El Alzamiento, por Eduardo Palomar Baró

 
Eduardo Palomar Baró
 
 
   A finales de junio de 1936 lo único que faltaba para fijar la fecha del alzamiento era el acuerdo con los carlistas. El 29 de junio, José Antonio envió órdenes a los jefes locales de Falange sobre cómo actuar. Sin embargo, el 1 de julio, Mola tuvo que enviar un documento a sus compañeros de conspiración recomendándoles paciencia. Los carlistas y los falangistas albergaban muchas exigencias, los primeros estaban obsesionados por los colores de la bandera sobre la cual marcharían y los segundos por problemas de autoridad. Mientras tanto, los socialistas seguían divididos, como siempre, sobre todo a propósito de las nuevas elecciones para la presidencia del partido que habían sido forzadas por los caballeristas. González Peña, el dirigente de los mineros asturianos y amigo de Prieto resultó elegido por 10.993 votos contra 2.876 lo que pareció indicar que los prietistas habían falseado los resultados. A finales de junio llegó la tan esperada fusión entre los movimientos juveniles socialista y comunista que dio lugar a la JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) formada en su mayoría por dirigentes socialistas (como Santiago Carrillo) pero cuya línea política era comunista.
 
   El 7 de julio, Mola escribió a Fal Conde, dirigente carlista, prometiéndole resolver la cuestión de la bandera después del alzamiento y asegurándole que no tenía relaciones con ningún partido político. Otro dirigente carlista, Lamaimé de Clairac, el inveterado enemigo de la política agraria de la República, pidió que no hubiese colaboración con Mola si éste no prometía la restauración de la monarquía. Mola, fuera de sí, rehusó estas condiciones. El 9 de julio el general Sanjurjo escribió desde Lisboa una carta conciliadora en la que sugería que los carlistas enarbolaran la bandera monárquica aun cuando Mola usara la republicana. Esto no solucionó nada pero fue más o menos por entonces cuando Franco, en Tenerife, decidió sumarse a la rebelión recibiendo el mando de las tropas de Marruecos.
 
 
   En Londres, Luis Bolín, corresponsal en aquella ciudad del diario monárquico ABC, había alquilado el avión “Dragon Rapide” para trasladar a Franco desde Canarias hasta Marruecos, donde el plan preveía que asumiría el mando del ejército de África. El 12 de julio, parecía que Mola y los carlistas todavía no se habían puesto de acuerdo. Pero el primero consiguió sus fines por el entusiasmo por la lucha manifestado por la juventud carlista en Navarra y por la actuación del Conde de Rodezno, quién sugirió a Mola que tratase directamente con él que con Fal Conde en todo lo relativo a la organización carlista de Navarra. El mismo día, el “Dragon Rapide” llegó a Lisboa donde Luis Bolín conferenció con Sanjurjo, quien le aseguró que Franco era el hombre para hacer triunfar el alzamiento.
 
   Al mismo tiempo en Madrid se estaban produciendo graves incidentes por parte de los dos bandos en los que empezaba a dividirse la sociedad española y que culminarían con la guerra civil. Aquella noche a las nueve, el teniente José Castillo, de la guardia de asalto, salía de su casa para empezar su servicio. En abril de este mismo año había ostentado el mando que reprimió una violenta movilización monárquica. Después Castillo había colaborado en la instrucción de milicias socialistas. La Falange había señalado a Castillo como futura víctima de su venganza y aquel 12 de julio fue muerto a tiros por cuatro hombres armados de revólveres que escaparon rápidamente por las calles llenas de gente. Los camaradas del teniente muerto criticaron duramente al gobierno que había permitido que ocurriera aquello y pidieron medidas contra la Falange aunque realmente y según diversos historiadores, los autores del crimen habían sido miembros de la Asociación de Estudiantes Tradicionalistas. Entre los camaradas que pedían medidas estaba un capitán de la guardia civil, Fernando Condés, que había sido íntimo amigo de Castillo. Salió en un coche oficial sin una idea clara de a donde dirigirse, acompañado de varios guardias de asalto. Alguien sugirió que fueran a casa del diputado monárquico José Calvo Sotelo. Hacia las tres de la mañana del lunes 13 de julio, el sereno abrió la puerta del edificio donde vivía Calvo Sotelo, que tuvo que levantarse de la cama y ser convencido de que se trasladara a la jefatura de policía, aunque su inmunidad parlamentaria lo eximía de ser detenido. Calvo Sotelo se tranquilizó cuando comprobó que el capitán Condés era guardia civil. El coche arrancó rápidamente y a unos doscientos metros de la casa, Luis Cuenca, un joven socialista gallego que iba sentado cerca del político, le disparó dos tiros en la nuca. El cadáver fue identificado al día siguiente. Poco después todos los ocupantes del coche fueron detenidos. La clase media española quedó estupefacta ante este asesinato del líder de la oposición parlamentaria realizado por miembros de la policía regular.
 
