¿Memoria histórica extremeña? La verdadera “columna de la muerte”, por Moisés Domínguez

 
Moisés Domínguez Nuñez 
 
   Cuando vemos los nombres en las interminables y anónimas listas de represaliados a veces no nos damos cuanta que tras ese número había una persona con padres, hijos, esposo… Gracias a esta investigación y a través de estas fotografías vamos a poder poner nombre y apellidos a dos inocentes vilmente asesinados.
 
   En la abundante bibliografía publicada últimamente sobre la Guerra Civil en Extremadura hay sucesos que pasan “desapercibidos” para ciertos historiadores e investigadores. Hoy haremos mención a un pueblo al que me ligan lazos sentimentales y familiares (mi madre Pepi Núñez Mures y abuela Carmen Mures Rosa eran naturales de Don Benito). En este pequeño trabajo traeremos a colación unos luctuosos hechos ocurridos en este pueblo en Julio de 1938 y que por su dureza y crueldad marcarán la realidad de lo que fue la Guerra Civil en Extremadura. Ya esta bien que desde ciertos sectores de la izquierda se atribuya estos y otros asesinatos de pobres inocentes a los siempre inidentificables “incontrolados”.
 
   Corría el 23 de Julio de 1938 y Don Benito (Badajoz) estaba a punto de caer en manos de la 21 División al mando del Coronel Eduardo Cañizares. La caída de la bolsa de la Serena era inminente y la desbandada frentepopulista era generalizada. En la huida, los miembros del Ejército Popular cometerán uno de los actos más viles de la Guerra Civil en la provincia de Badajoz.
 
   Entre el 17 de Junio y el 23 de Junio de 1938 en esta población pacense de Badajoz se van detener a 56 hombres y 15 mujeres, madres e hijas de huidos a zona nacional, ancianos votantes de Acción Popular, hasta un niño recién nacido fue arrancado de los brazos de su madre y conducido a Almadén. En fin, gente indefensa a la que la Guerra solo había traído desgracias.
 
   La Guerra por las tierras de la Serena toca a su fin y empieza el éxodo de la población civil y de los militares que huyen a las tierras cercanas de Ciudad Real. Un hecho cruel e inútil marcará la evacuación de Don Benito. Los milicianos necesitan escudos humanos para cubrir su retirada y sacan de las cárceles (una era de mujeres) a unos 70 prisioneros, luego de apartar a “las seis mujeres más guapas “emprenden la marcha. Los supervivientes dieron más tarde fe de la premeditación de los sucesos llevados a cabo por miembros de las unidades militares en retirada con sus mandos al frente:
 
   “Refieren estos siete hombres y una mujer que se han salvado que oyeron perfectamente la conversación sostenida entre un teniente rojo y el sargento que mandaba los milicianos que los llevaban presos. El teniente dijo al sicario: — Hoy va a haber abundante carne. Apuntad bien. — No tenga cuidado, que no se escapará ninguno, contestó el sargento” (Diario de Huelva, 6-agosto-1938.).
 
   Una cuerda de presos atados de dos en dos y compuesta por mujeres, ancianos y niños vaga por la carretera de Don Benito a La Haba escoltados por los milicianos. El calor y la caminata hacen mella en los presos que no pueden seguir el ritmo de los milicianos y éstos no pueden llevar “rémoras” que entorpezcan su cobarde huida. El ejército nacional les va pisando los talones. Entre toda clase de vejámenes a eso de las ocho de la tarde, empiezan a asesinar a los mas débiles en el tristemente conocido puente de la Haba.
 
   Francisco Núñez Trejo temiendo ser descubierto y capturado por los moros, que seguro que le hubiesen “rebanado el pescuezo” al comprobar que era Guardia de Asalto de la República, emprende la huida hacia Campanario el 24 de Julio. Entonces se le queda grabado uno de los momentos mas tristes de la Guerra pues al pasar por el puente de la Haba, encuentra algunos de estos cuerpos mutilados de vecinos de Don Benito que él conocía por la actividad de su suegro. Aquella visión goyesca de los desastres de la guerra, la recordará toda su vida.
 
   Los asesinatos continúan a lo largo del camino en un lugar conocido por “los Molinos” del termino Municipal de Campanario junto a la rivera del río Guadalefra, para terminar esta auténtica “Columna de la Muerte” en el lugar en que fueron ametrallados, cayendo muertos buena parte de ellos. El resto de detenidos, muchachas en su mayoría, prosiguió su viaje hasta llegar a Puebla de Alcocer.
 
