Honorio Feito
Yo tenía diez años cuando oí hablar por primera vez de la División Azul. Fue mi profesor de Preparatorio e Ingreso en Bachillerato, don Manuel Herrero, quien nos contó una hazaña vivida por él veinte años atrás. Nos describió, en una narración impecable, cómo él y sus compañeros habían cruzado un lago helado en Rusia, cuyo espesor soportaba el peso de los vehículos de la columna militar, mientras el frío congelaba los corazones de los soldados, pero no la sangre.
Tal vez aquel don Manuel Herrero, de mirada grave y serena, de voz y gestos templados de quien atesora la experiencia del peligro y ha compartido la ilusión entrecortada por el miedo; de quien se sabe afortunado por haber vuelto a casa y dejar para el recuerdo el hambre, la sed, el frío, el dolor y la pesadilla que produce una guerra, fue uno de los que cruzó el lago Ilmen, entre los días 10 y 21 de enero de 1942, bajo el mando del capitán José Manuel Ordás, en una acción, la primera en importancia probablemente, que sorprendió en primer lugar a los alemanes, para sorprender también a los enemigos, los rusos, y por la que los divisionarios pagarían un alto precio en vidas. La Historia de la División Azul es un capítulo que aún no está cerrado.
Los restos de unos mil doscientos españoles ya han sido exhumados y los de otros 500 aún yacen en el subsuelo ruso, a la espera de regresar a España. Desde la década de los noventa, la Asociación de Desaparecidos en Rusia, fundada por los hermanos Miguel Ángel y Fernando Garrido Polonio, viene trabajando en la localización, identificación y repatriación de estos héroes hasta hace poco anónimos, que ahora recobran su identidad y regresan a España entre el silencio oficial y ante la parsimonia de una sociedad fatua y carente de sensibilidad. Los historiadores destacan principalmente una media docena de combates protagonizados por la División Azul en tierras rusas, del que sin duda el más importante fue el de Krasni Borj.
A modo de resumen, digamos que la participación de esta División de voluntarios españoles combatiendo al comunismo en su propia casa contó con la participación de unos 48000 voluntarios, que entre 1941 y 1943 sufrió un total de 4800 de muertos; 19000 bajas, entre caídos, desaparecidos etc., y 450 prisioneros. Tengo para mí que en las guerras los que ganan también pierden, porque los muertos crecen en los dos bandos. Muchas familias españolas vieron partir henchidos de ilusión, a miles de jóvenes inscritos en la División Azul; otros miles de jóvenes, también colmados de ilusión renovada, derrotados poco antes en la contienda civil española, se alistaron en el ejército soviético. Entonces también había crisis, y poco dinero y muchas necesidades, y peligros y amenazas y la ideología representaba una escala de valores sobre la que cimentar un modelo de sociedad. Muchas familias españolas, pocos años más tarde, lloraron la pérdida de un hijo, un hermano, un marido… caídos lejos, en tierras lejanas, luchando en cualquiera de los dos bandos. Sólo Dios sabe en qué condiciones, y cuáles fueron sus últimos pensamientos.
Es probable también que, en el dolor por la pérdida de un hijo, de un padre, de un marido o de un hermano, el factor más cruel fuera la ausencia de noticias sobre estas circunstancias. Hace varias décadas, en Toledo, dos niños, los hermanos Fernando y Miguel Ángel Garrido Polonio, prometieron a su abuela dar con el paradero de los restos de su tío Mariano Polonio, muerto en Rusia a la edad de 19 años, y tras estudiar la carrera de Derecho en Madrid, comenzaron la búsqueda, ya en década de los noventa, tras la caída del Telón de Acero. Así se inició la extraordinaria aventura de lo que poco más tarde fue La Asociación de Desaparecidos en Rusia. Hablo con Fernando Garrido sobre el trabajo de la Asociación, y sigo puntualmente sus declaraciones. La Asociación de Desaparecidos en Rusia no tiene ánimo de lucro; no recibe subvenciones y han participado y colaborado en la exhumación de los restos de 2300 soldados españoles, siendo imprescindible su trabajo en la localización de los mismos y su participación en las repatriaciones.