   Entretanto Mola dio por fin una fecha definitiva para el alzamiento. Empezaría en Marruecos el 18 de julio a las cinco de la mañana. Las guarniciones de España seguirían el 19 de julio. Mola en el norte, Goded desde el nordeste y Franco desde el sur, realizarían una marcha sobre la capital. Sanjurjo acudiría en avión desde Portugal para asumir el mando en Burgos. Al día siguiente, 14 de julio, hubo dos entierros en el cementerio del Este de Madrid. En primer lugar, el del teniente Castillo, cuyo ataúd, envuelto en la bandera roja, fue saludado con el puño en alto por una multitud de socialistas, comunistas y guardias de asalto. Unas horas más tarde, el cuerpo de Calvo Sotelo, descendía a otra tumba rodeado por una enorme muchedumbre que saludaba con el brazo en alto.
 
   El 16 de julio en Madrid, el día transcurrió con calma. En las Canarias, el capitán inglés del “Dragon Rapide” consiguió disimular ante las autoridades de Las Palmas el motivo por el cual había aterrizado en el aeropuerto sin documentación. La muerte accidental del general Balmes, gobernador militar de Las Palmas, dio una excusa a Franco para trasladarse a Las Palmas. En la noche del 16 al 17 de julio, el general subía a un barco que hacía el servicio entre las islas. Era la primera etapa de un viaje que le llevaría al supremo poder en España. Al amanecer del 19 de julio llegaría, a bordo del “Dragon Rapide” al Marruecos español.
 
   El Alzamiento empezó en Melilla. La mañana del 17 de julio los oficiales de la guarnición comprometidos en la conspiración celebraron una reunión en el cuartel general. El coronel Seguí, jefe de la Falange y del alzamiento en el Marruecos oriental, comunicó a los compañeros la hora exacta, las cinco de la mañana siguiente. Sin embargo uno de los dirigentes locales de la Falange los traicionó. El teniente Zaro rodeó el edificio donde se encontraban los conspiradores, pero éstos llamaron a una unidad cercana de la Legión y ante su presencia se rindió. Los oficiales revolucionarios declararon el estado de guerra, ocuparon todos los edificios públicos de Melilla y cerraron la casa del pueblo y los centros izquierdistas deteniendo a los grupos republicanos o de izquierdas.
 
   El Alzamiento en Melilla había comenzado antes de lo previsto pero pronto se extendió a Tetuán donde al caer la noche, la casa del alto comisario y el aeropuerto eran los únicos puntos que no habían caído en manos de los rebeldes. En Ceuta a las once de la noche, el general Juan Yagüe, con la segunda bandera de la Legión se apoderó de la ciudad más fácilmente, sin disparar un solo tiro. En Larache, la única ciudad importante que quedaba en el Marruecos español, en la costa atlántica, el alzamiento se produjo a las dos de la madrugada del 18 de julio. Al amanecer la ciudad estaba en manos de los rebeldes.
 
   Entretanto, en Madrid, el jefe de gobierno Santiago Casares Quiroga intentaba primero aplastar la revuelta con medios constitucionales. Ordenó a varias unidades de la marina de guerra que abandonaran sus bases en Ferrol y Cartagena con rumbo a las costas de Marruecos. Los dirigentes de izquierdas sin embargo se enfurecieron debido a la lentitud de Casares en informarles de que había estallado un levantamiento y pensaron que el Gobierno debía entregar a los sindicatos cuantas armas tuviera en su poder. Las calles y cafés de Madrid se llenaron de gentes inquietas porque su carencia de armas les impedía tomar precauciones para defenderse. En casi todas las ciudades, el 18 de julio, los gobernadores civiles siguieron el ejemplo de Madrid y se negaron a cooperar con las organizaciones obreras que clamaban pidiendo armas.
 
