¿Dónde estamos? Artículo publicado en “La Revue Belge” (15 de agosto de 1937)

 
 
Francisco Franco Bahamonde
 
 
 
   Soy un soldado, y por lo tanto, los rodeos no son mi fuerte. Así, pues, me expresaré con claridad. No, no pensé que la guerra durase tanto tiempo, ni sé tampoco cuánto durará todavía, a pesar de que, como las operaciones nos son favorables, mi esperanza de verla terminada en breve, acrece todos los días. Pero lo que sí puedo afirmar, y lo que mis partidarios –que suman millones– afirman como yo mismo, es que si debiéramos volver a empezar, no vacilaríamos un instante.  
 
Recapitulo brevemente
 
   Las elecciones que precedieron al establecimiento de un Gobierno de Frente Popular, en febrero de 1936, fueron falseadas por los partidos extremistas; obtuvieron electores por la amenaza y el terror, sea que votaran con ellos, sea que se abstuvieran de votar contra ellos. A pesar de todo, los partidos de derecha tuvieron más sufragios que los de Izquierda. Entonces, recurrieron a los grandes remedios, como la anulación de resultados en ciertas circunscripciones y otras prácticas similares, gracias a las cuales los extremistas obtuvieron el Poder. Una vez instalados en él, les bastó poco tiempo para extender la anarquía y el caos en el país.
 
   Nótese que sólo después de cinco meses mi desgraciado país se levantó contra el llamado Gobierno; cinco meses de desórdenes y de exacciones, durante los cuales, centenares de iglesias, fábricas, casas particulares, fueron quemadas o saqueadas por el populacho, y centenares de pacíficos ciudadanos molestados, heridos, muertos inclusive, sin que el más pequeño esfuerzo fuese intentado por las autoridades para poner fin a esas violencias.  
 
La nación sufrió este estado de cosas con una paciencia notable
 
   Los jefes del Ejército no intervinieron hasta tener la convicción de que solamente su acción podía salvar al país de la ruina completa. Se decidieron a actuar el día que supieron que los elementos extremistas del Frente Popular preparaban una revolución comunista –de tipo soviético– para apoderarse del Poder y exterminar a sus enemigos. (Entiéndase por enemigos todos los ciudadanos respetuosos de la Ley, honrados, ricos o pobres, sin distinción.)
 
   Innecesario es decir que poseemos documentos que prueban esto testimonios que demuestran con cuánta minuciosidad este movimiento había sido organizado. 
 
   La revolución comunista que debía de estallar en mayo fue pospuesta para junio y, por último, hasta fines de julio. Informados a tiempo, la hicimos abortar con un levantamiento de carácter puramente defensivo. Ninguno de nosotros se ha dejado guiar por la ambición o el deseo de apoderarse del Poder. Sólo nos han guiado los más altos ideales y motivos puramente altruistas.
 
   En resumen, la sublevación fue, de parte del pueblo, un acto de legítima defensa; de parte de sus jefes, un acto de legítima indignación.
 
   Al principio, la partida era terriblemente desigual, y la balanza no se inclinaba de nuestro lado.
 
   En numerosas ciudades importantes –las más importantes, y entre ellas la capital (Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia)– nuestro Movimiento abortó. En ciertos barcos de la Marina de Guerra, los marineros, siguiendo instrucciones del Gobierno rojo de Madrid, se amotinaron y asesinaron a la oficialidad. (Si no hubiese sido así, yo habría transportado nuestras fuerzas de Marruecos a España en muy poco tiempo, y Madrid hubiese sido nuestro en septiembre, tal vez a fines de agosto. La guerra habría terminado con el año 1936).
 
   Pero este conjunto de circunstancias adversas, jamás ha debilitado nuestra decisión de hacer triunfar un Movimiento que apoya la inmensa mayoría del pueblo español. En efecto, el movimiento comunista estaba inspirado y dirigido –como todos los movimientos comunistas– por una pequeña minoría.
 
   Nuestro deber para con el país era evidente. Por fortuna, nuestra sublevación triunfó desde el principio en numerosos puntos de vital importancia. Así, en Sevilla, el General Queipo de Llano logró dominar la situación con un simple puñado de hombres –180 exactamente– a pesar de que de 40 a 50.000 rojos, animados por el furor de la desesperación, se le opusieron en esta ciudad; y el General Mola tomó el mando de las tropas del Norte; donde Navarra –una de las cuatro provincias vascas– aportó a la Causa 40.000 voluntarios.
 
   La flota roja bloqueaba el estrecho de Gibraltar; con los aviones que tenía a mi disposición, envié soldados de Marruecos a Sevilla, por vía aérea; en fin, el 6 de agosto de 1936, a pesar de los recursos superiores del enemigo, conseguimos hacer atravesar el estrecho a un convoy con tropas suficientes para formar la base del ejército que debía, en seguida, avanzar hasta los muros de Madrid.
 