   Una de las supervivientes, Isabel Cidoncha, dejó el siguiente testimonio:
 
   “Estaba en la cárcel de Don Benito con otras tres mujeres y bastantes hombres. Cuando vieron que iban a quedar en una ratonera, los dirigentes organizaron la evacuación de los detenidos.
 
   A las dos de la tarde, después de habernos atado por parejas salimos camino hacia Magacela.
 
   Hacía un calor insoportable. Carretera adelante salimos 50 hombres y 21 mujeres.Nosotras éramos casi todas jóvenes. Sólo había seis mayores. Como el calor era tanto, a los nueve kilómetros, el primer grupo de desfallecidas se negó a andar. De la escolta que llevábamos se quedó una pareja con ellas. Eran cinco. Nos dijeron que esas iban a descansar allí y que luego continuarían, pero al poco tiempo oímos una descarga y los milicianos que se habían quedado con ellas regresaron montados en sus caballos para incorporarse a la caravana.
 
   No habíamos comido nada ese día. Desde que salimos no probamos el agua. A las diez de la noche habíamos llegado a Magacela con fiebre, los pies ardiendo, agotadas. Pero los milicianos decían que los “fascistas” teníamos que ser fuertes. Muertos de fatiga y de sed esperábamos que nos llevarían en tren, pero en la estación ya no había tren alguno. Allí nos dejaron descansar unos minutos, no muchos para emprender de nuevo la caminata. No logramos que nos dieran agua a pesar de que en nuestra presencia corría el chorro de una fuente en la que los milicianos renovaban la de sus cantimploras y abrevaban sus caballerías.
 
   Toda la noche fue de caminar incesante. Cerca de La Coronada nos dieron otro descanso de unos diez minutos escasos para seguir la marcha a buen paso hasta Campanario a donde llegamos a las cinco y media de la mañana. Nos hicieron desfilar por las calles del pueblo y exigían que lleváramos un paso marcial. Entre nosotras iba una muchacha que había oído cómo asesinaban a tiros a su madre cerca de La Haba.
 
   Hasta las nueve de la mañana de aquel día nos tuvieron sin probar bocado. A esa hora, relevaron a los milicianos que nos conducían, por la vigilancia de la cárcel, para que nuestros verdugos que hicieron el camino a caballo, descansaran. El relevo se portó mejor con nosotras.
 
   Nos aflojaron las ligaduras, que como eran de cuerda, del roce de la marcha iban segando nuestras carnes.
 
   Por un momento creímos que íbamos a disfrutar de un descanso más largo, pero no tardamos mucho en notar un gran revuelo en la calle. La proximidad de las fuerzas de Franco tenía en un estado de nerviosismo grande a todo el mundo. No tardaron mucho en aparecer de nuevo nuestros conductores, que ordenaron que preparáramos nuestros equipajes para seguir más adelante […]
 
   Salimos de Campanario a media mañana. A seis kilómetros del pueblo, en una finca que llaman “El Espolón” nos concedieron un descanso. Allí nos dieron comida y agua. Cuando reanudamos la marcha, un sacerdote que iba entre los detenidos sufrió un desvanecimiento. Con él se quedaron dos milicianos y los que iban atados con la misma cuerda.
 
   También se quedó allí una mujer que era comadrona en Don Benito. No tardamos mucho en oír el tiroteo. Y al momento, los milicianos que se incorporaban a la escolta decían que ya estaban descansando. Poco más adelante cayó desfallecido otro hombre de edad. Él y su compañero de ligaduras quedaron allí para siempre.
 
   Pero donde la tragedia adquirió su verdadera dimensión fue en un lugar conocido por “Moro de Suárez”. Allí, los cobardes milicianos de la escolta oyeron el tropel de unas caballerías que avanzaban y creyendo eran fuerzas montadas del Ejército Nacional, dieron orden de que nos refugiáramos todos en el cauce de un arroyo que por allí discurre. Los hombres a un lado. Las mujeres a otro. El tropel de la caballería era de fugitivos marxistas, pero no quisieron desaprovechar la ocasión y desde unos cerritos próximos empezaron a disparar sobre los hombres. Unos trataban de huir con las naturales dificultades de ir emparejados con apretadas ligaduras; otros dirigían toda clase de insultos a los cobardes milicianos. Fueron unos momentos de horror y locura. Los rojos perseguían a tiros a los que lograban alejarse huyendo. El que caía arrastraba a su compañero que ya sabía moriría sin remedio.
 
   A las mujeres nos llevaron hasta Cabeza del Buey. Allí logré en un momento de pánico y confusión por la llegada de aparatos nacionales, huir de la caravana, esconderme en una casa y de allí me han sacado los soldados nacionales” (Fotos, San Sebastián, 3-septiembre-1938).
 
