Pío Moa
1. Frente a una opinión muy divulgada, la legitimidad de la república no vino de unas elecciones municipales (ganadas por los monárquicos), sino de un golpe de estado. Frente a otra tesis de cierta aceptación, el golpe no procedió de los republicanos, sino de los monárquicos, que, en plena quiebra moral, despreciaron a sus propios electores y entregaron sin resistencia el poder a sus adversarios. Esta tesis, que creo haber demostrado, difiere tanto de las interpretaciones habituales de izquierda como de derecha.
2. Casi nunca se ha dado relieve al hecho de que el elemento aglutinador de los republicanos fueron los políticos de derecha Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura. En su intención estaba formar un régimen demoliberal. Gracias a su labor unificadora los republicanos llegaron al poder en abril de 1931, y Alcalá-Zamora sería luego nombrado presidente o jefe de estado de la república, aunque el gobierno lo ejercerían los partidos ganadores de las elecciones.
3. Tampoco suele destacarse en la historiografía común que la derecha republicana se encontró enseguida desbordada por las violencias de la izquierda (quema de más de cien iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza). Esa derecha (Alcalá-Zamora en primer lugar, quedó desacreditada por su incapacidad para defender la ley frente a tales desmanes. La “quema de conventos” no fue un episodio secundario, como a menudo se le trata: después de él, la república tomó un sesgo izquierdista y violento.
4. Frente a una opinión muy divulgada, la derecha no se opuso desde el principio a la república. Solo empezó a oponerse, y solo una minoría de ella, a partir de aquella quema de conventos, bibliotecas y escuelas. Entonces quedó dividida entre una minoría republicana (Alcalá-Zamora, Maura…), otra minoría monárquica y una gran mayoría que aceptaba la república, sin entusiasmo y como un mal menor.
5. Aún menos recordado es el dato crucial de que, desde la izquierda “burguesa”, Azaña intentó un “proceso de demolición” de las tradiciones hispanas, aliando la “inteligencia republicana” con las masas sindicales “en la bárbara robustez de su instinto”. Su estrategia fracasó: pronto comprobó él mismo la escasez de aquella “inteligencia republicana”, cuyo carácter “tabernario e incompetente, de codicia y botín, sin ninguna idea alta” él mismo denunció una y otra vez. Y terminó superado y arrastrado por las izquierdas obreristas.
6. Azaña fue el principal promotor de una Constitución no de consenso, sino de imposición, no laica sino anticatólica y solo parcialmente democrática y que, a juicio de Alcalá-Zamora, invitaba a la guerra civil. Completada por una Ley de Defensa de la República que autorizaba a los gobiernos a saltar sobre la propia Constitución e imponer, entre otras cosas, una censura de prensa casi permanente.
7. El PSOE fue el factor decisivo de la república, al llegar a ella como el partido mejor organizado y con mayor influencia de masas, gracias a su anterior colaboración con la dictadura de Primo de Rivera. En él fueron formándose dos corrientes: una revolucionaria, con Largo Caballero y Prieto, y otra socialdemócrata, con Besteiro. La hegemonía de la primera marcaría la evolución del PSOE y de todo el régimen.
8. Frente a una idea bastante generalizada, las izquierdas no defendían a los obreros ni a los campesinos pobres, sino unas ideas utópicas. Su realización concreta, en el primer bienio republicano, de carácter izquierdista, empeoró gravemente la situación de las masas populares: el desempleo, el hambre, la delincuencia. Acompañados de choques callejeros, insurrecciones anarquistas y violencias contra la derecha. La situación económica era mala en todo el mundo, por la crisis económica comenzada en 1929, pero los peores daños no vinieron de ella, sino de una políticas demagógicas.
9. Las reformas emprendidas por la izquierda: la militar, educativa, agraria y autonómica, fracasaron por el sectarismo, la incompetencia y falta de sentido de la realidad con que fueron aplicadas. No solo criticó tales errores la derecha, sino también el mismo Azaña.
10. Como resultado de esas experiencias, en noviembre de 1933 el pueblo votó por amplia mayoría a las derechas en unas elecciones plenamente legales –aunque sacudidas por violencias y asesinatos de origen, todos ellos, izquierdista–. La respuesta a esa victoria electoral fue, por parte de Azaña y otros republicanos intentar el golpe de estado para anularla; por parte de los anarquistas, su insurrección más sangrienta hasta la fecha (un centenar de muertes); por parte de los separatistas catalanes, declararse “en pie de guerra”, y por parte del PSOE, la resolución de ir a la guerra civil para derrocar la república “burguesa” e implantar por la fuerza armada la “dictadura del proletariado”.
