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María del Pilar Amparo Pérez García (Pituca)
Me gusta mucho la poesía. En casa encontré un cuaderno, donde mi padre guardaba muchos poemas que le iban gustando. Algunos provenían de cuadernos más antiguos, de mis abuelos, que habían hecho lo mismo. Muchas veces me recojo en mi misma leyendo estas poesías. Ya se sabe que la poesía es “el alimento del alma”. Hay muchos poemas con ese nombre, desde antiguo. Y muchas veces, me tropiezo con poesías que te hacen pensar, o llorar, o reír. Que te mueven los sentimientos, aletargados en una sociedad materialista que no deja sitio a lo espiritual. Por eso es bueno alimentar el alma de vez en cuando.
Leyendo y leyendo, me encontré con este poema de Camilo José Cela a José Antonio Primo de Rivera. Aunque muchos no lo sepan, o no lo recuerden, hemos de decir que hubo un tiempo en el que este poeta y escritor vistió Camisa Azul, trabajó en el diario falangista Arriba, y escribió cosas como ésta. Luego, como tantos otros, se olvidó. O lo olvidaron. Pero lo escrito, escrito queda, no es como las palabras, que se las lleva el viento… Aquí tienen el poema. Cierren los ojos, mediten y disfruten. Por encima de otras cuestiones materialistas, concienzudas y políticamente correctas.
AQUELLA NOCHE…
(ONCE GLOSAS DESORDENADAS)
Y jamás en ti se oirá voz de tañedores de cítara ni de músicos ni de tañedores de flauta y trompeta. Y maestro de ningún arte jamás será hallado en ti. Ni ruido de muela en ti se oirá ya más. Ni luz de antorcha ni voz de esposo ni de esposa. En aquella ciudad ha sido hallada la sangre del profeta.
(Apocalipsis XX, 22, 23; 24).
I
Como una nueva y triste madame Roland -¡Oh,
libertad, cuántos crímenes…!- La luna se va dejando
caer, entre cauta y vigorosa, por su prevista senda.
Aquella nube sombría que arrastró el viento, aquella
nube con su borde de encaje y su dulzura, llegará a la
costa africana cuatro, seis horas más tarde.
El nuevo sol de la mañana le prestará su brillo.
La preocupada nube sombría…
II
Las horas corren como enmohecidas, como
entristecidas y pesarosas, sobre Alicante.
Ni ellas mismas conocen el designio fatal que les
aguarda, agazapado como una víbora traidora,
detrás de cualquier segundo.
Un temblor recorre todos los relojes y un hombre
guarda en su desnuda celda, sus últimos latidos.
Sin jactancia -¡nunca es alegre morir a los treinta y tres
años!- pero sin protesta.
III
Santa Isabel de Hungría se va hasta el año que viene y
San Félix de Valois corre a tutelas a los cinco hombres
que mató la madrugada en el patio de la cárcel
provincial.
Uno de aquellos hombres tiene un hermano preso en
la misma cárcel. Antes de morir pide al juez que sean
borradas las huellas de su sangre en el suelo.
La sangre clama por la sangre.
Las manchas fueron palideciendo con el tiempo…
IV
Hubo un instante aquella noche en que todos los niños
se desvelaron, todos los pájaros contuvieron su blando
respirar, todas las mujeres del mundo dieron una vuelta,
estremecidas, entre las blancas sábanas.
Con negra llave, el aposento frío
de su tiempo abrirá,
y dentro de él -aquella noche- se encontraron cinco
misterios resueltos de repente.
V
La tierra estaba fría, y contra la tierra -trágico sino de
quienes mueren de golpe- el cuerpo entrega su último
y ya débil calor.
Y dura y contra ella -funesto tributo de los
desplomados- las carnes se azotan cuando,
derribadas, aún están en el morir.
VI
-Tened ánimo, muchachos. Esto es un momento nada
más. Vamos a una vida mejor.
Estaba sereno y ligeramente pálido.
Era su última gran ocasión. Triunfó porque estaba
señalado por Dios.
¡Tened ánimo, muchachos! Morimos por España.
¡Arriba España!
VII
Dijo San Juan de la Cruz que el corazón del malo es el
mar cuando hierve.
Pero ese corazón, que es el mar hirviente, tembló de
pavor, cuando el crimen se consumó.
Quizá alguien sonriera entonces. De su sonrisa salieron
pobres, tímidas, asustadas razones.
M. Ibon Delbos en unión del presidente del Consejo M.
León Blum, se lamenta haber pedido tarde el indulto al
gobierno de Madrid.
VIII
Europa paga su culpa. Porque la justicia de los siglos -ya
sabéis, ojo por ojo y diente por diente- es algo que no
falla jamás.
Y aquella noche fue la noche en que Europa perdió el
corazón.
Dos noches antes, en un sombrío escenario, un hombre
se afanaba escribiendo.
Condenado ayer a muerte, pido a Dios que si
todavía…
IX
En el Castillo de Santa Bárbara dos presos conversan.
Ante ellos -capa de fanfarria pintando, levemente, el
remordimiento- un miliciano pasea. Viste abrigo de
corte inglés, de color gris ceniza.
-¿Conocías a José Antonio?
-Sí.
¿No recuerdas ese abrigo?
La prenda fue el guante de desafío que supieron
recoger. El reto que les sirvió para tapar sus carnes.
X
Y la sangre aún sin verter, la sangre jamás encauzada,
la sangre que fue hallada en aquella ciudad, tres años
más tarde…
XI
…En aquella ciudad, donde ni luz de antorcha, ni ruido
de muela, ni voz de esposo, ni de esposa, ni de
maestro de arte alguno, sonar de cítaras o de
trompetas se oirá jamás.
Porque en ella…
Camilo José Cela
Diario Ya
20 de noviembre de 1943