Pío Moa
Una de las cosas más lamentables de los últimos días en relación con el fallecimiento de Suárez ha sido la exhibición casi generalizada de emotividad por lo general hipócrita, de retórica más o menos grandilocuente en sustitución de un análisis político-histórico medianamente serio. Es un defecto tradicional en España, donde la experiencia apenas parece contar para nada. Es más, muchos se enfadan cuando se sustituyen los convencionalismos turiferarios por intentos de explicación racional: les parecen incluso “inmorales”, como al propio Hermann Tertsch. Paciencia, el país está así.
En La Transición de cristal expuse algunos elementos y factores de la transición y de la actuación de Suárez poco atendidos por los mitificadores, a izquierda y derecha. Así, un tópico generalizado afirma que Suárez se enfrentó a una situación muy difícil y complicada. En realidad fue una situación de gran prosperidad –aunque su evolución exigía afrontar la crisis mundial del petróleo– y de reconciliación sobre el olvido de los odios que destrozaron a la república. Situación excelente para construir una democracia sólida y no convulsa. Casi toda la clase política franquista –incluidos los militares, que solo le opusieron alguna que otra dimisión– favorecieron la reforma diseñada por Torcuato Fernández Miranda y de la que Suárez fue ejecutor por un breve tiempo.
El obstáculo real no venía en absoluto del franquismo, como pretenden muchos con dosis de desvergüenza tan grandes como falta de examen serio. Tanto el rey, designado por Franco, como Suárez, secretario general del Movimiento, como Torcuato, como Fraga, como el grueso de la clase política franquista concentrada en las Cortes, aceptaron la transición.
El obstáculo mayor se encontraba en la oposición antifranquista, desde la extrema de ETA y GRAPO hasta la presuntamente moderada del PSOE, que salía a la palestra –en compañía de grupos marxistas-leninistas– con un programa radical de economía autogestionaria, república, “autodeterminación” y otras maravillas. El PCE se mostró más razonable y adaptable, aunque solo fuera por miedo a quedarse en la ilegalidad. La izquierda y los separatistas, históricamente juntos y no es casual, como he explicado en España contra España, querían nada menos que la “ruptura”, es decir, la pretensión, demgógica y realmente demencial, de saltar por encima de cuarenta fructíferos años para enlazar con un Frente Popular esencialmente antidemocrático. Ese fue el gran peligro a vencer, y lo venció Torcuato orientando a su pupilo Suárez.
Torcuato diseñó la transición con dos principios: “de la ley a la ley”, es decir, con reconovimiento de la legitimidad franquista; y con la conciencia de que la oposición –nunca democrática—solo aceptaría la evolución “si se sabía débil”. Estas eran las condiciones para una transición realmente estable, respaldada por la gran mayoría del pueblo en el referéndum de diciembre de 1976, contra la alternativa rupturista: votó en 77,4% del censo, con un 94% a favor. Para entender la trascendencia del dato comparémoslo con lel referndum de la Constitución: 67,1% del censo, diez puntos menos, con un 87% de síes, de modo que la aprobación popular no llegaba al 59% del cuerpo electoral. Señálese, además, que la propaganda faorable a la Constitución fue abrumadora y casi unánime en los grandes medios; por contra, en el referéndum del 76 la oposición en pleno desplegó una persistente y masiva campaña, sin ahorrarse un intento de huegla general (fracasado). Las circunstancias políticas e históricas eran, por tanto muy favorables., en contra del tópico. Torcuato creyó que Suárez se mantendría leal a él, que en definitiva lo había creado como político de primera fila, contra Areilza y Fraga. Pero se equivocó. Suárez, quizá creyéndose un genio de la política por el éxito de aquel referéndum, prescindió a continuación de Torcuato, y le hizo el vacío. Rápidamente olvidó y pretendió hacer olvidar el origen de la transición, es decir, el franquismo y su propia carrera en él, anulando o dejando en el limbo el principio “de la ley a la ley”; y en vez de procurar que izquierda y separatistas “se supieran débiles”, procedió a fortalecerlos de modo directo y, aún más peligrosamente, indirecto. Directamente ayudó de mil maneras al PSOE y al PNV, incluso con dinero, así como a los separatistas catalanes, otorgándoles autonomías mucho más generosas de lo que ellos, en su deilidad inicial, habían creído posibles; e indirectamente renunció a la defensa de su origen político y a la lucha de las ideas –nunca se insistirá lo suficiente en ello— cediendo ese crucial terreno a izquierdas y separatistas: hasta sumándose a ellos contra quienes defendían la legitimidad del franquismo, tachados de extrema derecha, sin serlo en la mayoría de los casos. Fue el comienzo de un proceso de desintegración moral y política del país que hoy ha llegado a grados muy peligrosos. Claro que esto último se debe más a sus sucesores (González, Aznar, Zapatero, Rajoy) que, en lugar de corregir los errores de Suárez, se han anclado con ellos, acentuándolos.
Torcuato vio, con gran amargura, cómo su diseño naufragaba bajo la dirección de Suárez. Cómo separatistas y socialistas se fortalecían (Suárez acertó, en cambio, al legalizar al PCE, el cual desde entonces no cesó de debilitarse hasta volverse irrelevante. Hoy, en cambio, resurge con el nombre de IU). El reto económico fue mediocremente afrontado y el terrorismo se volvió una lacra insoportable para la sociedad, por no hablar de la expansión masiva de la droga y otros síntomas de enfermedadsocial. La conducta de Suárez al despreciar a Torcuato y no asistir a su funeral lo define de modo harto diferente a como los han presentado masivamente unos políticos y medios de masas esencialmente corruptos. Al margen de sus merecimientos en el terreno personal y de su tragedia familiar y personal, situados en un plano distinto de aquel por el que ha pasado a la historia.
** Dice el obispo de Ávila –repitiendo sin pensar lo de muchos otros—que la gran aportación de Suárez fue la reconciliación entre los españoles. La reconciliación estaba hecha desde muchos años antes, y por eso pudo él maniobrar con bastante facilidad. Lo que él reconcilió fue a los políticos, algo muy diferente. Y lo hizo a costa de renunciar a la historia y a la solidez de la democracia, como hemos visto y seguimos viendo/sufriendo.