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Concha García
María, protagonista de ‘Paloma en Madrid’, aparece en la imagen con un cigarrillo junto a sus hermanas |
La memoria es un aspecto vital, debe preservarse con la objetividad como base para evitar caer en una peligrosa confusión. Y, para este mantenimiento, fundamentado en la veracidad y lejos de intereses propios, es indispensable la buena documentación. «La Historia es la que es, no se puede cambiar», asegura a LA RAZÓN José Manuel Ezpeleta, comandante piloto jubilado de Iberia e historiador cuya tarea investigadora se ha centrado en la Guerra Civil en Madrid y su provincia. «La ley de memoria histórica que quieren sacar y la anterior son y serán una aberración histórica en todos los sentidos», continúa, «durante los últimos años lo que intentan hacer por parte de las izquierdas es dar otra versión de lo que pasó en la contienda, blanquear su actuación». Reclama, así, la importancia de una serie de libros que ahora la editorial San Román publica bajo el nombre «Testigos de la Guerra Civil española». Unas historias «que dejan testimonio de lo que ocurrió, donde se cuenta la verdad, no lo que nos quieren hacer ver retorciendo la Historia». Así, añade, «estas obras no tienen ninguna connotación política, sino que narran las vivencias de las personas y cómo era el ambiente» en la capital durante la contienda que asoló a nuestro país entre 1936 y 1939.
Por orden, los libros de la colección son «Paloma en Madrid. Memorias de una española. De julio de 1936 a julio 1937», «Profanación de la clausura femenina» y «La esperanza tiene un nombre. Una mujer en la Guerra Civil española». Unas páginas que buscan hacer de contrapeso a la memoria democrática a través de historias narradas con documentos contrastados. Ezpeleta, editor y encargado de las notas del primero y el último tomo –mientras que el sacerdote Jorge López Teulón lo es de la segunda obra–, asegura que San Román busca, a través de textos inéditos de personas que vivieron la contienda, así como de archivos y otros tipos de testimonios, inmiscuir al lector «en las entrañas de lo que fue la vida de la gente perseguida en el Madrid republicano». Por ejemplo, «Paloma en Madrid» «es una obra que se editó alrededor de los años 40 y que ahora hemos recuperado», continúa, «está escrita por una señora casada, María, que, cuando llega la guerra, vivía en Madrid. Va narrando cómo, durante los primeros días de la contienda, se movían las milicias, cómo empiezan los registros y los asesinatos, y describe muy bien el tema de la persecución religiosa».
Sobre este último punto, asegura que «hay muy pocos testimonios» sobre el tema religioso porque venían los sacerdotes camuflados con un mono de trabajo y se celebraban las misas de forma clandestina». Una persecución que no solo se refleja en «Paloma en Madrid», sino que se narra de manera cercana y dolorosamente veraz en «Profanación de la clausura femenina». En esta obra se establece un retrato justo y contrastado de lo sucedido en los conventos de clausura de las Carmelitas de Cuerva, las Jerónimas de Toledo y las Bernarda Cistercienses de Talavera de la Reina. Unos diarios que expresan las torturas, asesinatos y sufrimientos que vivieron estas mujeres. Dice López Teulón: «Con todos mis respetos, los republicanos no tenían motivos, pero se creían con la autoridad moral para deshacerlo todo con el fin de hacer desaparecer lo católico».
«Hay poca documentación y libros sobre las vidas de estas mujeres –no solo religiosas, sino también madres, trabajadoras, viudas o solteras–, pero sobre todo en el caso de Madrid o Barcelona, porque son dos ciudades que, durante casi toda la guerra, fueron zona republicana». Si bien la protagonista de «Paloma en Madrid» es «una de las tantas que de alguna manera dejaron testimonio sobre cómo se vivía en Madrid», asegura Ezpeleta que es reflejo de aquellas «que tenían que defenderse de los ‘’ataques’’ de los milicianos por la calle. Cuando las querían detener, violar o querían aprovecharse de ellas… Cuenta cómo tenía que buscarse la vida para conseguir una recomendación y poder salir de Madrid».
Un tema, por tanto, similar al que Cristina Falk narra en «La esperanza tiene un nombre». Con la edición de Ezpeleta y a partir de los escritos de Falk, hija de Julio Villacañas, abogado y asesinado en Paracuellos del Jarama el 7 de noviembre de 1936. Dice el historiador que en esta obra «la diferencia es que ella es hija póstuma, y cuando nace en septiembre, su padre ya estaba detenido en la cárcel. Entonces, todo lo que escribe Cristina en el libro es a partir de recuerdos de lo que le contaba su madre». Una mujer que, explica Falk a LA RAZÓN, «hizo milagros y sacó la fuerza de donde nunca hubiera pensado para favorecer la seguridad de sus hijos». Unos diarios en los que, explica la filóloga, el lector podrá descubrir cómo «los políticos pueden crear un mundo de odio, desordenado y criminal», y ante lo que ella responde con la paz: «Cuando voy a Paracuellos y pongo mis flores en algún sitio, no pienso en odiar a los que le mataron, sino en la pena que tengo de no haber podido conocer a mi padre».
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