   Es bien sabido que el enemigo nos opuso una resistencia tenaz en más de un punto de estos 400 kilómetros de camino que separan a Sevilla de Madrid. Pero una vez en camino, avanzamos, a pesar de que nuestros flancos, a derecha y a izquierda, y nuestras líneas de comunicación, estaban incesantemente amenazados. Así fueron derrotados los rojos en Mérida, en Badajoz, en Talavera y en Toledo, donde –¿tengo necesidad de recordarlo?– libramos a la admirable guarnición del Alcázar, cuya resistencia heroica pasará a la Historia.  
 
Luchábamos con voluntad inquebrantable; la balanza, lentamente, se nivelaba
 
   Mientras nos habríamos camino hacia Madrid, conquistamos Huelva y los importantes distritos mineros que la rodean; establecimos comunicaciones con Granada aislada hasta entonces de Sevilla-, libramos a Córdoba de ataques persistentes del enemigo, y establecimos igualmente una línea de comunicación vital entre el Norte y el Sur del país.
 
   Al mismo tiempo, el General Mola, uno de mis mejores y más leales compañeros de armas, cuya muerte, sobrevenida en un accidente de aviación, ha sido una gran pérdida para nuestra Causa, había parado al enemigo, impidiéndole franquear las alturas del Guadarrama, al Norte de Madrid; había tomado Irún y cerrado a los comunistas la frontera francesa, en el punto preciso por donde recibían, del Frente Popular francés, apoyo de material de todas clases, y ayuda moral no menos preciosa; tomó San Sebastián y reconquistó para España las tres cuartas partes del territorio vasco, donde los habitantes nos recibían con gran alegría y alivio, pues habían estado sometidos al Gobierno rojo por sus jefes, separatistas, que no habían dudado unirse a los comunistas en esta guerra a cambio de una promesa de autonomía.      
 
 
Todo eso se cumplió con un puñado de hombres
 
   ¡Oh, yo hubiese podido movilizar a miles de ciudadanos; me bastaba con distribuirles armas, cualesquiera que fuesen: carabinas, fusiles, etc., como los rojos han hecho; pero no quería ver a los españoles diezmados por ráfagas de artillería; por eso no he movilizado ni he armado a las masas, como han hecho los comunistas en territorio rojo! He preferido apoyarme en verdaderos soldados, dar el tiempo necesario a la instrucción de los reclutas y de los voluntarios que afluían a nosotros, de todos los pueblos de nuestro territorio. 
 
   Se trataba, por tanto, de un ejército numéricamente débil el que sitió a Madrid a principios de noviembre. Los rojos le opusieron fuerzas internacionales más numerosas, llegadas a España poco antes, gracias a la ayuda prestada por los comunistas franceses a los españoles. Esas tropas bien provistas de armas, facilitadas por el Gobierno ruso, no dudaron en convertir la ciudad abierta de Madrid en una fortaleza, en la cual se atrincheraron, pero que al final nos pertenecerá.
 
   Hago esta última afirmación después de profunda reflexión y, propósito deliberado, porque uno de los últimos éxitos de nuestras tropas (la toma de Bilbao, pocos meses después de la entrada de nuestros soldados en Málaga) es suficiente para probar que ni los obstáculos naturales ni los acumulados por la mano del hombre pueden detener el avance de nuestros soldados. ¡Afirmo que el Comunismo será completamente destruido y extirpado de toda España! 
 
   ¡Que no se olvide en Bélgica que la tentativa de establecer el Comunismo en España ha costado la vida de 350.000 inocentes, asesinados en pueblos y ciudades donde el furor de los asesinos ha encontrado libre curso!  (En cuanto a las pérdidas en tesoros y recursos materiales de la nación, son incalculables.)  
 
Y que se sepa bien esto: 
 
   No queremos odios de clase, ni de ninguna especie, en nuestra Patria; lo que deseamos para el futuro es una sana comprensión recíproca que traerá la paz entre los ciudadanos. 
 
   Que no se diga que es un sueño quimérico; los belgas que han visitado en la actualidad mi Patria, de un extremo a otro de nuestra zona, han visto en todas partes condiciones normales de vida; han visto un pueblo que –en medio de las angustias terribles de una guerra civil– trabaja, e incluso vive feliz.  
 
Sí, todavía hay guerra y, sin embargo, ya empieza el renacimiento
 
   Las cosechas, este año, son magníficas, suficientes para que no nos veamos obligados a recurrir al extranjero durante dos años. Estas cosechas son magníficas, no solamente porque el tiempo ha sido favorable, sino también porque los campesinos han podido trabajar en paz, sin que los elementos comunistas introdujesen constantemente el desorden y la perturbación provocando huelgas, represalias y conflictos de todas clases.
 
   En las ciudades, grandes o pequeñas, ustedes verían los almacenes abiertos bien aprovisionados, y que lo mismo que en los mercados locales, los precios no han subido. El coste de vida es tan bajo o más que antes de la guerra. En ninguna parte verían precauciones de policía especiales; por ello comprenderán que no necesito tomar medida alguna para evitar un levantamiento del pueblo contra mí. En verdad, el pueblo me sostiene, como sostiene el Movimiento que dirijo. El pueblo está satisfecho y agradecido de haberse librado de la pesadilla en la cual vivía.
 