No trabaja exclusivamente sobre los soldados de la División Azul, sino también sobre los inscritos en el ejército soviético. Que resulta gratificante ver la cara de asombro de las familias, cuando les comunican que han localizado a un familiar, porque todavía viven las viudas, los hermanos e hijos de muchos de los allí enterrados, y que tras la perplejidad del primer momento, viene un tiempo de fuertes emociones, para dar paso a las gestiones de repatriación. Cuando escribo esta artículo-crónica, se está tramitando la llegada de los restos de otros cinco españoles más. Actualmente, la Asociación tiene más de doscientos socios. El último viaje realizado fue el pasado mes de mayo y el próximo será en junio del año que viene. Entre uno y otro, hay una labor de investigación en los archivos militares, especialmente el de Ávila, pero también de muchas lecturas, de revisión sistemática de libros parroquiales, de los registros civiles y todo documento capaz de precisar la identidad de un joven combatiente, caído en aquellos años y en aquellas frías tierras rusas.
Tal vez uno los problemas más difíciles de resolver es el que tiene que ver con el número exacto de soldados voluntarios alistados porque, según se ha podido comprobar, algunos mintieron sobre la edad al no cumplir la mínima exigida, que era de 16 años, y algunos viajaron con identidades falsas. Pero también me aclara Fernando Garrido que los españoles que lucharon con el ejército soviético son más difíciles de localizar, porque están más dispersos. Pertenecían a diferentes unidades militares y muchos de ellos tenían en Rusia a sus familias y habían establecido allí su nuevo hogar. A pesar de ello, se han hallado ya 60 enterramientos de estos españoles sobre cuya identificación, exhumación y repatriación han trabajado los miembros de la Asociación siempre en contacto con sus familiares en España. Fernando Garrido es una enciclopedia de anécdotas y de relatos. Muchos los ha contado en el libro que los dos hermanos publicaron ya en 2004, titulado “Nieve roja”, editado por Oberón, y del que se han impreso ya tres ediciones, pero me temo que se hace necesaria una nueva revisión. Me cuenta que, hasta localizar los restos de su tío, unos cinco años después de iniciar la investigación, ya habían dado con un buen número de españoles sobre los que trabajaron en las tareas de identificación. Que los caídos eran enterrados a toda prisa, antes de que las unidades militares abandonaran la posición; que los capellanes y los sanitarios fueron los encargados de dar sepultura a los caídos; que se cuidaban de camuflar los cementerios, o más bien enterramientos, para evitar que la ira popular de los soldados soviéticos pudieran utilizar los cadáveres para perversas venganzas, como ocurrió tras la batalla del río Voljov, donde los españoles sufrieron una severa derrota y los cadáveres de algunos de ellos fueron clavados sobre el hielo; me cuenta también que, no obstante, eran los mismos capellanes y sanitarios quienes tomaban notas con descripciones, a veces muy detalladas, de la posición de cada tumba, de la identidad del soldado que la ocupaba y de las lesiones que les habían causado la muerte; de si estaban mutilados, de si tenían la chapa identificativa etc.
Me contagia Fernando Garrido de su sano optimismo al decirme que los primeros tiempos fueron los más difíciles, los más duros, porque ellos lo hacían todo: localización, descubrimiento, identificación, solicitud de trámites para la repatriación etc. Ahora, el Ministerio de Defensa colabora en la repatriación de los restos. Y ahora, tras muchos años de experiencia, se han establecido relaciones con otras organizaciones similares, como la empresa alemana Volksbund, y una rusa llamada Dolina, que simplifican los resultados. Esta asociación rusa establece campamentos de verano para localizar a combatientes del ejército soviético, y los alemanes que cuentan con unos veinte cementerios en Rusia, en el de Nóvgorod tienen un recuerdo para los caídos españoles, donde están depositados los restos de unos 2000 voluntarios que podrían ser repatriados si las familias así lo desean. Las autoridades de estos países suelen visitar estos lugares y participar en los actos oficiales, en los que se rinde homenaje a sus héroes anónimos y los italianos han repatriado ya los restos 40.000 soldados caídos en aquella guerra. He dejado para el final la nota humana.
Me cuenta Fernando Garrido las buenas relaciones entre los miembros de la Asociación y las autoridades locales rusas, y la colaboración cariñosa que reciben de la población. La sinceridad con que les ofrecen una taza de té y la afabilidad con la que, los más ancianos, pronuncian palabras en español que recuerdan o les han sido transmitidas oralmente por sus mayores, fruto de la amistosa convivencia de los soldados de la División Azul con la población rusa, y cómo tararean las canciones que de estos aprendieron. Y se me ocurre poner el punto final de este artículo diciendo que, desde el respeto a todos los soldados de España, fuere cual fuere su militancia y sus ideas, y al margen de las consecuencias de la Ley de La Memoria Histórica, nacida para condenar setenta años después, a los que ganaron una guerra, sólo un mediocre de malos sentimientos puede ser capaz de despertar el revanchismo en la España actual.