El bando rebelde, los nacionales, lograron una victoria incuestionable en el campo de batalla pero perdieron y siguen perdiendo la guerra de la propaganda. La izquierda, dueña de la casi totalidad de los medios de comunicación, sobre su falsa supremacía moral, lleva año tras año contando solo su verdad, su memoria histórica que, como todo el mundo sabe, no es la verdad sino la visión parcial, interesada y subjetiva de un individuo basada en lo que quiere o puede recordar –las historias del abuelo– sin que esto suponga menosprecio de su valor para acercarnos a conocer nuestro pasado.
Entre las falsedades que más tiempo ha resistido a la verdad histórica es la que atañe al asesinato organizado y selectivo en Paracuellos del Jarama de más de 4.500 españoles –presos en las cárceles madrileña controladas por el Frente Popular desde antes de comenzar la guerra– en el invierno de 1936.
En la actualidad, ningún historiador se atreve a negar esta trágica realidad ni la culpabilidad directa que tuvieron en estos asesinatos los comunistas Santiago Carrillo y el líder anarquista Amor Nuño, ambos miembros destacados de la Junta de Defensa de Madrid, así como nadie niega la responsabilidad del general Miaja, conocedor de lo que estaba ocurriendo como autoridad máxima en la ciudad y que no hizo absolutamente nada para evitarlos.
Pero muy pocos saben que la República cometió un brutal atentado para evitar que esta masacre trascendiese al otro lado de los Pirineos. Dos diplomáticos extranjeros acreditados en Madrid, el doctor Edgardo Pérez Quesada, encargado de negocios de la Embajada argentina, y Felix Schlayer Gratwohl, cónsul y encargado de negocios de la legación noruega, descubrieron y denunciaron antes la autoridades republicanas, sin éxito, para finalmente hacerlo ante la Cruz Roja Internacional. Ha escrito Ian Gibson que «las actividades de Schlayer, Henny y Pérez Quesada molestaban profundamente a las autoridades republicanas, que ahora se veían en la necesidad de mentir ante el mundo acerca de posibles malos tratos (en realidad asesinatos en masa) sufridos por los presos políticos de Madrid».
El delegado de la Cruz Roja en Madrid, el médico suizo Georges Henny tomó cartas en el asunto sin lograr parar las matanzas, por lo que procedió a realizar un exhaustivo informe para la jefatura de la Cruz Roja en Ginebra, que es tanto como decir para la Sociedad de Naciones.
El Gobierno de la República, que había entrado en pánico ante la posibilidad de la entrada de los nacionales en Madrid, había huido a Valencia donde comenzó a tener conciencia de la transcendencia exterior que podía tener lo que estaba ocurriendo en su retaguardia y de que el conocimiento de estas matanzas les podía hacer perder el apoyo internacional que tenía la causa del Frente Popular español en su lucha contra «el fascismo».
El suizo Georges Henny decidió llevar personalmente su informe sobre Paracuellos y lo que ocurría en Madrid a Ginebra. Para ello tomó un avión de la embajada francesa en Barajas camino de Francia. En el avión, un Potez 54, viajaban también dos periodistas franceses: Louis Delaprée, corresponsal del diario Paris-Soir, y André Château, de la Agencia Havas, y dos niñas españolas, María Carlota y María Dolores Cabello, que eran trasladadas a Francia por la Cruz Roja. La tripulación del avión estaba formada por el piloto Charles Boyer y el radiotelegrafista Bougrat.
Cuando el avión francés sobrevolaba la comarca de Pastrana fue derribado por dos cazas Polikarpov republicanos tripulados por los pilotos soviéticos Gheorghij Zajarov y Nicolai Shmelkov. La prensa roja, dentro y fuera de España, no perdió tiempo para denunciar a los aviones de la Legión Cóndor como culpables del derribo del avión civil francés imposible de confundir con un aparato español de combate. El doctor Henny y el corresponsal Château fueron alcanzados en las piernas, mientras que el corresponsal de Paris-Soir Delaprée quedó herido de gravedad y murió tres días después, el 11 de diciembre de 1936.
Las bolsas de lona
En la actualidad no cabe ninguna duda sobre los dos aviones que derribaron al avión francés. Andrés García Lacalle, jefe de la aviación de caza republicana, en su libro Mitos y verdades nos da los nombres de los dos pilotos soviéticos, dato comprobado por el historiador francés Jean Liron que ha confirmado las identidades de los pilotos.
Para el cónsul noruego Schlayer el ataque se produjo para eliminar al doctor Henny, quien «disponía de material acusatorio de peso, sobre todo, en lo relativo a los asesinatos de detenidos que se habían producido en el mes de noviembre», para que sus informes no llegasen a Ginebra.
