Cipriano Bonilla Valladolid, mártir

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CIPRIANO BONILLA VALLADOLID

Coadjutor de Corral de Almaguer

Nació en El Provencio (Cuenca) el 15 de abril de 1908. Cinco días después recibía las aguas del bautismo. Era el mayor de siete hermanos y sus padres eran modestos labradores de muy buenas costumbres.

Entró en el Seminario a los 11 años de edad en 1919. El 11 de abril de 1920 el Obispo de Cuenca, Wenceslao Sanguesa, le administraba el sacramento de la Confirmación. En el Seminario era muy apreciado y de la total confianza del Señor Rector, el Siervo de Dios Joaquín María Ayala, que también murió mártir durante los primeros meses del verano en la persecución religiosa de 1936.

Durante las vacaciones de verano, recuerda su hermana Petra, echaba una mano en casa en todas las tareas y ayudaba a su padre en la pequeña huerta que tenían; pero no descuidaba para nada sus obligaciones como buen seminarista.

Trabajador incansable en la parroquia, las veces que se ausentaba el sacristán, se quedaba al frente de todo contando con la total confianza del párroco. Se encargaba de hacer las catequesis con los niños de su Parroquia empleando toda clase de medios, incluso audiovisuales: aún se conserva la maquinita que usaba y que después emplearía siendo coadjutor en Corral de Almaguer.

Así fueron transcurriendo los años y él fue madurando cada vez más en su vocación, preparándose aún sin saberlo para el trance que le esperaba. Antes de la Ordenación tuvo que hacer diez meses de Servicio Militar en Melilla: también aquí su ejemplaridad fue extraordinaria, siendo muy apreciado tanto por sus compañeros, como por sus jefes, ganándose la confianza de ellos. Le encomendaron la enfermería y en una ocasión por un accidente de un compañero que perdió un brazo, se le comisionó para que lo acompañara a la Península y lo entregara a sus padres. 

Cuando Cipriano finalizó el Servicio Militar, volvió al Seminario para terminar sus estudios y recibir las Sagradas Órdenes. En la partida de bautismo se nos informa que recibió el subdiaconado el 20 de mayo de 1931.

Ungido sacerdote el 19 de diciembre de 1931, celebró su primera misa en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced de Cuenca. La plegaria que reza en el recordatorio de su Primera Misa es la siguiente: “Pedid al Corazón de Jesús, por mediación del Inmaculado Corazón de María, haga fructífero el apostolado del nuevo ungido”.

Tras la ordenación atendió la parroquia de Los Hinojosos (29 de enero de 1932) por enfermedad del párroco y de Villagarcía del Llano. Finalmente recibió el nombramiento como coadjutor de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Corral de Almaguer (Toledo). Este pueblo toledano entonces pertenecía a la diócesis de Cuenca.

Por una crónica de la Acción Católica de Corral de Almaguer con motivo de la bendición de la bandera sabemos de su celo apostólico en la implantación de dicho movimiento, fundador de la sección masculina, fue nombrado Consiliario.

Los testigos afirman que el Siervo de Dios era hombre de profunda oración, humilde, no le gustaban las alabanzas, caritativo, sacrificado en su ministerio por la salvación de sus feligreses, con muchas horas de oración y confesionario.

“Cuando yo era joven, afirma una religiosa que declara como testigo, era mi director espiritual, entonces yo tendría unos veinte años. Fuera de confesionario no tuve ninguna relación con él. No obstante, puedo decir que era muy querido por todo el pueblo, en su modo de actuar se le veía la santidad que tenía. Ayudó a unas veinte jóvenes del pueblo que querían ser religiosas… era una persona muy buena… Como en mi casa no me dejaban ir a Misa, yo me arreglaba como podía para ir a comulgar. Siempre que iba a la iglesia lo encontraba allí de rodillas ante el Sagrario, dispuesto, a cualquier hora, a darme la comunión. Era un buen ejemplo de sacerdote”.

Por último, un sacerdote recuerda que “comencé a servir de monaguillo a lo seis años y cuando comenzó la persecución tenía siete. A todos los sacerdotes mártires de Corral los conocí, pero mi trato más entrañable se centraba en el Párroco D. Feliciano, un venerable sacerdote que mimaba a sus monaguillos y sobre todo en D. Cipriano, sacerdote joven que muy pronto entró en mi vida… De D. Cipriano tengo unas vivencias muy vivas. Todo el mundo se daba cuenta de la bondad de aquel sacerdote. Cuando a los diez años ingresé en el Seminario de Cuenca, el P. Espiritual D. Camilo Fernández de Lelis, condiscípulo suyo, siempre me lo recordaba y me incitaba a ser como él.

Cuando llegó al pueblo yo le ayudaba todos los días a Misa. La primera vez que le ayudé, al tener que cambiar el Misal de la Epístola al Evangelio, como yo no lo hacía, se volvió a mí para indicarme que lo hiciera, al decirle que no podía -casi no alcanzaba al altar- lo hizo él amablemente y así ya todos los días. Luego lo contó en mi casa, y mi madre me lo recordaba con mucha frecuencia”.