11. La victoria derechista, aunque dio lugar al breve período de mayor prosperidad de la república dentro de la crisis general, resultó infructuosa políticamente, debido a las querellas entre Alcalá-Zamora y Gil-Robles, jefe de la CEDA, el partido más votado en los comicios y las maniobras del primero contra Lerroux, jefe del segundo partido más votado, con carácter de centro-derecha. Las izquierdas y los separatistas catalanes y vascos aprovecharon la situación para realizar, a lo largo de 1934, continuas huelgas, provocaciones y choques desestabilizadores, coronados por le insurrección armada de octubre de 1934, objeto de mi libro Los orígenes de la Guerra Civil.
12. Esa insurrección, planteada por sus autores, textualmente, como guerra civil, ocasionó 1.300-1.400 muertos en 26 provincias, enormes daños materiales (destrucción de iglesias monumentales, bibliotecas, fábricas y edificios varios) y duró entre unos pocos días en Barcelona o Madrid, y dos semanas en Asturias. Fue, en lo fundamental, debida al PSOE y al separatismo catalán, aunque le apoyaron los partidos republicanos de izquierda y le acompañaron los comunistas y sectores anarquistas. Su derrota dejó, no obstante, una república tambaleante. Gerald Brennan la considera “la primera batalla de la guerra civil”, apreciación acertada como creo haber demostrado. Los meses siguientes serían una tregua inquieta debido a la impotencia de uno de los bandos.
13. El pretexto para la insurrección fue el carácter fascista atribuido por el PSOE a la CEDA –y toda la derecha, incluso a la izquierda republicana–. Se trató de una falsedad no creída por la cúpula directiva del PSOE, pero utilizada masivamente para soliviantar a las masas.
14. El anterior y muy resumido esquema lo he desarrollado documentalmente en los libros anteriores a este, Los personajes de la República vistos por ellos mismos y Los orígenes de la guerra civil. Su enfoque difiere del muy extendido de la “lucha de clases”, según el cual la república y la guerra consistieron en un enfrentamiento entre “el pueblo y la oligarquía” o entre los partidos “defensores del pueblo” o “de los obreros”, y los partidos que pretendían mantener “los privilegios” de los ricos. O del clero, los militares y los banqueros. Etc. Pero la mayor parte del pueblo votó a la derecha en 1933, después de haber experimentado las reformas izquierdistas del bienio anterior. Y los datos reales prueban que los pretendidos defensores del pueblo atrajeron sobre este más miseria, hambre, violencia, arbitrariedad y restricción de libertades que los supuestos fanáticos de la opresión, el oscurantismo y los privilegios oligárquicos.
15. Mi enfoque, por el contrario, puede describirse en unos pocos puntos:
a) Todas las sociedades humanas, todos los pueblos, entrañan una fuerte diversidad y a menudo oposición de intereses, ideas, sentimientos y aspiraciones. No existe unanimidad.
b) Para mantener un orden aceptable dentro de esa diversidad, la sociedad genera espontáneamente el poder y la ley.
c) En el plano político, esa diversidad se resuelve en partidos y el único modo de que las diferencias no deriven en choques y guerras o disgregación social consiste en la aceptación mayoritaria de unas leyes, respetadas suficientemente por los partidos y políticos.
d) La causa última de una guerra civil o una revolución radica en la caída de la ley, sea porque esta es rota desde el poder, sea porque una gran parte de la población la rechaza y quiere sustituirla radicalmente por otra más acorde a lo que cree ser sus intereses.
16. Lo que creo haber demostrado en mis libros es que, contra la interpretación basada en la lucha de clases u otras similares, la causa real de la guerra fue la destrucción de la ley, y que fueron las izquierdas y los separatistas, que ya habían arruinado el régimen de la Restauración, los que echaron por tierra la legalidad republicana… que ellos mismos habían establecido, y no por consenso. Azaña anunció en vísperas de la república que se proponía demoler lo que llamaba tradiciones españolas, que asimilaba entre otras cosas al catolicismo. No deja de ser una ironía que lo que realmente demoliese, él y sus aliados obreristas, fuese la misma legalidad que ellos habían impuesto.