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En la primera parte de este trabajo explicamos cómo el periodista norteamericano John T.Whitaker fabricó una de las mayores mentiras sobre los sucesos de Badajoz (John T. Whitaker o como construir una mentira sobre las “matanzas” de Badajoz).
En esta segunda parte traemos a colación los verdaderos motivos políticos y propagandísticos que le llevaron a escribir sobre su breve pero intensa experiencia en la Guerra Civil española, en su libro CANNOT ESCAPE HISTORY (No podemos escapar a la historia), publicado en 1943, en Nueva York, por la editorial The Macmillan Company. Contaba el libro con 374 páginas de las cuales muy pocas están dedicadas a España.
El título proviene de uno de los discursos de Abraham Lincoln («Ciudadanos compañeros, no podemos escapar de la historia…»), pronunciado en el congreso de los Estados Unidos el 1 de diciembre de 1862. Viendo el texto de Lincoln comprenderemos mejor el propósito del periodista y escritor norteamericano:
Fellow-citizens, We cannot escape history. We will be remembered in spite of ourselves. No personal significance or insignificance can spare one or another of us. The fiery Fix this texttrial through which we pass will light us down in honor or dishonor to the latest generation […] We — even we here — hold that power and bear the responsibility.
Conciudadanos nosotros no podemos escapar del juicio de la historia. Nosotros, los de este Congreso y los de esta Administración, seremos recordados aunque no queramos Ninguna significación personal, o insignificancia, de cualquiera de nosotros será pasada por alto La difícil prueba que estamos atravesando nos iluminará, honrosa o deshonrosamente, hasta la última generación […] Nosotros -siempre nosotros, los que estamos aquí- ostentamos el poder y cargamos con la responsabilidad.
Whitaker quería denunciar, con su libro, que era imposible que los Estados Unidos de América pudieran eludir sus responsabilidades mundiales cuando una Guerra Mundial estaba asolando el mundo. Al igual que su amigo y colega Jay Allen deseaba que su país despertase ante la amenaza del nazismo. A todo esto, hay que recordar que EEUU entra en el conflicto en diciembre de 1941 y solo después que la aviación japonesa atacara la flota del Pacífico en Pearl Harbor.
En la primavera de 1941, Whitaker esta obsesionado con una idea: que los nazis invadirían España y Portugal. De igual parecer era el corresponsal de la CBS, Harry Flannery, añadiendo que también serían invadidas las islas Azores y Canarias.
En un despacho escrito para el New York Post, nuestro personaje opinaba que estaba totalmente seguro de la inminente ocupación alemana de Francia, España, Portugal y el norte de África salvo que EEUU entrara en Guerra y se uniera a Gran Bretaña para luchar contra el fascismo. Estaba firmemente convencido que las fronteras de Estados Unidos comenzaban en las Playas de Omaha y que su país no se podía refugiar en su aislacionismo secular para no intervenir en asuntos externos.
