Me he ocupado en otras ocasiones de la tres reformas coincidentes. Ahora me limito a recordar, en el marco de la política, a quien desempeñó para lograrla, un puesto decisivo. Me refiero a Adolfo Suárez.
No conozco bien su carrera profesional, y solo sé que opositó, sin obtener éxito, a Jurídico de la Armada. Lo que conozco, que es lo que importa destacar, es su carrera política. Comenzó siendo secretario particular del Gobernador civil y Jefe provincial del Movimiento, en Sevilla, Hermenegildo Altozano, con el que hizo amistad en el despacho de Fernando Herrero Tejedor, cuando éste era Vicesecretario General del Movimiento.
Luego, Adolfo Suárez fue Gobernador y Jefe provincial de Movimiento, en Ávila, Director general de Radio y Televisión en el Ministerio de Información y Turismo, Vicesecretario, y, después, Ministro –Secretario del Movimiento, y, por último, presidente del Gobierno (después de Carlos Arias) ya instaurada la Monarquía.
Le conocí personalmente cuando era Director general y yo Notario de Madrid. Tratándose de documentos que precisan de la fe pública, y que deben de otorgar las Administraciones, éstas tienen que solicitar de los Colegios Notariales correspondientes al Notario de turno para que los autorice.
Por dicha exigencia me correspondió a mí autorizar uno de esos documentos en el Ministerio de Información y Turismo. Se trataba de un tema vinculado a la Dirección General a cuyo frente se hallaba Adolfo Suárez. La conversación no profesional, fue cordialísima. Adolfo Suárez estuvo simpático y amable conmigo.
Los encuentros con Adolfo Suárez fueron escasos, pero los enfrentamientos, aunque pocos, muy importantes, porque fueron ideológicos y tácticos.
Para contribuir a su clarificación, aludo, en principio, a una reunión del Consejo Nacional de Movimiento, convocada después de la muerte de Franco. Era preciso cubrir por cooptación dos vacantes de Consejero. Así estaba legalmente previsto ya que aún no se había promulgado la Constitución.
Ataviado con camisa azul, se expresó así al tomar posesión de la Vicesecretaría General del Movimiento:
“se trata de continuar la ingente labor del Caudillo (y pongo de manifiesto) mi lealtad a un Régimen nacido de la necesidad de recuperar la identidad nacional del país y su legitimidad como Estado que, encabezado por el general Franco, ha sabido dar respuesta en circunstancias cambiantes y desde luego no fáciles, al reto de mantener unido su destino como país, acelerar su progreso y posibilitar su vida democrática. Te pido, ministro secretario, que hagas llegar al Jefe Nacional de Movimiento mi gratitud por su generosa designación y especialmente el testimonio de lealtad de este español de filas que aprendió en la dureza de su tierra abulense a ser fiel a la palabra dada y estricto cumplidor de sus obligaciones”.
En esa misma línea de pensamiento, Adolfo Suárez, a la muerte de Franco, se pronunciaba así:
“El paso de los siglos no borrará el eco de su nombre, unido siempre al recuerdo de una justicia social y un progreso como nunca antes conociera nuestra patria. Con él logró España ser una, grande y sobre todo libre de cualesquiera fuerzas extrañas a sus propios designios. La obra de Franco perdurará a través de las generaciones”.
(El Alcázar, 21 de Noviembre de 1.975)
Antes del referéndum de 15 de Diciembre de 1.978, convocado para aprobar la Constitución, dirigiéndose, sin duda al franquismo sociológico, habló así:
“no ignoramos nuestro inmediato pasado, el construido por la excepcional figura de Franco, (y lo) asumimos con responsabilidad y recogemos su herencia para perfeccionarla”.
Pues bien, a pesar de estar reiteradas manifestaciones de fidelidad a Franco y de su carrera política deslumbrante en su régimen, en el diario italiano “La República” hizo saber lo que sigue:
“España está saliendo gradualmente, pero con absoluta firmeza, de la larga y triste vicisitud de la dictadura”.
