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Luis Cano Portal
Boletín Informativo FNFF nº 14 Abril 1980
Para mí, Francisco Franco Bahamonde era un elegido de Dios. Irrepetible, dijo de él en la mañana del día de su fallecimiento, para desgracia de España y de los españoles, el que era Presidente de su Consejo de Ministros. Las cosas que están ocurriendo en España desde que muriera el Caudillo ponen de manifiesto evidente su excepcionalidad, que ya dice mucho de su talla de estadista y de sus condiciones de buen gobernante.
Pero no sólo esta evidencia de su personalidad y de su talla política es grandiosa. Hay algo más que aún lo hace más inolvidable. Ya no es sólo su obra de gobernante la que glorifica su persona. Hasta qué punto llegaría su honestidad, inteligencia y buen quehacer lo revela el hecho incontrovertible de que cuando desaparece y se abren las cloacas políticas, las alcantarillas de la podredumbre social y so pretexto del ejercicio de la libertad salen a la superficie no sólo las miasmas y olores de esas sucias cloacas sino lo que es peor, las figuras de los enanos de la política, la pluma, el comentario insidioso, el veneno del revanchismo, el odio de los enemigos, los profesionales de la mentira y la calumnia, resulta que han pasado cuatro años y, todavía, está por ver que esos reptiles humanos hayan podido encontrar en toda su vida— la anterior como militar sin tacha, la posterior de Generalísimo de Ejércitos en campaña y la fecunda de gobernante de una Patria a la que sacó de la miseria y elevó a las más altas cumbres—una sola falla en la que pudieran hendir la puñalada de sus perversas intenciones o verter en ella la baba de su veneno.
iÉsta es y será la mejor credencial de lo que FRANCISCO FRANCO era!
Todavía no había llegado a la adolescencia cuando comenzó a sonar en mis oídos el nombre de Franco. Ocurría allá por el año 1921. En el verano de ese año, España pasaba por la tristeza y amargura de ver como Melilla y el territorio de su Comandancia General se cubrían de sangre, que hubiera podido ahorrarse si los partidos políticos y sus capitostes hubieran sido más perspicaces de lo que demostraron ser.
Ellos, negándoles a los hombres de armas que eran los que entendían el problema porque le temían a las masas extremistas izquierdistas, los medios que solicitaban para acabar con la rebeldía de Marruecos, fueron los culpables de aquel desastre y del luto llevado con él a tantas familias españolas.
Pues bien, aquel triste verano, un Comandante de 28 años, llegaba a bordo del “Ciudad de Cádiz” al puerto de Melilla mandando la I Bandera de la Legión. Desembarca y en el mismo puerto arenga a sus legionarios, desfila por la Avenida del General Chacel, arteria principal de la Ciudad, y marcha directamente a batirse con el enemigo. Melilla, que creía había llegado su última hora, que temía verse arrasada por la Harka de Abdelkrim, levanta su ánimo y se con-vierte en otra. Había sido FRANCO con su fisonomía de niño en cuerpo quizá endeble pero con corazón de gigante, el que obró el milagro. Franco se convertiría a partir de aquel día 23 de Julio de 1921 en el artífice del restablecimiento del honor militar maltrecho en la Rota de ANNUAL y en el protagonista de toda la reconquista del territorio melillense.
A partir de aquel día 23 de Julio, Franco iba a ser la panacea de cuantos problemas surgieran en Marruecos. A partir de ese día, Franco se transformaría en héroe nacional, pero todavía habrían de pasar quince años para que pudiera dar toda la dimensión del coloso que llevaba dentro de su persona. Recién ascendido al Generalato, otro gran gobernante al que todavía España no ha pagado en gratitud su obra pacificadora de Marruecos como merecía, el General Primo de Rivera, le confía la misión de organizar y dar vida a la nueva Academia General Militar, que sitúa en Zaragoza a orillas de ese gran río que da nombre a nuestra Península, el Ebro. Franco ha de partir de cero, como de cero partió el año 39 para levantar a España. La primera Promoción de Cadetes que recibe en el Campo de San Gregorio todavía no tiene edificios donde alojarse. Tres promociones pasan por su Mando y Dirección de la Academia. De lo que fueron esas tres Promociones formadas por Franco hablan, para atestiguar su bondad, los Cementerios de toda la geografía española donde reposan los restos de más del 60% de sus componentes caídos en lucha durante nuestra guerra de Liberación de España contra el Comunismo Internacional. Franco les imprime eso que se ha dado en llamar carácter. Son sin duda alguna, aunque como en toda colectividad saliera algún garbanzo negro que precisamente por serlo son despreciables, lo mejor de la juventud de aquel tiempo. ¡Son los Cadetes de Franco!
