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Las anécdotas más insólitas de Franco: del «pecado» de una viuda a la pintura como escapismo, por Gustavo Morales
Gustavo Morales
El anecdotario de Franco revela facetas poco conocidas del dictador: desde decisiones insólitas hasta momentos de humor inesperado. Así era el hombre detrás del uniforme
El anecdotario de Franco, como el de cualquier personaje de su talla, es mucho más largo y copioso de lo aquí reflejado. Unas anécdotas son fáciles de creer y otras no tanto, y aun las más increíbles suelen ser verdad… o no.
Vivir en pecado
Juan García Carrés era el falangista catalán encargado del diverso Sindicato Vertical de Oficios Varios y, en su calidad de responsable, atendía peticiones de todo tipo y naturaleza, dada la pluralidad de sus sindicados. En cierta ocasión, se puso en contacto epistolar con él una titular de un despacho de loterías, relatándole que era viuda y, tiempo después de perder a su esposo —pasado el luto preceptivo—, había conocido en su entorno a otro viudo que le hacía tilín, pero no podían pasar por la vicaría, como era su deseo, al menos por el momento, dado que, si contraía nuevas nupcias, dejaba de ser viuda y, con esa condición, perdía la lotería que le permitía mantenerse junto con sus hijos.
Ni corto ni perezoso, Carrés le pidió audiencia al caudillo en el Palacio de El Pardo para plantearle el problema. Con el fin de llamar la atención del jefe del Estado, al comienzo del encuentro le espetó a Franco:
—Excelencia, una mujer vive en pecado por su culpa.
Eso lo llamaba P. G. Wodehouse «conocer la psicología del individuo». Así ya tuvo concentrado al general en la sucinta exposición de su problema. Le escuchó atento a Carrés y, poco después, hizo promulgar una ley que permitía a las viudas titulares de una lotería volver a casarse, pasado un tiempo prudencial, sin perder los derechos sobre su negocio y la buena vida que ofrecía a sus vástagos.
La pintura como terapia
Cuando llegó 1945, con la victoria militar de bolcheviques y demócratas en la Segunda Guerra Mundial, caídos los dirigentes fascistas de Italia y Alemania, muchas autoridades militares y políticas de nuestra nación temían que España fuese invadida y se dirigieron a ver a Franco preparando planes extremos. Contaba el procurador Romojaro que Franco los recibió en El Pardo. Llegaban todos nerviosos y alertados, muñendo planes; le hablaron al caudillo de marchar a Argentina para vivir bajo el gobierno del general Perón, de refugiarse los demás en el Portugal de Oliveira Salazar y algunos, de montar una resistencia guerrillera frente a la que creían inminente invasión aliada por los Pirineos.
Cuando Franco comenzó a hablar, se interrumpieron y se hizo el silencio. La voz del jefe del Estado era aguda y serena:
—Como ustedes saben, me gusta pintar. Soy un aficionado y no logro reproducir esas luces –les dijo, descubriendo un lienzo a medio pintar–. ¿Ven? No logro captar esa luz que se filtra entre los árboles. Lo que he puesto en el cuadro son pegotes amarillos…
Y así siguió hablando de pintura sin mencionar para nada el tema que los llevaba a su presencia, hasta que se calmaron. Entonces los despidió, mandándoles a sus tareas sin tocar ni de soslayo el asunto que les alarmaba.
El humor de Franco
Aunque de joven oficial y de jefe Franco era un hombre con sentido del humor y aficionado a la risa —hay fotos y películas que lo demuestran—, con el tiempo y el incremento de la responsabilidad sobre sus hombros se fue serenando. Pero seguía latiendo en su interior un hombre risueño, poco dado a manifestarlo en público, aunque lo hacía en ocasiones, como cuando contestó al general Vernon Walters, quien le transmitió las preocupaciones del presidente estadounidense por el futuro de Europa Occidental.
Digiriendo la pregunta, respondió:
–Vamos, que quiere saber qué pasará cuando yo muera —le soltó el Caudillo al militar americano—. Habrá democracia y todas esas cosas, pero hay algo que he creado que dará estabilidad.
–¿Las instituciones? –dijo el norteamericano.
–¡No, hombre, la clase media! –replicó Franco.
En una entrevista con un historiador de Estados Unidos, Franco –aficionado a las películas del Oeste– le dijo que su papel en España había sido como el de un sheriff en un pueblecito americano:
–Hay quienes ven a los españoles como rebeldes y difíciles, pero en realidad son pacientes y sufridos. Y lo sé –dijo, rompiendo a reír– porque han aguantado mi régimen todos estos años.
Es una historia que muchos juzgan apócrifa: Se non è vero, è ben trovato.
Los generales conspiran
Durante la visita a España del general De Gaulle, líder de la Francia victoriosa (de aquella manera), a Franco, imbatido en España, se encerraron ambos generales durante mucho tiempo en las dependencias del líder español. Todo eran cábalas: ¿hablarán sobre la situación en el norte de África? ¿Argelia y Marruecos? ¿En todo el Mediterráneo, acaso? ¿Sobre la influencia creciente de Estados Unidos en Europa y el freno al avance del comunismo en todo el planeta?
Un secretario de Franco desvelaría el secreto tiempo después: los dos generales estuvieron hablando de táctica y estrategia en la Batalla del Ebro. La cabra tira al monte.