Francisco Cortijo Ayuso era en 1936 médico en Pastrana por lo que acudió a socorrer a los heridos del avión diplomático francés: «(…) el aparato capotado al tomar tierra, estaba panza arriba, con las ruedas al aire (…) unos treinta impactos de bala en dos filas, que agujereaban la cabina a ambos lados de la parte central (…). Los heridos de bala eran tres hombres jóvenes; cerca, dos niñas mayores, en la primera pubertad, con lesiones pequeñas, mientras los pilotos, absolutamente ilesos, atendían y animaban a todos, después de sacarlos del avión y ponerlos en las mejores condiciones posibles. (…) Habían hecho fuego recogiendo alguna leña, aumentando la fogata con un maletín de cuero del que aún quedaba sin quemar algún trozo y restos de cartulinas de fotografías, diciéndonos que lo habían quemado por el frío ambiental y porque su contenido no tenía importancia, lo que no convenció a nadie, aunque de momento no hubo más comentarios (…). Al lado de un herido, junto a su mano, se veían dos bolsas de lona fuerte, bien atadas con cordón y candado, como dos sacos de películas aunque más pequeños que, en realidad, eran dos valijas diplomáticas (…) Al poco tiempo, ya casi de noche, se organizó un buen jaleo en Pastrana pues empezaron a llegar coches de Guadalajara y Madrid, trayendo personajes, responsables y tipos de todas clases y cataduras que, con más o menos ínfulas, mandaban, inquirían o pedían noticias a unos y otros tratando de enterarse de lo ocurrido sin faltar detalle, y entre ellos venían algunos que buscaban algo más, algo muy importante y eran los dos sacos de lona que el médico herido [el doctor Henny], al fin, confiado, me entregó y yo escondí de momento, para más tarde, cuando tuve seguridad de a quién debía entregarlo, dárselo al Secretario de la Embajada francesa, dejando defraudados a todos los demás que los deseaban (…)».
Uno de los primeros en llegar a Pastrana fue Mijail Koltsov, teórico corresponsal de Pravda y en la práctica un agente soviético, hombre de Stalin en España e impulsor de las matanzas de Paracuellos.
La información que portaba Henny era un montón de fotografías tomadas en las calles y en las afueras de Madrid de las víctimas de los paseos y asesinatos de civiles, algunos casi niños, y de militares. Su informe, de haber transcendido, habría influido de manera muy decisiva en la opinión pública internacional en favor de la causa nacional.
En Francia, desde poco antes de comenzar la guerra de España, gobernaba el Frente Popular liderado por el socialista León Blum, que solicitó explicaciones a Largo Caballero sobre el ataque a su avión, pero dispuesto a dar por buena cualquier información que le llegase de Madrid ya que era plenamente consciente de lo que estaba en juego. En una nota difundida por la Agencia Fabra el 5 de enero de 1937, el ministro Álvarez del Vayo insistía en la autoría rebelde del ataque: «En una carta oficialmente dirigida por Álvarez del Vayo al encargado de Negocios francés en Valencia, el ministro de Estado español afirma de una manera rotunda que el Gobierno legal tiene pruebas incontestables de que el avión en el que viajaba el periodista Delaprée fue agredido por un aparato rebelde y no por un avión gubernamental, como han pretendido hacer creer ciertas informaciones de la Prensa derechista francesa.
El mismo día en que se produjo el incidente –señalaba la carta de Álvarez del Vayo– y unas horas después del mismo, el aeródromo de Alcalá de Henares era atacado por los aviones rebeldes, aviones de bombardeo y de caza, entre los que indudablemente se hallaba el agresor del avión de la Embajada francesa. Una hora antes, los aviones rebeldes efectuaron un vuelo de reconocimiento en los alrededores de Pastrana».
El Gobierno español termina aconsejando al Gobierno francés que ayude a hacer una encuesta para desmentir las fantásticas informaciones publicadas por el diario fascista L’Echo de París, según el cual los gubernamentales quisieron derribar el avión de la Embajada francesa ya que en el mismo viajaba Hery (Henny), delegado de la Cruz Roja Internacional en Madrid».
Francia protestó con la boca chica y el gobierno de Valencia siguió echando la culpa a la aviación de Franco, llegando a asegurar que el doctor Hery (Henny) fue asesinado poco después por un grupo de legionarios.
Henny llegó a Ginebra coincidiendo con la llegada del ministro socialista Julio Álvarez del Vayo a la Sociedad de Naciones, donde este pronunció el 11 de diciembre un vehemente discurso contra la intervención extranjera a favor de los sublevados en España. Resulta evidente que si en aquel momento hubiese transcendido el informe de la Cruz Roja sobre las matanzas de Madrid la imagen de la República habría quedado seriamente dañada. El Frente Popular siempre ha gestionado mejor que los rebeldes la guerra de la comunicación.
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