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Alex Navajas
Este ex empresario dejó las finanzas para ingresar en el seminario pasados los 40 años de edad. José Luis Alfaya (Granada, 1944) tiene en su haber varios libros; uno de ellos, Como un río de fuego, se ha convertido en una obra fundamental, rigurosa y documentada para conocer cómo se desarrolló la terrible –y ocultada– persecución religiosa en el Madrid de la Guerra Civil.
– ¿Qué fue lo que le llamó la atención para profundizar en ese tema?
–Yo no tenía de entrada un especial interés por la Guerra Civil. Pero estaba realizando mi doctorado en la Universidad de Navarra y un excelente profesor de Historia de la Iglesia, José María Revuelta, me propuso que, como me iba a ir a Madrid a vivir, investigara toda la documentación que estaba archivada en el arzobispado sobre lo que ocurrió con el clero secular de la capital durante la contienda. «No sé lo que hay, pero tú vete a ver si encuentras algo que sea interesante», me dijo el profesor Revuelta.
– ¿Y lo encontró?
–Descubrí un tesoro. Un tesoro inédito de cómo había sido la revolución, porque fue una revolución marxista apoyada por elementos socialistas que se convirtió después en una persecución religiosa. Había mucha documentación desconocida sobre los sacerdotes que habían muerto mártires en esa persecución. Me hice con una maleta realmente grande de documentos inéditos.
– Material que plasmó en su tesis doctoral sobre la persecución religiosa en Madrid durante la Guerra Civil…
– Así es. Y, entonces, el propio presidente del tribunal, don Federico Suárez, me persiguió: «Tienes que publicar esto, esto tiene que difundirse, la gente lo tiene que conocer». Tardé mucho tiempo en hacerlo. De hecho, cuando me presentaba a una editorial con el tocho ya preparado para publicarlo, me decían que, en fin, que el libro era muy políticamente incorrecto.
– De toda la información inédita que encontró, ¿qué fue lo que más le llamó la atención?
– En general, todo lo que ocurrió desde el 17 de julio hasta mediados de agosto de 1936: se desarrolló una persecución violenta contra todo lo que era cristiano, no solamente contra los sacerdotes.
– ¿Algún episodio en particular?
– Sí. Por ejemplo, lo que le ocurrió a un católico normal, fiel, de Acción Católica. Trabajaba en una sociedad de seguros, La Estrella. Uno de sus compañeros, por envidia, según parece, lo denunció por católico. Lo detuvieron y desapareció. Al concluir la Guerra Civil, un hijo de este creyente denunció el hecho y detuvieron al culpable y lo interrogaron. La mujer del desaparecido le decía: «Yo le perdono; si usted ha matado a mi esposo, yo le perdono. Pero, por favor, dígame dónde está enterrado para ir a rezarle». El hombre no quería decir nada hasta que, al final, lo reveló: «Mire, señora, es que su marido no está enterrado en ningún sitio. A su marido lo devoraron las fieras del Parque del Retiro (que era en donde estaba el zoológico entonces)». Se descubrió que la forma de acabar con muchos de los presos era arrojando sus partes descuartizadas a las fieras del Retiro. Esto causó una total sensación, porque no había trascendido apenas el tema, pero lo cierto es que está documentado.
– Un capítulo estremecedor. Y desconocido…
– Ya desde el primer momento, incluso antes del alzamiento nacional, comunistas, socialistas y anarquistas iban a por las iglesias, a por el seminario, la catedral de San Isidro… Esta última estuvo ardiendo tres días, desde el 17 hasta el 21 de julio. Pero el objetivo era, sobre todo, destruir los restos de San Isidro. En 1931 ya lo intentaron. Por eso, los capellanes de la catedral escondieron los restos del santo junto con los de Santa María de la Cabeza y algunas obras de arte tapiados en un lugar secreto.
– ¿Y qué ocurrió?
– Cuando terminó la guerra, el obispo Leopoldo Eijo y Garay quiso ir a ver si se había conservado la urna de San Isidro. Llegaron a descubrir dónde estaba. Vieron que había habido intentos de destruir la pared donde se ocultaba y comprobaron que la urna con los restos estaba intacta, a pesar de haber permanecido incandescente aquella zona durante tres días. Los anarquistas, incluso, habían impedido que los bomberos apagaran las llamas. Fue milagroso, porque dentro de ese fragor tremendo de calor y de escombros se mantuvo intacta.
– ¿De dónde venía ese odio a la Iglesia que les reconcomía?
– Se había larvado desde mucho tiempo atrás, cuando fueron entrando las ideas marxistas. Por eso se cantaba a favor de Rusia y de su sistema. Era por la ignorancia que tenía el mundo obrero. Más que culparles por odio, hay que entender que esa ignorancia se había contagiado a partir de todo lo que había ocurrido en Rusia desde el 17. Y situaron como chivo expiatorio a la Iglesia católica. Eso, junto a la pobreza y la miseria de entonces, creó un clímax de persecución auténtica. Era temerario ir con sotana por la calle.
– Según sus investigaciones sobre la persecución religiosa en Madrid, ¿a cuántos sacerdotes asesinaron?
– Antonio Montero, que fue el pionero en investigar todos los datos referidos a la persecución religiosa de los años 30 en España, hablaba de unos 350 sacerdotes seculares asesinados en Madrid, sin incluir a los religiosos. Yo, con toda la documentación que fui encontrando en el archivo del arzobispado, llegué a contabilizar hasta unos 450. O sea, que era un número bastante notable y, además, pude documentar casi todos los casos, detallando dónde estaban cuando murieron, cómo fueron asesinados y quiénes eran. Muchos de esos datos han servido para los procesos de canonización posteriores. Y hay una circunstancia más muy concreta a tener en cuenta, y es que no hubo un solo apóstata.
– ¿Cómo eran asesinados?
– A los sacerdotes de los pueblos los perseguían por el campo. Algunos vecinos los descubrían y les delataban. Los perseguían como si fuesen bichos, animales. Y los remataban. Los tiraban a una zanja o les hacían verdaderos sacrificios.
– ¿En su libro llega usted hasta las matanzas de Paracuellos de noviembre de 1936?
– Sí, y además muestro la relación de las personas que fueron asesinadas allí, porque eso lo tenían documentado. De hecho, unos documentos que aporto, porque me llamaron la atención, estaban firmados por Santiago Carrillo. Eran las listas de los destinados a Paracuellos.
– Queda, por tanto, claramente demostrado que Carrillo sí fue uno de los mayores responsables de Paracuellos…
– Sí, queda demostrado por escrito, además. Él era el consejero de Orden Público de Madrid y, por lo tanto, el que regía todos esos destinos. En el libro también hablo de las cárceles, las checas. Otro capítulo que es impresionante trata sobre la gente que pudo refugiarse en las embajadas. Hay casos heroicos de diplomáticos que presentaban la documentación ante el Ministerio del Interior para que les dejaran sacar refugiados y llevarlos a otros países.