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Ángel David Martín Rubio
Revista Afán nº 14
El 30 de mayo de 1919, España se consagró públicamente al Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles. Allí se grabó, debajo de la estatua de Cristo, la promesa que hizo al padre Bernardo de Hoyos, S.J., el 14 de mayo de 1733, mostrándole su Corazón y diciéndote: “Reinaré en España con más veneración que en toras muchas partes”.
Vemos pues, la estrecha vinculación que existe entre el Reinado del Sgdo. Corazón y nuestra Patria. Ello nos obliga a pensar cómo hemos de vivir nuestra condición de españoles y si en ello tiene algo que decir nuestra condición de cristianos, más aún si nos hemos consagrado al Corazón de Jesús y a la extensión de su reino.
El patriotismo es el amor y la piedad hacia la Patria en cuanta tierra de nuestros mayores o antepasados. Además de otros títulos como la justicia legal, la caridad y la gratitud, el principal fundamento teológico del patriotismo es la virtud de la piedad.
La palabra piedad se puede emplear en muy diversos sentidos. Siguiendo a Santo Tomás de Aquino, considerándola como virtud especial, derivada de la justicia, puede definirse como un hábito sobrenatural que nos inclina a tributar a los padres, a la Patria y a todos los que se relacionan con ellos, el honor y el servicio debidos (II-II, 101,3). Por lo tanto, el objeto material de esta virtud lo constituyen todos los actos de honor, reverencia, servicio, ayuda material o espiritual, etc. Que se tributan a los padres, a la Patria y a todos los consanguíneos.
Esos deberes para con la Patria pueden reducirse a uno solo; el patriotismo, que no es otra cosa que el amor y la piedad hacia la Patria en cuanto tierra de nuestros mayores o antepasados. El patriotismo bien entendido es una verdadera virtud cristiana y sus principales manifestaciones son cuatro (cfr. Antonio Royo Martín, Teología moral para seglares, vol,1, Madrid: BAC, 1996, 821)
Al sano patriotismo se oponen dos pecados (ibid., 823):
Este sentimiento ha ido adquiriendo en la segunda mitad del siglo XIX y en el XX formas más particulares dentro de cada nación. Se han fomentado nacionalismos cada día más estrechos a los que cabe aplicar con propiedad el nombre de separatismos. Con lo cual se ha perjudicado a grandes entidades formadas por la historia. Rozando en ocasiones extremos racistas, se ha acentuado la nota separatista en tal forma de desconsideración y desestima a otros pueblos o naciones, que en el fondo se ha incurrido en auténticos vicios farisaicos.
Con razón advirtió el insigne Menéndez Pelayo de las raíces de este separatismo en el caso de España: “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones o de los reyes de taifas”. Y el Cardenal Gomá condenaba a este nacionalismo afirmando que surge contra el Estado y sacude el yugo común que aunaba en la síntesis de la Patria única a varios pueblos que la Providencia y la historia redujeron a un denominador común. Y recordaba que la doctrina católica predica a los pueblos la justicia y la caridad, también en el orden político y es la justicia y la caridad la que, dentro de un mismo Estado, impone el respeto a vínculos derivados de los hechos y principios legítimos que forman de varior pueblos una gran Patria (cfr. Catolicismo y Patria, VI)
“Reinaré en España y con más veneración que en otras partes”. En pocos momentos de nuestra historia como en este, hemos podido creer más lejano el cumplimiento de esta consoladora promesa.
Y sin embargo, tienen aplicación a nuestros días las palabras de la Beata María Patrocinio Giner, misionera claretiana: “Qué nubarrones tan negros nos cubren, pero como nuestra confianza está puesta en Aquel que ha dicho “triunfaré de mis enemigos y reinaré en España” (…) en medio de tanta persecución nuestra fe se robustece, el corazón purga y la voluntad se dispone a sufrir todo lo que el Señor permita nos venga, que todo sea para nuestro bien” (diciembre.1932)
Pidamos luz y valentía. Renovemos nuestra Consagración. Reavivemos tres grandes afirmaciones:
Así, también se cumplirá la promesa de Jesús y nuestra España volverá a ser, en palabras del Cardenal Gomá: “Una, con la unidad católica, razón de toda nuestra historia; grande, con la grandeza del pensamiento y de la virtud de Cristo, que han producido los pueblos más grandes de la historia universal; y libre “con la libertad con que nos hizo libres Cristo” porque fuera de Cristo no hay verdadera libertad” (Gomá, ibíd. VII)