Gila, por Ángel Palomino

Ángel Palomino

ABC

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Deliberadamente he dejado pasar los días de duelo y lágrimas por respeto al difunto Miguel Gila, a quien tanto admiré por su talento y su enorme capacidad para transmitirnos ese humor limpio, sorprendente e inteligente en cualquiera de las edades del hombre. Un humor tan mondo y nítido que ni siquiera parece intelectual. Y lo es: surrealista.

 

El primer libro de Gila – una antología editada por Taurus- lo prologué yo. Y en él referí que en las noches de España, un día de cada semana, las calles quedaban desiertas como si un ángel-escoba hubiese pasado llevándose por delante automóviles y peatones. El ángel era la radio y estaba anunciando:

-Hoy toca Gila.

 

Miguel Gila se ponía ante el micrófono y metía a la gente en casa. A toda la gente; nadie quería perdérselo.

 

Este es mi homenaje a la memoria del actor-humorista (sí, era humorista; no contaba chistes) con mi reconocimiento por el bien que nos ha hecho en su larga carrera, y por un pequeño cuadro que tengo en mi despacho. Uno de médicos: el paciente metido bajo campana de campanario. El médico, caraboniato narizotas, con un martillo picapiedra entre manos, dice: “ahora vamos a ver si de verdad es sordo”.

 

Durante los días de duelo se han producido las habituales manifestaciones de simpatía y admiración; afecto, miradas a lo alto –“sé que estás por ahí, Miguel hermano”- y chistes telefoneando a Dios para preguntarle por Gila, o a Gila dándole recados para Dios.

 

Pasadas esas horas de dolor y panegírico, los biógrafos y documentalistas de prensa, radio y televisión deberían ahora, sin prisas, estudiar la asignatura: han creado un Gila tan virtual como las guerras, las operaciones quirúrgicas o los diálogos telefónicos que nos contaba.

 

A Gila nadie –ni borracho ni sereno- lo fusiló, nunca estuvo en la cárcel y nunca fue exiliado político. Como él, en uno de sus monólogos más divertidos, Radio Nacional y TVE podían haber iniciado sus necrológicas con estas palabras: “Miguel Gila nació porque su madre había salido a pedir perejil a una vecina. Bajó, y se lo dijo a la portera: “Oiga, que he nacido y mi madre no está en casa. Soy niño”.

 

Apenas tenía diecisiete años cuando empezó la guerra y no ha contado formalmente lo que hizo aquellos días. Nunca se alistó en el 5º Regimiento, el de Líster, aunque lo haya dicho o haya dejado que lo digan, pero, puesto a “ubicuar”, con ocasión de un homenaje a Dolores Ibárruri (“Informe Semanal”, 14-07-01) declaró: “Fui a alistarme a las Milicias Populares y me destinaron, afortunadamente, al 13º Regimiento, Batallón Pasionaria”. No consta.

 

Terminada la guerra, los mozos que habían estado en la zona republicana y no eran prisioneros acusados  de presuntos delitos fueron movilizados y a Miguel Gila lo destinaron al Regimiento de Infantería de Toledo, en Zamora. Cayó muy bien; pronto era chófer el coronel, cargo de confianza  en el que se ganó muchas amistades y simpatías. Allí empezó a colaborar en Radio Zamora y en el periódico “Imperio” (Prensa del Movimiento), lo que aumentó su popularidad. Ingresó en la Organización Sindical como funcionario del sindicato relacionado con el trigo y el pan.

 

Se ha dicho en la Televisión del Estado que esos años los pasó “en diversas cárceles franquistas y desde una de ellas empezó a colaborar en La Codorniz”. Justamente, en esa época de periodista y funcionario sindical inició su colaboración en el semanario de humor, lo que le animó a buscar trabajo en Madrid, a donde se trasladó acompañado de su primera esposa. El zamorano Carlos Pinilla, subsecretario que fue de Girón, le ayudó proporcionándole trabajo en el diario “El Alcázar”. Sus amigos y compañeros de Zamora le despidieron con una comida-homenaje; el diario “Imperio” informó del acto en crónica titulada: “Adiós al camarada Gila”. Durante su época zamorana pronunció un pregón de fiestas, y en la Semana Santa participaba como penitente en la Cofradía de Excombatientes. Estas fueron sus prisiones.

 

Nunca fue exiliado político. Marchó a América en pleno éxito, cuando su primera esposa dio en perseguirlo acusándolo de adulterio, tan mal visto entonces. Durante esos años venía libremente a España, donde su fama crecía gracias, entre otras cosas, a la televisión y al famoso anuncio de Filomatic y el gustirrinín. Cuando acá llegó la democracia siguió viviendo allá hasta 1985.

 

A los biógrafos no les salían las cuentas, ignoraban los años de Zamora; peliaguda incógnita; si no estaba en Madrid, en algún sitio tenía que estar. Solución: la cárcel.

En “La Codorniz” si estuvo preso: en la “Cárcel (o en la Comisaría) de Papel”, motivo por el cual quedaron lamentablemente rotas sus relaciones con el semanario y con Álvaro de la Iglesia.

 

Vivimos una época de escaso rigor informativo y a Miguel Gila se le ha premiado su brillante carrera artística con alabanzas justas –que no necesitaban disparatadas biografías- sin que nadie, absolutamente nadie, añadiese a los normales y merecidos elogios alguna rectificación.

 

Me sumo a los elogios, pero sugiero que se corrijan en los archivos de agencia Efe y RTVE –que son del Estado- los errores que en los días pasados dieron lugar a historiales tan chapuceros. Estas biografías sí parecen balas disparadas por beodos.

 

Un respeto. A Gila y al lector.

 

 

 


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