Había que despertar conciencias en EEUU y qué mejor que escribir sobre su experiencia europea antes del inicio de la II Guerra Mundial .Para ello se lanza a escribir sobre lo que ha oído, ha visto y le han contado. Desde 1931 había sido corresponsal itinerante para el Chicago Daily News y el New York Herald Tribune en Europa, el Cercano Oriente y América del Sur. Fue expulsado de Italia en 1941. Fue uno de los pocos que pronosticaron la invasión de Alemania a la Unión Soviética y esa experiencia personal la expone en su libro. Por su obra pasan los principales dirigentes europeos: Hitler, Mussolini, Franco…
Paso a paso, traza lo que para él supone «la desintegración política y la confusión moral» que marcó la retirada de las naciones europeas ante la presión de la Alemania nazi .Una situación que los países europeos no quisieron ver hasta que fue demasiado tarde. Whitaker sostiene que los hombres de estado europeos cerraron los ojos a los acontecimientos y trataron de escapar a la historia, pero su país no podía hacer dejación de su compromiso para con la libertad y la lucha contra el fascismo. El honor y el deshonor de los gobernantes juegan un papel relevante en su trabajo y sobre todo cómo juzgaría la Historia a los regidores de su país ante unos acontecimientos que cambiarían la historia de Europa. Esa es la motivación principal que le llevó a escribir este libro.Aquí entra en juego España. El régimen de Franco había declarado su neutralidad pero había decidido enviar a la División Azul para combatir el comunismo como fórmula para corresponder a la Alemania Nazi por su ayuda en la Guerra Civil. Pese a ello y, como hemos dicho, había temores fundados de una invasión nazi, por la importancia estratégica de la Península Ibérica. España no podía caer en manos de los nazis y qué mejor que atacar a uno de los generales franquistas más proclives al Eje; Juan Yagüe Blanco. El generalato español estaba divido entre los germanófilos y anglófilos como el general Beigbeder. Whitaker temía que esa ayuda puntual se transformase en una política de colaboracionismo sin ambages a favor del Eje. Y, por eso, en su trabajo será inmisericorde con los militares pro-nazis españoles. No hay que olvidar tampoco que John T. Whitaker llegó a ser, durante la II Guerra Mundial, coronel del servicio de inteligencia del ejército norteamericano. La guerra de la propaganda entra en juego y había que denunciar lo “inhumanos” que habían sido los militares que se alzaron contra el gobierno del Frente Popular y el pueblo español evidentemente sin criticar nada de lo que había ocurrido en el bando de los “buenos”. Para Whitaker, España, como ya hemos expresado, no podía caer en manos del fascismo y su país no podía volver a repetir el error que, a su juicio, cometió con España durante el conflicto fratricida.
En su libro saca a relucir las historias que le había contado el capitán Roland Von Strunk, agente especial de Hitler en España, con el que compartió horas de coche por la meseta castellana durante la Guerra Civil española. Este dato es muy revelador de la forma de trabajar de Whitaker recogiendo información de unos y de otros y cubriendo sus lagunas informativas con los datos que sonsacaba a sus compañeros de viaje. Estoy completamente convencido que a partir de lo que le contaron sobre Yagüe los periodistas Hubert R. Knickerbocker, Frank Kluckhohn, Jay Allen y el capitán nazi Strunk («el hecho de que la conquista de España por nuestro ejército sea tan lenta tiene una ventaja, nos da tiempo de limpiar por entero nuestro territorio de elementos rojos» armó su fantasiosa cita:
Por supuesto que los matamos. ¿Qué esperaba usted? ¿Que iba a llevar 4000 prisioneros rojos conmigo, teniendo mi columna que avanzar contrarreloj? ¿O iba a soltarlos en la retaguardia y dejar que Badajoz fuera roja otra vez?.
Los historiadores e investigadores de combate sacaron fuera de contexto esta cita, como si la parte fuera un todo. La trasladaron literalmente a sus trabajos y, sin someter a la menor critica el para qué y el por qué fue escrito este pasaje, dieron pábulo a un comentario del general Yagüe que no se sabe ni dónde ni cuándo habría dicho el militar español.
Un libelo que ha hecho historia
Pero no nos adelantemos a los acontecimientos. Ya en octubre de 1942 John T. Whitaker escribió un artículo para la revista jurídica Foreign Affaire que se titulaba: «El preludio de la guerra mundial» con el subtitulo «Un testimonio de España», que será la base para el capitulo que dedica a nuestro país en el libelo que estamos comentado.
Esta revista tenía como principal misión convertir la política exterior en eje de la política de los Estados Unidos. Los asuntos internacionales cubrían las principales páginas de esta publicación por lo que el articulo, de uno de sus principales colaboradores, tratando sobre España venía a cubrir la demanda de sus lectores sobre asuntos europeos.
