Edgar Neville, otro genio olvidado

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Edgar Neville de Romrée, Conde de Berlanga de Duero, nació en Madrid el 28 de diciembre de 1.899, en la calle Trujillos. Su padre fue Eduardo Neville y Rivesdalle, ingeniero inglés llegado a Madrid para trabajar en una empresa de motores; su madre era María Romrée y Palacios, hija del conde de Romrée y de la condesa de Berlanga de Duero, título este último que heredaría él. Pasa su infancia en la casa palaciega que sus abuelos los Romrée poseían en la valenciana localidad de Alfafar. Vivió también en La Granja de San Ildefonso (Segovia) y cursó estudios en el colegio del Pilar.
 
   Se alistó con los Húsares que se destinaban a la Guerra contra Marruecos. Duró poco en el Protectorado, pues a raíz de una enfermedad es devuelto a España. Restablecido, participó en las célebres tertulias del Café Pombo, donde conoce a José López Rubio. Marchó a Granada, donde consiguió terminar sus estudios de abogado. En la ciudad de la Alhambra entabló amistad con el poeta Federico García Lorca y con el músico gaditano Manuel de Falla, con quien compartió su pasión por el flamenco y las letras.
 
   Casó con la malagueña Ángeles Rubio-Argüelles y Alessandri. Los esposos se fueron a vivir a la calle Alfonso XII, en una casa que le decora su amigo el arquitecto Carlos Arniches Moltó, al que no hay que confundir con Carlos Arniches Barreda, que fue su padre y afamado comediógrafo. En esta época viajó frecuentemente a Málaga, donde la editorial Imprenta Sur le publica sus primeros libros. Por entonces entabló nuevas relaciones con el pintor Salvador Dalí y los poetas Manuel Altolaguirre, Emilio Prados o José María Hinojosa.
 
   Ingresó en el cuerpo diplomático. Fue destinado como Secretario en la Embajada en Washington. También viajó a Los Ángeles, lugar que le atrajo por las posibilidades que le ofrecía para introducirse en el mundo del cine. Logró entablar amistad con Charles Chaplin, quien le contrató como actor de reparto en su película Luces de la ciudad, donde hacía el papel de Guardia. Chaplin le abre caminos y la Metro Goldwyn Mayer lo contrató como dialoguista y guionista, ya que en la época se rodaban versiones en español con destino al mundo hispano. Una vez consolidado como residente en Hollywood, comenzó a atraer a la meca del cine a muchos de sus amigos: José López Rubio, Eduardo Ugarte, Antonio de Lara “Tono”, Luis Buñuel y Enrique Jardiel Poncela entre otros. Tras su estancia en Estados Unidos, aborda la dirección con Yo quiero que me lleven a Hollywood (1.931), Falso noticiario (1.933), El malvado Carabel (1.935), y La señorita de Trevélez (1.936, según la obra de Arniches) que le sitúan en primera línea.
 
Como muchos intelectuales de la época, vio en la llegada de la república un atractivo, con aires nuevos, que pronto le desencantó, como a tantos otros. En los años treinta se separó de su esposa, y se relacionó sentimentalmente con Conchita Montes, una aristócrata intelectual y artista bien relacionada. Gracias a ella, escapó de ser fusilado por los rojos en los primeros momentos del Alzamiento Nacional. Pudo escapar a Londres y se estableció, más tarde, en Francia.
 
   En 1.937 se unió al Ejército Nacional como Reportero de Guerra y entra en el Servicio de Prensa y Propaganda del Movimiento. En calidad de tal estuvo presente en el Frente de Madrid, la Batalla de Brunete y en la Liberación de Bilbao, donde pudo filmar pavorosas escenas de la contienda y de las barbaridades cometidas por los rojos que le producen hondo impacto. Escribe y rueda en Italia guiones de películas de “Cine de Cruzada”, como Juventudes de España (1.938), La Ciudad Universitaria (1.938), Vivan los hombres libres (1.939) o Frente de Madrid (Carmen Fra i Rossi) (1.939). Posteriormente, ya en España, La muchacha de Moscú (Sancta Maria, 1.942).
 
   Terminada la guerra, inicia su actividad cinematográfica y teatral. Su afición por la gastronomía fue lo que puso en peligro su salud, pasando por varios tratamientos y clínicas de adelgazamiento. Entra en los géneros en boga, como el cine histórico (Correo de Indias, 1.943) o el policíaco con clara inclinación por lo pintoresco de los barrios populares madrileños,  (La torre de los siete jorobados, 1.944, o El crimen de la calle Bordadores, 1.946).

   Destacan una comedia brillante como La vida en un hilo (1.945), o un drama familiar como Nada (1.949), basado en la novela del mismo título escrita por Carmen Laforet en 1.944, que ganó el Premio Nadal y posteriormente, en 1.948  obtuvo el Premio Fastenrath  de la Real Academia Española. También: Duende y misterio del flamenco (1.952). Premiado en Cannes, atestigua su gusto por lo folclórico. Suyos son, igualmente, Café de París (1.943), Domingo de carnaval (1.945),

El traje de luces (1.947), El marqués de Salamanca (1.948), El señor Esteve (1.948), El último caballo (1.950), Cuento de hadas (1.951), El cerco del diablo (1.952), La Ironía del destino (1.959), El baile (1.959), Mi calle (1.960). Realizó treinta y una películas entre 1.930 y 1.960.          
 
Debido a su adscripción al Bando Nacional, y a que su actividad fue desarrollada en la industria del entretenimiento, cultivando sobre todo el humor, no fue incluido, por lo general, entre la nómina de intelectuales de la Generación del 27, como les ocurriría también a sus amigos escritores falangistas, como Miguel Mihura, Tono, Enrique Jardiel Poncela, Álvaro de la Iglesia… Tanto Edgar como ellos optaron por un humor no comprometido, que cultivó en todos los géneros: teatro, poesía, novela, cine, pintura… Desde sus posiciones criticaban sin aspereza las costumbres de la misma burguesía de entonces, como la cursilería y absurdo. Junto con Tono, Antonio Mingote y Mihura escribe en la revista de humor La Codorniz, sucesora del semanario La Ametralladora, revista de humor y patriotismo, que Miguel Mihura había publicado durante la contienda civil y el sitio de Madrid, dirigida a los combatientes nacionales.
 
   Edgar Neville destacó en múltiples campos pero, sobre todo, como ya hemos visto, como director de cine. Falleció murió el 23 de abril de 1967, en Madrid.

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