Pedro Fernández Barbadillo
La leyenda rosa de la Transición ha cubierto a Santiago Carrillo como una manta a un bebé. Hablar de su pasado anterior a 1975 ha sido hasta hace poco de mal gusto, aunque hubiese sido un mantenido de los genocidas Stalin y Ceaucescu y un admirador del norcoreano Kim il-sung, y muchos antiguos camaradas le acusasen de haber entregado a rivales suyos en el PCE a la policía franquista.
Sin embargo, a su vida no le pegan adjetivos como los de ejemplar, modélica, pacífica y conciliadora. En 1933 se le encargó la dirección del órgano de prensa de las Juventudes Socialistas, el periódico Renovación, desde el que azuzó los odios que condujeron a la guerra. Uno de los artículos publicados en Renovación fue el “Decálogo del joven socialista”, una apología de la violencia y el terrorismo. Reproduzco dos de esas órdenes, la octava y la décima:
La única idea que hoy debe tener grabada el joven socialista en su cerebro en que el socialismo sólo puede imponerse por la violencia, y que aquel compañero que propugne lo contrario, que tenga todavía sueños democráticos, sea alto, sea bajo, no pasa de ser un traidor, consciente o inconscientemente.
Y sobre todo esto: armarse. Como sea, donde sea y por los procedimientos que sean. Armarse. Consigna: Ármate tú, al concluir arma si puedes al vecino, mientras haces todo lo posible por desarmar a un enemigo.
En sus libros de memorias (varios, como corresponde a un comunista, adaptados a las necesidades de cada fase histórica) jamás calificó la Revolución de Octubre de 1934 como golpe de estado o sublevación, sino como huelga revolucionaria preventiva (como las guerras de George Bush) contra el proyecto de implantar el fascismo que, según la doctrina del PSOE y del PCE, tenía el Gobierno de los radicales de Alejandro Lerroux y de los democristianos de José María Gil-Robles.
En julio de 1936 estalló la guerra por la que tanto habían clamado en mítines y artículos él y sus camaradas, como Francisco Largo Caballero.
Pese a que a tenía 21 años (nació en enero de 1915), Carrillo hizo valer su importancia como fidelísimo peón de Moscú y del politburó del PCE para escalar puestos burocráticos, a la vez que evitaba ser movilizado militarmente. Cuando el Gobierno republicano huyó a Valencia, se formó la Junta de Defensa de Madrid, en la que Carrillo desempeñó la consejería de de Orden Público, como representante de las Juventudes Socialistas Unificadas. En esos meses se perpetraron las matanzas de Paracuellos del Jarama y siguieron funcionando las checas. Numerosos historiadores, como Ricardo de la Cierva, César Vidal, Ángel David Martín, Pío Moa, Paul Preston y Jorge Martínez Reverte, le han atribuido responsabilidad por acción en esos miles de asesinatos.
Así, Carrillo fue de los escasos jóvenes españoles que pasó los tres años de guerra sin pisar un frente de batalla.
Después de ser descabalgado del PCE y perder su escaño en 1982, Carrillo se dedicó a aparecer en los medios de comunicación como tertuliano, pero la llegada al poder por elección de los españoles del PP le quitó su máscara de abuelo bonachón y empezó a acusar a la derecha y la Iglesia de querer una nueva guerra. Fue el héroe adecuado para la memoria histórica.