Franco, Soldado de cabeza a los pies, imbuye en ellos el mejor concepto del honor, de la disciplina, de la honestidad, del valor, del estudio, que son las mis-mas virtudes que él posee a raudales. Y cuando la malhadada II República suprime, por afán de revancha y de odios hacia todo lo castrense la Academia General, temiendo sin duda de que Franco siga produciendo alevines de su colosal talla militar, Franco se despide de sus Cadetes con una Orden antológica, que al día siguiente se convertiría en ejemplo de lecciones de moral militar.
El carácter de Franco no se aviene a que pueda incluírsele en el aluvión de acomodaticios, de cómodos vividores de una situación, que prefieren convivir antes de que se les prive de las ventajas de su cargo. Franco es antes que nada español, Franco es militar, Franco no puede ser acomodaticio. Por ello, por ser soldado agota todos los resortes que están a su alcance para advertir a aquellos locos que nos gobiernan de los peligros que su política puede llevar a nuestra España. En esta línea de conducta honesta de soldado, escribe al Ministro de la Guerra una carta que además de advertencia severa es todo un programa de gobierno a seguir respecto a los Cuadros de Mando del Ejército. Y cuando ve que no se le hace caso, ya no le importa entrar en la conjura de los militares de honor que no están dispuestos a consentir que se siga desmantelando a España. Es la carta que desde Tenerife escriba al siniestro Casares Quiroga.
Franco había formado su carácter en la adversidad. De niño conoció y vivió en su ciudad natal, marinera y militar, los tristes destinos de una Patria a la que la traición extranjera de una parte y la mala administración de los gobernantes propios de otra, habían llevado al desastre colonial. Franco supo imbuir ese carácter a la juventud que se le entregó y les dio impulsos de moral y arrestos para que supieran hacer del deber un credo y desdeñaran siempre sus derechos en bien de la Patria. Esos arrestos de moral consciente y renuncia a derechos, que a él le llevaron cuando sólo tenía 19 años, a cumplir con su deber en tierras de Marruecos donde en fuerzas de élite, los Regulares, son los que le hacen distinguirse, en un Cuerpo donde todos son magníficos Oficiales, desde el primer día que entra en fuego. Ese mismo sentido del deber que le lleva cuando ya es Comandante a acudir a la llamada que le dirige otro hombre excepcional por sus dotes y capacidad de organización, Millán Astray, a organizar y formar la 1 Bandera de la Legión.
En ese yunque de la adversidad sobreponiéndose siempre a las contrariedades, enfrentándose a las más difíciles circunstancias, el joven Jefe que era Franco, fue templando su carácter para hacerlo firme y maleable como el acero que dice la tradición no conocía mejor baño que las aguas del Tajo, río a cuyas orillas él se formó como militar.
Quizá fuera premonición el homenaje que sus compañeros de la XIV Promoción del Arma de Infantería le rindieran el día que alcanzó el empleo de General cuando acababa de cumplir los 33 años. Le regalaron en una Acto que se celebró en el Alcázar de Toledo una espada que era reproducción de la que en vida usara un legendario Infante de los Viejos Tercios de España, que se llamó Mondragrón. En la dedicatoria decían sus compañeros:
«Cuando el paso por el Mundo de la actual generación no sea más que un comentario breve en el libro de la historia, perdurará el recuerdo de la epopeya sublime que el ejército español escribió en esta etapa de la vida de la Nación; y los nombres de los caudillos mas insignes se encumbraran gloriosos y, sobre todos, se alzará triunfador el General Francisco Franco Bahamonde, para lograr la altura que alcanzaron otros ilustres hombres de guerra, como Leiva, Mondragón, Valdivia y Hernán Cortes…»
Indudablemente la XIV Promoción de Infantería se adelantaba a la historia. Muchas veces en su larga carrera militar Franco había dado pruebas de su firmeza de carácter pero quizá la vez que demostró con largueza esa renuncia al desánimo que en definitiva es el carácter, sin renuncia a la reflexión, al juicio claro, ni a la energía para mantener una decisión cueste lo que cueste, fuera el día 25 de Julio de 1936. Lo que voy a contar no es conocido de muchos españoles, pero es revelador de las excepcionales condiciones de mando que Franco poseía.