Los testigos afirman que el Siervo de Dios “Cipriano Bonilla fue el primer sacerdote apresado y martirizado en Corral de Almaguer, y él único que bañó con su sangre el término municipal de su parroquia en el que fue asesinado. Después de entregar su vida sacerdotal entera durante cuatro años y medio con celo apostólico y abnegación de santo, Dios le concedió que también le entregara su sangre y hasta el último suspiro. Cipriano, como el Maestro, también tuvo su Camino del Calvario. Después de haber sido bárbaramente torturado durante muchos días en la cárcel, en la madrugada del 21 de agosto atado a una camioneta recorrió arrastrado su Camino del Calvario de once kilómetros hasta el lugar donde, si no llegó muerto, entregaría su último suspiro”.

Pero regresemos hacia atrás en el tiempo para recorrer ese funesto año de 1936.

El tercer domingo de mayo, como era costumbre, se celebró la fiesta mayor en honor de la patrona, la Santísima Virgen de la Muela. Por la tarde, tuvo lugar la procesión que se desarrolló aquel día en medio de una expresión inusitada de fe y cariño hacia la Virgen de la Muela. Al día siguiente y durante algunos días más D. Cipriano fue retenido por las autoridades en la casa donde vivía.

Otro testigo narra que cuando comenzaron los problemas (detenciones, expulsiones de congregaciones, concretamente los PP. Paúles de Cuenca) acompañó ante D. Cipriano a una señora para saber qué suerte correría su hermano que era seminarista. “Él nos recibió enseguida y nos tranquilizó diciendo que con los del Seminario Diocesano nadie se había metido. Pero añadió, ya presagiando su martirio: “Se avecina algo muy duro y vamos a sufrirlo nosotros; yo ya sé porqué (se refería a que él había fundado en la Parroquia la Acción Católica y por ser sacerdote).Y todavía les dijo: -“¡Veremos cuántos apostatas habrá!”. 

Finalmente estalló la guerra. Durante los primeros días de julio al aconsejarle algunas personas que dejara la parroquia y se marchara con su familia, él les contestó que como se estaba celebrando la solemne novena de la Virgen del Carmen, no quería dejar solo al anciano párroco, el Siervo de Dios Feliciano Montero. El 17 y el 18 de julio se sabe que estuvo en el confesionario desde primeras horas de la mañana, como era su costumbre. El 19 de julio las autoridades clausuraron el templo. Ya no se abrió más y al amanecer del día 21 detuvieron y apresaron a D. Cipriano.

“En la última misa – refieren los testigos – nos dio la paz de manera muy sentida. En la iglesia tan sólo estábamos unas cuantas chicas, dos sacerdotes y algunas señoras. Desde dentro se oía que en la plaza había mucho ruido; tres mujeres que querían refugiarse en la iglesia fueron asesinadas en la puerta por los escopeteros milicianos. Los sacristanes se llevaron a D. Cipriano a su casa. Allí fueron a buscarle; él no opuso resistencia, salió al encuentro como Jesús; así empezó su duro calvario”.

“Se lo llevaron a la cárcel, allí había varios presos del pueblo y delante de todos le obligaron a blasfemar y a renegar de Cristo, pero él no se rindió nunca; les dijo a los que lo martirizaban que no perdieran el tiempo con esas cosas, que jamás ofendería a su Dios, que era sacerdote para siempre. A partir de entonces todas las noches le daban palizas hasta dejarlo extenuado repitiendo que blasfemara, pero jamás salió de sus labios una sola queja”.

“Después, al día siguiente, amanecía recuperado. Viendo que les era imposible su muerte le aumentaron el sufrimiento, no dejándolo descansar ni de día ni de noche. Le daban palizas sin parar y, como era pleno verano, en tiempo de siesta le llevaban a una era cerca del cementerio en medio de tres milicianos con escopetas, le hacían aventar trigo en una maquina vieja y cuando lo ataban le ponían con los brazos en cruz… después lo llevaban a la cárcel y repetían la misma operación”.

Después de haber sido bárbaramente torturado durante muchos días en la cárcel, en la madrugada del 21 de agosto, la camioneta partió a toda prisa, ocupada por cuatro verdugos: tomaron la carretera que conduce al pueblo vecino de La Villa de D. Fadrique. Bordeando el río Riansares por el margen izquierdo D. Cipriano iba literalmente derramando su sangre. A su derecha quedó sobre el cerro, la ermita de la Virgen de la Muela, patrona de la localidad. Unos kilómetros después, enfrente de la casa de una finca que se llama el Monte del Alcalde, la cuerda se rompió y el cuerpo destrozado quedó abandonado casi en la misma puerta; sus verdugos no se habían percatado. Cuando se dieron cuenta de lo ocurrido dieron marcha atrás. Finalmente dos kilómetros más abajo, en una tierra que se llama de los Monjes, cercana al Puente de la Oveja sobre el Riansares, en las afueras de Corral de Almaguer y allí lo dejaron abandonado“.

En el tiempo que lo tuvieron en la cárcel dos mujeres le llevaban la comida. Familiares de estas mujeres declaran que al llegar un día “nos entregaron un pañuelo lleno de sangre y las gafas de D. Cipriano, acto seguido nos dijo el carcelero, que no le siguiéramos llevando comida, porque ya hacía tres días que lo habían matado.”

Según se supo un padre que iba acompañado de su hijo menor de edad ocultamente habían presenciado el terrible suceso y, una vez que los verdugos abandonaron el lugar, se acercaron, hicieron una pequeña fosa y lo enterraron. Al terminar la guerra los jóvenes de la Acción Católica fueron a donde estaban sus restos, los desenterraron y envueltos en su bandera los depositaron en una Capilla, llamada desde entonces de los Mártires, de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Corral de Almaguer (Toledo), donde hasta ahora reposan.

 

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