En uno de mis viajes, el azar quiso que al entrar en una librería de viejo de León encontrase una verdadera joya escrita en Madrid en 1943. Es un folleto de apenas 11 páginas, en papel couche, que analiza y rebate pormenorizadamente el artículo que escribió John T. Whitaker en Octubre de 1942 en la revista norteamericana que estamos analizando. Llevaba este trabajo anónimo el titulo ¡Norteamérica por Negrín! Su importancia es capital para desmontar el trabajo de Whitaker sobre España por la inmediatez con la que el desconocido crítico contestó al activista norteamericano.
Ese trabajo es una verdadera obra maestra de cómo combatir a la propaganda profesional y nos llama poderosamente la atención que haya pasado desapercibido todos estos años al mundo académico y en especial a los historiadores de trinchera.
Veo innecesario hacer aquí una síntesis de ese magnífico trabajo cuando el propio autor anónimo, en su obra, desmarañó pormenorizantemente y en fecha coetánea el libelo de John T.Whitaker. Pasaremos por lo tanto a transcribir los pasajes más interesantes de este folleto y daremos por concluso el trabajo que he dedicado todos estos años a los periodistas que tuvieron alguna relación con los sucesos que ocurrieron en Badajoz a partir del 14 de agosto de 1936 y que han marcado la trayectoria pseudo-histórica de muchos apasionados historiadores que no han visto ni querido ver cual fue el trabajo de los más de 40 periodistas, fotógrafos, reporteros… que entraron en aquellas ciudad de frontera. Espero, que como me decía un entrenador de fútbol en mis inicios en el balompié: “Moisés no te preocupes por el resultado, has cumplido con tu deber”.
¡NORTEAMERICA POR NEGRÍN!
Un periodista yanqui que durante nuestra Cruzada de liberación gozó de la hospitalidad de las autoridades de Prensa de la España Nacional y, según él, hasta de su especial benevolencia, ha juzgado oportuno volver a repasar sus notas para entresacar las que más adecuadas al momento se le antojaron y servírselas al público norteamericano aliñadas al gusto de sus proverbiales buenas tragaderas […] Porque es el caso que el artículo de John T. Whitaker –que así se llama el foliculario en cuestión– apareció en la conocida revista estadounidense Foreing Affaire, lo que equivale a decir que fue confeccionado para que rodase por las meses de las oficinas gubernamentales y de las representaciones diplomáticas y para refrescar las manidas especies de la propaganda roja en cerebros no tan fáciles de captar […] que la Sección Norteamericana de la III internacional envió a luchar al lado de los bolchevistas españoles en las abigarradas filas del Lincoln Battalion.
[…] En aquellos días, en que no cesaban de circular por los servicios de información nombre tristemente célebres de capitostes rojos que las agencias extranjeras desplazaban continuamente para situarlos siempre en los puntos más estratégicos, Whitaker cree llegada la oportunidad para echarle en cara al Gobierno de su país la corresponsabilidad en lo que él califica “asesinato de la republica española” y canta, todo lo mejor que sabe, los loores de un régimen que le parece ideal y las portentosas y excelsas virtudes éticas y políticas de un Álvarez del Vayo y de un Negrín, a los que dedica sus más selectos epítetos .
Resultan demasiadas las coincidencias para que hasta el menos suspicaz de los lectores del artículo de Whitaker -extraño de que haga tan bien al caso- no trate de establecer relaciones entre el carácter del órgano publicitario y los acontecimientos que en aquellos días se están desarrollando. Al periodista ha venido, sin duda, a visitarle la musa áulica para aconsejarle que tomase la pluma. Era preciso, convencer, de antemano, a la opinión pública norteamericana de que estaba más que justificado el paso que tal vez fuese menester dar con el fin de salvar a posteriori la responsabilidad en que el gobierno yanqui había incurrido antaño por el “error” cometido con la actitud que adoptó frente a la Guerra Civil española.
La tarea no presentaba, en verdad, dificultad de mayor monta para un periodista sin reparos profesionales ni escrúpulos históricos… La formula a que recurre Whitaker no puede ser más sencilla: recalcar una y otra vez que ha visto, que ha oído, que ha palpado y que ha olido —“el olor de los cadáveres en descomposición…”—-; insinuar y hasta asegurar con inmodestia machaconería que él es un lince a cuya perspicacia no se escapa ni los mas recónditos designios. El citar nombres y más nombres ilustres para prestar verosimilitud a su desfachatado y repugnante libelo.