Para liquidar la “dictadura”, en la que tuvo cargos tan relevantes, Adolfo Suárez, jefe del Gobierno de la Monarquía parlamentaria, antes de que la Constitución de 6 de Diciembre de 1.978 se aprobase en referéndum, inició la tarea liquidataria del Régimen. Frívolamente, en la Cámara legislativa, habló de desdramatizar la situación realmente dramática que vivía España, pidiendo que se legalizase lo que estaba en la calle, incluso a los partidos políticos, entre ellos el comunista, dando paso a las preautonomías, y concediendo el voto en las elecciones a partir de los dieciocho años.
Convocadas las elecciones generales, que tuvieron lugar el 15 de Septiembre de 1.977, Adolfo Suárez, sin inconveniente por parte de la corona, no respetó la incompatibilidad, legal entonces, de ser candidatos los que formaban parte del gobierno, sosteniendo que la misma afectaba a los ministros pero no al presidente del Consejo.
Otro encontronazo tuvo lugar en la Cámara legislativa cuando defendí mi enmienda a la totalidad del proyecto de ley para la reforma política, que se había publicado en el boletín Oficial del las Cortes del 21 de Octubre de 1.976. Era jefe del Gobierno Adolfo Suárez, cuyo nombre para serlo, se incluyó, a petición del rey, en la terna que debía presentarle el Consejo del Reino.
Del debate, y, por tanto, de mi intervención, hay constancia literal y escrita, en el mencionado Boletín, y en el primer volumen de mi libro “Escrito para la Historia”.
Uno y otro -debate e intervención- tuvieron enorme resonancia en la prensa. Tuve la impresión de que mi discurso, muy aplaudido, fue casi unánime. La sesión fue suspendida, aunque se reanudó poco después. En los pasillos, Adolfo Suárez me felicitó dos veces en término efusivos.
Pero una cosa son los aplausos y otras los votos. El proyecto de ley tuvo 425 votos a favor, y 59 en contra. Las abstenciones fueron 13 y no estuvieron presentes 34 diputados.
El primero de Abril de 1.978, en el Cine Madrid, se conmemoró el día de la Victoria, con un lleno absoluto. Mucha gente tuvo que escuchar los discursos en la plaza, donde el local abre sus puestas, a través de los altavoces que, previéndolo, se habían instalado.
La verdad es que quienes estaban fuera no pudieron oírlo al completo, ya que la policía, obedeciendo órdenes de la superioridad, cortó los cables. Yo cerré el acto.
Mis palabras no debieron gustar al gobierno, que presentó una querella contra mí. Fue rechazado por el Juzgado nº 7, por estimar, y con razón, que yo era consejero nacional del Movimiento, pues estaba vigente la Ley Orgánica del Estado, y porque, además, y con arreglo a la misma, la querella, por una parte, tenía que presentarse ante la Sala Segunda (la penal) del Tribunal Supremo y, por otra, obtener una respuesta afirmativa al suplicatorio que era preciso dirigir al Consejo Nacional. Si esto no fuera así, se pondría de relieve la ilegalidad del nombramiento de Adolfo Suárez como Presidente del Gobierno, que se hizo de conformidad con dicha Ley Orgánica.
Con un lleno absoluto, el 18 de Julio de 1.979, en la Plaza de Toros de las Ventas (y por consiguiente en Madrid), hubo un acto convocado por Fuerza Nueva, conmemorativo de la fecha del Alzamiento Nacional. En las hemerotecas podrá encontrarse información superabundante sobre el mismo. Lo traigo a colación porque ante veinte mil personas, o treinta mil, (así lo contaba la prensa) dije, entre otras cosas, que “la aprobación, en este 18 de Julio, del Estatuto vasco es como si alguien quisiera restregarnos el texto a los patriotas”.