   Nos pararemos en las dos pequeñas historias de las personas que aparecen en la foto horriblemente mutiladas, pues como dice el dicho castellano una imagen vale más que mil palabras y sus historias son extrapolables a las del resto de compañeros de este último viaje vital.  
 
   El 23 de Julio de 1938 Antonio Moreno Martín-Romo de profesión tablajero, 39 años, con cinco hijos de 15, 11, 9, 7 y 4 años de edad (¿debía ser un peligroso delincuente o un militar fascista disfrazado? No, era un simple padre de familia cuyo único delito fue pensar diferente y votar a las derechas el 16 de febrero de 1936), fue sacado de la cárcel en la cuerda de presos, conducido como un vulgar criminal a unas pocas leguas .Cerca del puente de la Haba donde fue asesinado con tiros a bocajarro que le destrozaron el cráneo.   
 
   Otra “peligrosísima delincuente “de 49 años de edad, ama de casa y con dos hijos llamada Margarita Verdú Sánchez: El 19 de Julio de 1938 fue conducida a la prisión de Don Benito, donde estuvo sufriendo todo tipo de vejaciones hasta el día 23 de Julio de 1938 en la que fue sacada en esa famosa cuerda de presos dirigieron sus pasos al famoso puente de la Haba. Le rompieron las piernas con las culatas de los fusiles, le cortaron un brazo con un hacha y para que “no sufriera”, le aplastaron la cabeza con las botas y con las mismas culatas de los fusiles.
 
   De los demás, como he dicho, una treintena fue asesinada por el camino y otros lograron salvar la vida milagrosamente como fue el caso de Josefa Cortés Correa que, a pesar de los balazos que recibió, pudo llegar a Don Benito después de deshacerse de las ataduras que la ligaban a un compañera muerta (Manuela Morillo Caballero de 48 años, ama de casa que fue asesinada en el mismo lugar y en la misma fecha que los antes mencionados. Presentaba numerosos disparos de arma de fuego. De este asesinato quedaron cuatro huérfanos de 16,13,10 y 8 años). En todo caso recordaré los nombres de los asesinados el día 23 y 24 de Julio de 1938 para oprobio de nuestra “Memoria Histórica extremeña”:
 
   Asesinados el 23 de julio:
 
   Junto a La Haba:
   Antonia María Cidoncha Donoso (Sus labores)
   Manuela Morillo Caballero (Sus labores)
   Antonio Moreno Martín-Romo (Tablajero)
   María Francisca Moreno Martín-Romo (Sus labores)
   María Paula Parejo Borrallo (Propietaria)
   Francisco Ruiz Ruiz (Propietario)
   Margarita Verdú Sánchez (Propietaria)
 
   Asesinados el 24 de julio:
 
   Junto al Molino del Guadalefra:
   Agustín Cerrato Crespo (Dependiente)
   Juana Ortiz Dávila (Matrona)
   Francisco Santamaría Cabanillas (Comerciante)
   Eulogio Velasco Navarro (Sacerdote)
 
   Más allá del Molino del Guadalefra:
   Santiago Arias Alonso (Industrial)
   Ernesto Ruiz Parejo (Perito industrial)
   
   “Moro de Suárez”:
   Francisco Álvarez Solo de Zaldívar (Propietario)
   Manuel de Arcos Parejo (Empleado)
   Diego Dávila Nicolau (Director Banco Hispano Americano)
   Benito Dorado Gallego (Molinero)
   Carlos Elías Montemayor (Industrial)
   Juan Escobar Moreno (Farmacéutico)
   Félix Galán Lapeña (Propietario)
   Alfredo García Sánchez (Empleado)
   Antonio García de Paredes Gallego (Propietario)
   Eusebio Gerbolés Martínez (Propietario)
   Cándido Mena Rubio (Industrial)
   Félix Parejo García (Fotógrafo)
   Rafael Peralta Cáceres (Propietario)
   Julio Ramos López (Empleado)
   Alfonso Rodríguez Simone (Barbero)
   Antonio Sáenz Gómez-Valadés (Empleado)
 
   Como ultima reflexión ¿que necesidad había de cometer estos crímenes? ¿Quienes cometieron estos execrables e inútiles asesinatos pueden ser considerados por algún historiador sensato como “luchadores por la libertad”? Conozco algunos de los nombres de los asesinos pero es mejor mirar hacia al futuro ¿no creen Ustedes?   
 
 
Fuente: http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=17060