… Pero sobradamente rencorosos

Isabel San Sebastián  
ABC 
 
 
 
   Se ha equivocado Albert Rivera vinculando regeneración democrática con personas nacidas después de la Transición. Y no solo por haber ofendido gratuitamente a veinte millones de votantes no incluidos en esa categoría, como se han apresurado a recordarle todos los adversarios que se sienten amenazados por el auge de sus siglas, desde la derecha del PP a la ultraizquierda de Podemos, jubilosamente acogidos a esa metedura de pata, sino porque espíritu democrático y juventud no son conceptos que vayan necesariamente de la mano. De hecho, la España actual constituye una demostración patente de lo contrario.              
 
   Basta darse un garbeo por las redes sociales o escuchar las intervenciones públicas de ciertos líderes de opinión, garantes de grandes audiencias en televisión, para constatar hasta qué punto ha calado el veneno del odio retrospectivo en gentes crecidas al calor de las libertades, el pluralismo y los derechos amparados por la Constitución del 78. Gentes por completo ajenas a cualquier forma de represión y, sin embargo, sobradamente imbuidas de rencor. Gentes a las que el nombre de Franco no se les cae de la boca, pese a carecer de la menos experiencia sobre lo que supuso ese régimen e ignorar por completo el colosal esfuerzo colectivo merced al cual la sociedad española logró construir una democracia homologable a las más avanzadas del mundo, sin más sangre que la derramada por los terroristas. Mentes intoxicadas por una ponzoña heredada o resucitada interesadamente con afanes espurios. Gentes enfermas, henchidas de un revanchismo injustificado, extemporáneo e incompatible con los valores sobre los que se levantan las naciones de ciudadanos libres.  
   
   Se ha equivocado Albert Rivera, seguramente en razón de su propia juventud y desde la ingenuidad, acaso por desconocer en carne propia lo que significaron esas años en los que España salió del ostracismo internacional y la obsolescencia política arrastrada durante siglos para incorporarse finalmente al contexto histórico que le era propio. Los protagonistas de ese viaje, quienes, en mayor o menor medida y desde distintas esferas profesionales, contribuimos a colocar a este país en su sitio devolviéndole el orgullo que otros le habían robado, no podemos hacernos responsables del saqueo generalizado al que se han dado después de algunos desaprensivos. Demasiados, es verdad, y encuadrados en cada una de las formaciones que han tocado el poder suficiente como para abusar de nuestra confianza, pero no representativos del conjunto de los españoles. Porque tampoco los ladrones, mentirosos, prevaricadores, traidores a sus promesas o a sus programas son ni han sido siempre “viejos” mayores de cuarenta años. Los hay de todas las edades, en todos los partidos y con un único elemento común: la falta de escrúpulos, de palabra… En definitiva, de honor.              
 
   Si una cosa buena tuvo la España de la Transición fue la conciencia generalizada de que algo muy importante nos traíamos entre manos. Algo tan esencial como para olvidar el retrovisor y mirar juntos hacia adelante. Desde entonces sabe Dios qué engranaje ha fallado clamorosamente para que una porción tan significativa de nuestra juventud viva instalada en el pasado, mascando venganzas a destiempo por hechos que ya están superados. Tal vez deberíamos recapacitar, recuperar la motivación que nos llevó en aquellos días a caminar codo con codo y replantearnos la clase de Educación que nos ha traído hasta a donde estamos. Reforzar la estructura del edificio sin dañar unos cimientos sólidos.
 

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