La visión de Franco de la expansión comunista

La anticipación de Franco respecto al incremento del poder Comunista en el mundo.

A la luz de los acontecimientos históricos, resulta innegable la acertada visión, perspectiva nítida, y verdadera anticipación que tuvo Franco, respecto al incremento del poder Comunista en el mundo y su expansión territorial, consecuencia del desenlace de la II Guerra Mundial. Sus detractores critican aspectos de su obra y de sus realizaciones; pero cuando se encuentra con hechos comprobados históricamente, al no ser posible contradecirlos, queda el recurso de ignorarlos. La actual manipulación unilateral de la figura del Caudillo, exponiendo cuanto de negativo pueda presentar, es una verdadera manipulación Orwelliana. Un reescribir la historia componiendo una nueva verdad al dictado de los falsificadores de la cultura.

Más la realidad es inamovible, y así aunque Lenin, en una discusión con miembros del Politburó, estos le reprochasen que determinada medida era irrealizable por oponerse a la realidad, les contestó: “Lo siento por la realidad“, esta no obstante no puede alterarse. Por mucho que en la España actual, la policía de pensamiento trate de imponer en los últimos recovecos de las conciencias el pensamiento único.

 

Franco, ya antes de 1936, demostró su preocupación por el fenómeno comunista y su trascendencia, enormemente superior a los que lo contemplaban como un grupo político minoritario más. Franco comprendió que el partido Comunista, por su dependencia de la Unión Soviética, encerraba algo mucho más importante que una especulación respecto a cuántos diputados obtendría. El sistema comunista, además, era un todo de dimensiones desconocidas, que abarcaba la totalidad del ser humano: desde la cuna hasta la tumba.

Si durante la guerra (1936 – 1939) la realidad confirmó sus conceptos y previsiones, donde estas alcanzan dimensiones de un singular estadista fue durante las azarosas jornadas de la II Guerra Mundial. Visión incluso profética, como seguramente manifestarían algunos aduladores de entonces, que hoy le cubren de denuestos.

 A medida que la derrota de Alemania empezó a parecer inevitable, y particularmente durante las Conferencias de Teherán y Yalta, iba asomando un triste presagio sobre el destino de una gran parte de Europa. Roosevelt se puso de parte de los soviéticos y, aunque admiraba la lucha – casi en solitario anteriormente – de Inglaterra contra el Eje, estaba siendo más realista que desleal.

Se daba cuenta, a diferencia de los propios británicos, de que la guerra y otros factores habían disminuido la categoría de la Gran Bretaña en el mundo. Los tres grandes iban a quedar reducidos a dos: E.E.U.U. y la Unión Soviética.

Los intentos manipuladores, a veces incluso toscos a que recurren historiadores del estilo de Preston, Tussell y similares, no pueden alterar la realidad de las entrevistas de Franco con Sir Samuel Hoare, Embajador de Gran Bretaña en España.

Hoares, tal y como puede verse en sus memorias, era un furibundo antifranquista (a buen seguro que movido por una necesidad interior de purgar sus pasados errores). En los azarosos años anteriores de la guerra – conflicto italo abisinio, ocupación de Checoslovaquia, anexión de Austria, contienda española – Hoares formaba, junto al Jefe de gobierno Chamberlain y el Ministro de Exteriores Lord Halifax, la cúpula destacada de la facción apaciguadora “tory”, en contraposición de la belicosa de Churchill y Eden. Hoares no sólo ocupó la cartera de Exteriores, sino la de primer Lord del Almirantazgo, siguiendo una política de apaciguamiento respecto a Hitler y Mussolini.

Hundida su política y nombrado después por el gobierno Churchill embajador en España, se encontraba en la situación del converso deseoso de rectificar a toda costa sus errores pasados. Veía a Franco como servidor de las potencias del Eje, al punto de que cuando tomó posesión de la Embajada – relata él mismo – pensó que su estancia sería sumamente corta, ya que suponía la entrada inmediata de España en la guerra a favor del Eje. Tenía órdenes dadas de que un avión se encontrase permanentemente preparado para el caso de finalizar bruscamente, como creía, su misión. Sus prejuicios contra Franco contrastan con la visión mucho más serena del profesor Carlston J. Hayes, Embajador de los E.E.U.U. en España, quien aún con su muy activa política contra el Eje, comprende mejor las presiones sobre Franco y la realidad.

A medida que la guerra fue truncándose para Alemania, en las conversaciones de Orange con el Caudillo, este le señaló su visión pesimista sobre el futuro de la Europa Oriental, incluyendo su caída en la órbita soviética. Orange le respondió que no, con lo que iba a ser la realidad, sino con la visión de la postguerra acorde con lo que él quisiera que fuese y en la que Gran Bretaña jugaría un papel de primer orden en la configuración de la nueva Europa.

Franco, a pesar de su anticomunismo a ultranza, por conocer el comunismo perfectamente, no veía las cosas como él quisiera que fuesen, sino como eran realmente, con la frialdad impasible de los hechos, lo que le hace, desde la perspectiva histórica actual, aún más admirable.

Efectivamente, en aplicación de una característica básica de su pensamiento, la frialdad lógica y el antiapasionamiento, tan distintos del común de los españoles, Franco comprendía que E.E.U.U. y la Unión Soviética serían las únicas superpotencias en el mundo de postguerra, actuando Roosevelt en consecuencia; y que este, a pesar de la estrecha amistad que le unía con Churchill, sospechaba designios imperialistas en los británicos, un imperialismo que, según él, deberían abandonar, al mismo tiempo que perdonaba a la Unión Soviética el imperialismo de otra clase, mucho más feroz, que esta nueva potencia se disponía a practicar.

 

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