El 18 de julio los primeros alzamientos tuvieron lugar en Andalucía. En Sevilla, el general Queipo de Llano llevó a cabo un espectacular golpe de mano. Queipo no tenía ninguna relación con la ciudad antes del levantamiento. Acompañado solo por su ayudante y tres oficiales se instaló en el cuartel general. Luego se dirigió a los cuarteles de infantería y al llegar allí se quedó sorprendido al ver pasar a las tropas formadas en el patio y provistas de armas. Tras arrestar al coronel del regimiento, Queipo descubrió que solo había conseguido 130 hombres, pero sin embargo aparecieron quince falangistas y veinticinco carlistas que se pusieron a sus órdenes. Eran una fuerza muy pequeña para apoderarse de una ciudad de más de 250.000 personas pero afortunadamente el comandante del cuartel de artillería y sus oficiales acordaron apoyar el levantamiento. Entonces la guardia civil se sumó también a la sublevación. A última hora de la mañana el centro de la ciudad estaba en manos de Queipo. Las organizaciones obreras se habían dado cuenta de lo que se preparaba y desde Radio Sevilla se hizo un llamamiento a la huelga general pero Queipo se apoderó de la emisora de radio y a las ocho de la tarde transmitió la primera de su famosa serie de charlas. Por la noche, Sevilla seguía dividida en dos. El 19 de julio Queipo afianzó su posición mientras los suburbios seguían en manos de los obreros. Un día después la ocupación del aeropuerto permitió la llegada de refuerzos para los rebeldes.
 
   También el 18 de julio el general Varela y el general López Pinto se sublevaron en Cádiz. La llegada de unidades de moros del ejército de África decidió el triunfo de los rebeldes. En Córdoba, el gobernador militar, coronel Ciriaco Cascajo, consiguió con la artillería la rendición de su colega civil. La rebelión triunfó sin lucha en Algeciras y Jerez. En Granada el enfrentamiento quedó en tablas. En Jaén, donde no había guarnición, los falangistas y los requetés locales esperaban la señal, pero no ocurrió nada, porque el coronel al mando de la guardia civil se mantuvo leal a la República. Huelva aunque aislada del resto de la España republicana por el alzamiento de Sevilla, se mantuvo en manos del Frente Popular. En Málaga el general Patxot vaciló y finalmente renunció a su intento de declarar el estado de guerra cuando le amenazaron por teléfono con un bombardeo de la escuadra. En Granada el equilibrio persistió entre ambos bandos pero a medianoche los milicianos todavía seguían sin armar. La indecisión terminó el 20 de julio. Cuando los coroneles Muñoz y León lanzaron las tropas de la guarnición a la calle. Las multitudes, que estaban desarmadas, se dispersaron al llegar los militares ante el ayuntamiento. El gobierno de Madrid se fue enterando de sus “victorias” y “derrotas” por teléfono, como en la máxima batalla del 19 de julio que se libró en Barcelona.
 
   Casares continuó actuando como si conservara el dominio del país y como si no hubiera que tomar medidas de emergencia. Aún así la UGT había conseguido ya 8.000 fusiles y estaban dispuestos a actuar en las calles como policía política, aunque no eran suficientes para resistir a las guarniciones de Madrid y los falangistas.
 
 
   El general en jefe de la 4ª División con base en Barcelona, Llano de la Encomienda, había advertido a sus oficiales el 18 de julio que si las circunstancias le obligaran a elegir entre fascismo y comunismo elegiría este último. Entre los que oyeron estas palabras estaban los dirigentes del alzamiento planeado para el día siguiente, incluido el general Fernández Burriel que había de tomar el mando hasta que llegara Goded de Mallorca. Su plan era que 5.000 soldados convergieran en la plaza de Cataluña desde distintos puntos de la ciudad. Suponían que después de esto sería fácil dominar Barcelona. Pero los conspiradores no habían tenido debidamente en cuenta la falta de entusiasmo por la revuelta que sentían la guardia civil y los guardias de asalto los cuales habían sido convencidos por el comisario de orden público, Federico Escofet, de que se unieran a la República, además de la capacidad de combate de los obreros anarquistas.
 