En este momento la plaza entera irrumpió en gritos contra el presiente Suárez. Así puede leerse en la página entera en la que “El Imparcial” del día siguiente daba cuenta del acto.Este grito prueba que había un respaldo a nivel popular de la postura que veníamos manteniendo contra la reforma que nos conduciría a la desintegración de España, en la que participaron de forma decisiva Adolfo Suárez y la “Unión de Centro Democrático” que él presidía.
En el Congreso de los diputados, y en varias ocasiones, pude manifestar mi distanciamiento político –no personal- de Adolfo Suárez. Destaco la de 30 de Marzo de 1.979, en la sesión de su investidura, y la de 17 de Septiembre de 1.980, en la que negué mi voto a la petición de confianza que había pedido a los congresistas.
Estas relaciones, no gratas, siguieron produciéndose cuando Adolfo Suárez, ya cesado como Jefe de Gobierno –y disuelta la U.C.D- era presidente del “Centro Democrático Social”. Así lo puso de relieve en la nota, que no pudo desconocer, publicada en Valencia con motivo de la “Convención de Juventudes Europeas”(de signo nacional).Estábamos en el mes de Marzo de 1.992.
La nota decía así:
“(esta Convención) es un “espectáculo bochornoso, de clara ideología racista y postulados xenófobos (por lo que) mostramos nuestra repulsa, (siendo) necesario que las Cortes Valencianas y sus parlamentarios democráticos demuestren que por una vez son capaces de llegar a un acuerdo en algo tan importante como es la condena de actos como el de la cumbre fascista que pretende organizar en Valencia la ultraderecha europea”
No quiero concluir este trabajo sin destacar el tremendo poder, tanto de la propaganda, como de la postura acomodaticia de quienes se enmarcan en lo que se viene llamando políticamente correcto. La evidencia de los hechos demuestra que la propaganda hace opinar de forma incorrecta y errónea a quienes, por otra parte, están en un campo ideológico distinto, y, por otra, a quienes, para presumir de objetivos, siéndolo en general, dejan de serlo para evitar ataques de quienes han logrado el poder y pueden criticarle y de algún modo castigarle.
Quiero referirme a los dos supuestos y con relación a este último, al historiador Manuel Fernández Álvarez, y en concreto a lo que se puede leer en la página 541 de su libro “España. Biografía de una nación” (Editorial Espasa. Madrid 2011):
“hay que recordar al político que supo hacer realidad el sueño del Rey. Curiosamente se trataba de un antiguo falangista que, cambiando su orientación política, hizo posible desmontar desde dentro el antiguo tinglado político del régimen franquista para llevar a España a ese régimen de libertades que anhelaba el Rey. Y ese político fue Adolfo Suárez”
Por lo que respecta al poder de la propaganda, me sorprendieron lo que opinaban el almirante José Toribio Merino, el colaborador más íntimo de Pinochet, en Chile, y el General argentino Juan Carlos Onganía, que fue Presidente de la República.El primero me dijo, creo que literalmente: “es un acierto providencial que España haya encontrado un hombre como Adolfo Suárez para la Transición política”; el segundo me hizo –no recuero la frase exacta –un gran elogio del mismo.Finalizo mencionando a Sigfrido Hillers de Luque. Coincido con su opinión-diagnóstico-dictamen que hace en uno de sus libros, y en un artículo publicado en “La Nación”, de 12 de Abril a 9 de mayo del año 2.000:
“El régimen jurídico-político de Franco, no se hundió a la muerte de Franco… fue dinamitado (en una) voladura controlada por (sus) antiguos ministros (como por ejemplo) Adolfo Suárez”
Franco debió preverlo en su último mensaje escrito, que vale la pena reproducir:
“No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros, y para ello deponed, frente a los supremos intereses de la Patria y del pueblo español, toda mira personal”
Esos enemigos están ganando la batalla ¿Quiénes la han facilitado con la quiebra de su juramento, el, con el olvido o descalificación de la Cruzada, con su voto en las elecciones o con su falta de unidad para defender los valores innegociables?