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Honorio Feito
La esperada Reforma Laboral, hecha pública, por fin, el pasado viernes 10 de febrero del año en curso, parece que ha sido acogida por los españoles con resignación y esperanza, como tituló el diario El Mundo. Si embargo, para otros españoles, la Reforma ha sido tomada al dictado de los mandarines europeos (especialmente la señora Merkel), y como era de esperar, no es otra cosa que dejar al trabajador desnudo de derechos y rota su dignidad laboral. El abaratamiento del despido, lejos de arreglar las cosas y fomentar el empleo será, en el mejor de los casos, el generador de un empleo de baja calidad que no garantiza la validez final del producto. Recuerdo, en este aspecto, las elocuentes palabras de un empresario asturiano al comentar que en su sector no pueden contratar trabajadores poco o mal formados, que la formación de los mismos requiere de entre tres a cinco años, más otros tres de adaptación al puesto de trabajo y que, con estas exigencias, no era posible la contratación a la baja por la sencilla razón de que el producto que ellos manufacturaban no podía salir al mercado sin la calidad que el mercado exigía.
A mí, personalmente, no me ha sorprendido la Reforma Laboral que acaba de aprobar el gobierno que preside el señor Rajoy, ni el silencio de los sindicatos llamados en otro tiempo de clase. Lo que me ha sorprendido es el propio gobierno del señor Rajoy para aprobar una Reforma que ha sacrificado la dignidad de los trabajadores, para aprobar unas medidas que no parecen las más indicadas para generar el empleo que hace falta.
La excusa de la crisis no puede convertirse en comodín para dejar a la clase trabajadora carente de la dignidad conseguida en el pasado.
Porque, si de crisis hablamos, tal vez convenga recordar aquella España que, recién acabada la Guerra Civil, se enfrentó al inicio de los años cuarenta al desolador panorama de la destrucción y las consecuencias de la contienda (sin vías férreas, carreteras ni infraestructuras válidas), y a un bloqueo internacional que cercenó cualquier posibilidad de ayuda exterior.
Entre los años 1941 y 1957, se implantó en España, en plena dictadura (como gusta decir a los manipuladores habituales), una auténtica Reforma laboral y social y su gestor fue José Antonio Girón de Velasco, el ministro de Trabajo en esos años. Sólo un necio, un envidioso o un mentiroso, pueden negar la gran aportación de Girón al compromiso de ennoblecer y colaborar al bienestar de la clase trabajadora en España.
Desde su llegada al ministerio, en 1941, inició una batería de leyes y decretos que fueron la base de su gran Reforma laboral y social.
La Ley sobre Reglamentaciones de Trabajo, en 1942, que sería el antecedente de las Ordenanzas Laborales y del reglamento de los Convenios Colectivos de Trabajo, de 1958.
La Ley del Contrato de Trabajo, inspirada en la de 1934, y que, adaptada, se mantuvo vigente hasta 1980.
La creación de las dos pagas extraordinarias, la de Navidad y la del 18 de Julio (que los gestores de la Transición adelantaron para evitar connotaciones sonrojantes para ellos).
Se exigió a las empresas el Certificado de Estudios Primarios para la contratación de un trabajador y, como medio para acabar con los analfabetos en la sociedad, se exigió también, a la hora de contratar a personas analfabetas, comprobar que éstas estaban en posesión de la Tarjeta de Promoción Cultural, sin la cual no podían recibir las prestaciones de la Seguridad Social.
Se reguló el Subsidio de la Vejez que, para algunos expertos y estudiosos en estas cuestiones, fue el antecedente de la Seguridad Social que todavía, y subrayo, tenemos, y que también debemos a Girón.
Más adelante, se promulgó un Decreto sobre el Seguro de Vejez e Invalidez.
Se publicó el Decreto sobre la prestación de viudedad.
Se crearon las Magistraturas de Trabajo.
Se creó la Ley de Mutualidades, que reguló el tema de las Mutualidades Laborales.
Se crearon las Universidades e Institutos Laborales que permitieron que los hijos de los trabajadores, sin recursos, pudieran asistir a estos centros y recibir una formación especial que los capacitaba para la actividad laboral en las mejores condiciones, y que durante su estancia en estos centros, se les facilitaba el vestido, el calzado y la alimentación.
Se crearon los Jurados de Empresa y se reguló la participación del trabajador en los consejos de administración de las empresas que adoptaron la forma jurídica de sociedad.
Efectivamente, no se hizo todo en un día, pero tampoco aquella España era la de hoy.