José Utrera Molina
Existen cumbres borrascosas y cumbres tan recubiertas de cinismo que ocultan por completo la realidad. Creo que el señor Rodríguez Zapatero, anterior presidente del gobierno español, ha alcanzado últimamente las últimas cumbres del cinismo haciendo una apelación a la mesura y a la prudencia en los conflictos que actualmente y con inusitada gravedad, afectan a España. Me refiero a sus manifestaciones sobre el continuo acoso de nuestra frontera con Marruecos por parte de las mafias que comercian con el drama de la inmigración ilegal.
Al leer las declaraciones del ilustre político, me doy cuenta de que jamás tuvo verdadera conciencia de la realidad de su iniquidad. Resulta muy difícil de entender que pida mesura y prudencia, quien jamás conoció ni aplicó tales virtudes en la etapa en que rigió los destinos de España. El hombre que volvió a dividir a España entre buenos y malos, vencedores y vencidos, doblando la balanza hacia los que fueron derrotados y humillando sin piedad a aquellos que enarbolaron banderas victoriosas y hoy aparecen ante los ojos de la historia oficial como malvados y truhanes, carece de cualquier autoridad moral para dar consejos de prudencia y serenidad.
Hay ya muy pocas cosas que llegan a afectar al fondo de mi alma, pero tengo todavía la propiedad de mi indignación y cuando alguien escribe o dice instar a los españoles a un espacio de confianza, creo estar ante un panorama de cínica irrealidad. Pongo en duda la formación histórica, el rigor intelectual y el afán de concordia del señor Zapatero. Y mi juicio no tiene otra base que su propia acción de gobierno, inspirada por su profundo sectarismo y radicalidad. Llegué a pensar que el silencio mantenido desde su adiós a la política era una muestra de que por fin había llegado a un estadio de madurez intelectual, de prudencia y de sincera humildad. Pero no ha tardado mucho en romper su silencio, produciendo enorme perplejidad en el ánimo de muchos españoles que atónitos presenciamos y sufrimos los constantes desafueros y ocurrencias, los preceptos impregnados de odio y las leyes injustas que completaron su nefasta labor de gobierno.
Hay magisterios que se imponen por su verdad, que pueden resultar oscurecidos en determinados momentos históricos pero que pasado el tiempo de contienda, recobran su luz.Nada más lejos de mi intención que soliviantar los ánimos de nadie. Simplemente una chispa de fuego ha encendido mi corazón y me resisto a permanecer callado ante un alarde de cinismo sin precedentes. ¿Es posible que el hombre que abrió definitivamente la caja de pandora de la secesión nacionalista con su irresponsable gestión del Estatuto de Cataluña; el hombre cuya furia iconoclasta le llevó a ordenar el cierre de la Basílica del Valle de los Caídos por odio a su Cruz amparadora, el gobernante que batió todas las marcas de irresponsabilidad, sectarismo e ineficacia en su gobierno, se atreva aún a dar consejos de prudencia, de ecuanimidad y de serena comprensión?
Yo, al menos, quiero denunciar aquí la impostura de un gobernante, reclamando en voz alta que recobre la virtud de la prudencia y vuelva a refugiarse en el silencio. Su gobierno logró hundir económica y moralmente a España, y aunque los que le han seguido hayan respetado gran parte de su labor destructora, la gente de la calle sabe muy bien de su irresponsabilidad y en qué pozo negro ahondó sus odios hacia una parte de los españoles llevando a cabo con disposiciones legislativas aún vigentes, el oficio de destrucción más importante que registra la historia española.
Señor Rodríguez Zapatero: guarde su confianza para controlar sus todavía vigentes apetitos de revancha y muéstrese sereno para hacerse perdonar los múltiples efectos negativas que tuvo su mandato gubernamental.
España ha descubierto su cinismo y ahora lo exhibe, no como una pancarta de reivindicación, sino como una realidad que la historia recogerá algún día cuando se hayan serenado del todo las pasiones que dividieron de nuevo a los españoles.