Por las páginas de la revista Foreign Affaire correspondientes al artículo de Whitaker desfilan personajes de todos conocidos, haciendo pretendidas manifestaciones tan chabacanas y absurdas como las necesita la finalidad que el desaprensivo propagandista yanqui persigue. Desde ellas hablan al dictado suyo el General Varela, el Coronel Yagüe, el Coronel Castejón, el Conde de Yeltes, el Conde de Romanones y el Rey Alfonso XIII…
El reportero yanqui no deja títere con cabeza en toda la España nacional, y sentencia y condena casos y cosas, unas veces por sí y otras sirviéndose de testigos de cargo de toda excepción. Y cuando presume que alguien va a poder esgrimir en contra suya las manifestaciones hechas en su día por otros colegas, se cura en salud asegurando de antemano que los demás “no veían nada” porque “la mayoría de ellos iban al frente en viajes con escolta organizados por el Departamento de propaganda de Franco”.
El Argos estadounidense lo presenció, en cambio, absolutamente todo y se encontró siempre en cuantos lugares surgía la sensación periodística, hada madrina del tartarinesco reportero. Él se hallaba en la cabina cuando se le “telefoneó directamente a Hitler mismo para solicitar el envío inmediato de diez mil alemanes”, y una noche departía amigablemente con el Coronel Yagüe “cuando por cuarta vez telefoneó a Franco insistiendo con urgencia para que se le enviaran refuerzos, si había que mantener una posición frente a un contraataque republicano que se esperaba para la mañana siguiente”. Escondido entre las ruinas de un café destrozado, Whitaker vio fusilar a ráfagas de ametralladora, a un grupo de 600 prisioneros republicanos, mientras un moro tocaba en una pianola medio desvencijada “la popular canción americana de la película San Francisco”.
Más todo esto resultaría vulgar y desambientado, y correría incluso el peligro de no ser tomado en serio por el público norteamericano, si en la narración se echase de menos el detalle, la observación minuciosa, clave de la credibilidad… El ingenuo capaz de comulgar con tales ruedas de molino ¿tendría ya inconveniente en deglutir los viejos tópicos propagandísticos, las laicas definiciones ex cáthedra y los solemnes juicios históricos, tan ajenos, por lo menos, a la Historia como al juicio?
Según el artículo de la Foreign Affairs, el affaire español surgió sencillamente porque “en lo más hondo del cuerpo político de España había una dignidad y un amor apasionado por la república” que “fue proclamada el 14 de Abril de 1931 sin que se derramara una sola gota de sangre”.
Los raudales que se vertieron más tarde , desde la quema de los conventos a la muerte de Calvo Sotelo, pasando por los sucesos de Casas Viejas y la revolución de Asturias y Cataluña, los ignora en absoluto el informador o, por lo menos, conviene no recordárselos a la opinión pública norteamericana. No estaría fuera de propósito traer ,por ejemplo, a colación que alguien tan poco sospechoso de “fascista” como Martínez Barrios –la más alta magistratura de la masonería española– hablaba a raíz de lo de Casas Viejas del inminente peligro de que el régimen cayese “enlodado, maldecido por la Historia, entre vergüenza, lágrimas y sangre”.
Whitaker parece haberse adentrado muy poco por los últimos capítulos de la de “este curioso país de colores como los que pintaba el Greco”; pero tampoco vemos de qué le hubiese servido encontrarse en sus cuadernos de notas con el dato de los 15.000 huelgas que el Ministro de Trabajo, Estadella, lamentaba, en Marzo de 1934, a los tres años escasos de república, o que uso pudiera haber hecho del conocido informe oficial de la revolución de Asturias, en octubre de 1934, con sus asesinatos, sus voladuras, sus asaltos a Bancos, sus organizaciones de soviets locales y sus bandos para el alistamiento de los hermanos proletarios en un Ejercito rojo de España ¿No cumplía mejor con la musa comitente y apuntaba más derecho al blanco engrasando, en una literatura de pocos quilates, sólo las anotaciones a las que su lapicero policromo había puesto previamente un trazo de sangre?