   Los lectores de esta Revista han oído hablar mucho de las milicias que han aportado al Ejército tantos miles de hombres. Tal vez han oído que entre los camisas azules, falangistas, y los requetés de boina roja existe una rivalidad –según los rojos– que traerá un conflicto inminente. La verdad es esta: no hay más que una sola milicia en España, en la cual el mismo hombre lleva boina roja y camisa azul.  
 
¿Y MAÑANA?  
 
¿Cómo será la España del futuro, para la cual trabajamos nosotros con todo fervor?
 
   Estamos convencidos que el régimen futuro de nuestra Patria –que es un país viejo de gloriosas tradiciones que han sufrido la prueba del tiempo– se basará en la experiencia pasada tanto como en las ideas progresivas modernas. No, se hace buen jerez con uvas del año anterior solamente: es preciso mezclar la uva vieja con la nueva para lograr el verdadero bouquet de nuestro glorioso vino y su mejor calidad.
 
   La Nueva España será fiel a sus tradiciones milenarias, pero se desarrollará progresivamente. No basaremos el régimen futuro en sistemas democráticos, que decididamente no convienen a nuestro pueblo. Se ha hecho la prueba y Dios sabe que no ha faltado buena voluntad para ensayarlos por espacio de cerca de un siglo; lo asentaremos sobre ideales más fielmente democráticos y mejor adaptados al carácter peculiar de la raza española.
 
   Ningún trabajador podrá quejarse de que nuestra política social no sea bastante avanzada y progresiva, puesto que los obreros españoles retendrán las ventajas obtenidas bajo la República, más y, mejor todavía: disfrutarán de sus privilegios bajo un régimen de paz y de buena voluntad que reemplazará al odio de clase y al caos comunista. En fin, se establecerá un estado de cosas que le asegurará un bienestar mayor que el que obtuvo bajo el gobierno de políticos ambiciosos y sin escrúpulos, únicamente cuidadosos con sus intereses particulares.
 
   Abriremos millares de escuelas en toda España, pero no predicaremos el odio, como hicieron los comunistas en el territorio que todavía está bajo su control. El orden, establecido en el respeto a las leyes, permitirá al país centuplicar sus bienes y desarrollar los recursos constantes y explotables, tan abundantes en España.
 
   Deseamos mantener relaciones amistosas con todos los países del mundo, a excepción de la Rusia soviética. 
 
   Francia es nuestro vecino, y a pesar que el Frente Popular ha prestado una ayuda, en cantidad poco conocida en el mundo, a los rojos, estimamos que se encuentra en una situación análoga a la de nuestra Patria hace un año; y no olvidamos que muchos franceses deploran’ este estado de cosas y sus consecuencias.
 
   España estará siempre reconocida a las naciones que han comprendido la naturaleza del conflicto en que nos vemos envueltos y que nos han prestado un apoyo moral invaluable.
 
   Pero me apresuro a añadir, a afirmar solemnemente, que, no existe posibilidad alguna de nuestra parte de cesión de un solo palmo de terreno a ninguna nación, sea la que sea.
 
   Luchamos por una España unida, y jamás hemos soñado con pagar esta unión a costa de una parte del suelo que es nuestra herencia. 
 
   ¡Si estuviésemos dispuestos a fragmentaciones de ese orden, hubiésemos empezado por dividir España y nos habríamos ahorrado combatir por el territorio que no seríamos capaces de retener! 
 
   No imaginen tampoco que ningún otro país tenga la menor idea de pedir una recompensa en pago de su amistad hacia nosotros.
 
   Existe un precedente. Los ingleses intervinieron en España durante la guerra de Napoleón y las fuerzas que se batieron en España a las órdenes del duque de Wellington tuvieron una influencia más decisiva que, ningún apoyo presente. Y, terminada la guerra, los ingleses regresaron a Inglaterra sin que España les cediese un palmo de su territorio, ni la menor parcela de su soberanía. Este es un paralelo histórico que puede establecerse en el caso presente de la ayuda caballeresca de los voluntarios extranjeros.
 
   En lo que se refiere al futuro régimen de España, el mismo pueblo español decidirá. Ya lo he dicho; si los españoles expresan el deseo de volver al régimen de Gobierno que dio a España su grandeza pasada, y que duró más de mil años, la decisión les pertenece.
 
   Mas nuestro primer cuidado será abolir toda controversia entre nosotros; establecer la Ley, el orden, la paz y la prosperidad sobre toda la extensión de un país unificado, y desterrar toda la amargura que un conflicto como el presente no puede menos de dejar tras sí.
 
   Lo logramos ya con más rapidez de la que yo hubiese osado esperar en las regiones que hemos conquistado, y esta calma la debemos a una política de comprensión y buena voluntad. 
 
   Eso es todo lo que yo verdaderamente deseo: que haya comprensión y buena voluntad mutua entre los españoles, en España, y entre España y las naciones del mundo entero.
 
   Acabamos de entrar en el segundo año de guerra. Mi más ferviente esperanza es que este segundo año no esté muy avanzado cuando la posibilidad de lograr nuestro ideal se convierta en realidad.
 
 
 
(Texto facilitado por D. Eduardo Palomar Baró) 

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