Santiago Carrillo: memoria para unos, amnesia para otros

Francisco A. López Cabello  
 
 
A la memoria histórica del salmantino capuchino Padre Ramiro de Sobradillo (en el siglo José Pérez González) que fue muerto por la Fe en Paracuellos del Jarama, el 25 de noviembre de 1936, junto con otros noventa compañeros. A la memoria, no menos histórica, del anarquista sevillano Melchor Rodríguez García, miembro de la CNT, que murió en 1973 besando la cruz y sin renegar nunca de sus convicciones, en lo bueno y en lo malo.
 
  Insólito pero cierto. Santiago Carrillo Solares aparece como un nuevo Godoy, “príncipe de la paz”, denunciando a la derecha y a la Iglesia. Nadie tiene la culpa de que a un nonagenario se le haya parado el reloj hace siete décadas, pero sí hay culpables de la provocación en pleno Congreso. Dijo Carrillo en las Cortes que cardenales y obispos “son los mismos que en 1936”. Ignora o parece ignorar que no sólo son distintos, pues el único que no ha cambiado es él, sino que ya hace setenta años dejaron de ser los mismos: fueron asesinados por su Fe doce obispos y un administrador apostólico.  
 

Carrillo no parece haber leído el libro de Felix Schlayer, aunque él es protagonista, siendo además que el autor lo hace a través de fuente directa y biográfica de unos hechos que escandalizaron al mundo. No obstante lo anterior, Carrillo, ex secretario de las Juventudes Socialistas Unificadas y luego del PCE, cree que existe una “mancha profunda” que es el franquismo, aunque la vista cansada del “honoris causa” no advierte mácula en Paracuellos; tal vez se desangraron al afeitarse (eso sí, con las manos atadas a la espalda con bramante o cable eléctrico).  
 
El genocida de Paracuellos  
 
Carrillo, quien siempre se jactó de que se había dedicado a “la lucha contra la quinta columna”, luego ha negado conocer incluso la existencia de la villa de Paracuellos del Jarama. No sabemos a qué se debe su cambio de opinión en los años ochenta, pero bien podemos pensar en una cierta escasez de valentía, que ya le echó en cara el periódico “El Socialista” durante la guerra, al hablar de su miedo a ser detenido, que se habría manifestado, por lo demás, en términos realmente vergonzosos y escatológicos.  
 
Parece que, sin embargo, Carrillo sí tiene memoria para atacar una y otra vez a la Iglesia y a quienes no piensan como él, pese a que luego habla de eliminar “la ira, los desafíos, los insultos” en la vida política nacional. Cierto que, al final, ha dicho en un acto de la Fundación Ernest Lluch que “corremos el peligro de tirar demasiado de la cuerda”, quizá dándose cuenta de que se está yendo demasiado lejos y que hasta en España, el cinismo en la política tiene un límite.  
 
Es conocido y evidente que las víctimas murieron perdonando, con lo que no tiene objeto que se fragüen odios frente al pasado. Es claro también que debemos tomar ejemplo de lo que ha sucedido en 1936 como en todos los siglos de historia patria, para convivir y crear una España mejor, pero eso sin duda no puede edificarse con el concurso de quienes en su día no aportaron más que desgracia y hoy siguen, impenitentes, aferrados a su sectarismo.  
 
Contrasta la actitud del comunista Carrillo, con la del fraile capuchino Ramiro de Sobradillo, y del anarquista Melchor Rodríguez García. El primero cayó en tierra de Paracuellos, tras un “juicio popular” que lo condenó a muerte por ser franciscano, sin duda “una grave ira, desafío e insulto” a la segunda República. Entregó su vida sacerdotal antes de que le diera tiempo a cumplir los treinta años. En cuanto al nombre de Melchor Rodríguez García, es el de quien durante la guerra salvó la vida de miles de presos arriesgando la suya y frente al empeño de los partidarios del primero en borrar del mapa al enemigo. Es, sin embargo y para vergüenza de toda España, un absoluto desconocido, que vivió modestamente de ser sucesivamente torero, calderero, chapista, sindicalista y agente de seguros (y héroe en sus ratos libres), sin que apenas un puñado de agradecidos le guardara amistad para siempre, y sin un merecido homenaje que nunca le llegó en vida. Para ellos no hay, que se sepa, memoria histórica que guarde un respeto por su ejemplar existencia. Vayan por ambos estas líneas.