Badajoz-agosto de 1936: la vida se abre paso ante la muerte, por Moisés Domínguez

 

Moisés Domínguez Núñez

Desde mi campanario

 

 

No deja de sorprenderme la cantidad de información que generó la toma de Badajoz el 14 de agosto de 1936. La masa documental sobre este hecho histórico es un verdadero “Himalaya”, como diría Julián Besteiro.

Poner en orden todo lo que se escribió y salió publicado es lo que modestamente hemos intentado tres amigos, en dos obras de referencia (La Matanza de Badajoz ante los Muros de la Propaganda y Balas de agosto). Evidentemente, aparecen y seguirán apareciendo documentos inéditos y artículos periodísticos desconocidos hasta ahora que vendrán a rellenar los huecos que toda investigación, por exhaustiva que esta sea, deja a su paso. Uno de esos testimonios es lo que hoy traemos a colación.

Se ha escrito y dicho que los legionarios eran unos seres sedientos de sangre, interpretando así el calificativo de los “novios de la muerte”. Sin embargo, como comprobaremos, la realidad supera al tópico. En las batallas surgen los villanos y las maldades pero también los héroes y las buenas acciones.

Leyendo una revista italiana, Legioni e falange, de los años cuarenta del siglo pasado, por sorpresa, me encontré con la historia de un legionario italiano llamado Fernando Urculus -o así decía llamarse- que participó con su Compañía en la marcha sobre Madrid. El artículo lo firmaba el periodista José Simón Valdivieso.

El gacetillero había conocido al valiente legionario en una de las acciones bélicas más famosas de la historia militar española en África como fue la batalla de Kudia Tahar en 1925. Allí le entrevistó por primera vez. El soldado era parco en palabras, a pesar de ello, pudo sonsacarle que había acabado en el Tercio tras un fracaso amoroso, que era oriundo de un pueblecito del milanesado, tenía por entonces unos 30 años, amaba la música y tocaba primorosamente el violín.

En 1936, al estallar la guerra, volvió a tropezarse con él en el frente de Madrid. Valdivieso cubría la información en el bando nacional. Urculus estaba destinado en la IV Bandera, una de las primeras en avanzar sobre Madrid por la ruta de la plata, y es al llegar a Badajoz donde escribirá una de las páginas más gloriosas de su anecdotario personal.

Su historia trata del rescate de una niña que se encontraba bajo el fuego cruzado de los combatientes aquel fatídico día del 14 de agosto de 1936. Fue un dramático y arriesgado rescate de un ser indefenso.

Con el capitán don Rafael González Pérez-Caballero, asaltaron la llamada “Brecha de la Muerte” un grupo de valientes, algunos dejaron su vida en aquel pedazo de tierra; otros, como el bravo Capitán, fueron heridos de gravedad. Iba Urculus al lado del teniente Artigas Rivero de la 16ª Cia.

Ahora recogeremos las palabras escritas por el legionario Eugenio García Volpini para dibujar gráficamente qué pasó en la “Brecha de la Muerte” y nos hagamos una idea que fue aquel averno:

«No recuerdo una sensación igual de vacío, de soledad, de abandono, como cuando tuvimos que atacar aquella brecha mortal, aquellos cien metros nos separaban de la vida o de la muerte. Nuestro capitán se alzó como ave fénix. Cogió su pistola y en intrépida carrera se abalanzó sobre la brecha, todos lo seguimos; aquello era un infierno de bombas, granadas y disparos…».

El 14 de agosto de 1936 fue llamado a protagonizar una de las mayores gestas que se recuerdan en la historia de la Legión. El capitán González Pérez-Caballero recibió la orden de que su compañía, la 16 de la Cuarta Bandera:

«había de asaltar la brecha abierta en la avenida de Huelva y que cruzaba la cortina de fuego que describían las ametralladoras emplazadas por los rojos a un lado y a otro. Avanzar era ir a la muerte. El capitán dio la noticia emocionado a sus legionarios, y éstos, por toda respuesta, comenzaron a cantar el himno de la Legión»[1].

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Legionarios desfilando ante la brecha de la muerte, años después

 

A las tres horas y diez minutos de la tarde de la calurosa tarde del viernes 14 de agosto de 1936 Rafael González Pérez-Caballero, atacó por la “Brecha de la Trinidad” con el sol de cara y partiendo del Barrio de San Roque. La primera unidad que se lanzó al asalto es la 16ª Compañía del capitán Pérez-Caballero. Éste ordenó a la 1ª Sección del teniente Fernando Rodrigo Cifuentes que atacase dicha Brecha cruzando el puente sobre el Rivillas y protegido por las dos tanquetas blindadas del  capitán de equitación Gabriel Fuentes Ferrer y del teniente de Carabineros Andrés Álvarez Froix y el fuego de cobertura de los morteros y ametralladoras de la 12ª compañía del capitán Francisco Sainz Trápaga[2].

Sin embargo, debido al intenso fuego de ametralladora que desde las murallas se les hizo, los legionarios de la 1ª sección iban siendo abatidos, haciendo prácticamente imposible el avance. Además, los defensores con granadas de mano -entre los que se contaban cabos del Regimiento de Infantería Castilla Nº 3, carabineros de la Comandancia de Badajoz y milicianos- tampoco permitieron que los vehículos blindados se acercasen a la Brecha. El vehículo blindado[3] al mando de Gabriel Fuentes Ferrer quedó inutilizado y el capitán quedo conmocionado por las explosiones de las bombas de mano[4].

