Óscar del Pozo
«Días de ira», el último –y desasosegante– libro de Hermann Tertsch (Madrid, 1958), aborda la «ruptura», en 2004, del proceso de normalización democrática que arrancó en la Transición. Según el autor, «la anormalidad política que trata de imponer la izquierda y la nula capacidad de reacción de la derecha» impiden «reconducir una situación que no acabará si antes no reconocemos con todas las consecuencias nuestro pasado».
-¿Cuándo y por qué se quiebra el proceso de normalización democrática iniciado en la Transición?
-En 2004 confluyen una serie de factores de agitación, como la protesta instrumentalizada por la izquierda contra la guerra de Irak, que tienen su detonante en los atentados del 11 de marzo. Ese el momento exacto de la ruptura.
-En su libro, usted atribuye la responsabilidad política de que ese proceso descarrilara a José Luis Rodríguez Zapatero.
-Zapatero aparta al PSOE de la socialdemocracia e instaura una corriente ideológica que invoca los presupuestos de la República y del Frente Popular para acabar con esa izquierda normalizada occidental e imponer la anormalidad política. Ese discurso zapaterista es trascendental para explicar el actual estado de excepcionalidad política.
-Hasta el punto que sostiene que sin el precedente de ese viraje zapaterista el populismo representado hoy por Podemos no hubiera sido posible.
-Por descontado. Zapatero es el padre político de Podemos y, por tanto, de este asalto democrático de la izquierda populista. Es él quien comienza a deslegitimar la Constitución, los pactos de la Transición y la propia reconciliación nacional. Como presidente del Gobierno, hace cundir la idea de que todo eso fue un embuste, lo que proporciona argumentos a este tipo de izquierda para no reconocer el actual sistema como un régimen realmente democrático, sino conectado con el franquismo. En este sentido, Pablo Iglesias y todos los demás dirigentes de Podemos coinciden con el único actor que nunca ha reconocido la Transición: ETA.
–¿Y la derecha?
-La derecha es una tragedia en este país de proporciones casi tan importante como la izquierda.
-¿Por qué motivos?
-Entre otros por lo que yo llamo la gran mentira antifranquista.
-¿En qué consiste ese concepto, reiterado en su libro?
-En que se haya aceptado como verdad que el franquismo no evolucionó en cuarenta años, que fue durante tanto tiempo un régimen totalitario asimilable al de Hitler que tuvo sojuzgado al pueblo hasta el 20 de noviembre de 1975, y que el 21 de noviembre todos pudimos volver a ser demócratas. En esa falsedad comúnmente aceptada está el origen de nuestra incapacidad para alcanzar puntos de consenso mediante el diálogo. Los españoles hemos asumido la narración falaz de nuestro pasado reciente, y cuando la mentira es socialmente aceptada, esta deja de ser condenable. No hay sanción moral para la mentira, porque todos llevamos mintiendo sobre nuestro pasado desde hace cuatro décadas. En otros países la mentira te liquida; aquí la hemos normalizado.
-¿Nadie se salva de mentir?
-El que se sale de ella es marginado tras ser tildado de «facha». De ahí que yo diga que en este país nadie es realmente libre hasta que pierde el miedo a ser llamado fascista. La consecuencia más grave de la imposición de este discurso tan falso como aceptado por todos es un claro empobrecimiento de nuestra calidad democrática debido a la imposibilidad de debatir ideas en libertad. La derecha, por su mala conciencia histórica, también ha acatado esta gran mentira sin alzar la voz.
-¿Su padre rompió con esa mentira en cuanto a su experiencia con el nazismo?
-A través de la figura de mi padre apelo al acto de honradez que supone desarrollar la capacidad del luto: reconocer lo que han hecho tus familiares o tú mismo. Esa catarsis se operó en la sociedad alemana veinte años después de la II Guerra Mundial, y fue una exigencia de las generaciones que no habían vivido los años de Hitler. Aquí no ha ocurrido eso: no se ha racionalizado ni expresado con todas las consecuencias lo que ha sucedido en el pasado. Mi padre se apartó del nazismo y fue represaliado por ello, pero jamás ocultó su entusiasmo inicial por Hitler.
-¿Hay manera de revertir la situación de anomalía política descrita en su libro?
-Estamos en el peor momento; si no llegamos a las manos, deberíamos practicar un ejercicio colectivo consistente en reconocer nuestro pasado sin paños calientes. Hoy no me atrevería a apostar por que esto ocurra.