El 25 de Julio del 36 la situación en el campo nacional no era demasiado halagüeña. Por referirme sólo a las ciudades más importantes recordaré que Sevilla, todavía, aunque dominada, no estaba enlazada al resto de las ciudades donde había triunfado el Alzamiento. Córdoba, Granada y Cádiz si bien eran nuestras estaban aisladas. Málaga se había perdido, igual que Almería y Jaén. Todo Levante estaba en poder del gobierno de Madrid. De Extremadura, sólo Cáceres era nuestro. Del Norte, Guipúzcoa, Vizcaya, Santander y Asturias, eran campos de victorias marxistas. En el Sistema Central dominábamos una estrecha franja de los Puertos de Somosierra y Guadarrama y se combatía en Balsaín a las mismas puertas de La Granja.
El gobierno de Madrid lanzó todas sus fuerzas contra el Puerto de Guadarrama al mismo tiempo que otra masa de milicianos atacaba el de Somosierra. Las pérdidas de las pequeñas columnas nacionales que se habían apoderado de esos dos puertos eran elevadísimas. En las primeras horas de la tarde de ese día 25 de Julio se recibió en Tetuán un telegrama cifrado del General Mola, Jefe del Alzamiento en el Norte, dirigido al General Franco que decía lo siguiente:
“General Mola a General Franco, Jefe del Ejército de África
Ante situación insostenible en los puertos de la Sierra, bajas sufridas y escasez de reservas, solicito permiso para retirarme a línea del Duero, donde ya he enviado Oficiales de mi Estado Mayor a reconocerla”.
El Oficial de Estado Mayor de Tetuán que lo descifró, tan pronto lo tuvo en claro lo llevó al General Franco. Este, sin comentario alguno, extendió durante unos minutos sobre su mesa el plano que tenía en su despacho, una vulgar guía de carreteras y, dirigiéndose al Capitán de Estado Mayor que aguardaba respuesta, le dijo:
«Tome nota. Conteste a este telegrama con el siguiente: “Acuso recibo de su telegrama. Prohibido terminantemente maniobra retrógrada alguna. Más fácil es defenderse en los puertos de la sierra que en los pasos del Duero, con pérdida de moral. Espero que todos cumplan con su deber».
¡Sin comentarios! Carácter y muy firme había que tener en aquellos momentos para concebir tal orden. Si las fuerzas de Mola hubieran abandonado los puertos de la sierra habría sido la entrega al enemigo de toda la meseta de Castilla la Vieja y el desmoronamiento de todo. Se hacía preciso resistir y resistir para dar tiempo a que las Unidades del Ejército de África pasaran a la Península e inclinaran la balanza, más que por su número por su calidad indudable de fuerzas muy hechas y aguerridas, ante las hordas de milicianos rojos. Esta decisión se ligaría días más tarde a otra importantísima también tomada por Franco cuando en contra de la opinión y parecer de los miembros del Consejo de Guerra que convoca y del informe de su asesor naval, ordena el día 5 de Agosto la salida de Ceuta del Convoy de la Victoria que pone sobre el muelle del puerto de Algeciras unas Unidades de la Legión y Regulares con Artillería y Servicios, que emprenderían inmediatamente el avance sobre Madrid.
Al General Franco le urgía poner en la Península un refuerzo sustancial que pudiera dar respiro a los escasos núcleos de tropas que luchaban en varios frentes y a los que no bastaba el envío a diario desde Tetuán y por avión de pequeños efectivos. Por ello, porque como General en Jefe sabia lo grave de la situación y de su remedio inmediato, dictó primero el telegrama al General Mola y después, en cuanto pudo, ordenó el paso del Convoy.
Un hombre de este temple, de esta energía, de este carácter había de dar pruebas de su educación y formación profesional hasta para morir. Su lucha con la muerte no era nueva. Con ella luchó siempre y, la venció, hasta que Dios dispuso de él.