de la Victoria”.EL GENERALÍSIMO: Franco“. Posteriormente, el Caudillo lo redactó limpiamente y ya sin correcciones y tachaduras, lo pasó a manos del mecanógrafo de turno.            
 
   Firmada por Franco la copia mecanografiada, fue llevada urgentemente por el teniente coronel Barroso a los locales de Radio Nacional. A las diez y media, Fernando Fernández de Córdoba lo leyó con gran emoción. Ante aquel micrófono había dicho tiempo atrás a todos los españoles que se había ocupado Bilbao, Santander, Lérida, Castellón, Barcelona, Madrid…Ahora ya, afortunada­mente, no quedaban más capitales en toda España: se habían agotado como objetivos militares.            
 
   Aquel famoso parte debe ser unido indisolublemente al siguiente mensaje:
 
“En los momentos en que con la victoria final recogemos los frutos de tanto sacrificio y heroísmo, mi corazón está con los combatientes de España y mi recuerdo con los caídos para siempre en sus servicios.     
¡Arriba España!
Generalísimo Franco”.