Cronológicamente éstas no iban más allá de la primavera de 1938, en que el articulista se trasladó de zona para ejercer su servicio reporteril del lado de los “verdaderos conservadores leales a España”, que luchaban por preservar “la dignidad y los hogares de una nación con tradición e hidalguía”.
De esta parte reinaba en dueña y señora la más exquisita legalidad, y lo que la propaganda adversaria denominaba las “atrocidades rojas”, no tenía absolutamente nada que ver con gobernantes y dirigentes, por haber sido “cometidas por grupos incontrolados que después fueron castigados por la República”, mientras que las atrocidades de Franco “fueron cometidas con disciplina y como parte de una política fija”.
El procaz panfletista insiste machaconamente en esta tesis capital, que trata de recalcar y aun remachar con pretendidas aseveraciones testificales. Porque, en el fondo, sólo se busca enfrentar lo que se disfraza de abyecto y vil con lo que se enmascara de prócer y digno, para que la opinión pública opte después en consecuencia. Por eso, al fin del artículo, como colofón panegírico de Negrín- “que sorprendió también a Winston Churchill como uno de los hombres de Gobierno más capacitados de Europa-, el escribidor yanqui se cree autorizado para poder apostillar con aire de suficiencia” ¡Este es el hombre en cuyo lugar nosotros y los ingleses y los franceses ayudamos a poner al General Franco!
En la España Nacional constituye norma de alta política… “el matar a los heridos en el hospital republicano de Toledo”… He aquí lo que se presenta como “las cartas de triunfo” de los monárquicos, terratenientes, los generales y las jerarquías católicas…
No falta ni un solo requisito indispensable para el cumplido pergeño del que constituye, por ahora, el postrer capítulo de la dilatada , “leyenda negra”, a la que siempre ha sido tan ricas las aportaciones yanquis, y ahí están también, como no podía por menos, las fabulosas riquezas de la Iglesia española y el carácter retrogrado de sus ministros, por si alguno pudiera explicarse mejor de esta manera los asesinatos de sacerdotes, las violaciones de vírgenes consagradas a Dios pos sus votos, las profanaciones de enterramientos y los saqueos de conventos.
Las jerarquías católicas –aclara Whitaker- representan a los 40.000 sacerdotes y clérigos y a las órdenes religiosas, que en un país al que solo le gana Portugal en cuanto a analfabetismo, poseen industrias, buques, servicios públicos, Bancos, sistemas de transportes y grandes empresas agrícolas.
Que el episcopado español no se muestra, como es natural, propicio a admitir el carácter espontáneo de los desmanes y menos su comisión “por grupos incontrolados”, lo manifiesta expresamente la Carta Colectiva que ha publicado en todos los idiomas, aunque Whitaker la ignora en absoluto porque le resulta perfectamente inútil para apuntalar su tambaleante tesis.
[…] un reportero que estuvo en los dos bandos y que está avezado a sopesar imparcial y fríamente la situación, después de haber recogido sus elementos de juicio de fuentes que nadie se atrevería a recusar, a primera vista, como sospechosas. No ignora que, en determinados momento, los nacionales nos hallábamos con el agua al cuello, porque el Coronel Castejón le reveló un día: “Hicimos la revolución y ahora estamos derrotados”. Conoce toda la “calculada cobardía” de la Falange, que “ha demostrado la sabiduría política de correr para luchar otro día”, porque se la descubrió cierta noche el propio Coronel Yagüe, después de rechazar airado un regimiento “falangista” que Franco le ofreció por teléfono para reforzar con él sus posiciones en peligro. Y puede escribir largo y tendido sobre la “filosofía social” de los nacionales porque entre copa y copa de coñac, se le expuso minuciosamente “el Capitán Aguilera, decimoséptimo Conde de Yeltes, un gran terrateniente y deportista”.
