Manuel Alba Jiménez
Casi veinte años hará, y lo recuerdo como si fuera ayer, cuando divisaba por primera vez la española ciudad de Ceuta. Tras once horas de viaje en el Tren Estrella desde Aranjuez, llegamos a Algeciras la primera tanda de reclutas que nos debíamos incorporar a filas para cumplir nuestro compromiso con la Patria.
Como si de corderos se tratase, pero sin saber que pastor nos guiaba, bajamos del tren como una marea humana dirección al Puerto para embarcarnos en el ferry que nos llevaría a Ceuta. Como en la canción del Pirata de Espronceda aquí me encontraba a un lado Europa, al otro África y de frente, no Estambul, sino Ceuta. La verdad es que tan lejos de casa y viendo como llegaba a esta ciudad enclavada en el continente africano y cuyas fronteras únicamente son Marruecos y el mar, me sentía como si de mi dependiera la salvaguarda de nuestro territorio.
Estando en este ensimismamiento llegamos al puerto abriéndose las puertas del buque, donde nos esperaba la policía militar, para recordarnos a qué habíamos ido, no fuera que alguien se despistara. Fue en ese momento, en el que me pidieron la documentación, y al ver mi destino llamaron a un Sargento y dos Legionarios que se encontraban más rezagados gritándoles: ¡Este es vuestro!.
A la salida del puerto se amontonaban los camiones militares de las distintas unidades, en los que iban subiendo todos los reclutas. Obedeciendo las órdenes de mis anfitriones, procedí a subirme en la caja del camión, que poco tiempo después se puso en marcha con su único ocupante: Yo.
La subida hacia el acuartelamiento de “Recarga”, emplazamiento de la V Bandera de La Legión, se me hizo eterna. Pensaba en que me encontraría. Me imaginaba ver esa Legión que siempre había tenido en mi mente y con la que había soñado desde pequeño, una Legión romántica, llena de héroes, “rambos” y demás, aquella Legión de la que tanto había leído, aquella Legión fundada por Millán Astray y cuyo lugarteniente, nuestro Caudillo, Francisco Franco Bahamonde había contado en sus “Diarios de una Bandera”. De esta manera, llegue yo a mi destino procedente de las aulas de derecho al mejor cuerpo de elite que ha tenido y jamás tendrá España.
Como espectador que asiste a una función teatral se abrió la caja del camión, como si del telón se tratara, para dejarme ver la verdadera Legión. Se agolparon cerca de mí un grupo de legionarios descamisados, mal afeitados unos, con sus perillas los otros y una pinta un tanto desaliñada curioseando al nuevo inquilino y pidiéndome algún cigarrito para fumar, fué en ese momento en el que pensé: Dios mío ¿dónde me he metido?.
Y me había metido en el mejor lugar que podía imaginarme. Después de tres meses de instrucción pasé mi examen de “alta” convirtiéndome en Caballero Legionario. Manejábamos con destreza tanto el armamento individual como colectivo con el que contábamos, desmontabamos y montábamos el Cetme con los ojos cerrados, defendíamos vivac, hacíamos emboscadas, patrullas, sabíamos orientarnos por medios naturales y estábamos perfectamente capacitados en todo tipo de instrumentos de orientación y uso de mapas. Conducía los famosos B.M.R. y para más inri nos habían convertido en todo unos atletas.
Pronto, aquél Credo legionario que nos regaló nuestro fundador y cuyos espíritus recitábamos todas las noches en formación, fue calando en todos nosotros sin darnos cuenta, y así en poco tiempo, nos encontramos como en casa, al lado de nuestros compañeros, trabajando codo con codo, esforzándonos en cada tarea que se nos encomendaba con mayor o menor gusto y, en contra del tópico de la mili de: voluntario ni para…, en La Legión, cada vez que se pedía un voluntario salía toda la compañía y nos buscábamos la vida como fuera para obtener el mejor resultado posible en la misión encomendada.
Y así pasé al lado de mis compañeros, ya hermanos, el tiempo de mi servicio militar, hasta que un día nos montaron en el mismo camión que nos había traído para llevarnos hasta el puerto y despedirnos. No hubo alegría ni algarabía por licenciarnos, nos íbamos con la tristeza de no volvernos a ver, de no vestir de nuevo nuestra verde camisa legionaria, y colocarnos nuestro “chapiri” ladeado.
Años después regresé a la que había sido mi casa a fin de celebrar nuestro aniversario el 20 de Septiembre y, estando en una de las casetas, un alférez me preguntó, y a ti ¿Qué te ha enseñado la Legión? No tuve que pensarlo demasiado, automáticamente me vino a la mente los espíritus de compañerismo y el de sufrimiento y dureza, así que le contesté: a trabajar, salir adelante sin importar las adversidades, ser disciplinado y buen compañero.
Es por todo esto que a La Legión, hoy en su 92 Aniversario, sólo puedo decirle una cosa: GRACIAS.
Viva España y Viva La Legión.
Último guión de la V Bandera, que ha sido suprimida.