Excmo. Sr.
D. Juan María de Peñaranda y Algar
General de División (R)
Madrid, 16 de febrero de 2015
Mi general:
Utilizo este término porque fue siempre habitual en mi vida de civil y en mi breve estancia en el ejército. He leído sus declaraciones en ABC y me voy a permitir hacerle algunas respetuosas consideraciones:
En primer término, la referencia a Franco en relación con Carrero me parece inadecuada, pero en lo que no puedo estar en absoluto de acuerdo es que fuera el régimen y la corrupción los que terminaran con el Estado del 18 de julio.
Podría citarle numerosos y escalofriantes testimonios de limpieza moral en muchísimos de los que sirvieron al régimen instaurado por Franco. Concretamente yo, que tuve relación con 368 alcaldes, puedo decirle que jamás se dio el menor signo de corrupción y eso es ya una cifra muy significativa. Ignoro si en otros sectores más elevados de la vida española, pudieron producirse hechos calificados como denigrantes. Yo al menos lo ignoro.
Y hay algo en lo que tengo que hacer una limpia consideración. Fui Ministro Secretario General del Movimiento. Le dije a Franco que no me encontraba en condiciones de afrontar la inmensa tarea como me correspondía como ministro. Franco con un gesto duro me dijo: “a Vd. le corresponde ese ministerio y creo que lo hará bien”. Bajo esas escuetas órdenes me dispuse a trabajar en una parcela delicada y combatida desde una parte relevante del propio gobierno y lo que sí puedo asegurarle totalmente, es que la Secretaría General impulsó y alentó las únicas reformas de fondo que podían suponer un rearme espiritual de la juventud española. Sin embargo, estas medidas se combatieron con dureza desde el propio consejo de ministros y más concretamente desde Presidencia del Gobierno, hasta el punto que para nombrar a Jesús Fueyo Presidente del Instituto de Estudios Políticos, tuve que aguardar nada más y nada menos que seis meses.
La Secretaría General con sus modestos medios intentó galvanizar a grupos minoritarios de la juventud española y puedo decirle que en algunos casos con frutos sorprendentes e inesperados. Lo que tenía la Secretaría General era un depósito espiritual de alientos, pero nos faltaban las pesetas para impulsar tan noble propósito y nos sobraban enemigos dentro del propio sistema. Podría ponerle infinidad de ejemplos, pero al sentirme aludido como Secretario General, le escribo que la tarea de impulsar espiritualmente la vida de España a través de la Secretaría General, que según Vd. no hizo nada, llenó por completo un espacio de mi vida que tirios y troyanos coincidieron como heroicamente ejemplar, en medio de un gobierno que no creía en modo alguno en la pervivencia de sus estructuras políticas. Yo sí creía que con las medidas de renovación y modernidad que habíamos señalado en un plan muy profundo, podríamos cambiar el rumbo ideológico y político de un régimen al que yo dediqué mis mejores afanes. No fue así, pero tampoco puedo silenciar la casi heroica tarea de unos hombres que por amor a España gastaron su vida en ese inútil empeño.
Considere este desahogo mío no como una justificación de mi tarea, sino como una realidad vivida y que confirmo cuando he cumplido 88 años, que sigo fiel a mis ideales y a mis compromisos.
Perdone, mi general la extensión de esta carta, pero tengo la obligación moral de defender lo indefendible ignorando la cantidad de innumerables trabas y la oposición que tuve entre la mayoría de mis compañeros de gobierno. El Régimen estaba ya perdido, pero no lo fue ni por la corrupción ni por los ataques frontales. Los primeros los desconozco y los ataques frontales impulsados por el Partido Comunista no pudieron abatir el ánimo y la voluntad de los que creíamos en España.
Disculpe, mi general, estas consideraciones mías. Las hago respetuosamente porque creo que es mi deber salir al paso de interpretaciones equívocas en relación con la realidad española de aquel tiempo. No es mi propósito incomodarle con mis líneas, pero sí mi voluntad de clarificación de determinados aspectos que considero fundamentales.
Con mi respetuoso y cordial saludo, le abraza su buen amigo,
Fdo.: José Utrera Molina
P.D.: Cuando el Presidente del Gobierno llevó mi cese al Jefe del Estado, Franco le dijo: ¿Y por qué, si lo está haciendo bien? Arias calló y salió adelante mi destitución. Meses más tarde, Arias Navarro me confesó que Franco había mostrado siempre su disposición contraria a mi cese.