Para Whitaker, las ideas sociales y políticas del Conde de Yeltes, “son perfectamente típicas” “y las ha escuchado de centenares de otros españoles del bando de Franco”.
“Resultaba mucho menos difícil comprender a los rojos, que vi cuando fui al otro lado, en la primavera de 1938” escribe como preludio de la nueva etapa. Esta parte del artículo es de una concisión en manifiesto contraste con el detalle de la precedente. El avisado no ha descubierto, al parecer nada que pudiese recordarle lo más mínimo “el millón y medio de muertos españoles, Guernica y las otras ruinas ennegrecidas o los 300.000 rojos que han estado muriendo lentamente de hambre en las prisiones de Franco y los otros que se encuentran en los campos de concentración franceses”. Ni siquiera ha podido enterarse de la existencia de las “checas”, que las autoridades nacionales franquearon después en Barcelona a todos los que han querido cerciorase de los refinados sistemas de tortura traídos de Moscú.
El cambio de frente, al menos en la revista, no tiene manifiestamente otra finalidad que la de presentar el reverso de la medalla española sirviéndose de dos estampas del devocionario laico; nada menos que las de Álvarez del Vayo y de Negrín. Como el compatriota de ambos bandos conoce más que suficientemente la vida y milagros de los dos taumaturgos políticos.
Tras este histriónico desgarrarse las vestiduras, atónito y escandalizado de la propia farsa, la misión de Whitaker quedaba ya cumplida. La musa áulica podía acariciar, plenamente satisfecha, las parturientes sienes de electo. Había sabido encontrar los más negros y sanguinolentos tonos para describir el panorama de infierno dantesco de la zona nacional, presidido por el torvo y tenebroso retrato físico y moral de su condottiero, y reservar todos los rasgos de dignidad, de nobleza, de honor y de exquisita coincidencia para pintar el fondo paradisíaco sobre el que resaltaba como aureolada por él, la franciscana figura del doctor Negrín, sorpresa incluso de Churchill.
Las prestigiosas páginas de la Foreign Affaire se encargarían del resto, haciendo ambiente y granjeando prosélitos en los círculos cultos del país, para que, llegado el momento, fuese menor la sorpresa y más fácilmente comprensible la actitud de un Gobierno contrito de sus pasados errores.
Como hemos demostrado en nuestro trabajo anterior, John T. Whitaker NO entrevistó a Yagüe, pero en el hipotético e improbable caso que lo hubiera hecho entra en juego la orientación del Derecho Romano testis unus, testis nullus. Es decir, un principio de evidencia de que la evidencia no corroborada de un solo testigo es como si ninguno hubiera. En este caso, no se ha podido demostrar, con la carga probatoria aportada hasta ahora –que ha sido ninguna – que Whitaker entrevistara a Yagüe. Solo tenemos un único testimonio (el del propio Whitaker), por lo cual parece sorprendente que historiadores, investigadores y aficionados a la historia hayan afirmado sin pruebas que el entonces Teniente Coronel Yagüe dijera aquella barbaridad:
Por supuesto que los matamos. ¿Qué esperaba usted? ¿Que iba a llevar 4000 prisioneros rojos conmigo, teniendo mi columna que avanzar contrarreloj? ¿O iba a soltarlos en la retaguardia y dejar que Badajoz fuera roja otra vez?
Como hemos dicho, y como ya expresó Pothier, que inspiró el Código Civil francés, con un solo testigo no se puede levantar contra alguien un falso testimonio. Tanto en la forma como en el fondo cualquier historiador serio debería desechar esta cita pues carece de la presunción de veracidad necesaria para ser tenida en cuenta en un trabajo histórico que se precie de serlo. El testimonio de Whitaker no fue lo suficientemente convincente y ni mucho menos contemporáneo a los hechos pues se le ocurrió “solo” seis años después de haber supuestamente entrevistado a Yagüe.
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