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Eduardo García Serrano
La última oleada en Ceuta de la cotidiana y programada invasión marroquí de España sólo es más espectacular cuantitativamente por su escenificación en avalancha, por la complicidad de la policía de Marruecos a cámaras desplegadas y por el tajante y rápido cumplimiento del desafiante ultimátum alahuí al Gobierno español por el cobijo hospitalario prestado al jefe del frente Polisario. Pero nada más. La invasión se produce todos los días y su cotidianeidad la hace imperceptible, salvo que a Marruecos le convenga hacerla ostensible.
Lo que sucede con los gobiernos españoles desde la muerte del Generalísimo es que, parafraseando a Goethe “nos hemos vuelto demasiado tolerantes como para no tener que sentir repugnancia”, en nuestro caso por un personaje como Mohamed VI, el ambiguo tirano medieval que reina en Marruecos con la voluptuosidad de los sátrapas sobre un pueblo sometido a la arbitrariedad de una dinastía de derecho teocrático, en la que no hay más ley que la de Alá expresada a través de la soberana voluntad de Mohamed VI, ese rey de mirada fría y aspecto sucio.
En el caso de las relaciones bilaterales hispano-marroquíes, desde la muerte de Francisco Franco, el viejo tópico de que el pez grande se come al chico, es mentira. España lleva cuarenta y seis años mordiendo el polvo en sus pleitos con Marruecos. La situación geopolítica de nuestra Patria se torna hoy una tenaza que nos estrangula al haber devenido España en una nación más pendiente para su supervivencia de los intereses de los demás que de los suyos propios. Limitamos al norte con Francia, país que, por razones evidentes, no quiere en su flanco sur a una nación competitíva con capacidad de liderazgo en los foros internacionales. Y hacia el sur nuestro principal vecino, manifiestamente hostíl a España, a pesar de la retórica diplomática, es Marruecos.
Confluyen en Marruecos los intereses de dos grandes potencias que se miran con recelo: Francia y USA. El norte de África es el último residuo imperial de la bonapartista Francia, que no está dispuesta a abandonar ese reducto de tradición francófona con su inmensa dote de materias primas. Francia es la metrópoli natural del Magreb. Zona de inestabilidad política y militar permanente, constituye uno de los principales desvelos del Pentágono, y más aún después del 11-S y de sus consecuencias mundiales.
Gracias a la ferocidad de Hasán II y ahora a la de Mohamed VI, Marruecos se ha convertido en una playa de inédita paz en la zona al no haberse desarrollado, intramuros de sus fronteras, el fundamentalismo islámico.En el control de esa delicada situación sí coinciden los intereses de Francia y USA, pero España no pinta nada y es, además, un dudoso aliado de USA en la OTAN y de Francia en la UE. Por eso los caprichos e intereses políticos y económicos de Marruecos son siempre satisfechos con largueza por USA y Francia, en detrimento de los intereses de España.
La ecuación estratégica es de parvulario: Marruecos sí puede desestabilizar la zona, España no. Y el resultado de esa ecuación para España es evidente: ahí está el Sáhara, ahí está nuestra flota pesquera y ahí están Ceuta y Melilla.