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Fernando Vizcaíno Casas
El asesinato de García Lorca fue una total monstruosidad (como todos los asesinatos) y no tiene posible justificación (como ningún asesinato). Pero, desde un principio, se presentó como un crimen del Estado franquista, lo cual ya no es cierto. Primeramente, porque cuando se produjo, todavía no existía Estado ni siquiera Gobierno en la zona nacional. Históricamente ya no es ni discutible que aquella vileza fue obra de un pequeño grupo de incontrolados, tolerada por la incompetencia del gobernador civil de Granada, en circunstancias de total aislamiento con los mandos franquistas.
No trato con esto -quede claro- de disminuir ni, menos aún, de justificar el vituperable asesinato. Pienso, únicamente, en los inacabables alegatos que hemos leído últimamente (por ejemplo) para dejar a Santiago Carrillo al margen del holocausto masivo de millares de españoles en Paracuellos del Jarama. Y eso que las circunstancias fueron muy distintas. Carrillo ejercía la máxima autoridad en materia de Orden Público en el Madrid sitiado, que se regía por una Junta de Defensa, en contacto inmediato con el Gobierno, trasladado a Valencia. Tampoco fue un fusilamiento aislado, sino multitudinario. Y, sin embargo, los mismos que responsabilizan de él a grupos incontrolados, cargan la culpa del crimen de Víznar al régimen de Franco. (Que entonces no existía.)
Pero hay algo más grave en este luctuoso hecho: la capitalización por el marxismo de la figura de García Larca. Cuando quienes le conocieron y gozaron de su amistad y de su frecuente relación, saben de sobra que Federico era ajeno a la política; que incluso había hecho constar más de una vez su irritación por ser usado con fines publicitarios (así, cuando Izquierda Republicana le organizó un homenaje); que, sintiéndose plenamente identificado con el pueblo que, en Andalucía, sufría toda clase de abandonos, jamás hizo de ello bandera en favor de ningún partido. Pertenecía a la clase media y sus hábitos eran burgueses (en el mejor sentido del concepto). Y de su total independencia ideológica da fe su relación con José Antonio Primo de Rivera, a quien incluso hizo un donativo en metálico para las necesidades de la Falange.
(Me remito al testimonio personal de Liliana Ferlosio, viuda de Rafael Sánchez Mazas)