Al fracasar este primer intento, el capitán Pérez-Caballero tomó el mando directo del resto de su Compañía -y sin pérdida de tiempo- se lanzó igualmente al asalto de la brecha. Sin embargo, en vez de efectuar un ataque frontal, como lo había hecho la 1ª sección, Pérez-Caballero se desvió hacia su flanco izquierdo y por la carretera de Sevilla avanzó unos cincuenta metros con el objeto de desenfilarse del fuego directo que desde la brecha y bastiones laterales se le hacía, pese a lo cual, es batido por fuego de ametralladoras que causó varias bajas en su compañía. Esta circunstancia le obligó a detenerse en la hondonada del Rivillas para agrupar a sus hombres e iniciar el asalto definitivo contra la brecha, continuando él al frente, pese a haber sido herido[5]:

«A mi señal se lanzan como un solo hombre al objetivo marcado, son solamente sesenta o setenta metros los que no separan del enemigo, pero la tempestad de balas que se desencadena sobre la Unidad y las bajas son tan numerosas, que a pesar de tan brioso empuje, sólo nos depara la fortuna el poner el pie en la brecha de la muralla a catorce hombres»[6].

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Lápida que estuvo ubicada en la Brecha

 

Al llegar a la brecha, sus hombres establecieron contacto a la bayoneta con los milicianos y lograron sobrepasarla, avanzando por las calles Trinidad y Doblados[7] hacia el centro urbano, donde finalmente, tras mantener algunos encuentros con núcleos que resistían en las calles, lograron llegar y establecer contactos con los soldados de la V Bandera. Durante el ataque, la 16ª Compañía tuvo once muertos, cuarenta y un heridos de diversa consideración, incluyendo al propio capitán Pérez Caballero y al Teniente Artigas Rivero, que quedó ciego a consecuencia de las graves heridas sufridas.

Aquí retomamos y enlazamos la historia con la del legionario Fernando Urculus. El “novio de la muerte” observó que en el primer piso de un edificio sito en la calle Doblados, desde cuya azotea se hacía fuego, se veía claramente una cama destartalada y sobre ella una niña, de no más de cuatro años, llorando desconsoladamente. Era una escena trágica. Urculus se paró. Un sargento le ordenaba que avanzara dándole culatazos con el fusil. Urculus, sin embargo, hizo caso omiso a la orden, no podía dejar a aquella niña a merced del fuego de ametralladoras y bombas de mano. Con desprecio de su propia vida, a cuerpo limpio, salió corriendo por la explana existente entre la puerta de la Trinidad y la calle Trinidad. Por un lado recibía el fuego de los milicianos, por otro el fuego amigo de sus compañeros. Fernando saltó entre cadáveres de unos y otros hasta llegar al edificio comido por las balas .De dos en dos subió las escaleras hasta llegar a la habitación donde estaba la “picola bambina”. Con la misma presteza, alzó en brazos a la huérfana. Bajo rápidamente y se paró un momento en el portal de la casa. Sin pensarlo y bajo una granizada de balas, volvió a cruzar la calle, apretando sobre su pecho a la chiquilla. Dios tuvo que ayudarle pues salvo la vida de la niña y él no sufrió ni un solo rasguño en aquel infierno en la tierra.

Esta es una muestra más de la nobleza humana que no queda reflejada en los libros de historia.

Para acabar diremos que este legionario cayó gravemente herido al recibir fuego de mortero en las riberas del Jarama en febrero de 1937 . Era la cuarta herida que recibía en combate. Al despertar en el Hospital de Sangre observó que le habían amputado la pierna derecha. Al medico que le atendió, le dijo: “¡No me importa! !Me queda otra!”.

Después de la Guerra Civil se fue a vivir a un pueblecito de Extremadura, Bienvenida, donde retomó el romance con una paisana que había conocido en su marcha hacia Madrid en agosto de 1936. Tuvo tres hijos y uno de ellos emigró a un pueblo cercano a Cartagena. Mi amigo Manolo, hijo de un legionario fantástico, me contó las increíbles aventuras de su padre en la Guerra Civil y la sorpresa fue mayúscula al descubrir que aquel joven italiano era en realidad su padre.

Por mi amigo Manolo, a quien tanto admiré, he escrito esta historia.

 


[1] Tomas PRIETO, Héroes y gestas de la cruzada: Datos para la Historia,1966, pág.151.

[2] Diario de Operaciones. 12ª Compañía. IV Bandera. Archivo del Tercio duque de Alba. II de la Legión. Ceuta

[3] Tanqueta modelo Bilbao 1932 perteneciente al parque móvil de la Guardia de Asalto de Sevilla.

[4] Hoja de Servicios del capitán Gabriel Fuentes Ferrer: AGMAV.

[5] Tuvo que ser hospitalizado en Badajoz por la gravedad de sus heridas, siendo dado de alta el día 29 de agosto de 1936 e incorporándose en Oropesa (Toledo). Archivo General Militar de Segovia, hoja de servicios de Rafael González Pérez-Caballero.

[6] Diario de Operaciones. 16ª Compañía. IV Bandera. Archivo del Tercio Duque de Alba. II de la Legión. Ceuta.

[7] Según testimonio de Juan Rodríguez Bariego sobre su padre Juan Rodríguez Jaramillo. Se encontraba ese día en la Plaza de San Andrés e indicó al capitán Pérez-Caballero la calle por la cual tuvo que subir a la Plaza de la República (actualmente denominada Plaza de España).

 


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