 El día 19 los soldados fueron despertados muy temprano y iniciaron el plan de Fernández Burriel, sin embargo las columnas alzadas no llegaron a encontrarse en el sitio convenido ya que Escofet había previsto aquel tipo de táctica y les enfrentó con las fuerzas de policía que había ganado el día anterior, entablándose una auténtica batalla en el cruce de Diagonal-Paseo de Gracia. Además algunos sargentos habían permitido entrar a los anarquistas en los arsenales, por lo que éstos también se unieron a las fuerzas que combatían contra los sublevados. Goded llegó de Mallorca en un hidroavión a última hora de la mañana, después de haber dominado la isla sin disparar un solo tiro, pero no consiguió convencer a la guardia civil para que se rebelara. El general Aranguren, jefe de la guardia civil, continuó afirmando que él sólo obedecería las órdenes de la Generalitat. La lucha continuó durante todo el día. Al atardecer, el viejo edificio de Capitanía General en el que Goded había instalado su cuartel general fue tomado al asalto. Goded fue capturado y se le hizo radiar un llamamiento a sus seguidores en el que, en un tono digno, les pedía que depusieran las armas. Goded habló así para impedir que sus seguidores de Mallorca enviaran la ayuda que antes les había pedido. La voz del general se oyó en toda España y dio ánimos a los republicanos. Al atardecer del 20 de julio la ciudad estaba plenamente dominada, gracias sobre todo, a los anarquistas. El presidente de la Generalitat Lluís Companys recibió la visita de sus dirigentes, al frente de los cuales iban Juan García Oliver, Abad de Santillana y Buenaventura Durruti. Companys se encontraba en una posición difícil ya que los anarquistas estaban ahora en condiciones de poder establecer el “comunismo libertario” pero al mismo tiempo habían establecido una estrecha colaboración con el gobierno catalán al que habían salvado del desastre. Probablemente Companys pensó en aprovecharse de la ayuda anarquista para poder obtener la separación de Cataluña de España. Unos meses después habría de arrepentirse de esto.
 
   En el resto de España, el 19 de julio había sido un día tumultuoso. Quedaban muchos conflictos por resolver. En Oviedo la ciudad se consideraba perdida para el alzamiento pero el coronel Antonio Aranda, jefe de la guarnición, insistió en que la situación no era tan grave como para requerir que se armara a los trabajadores. González Peña y Belarmino Tomás, los líderes de la revolución de 1934, se dejaron convencer por Aranda por lo tanto, dando por seguro que Oviedo, estaba asegurada,   e hicieron salir 4.000 mineros en tren hacia Madrid y entonces a las cinco de la tarde Aranda declaró que estaba con los rebeldes. Pero el resto de Asturias le era hostil y el 20 de julio se encontraría cercado por una nueva fuerza de mineros. En la costa, Santander se mantuvo republicana sin lucha. De las provincias vascas, la situada más al sur, Álava, fue capturada sin dificultad por los rebeldes pero el gobierno conservó Vizcaya y Guipúzcoa con la misma facilidad. En Bilbao no hubo alzamiento ya que los socialistas consiguieron mantener el control. En San Sebastián los nacionales vacilaban y a mediodía la ciudad estaba con la República. Las principales victorias de los rebeldes el 19 de julio tuvieron lugar en el centro y norte del país. En Burgos el alzamiento triunfó sin ninguna dificultad y sin que apenas se disparara un solo tiro. En Zaragoza, las tropas salieron a la calle al amanecer y tenían dominados los puntos principales de la ciudad, antes de que los sindicatos pudieran organizar ninguna resistencia. En el resto de Aragón, Huesca y Jaca fueron dominadas con la misma facilidad. En Teruel un coronel declaró el estado de guerra ante solo siete soldados, al unírsele la guardia civil y la de asalto pudo conseguir la capital para los rebeldes. En Navarra nunca existió la menor duda respecto a la victoria nacionalista. Mola declaró el estado de guerra en Pamplona con el apoyo de 6.000 requetés carlistas. Sólo tenía 1.200 fusiles del arsenal de Pamplona pero pronto le enviaron otros 10.000 de Zaragoza. En Valladolid el general Andrés Saliquet se sublevó y ganó la ciudad, aunque los obreros ferroviarios lucharon valerosamente todo el día, contra sus bien armados enemigos entre los que se contaban guardias civiles, de asalto, falangistas y paisanos. De las demás ciudades de Castilla la Vieja, Segovia, Ávila, Zamora, Palencia y Salamanca fueron conquistadas para los nacionales sin derramamiento de sangre, pero en León llegaron 2.000 mineros pidiendo armas a lo que accedió el gobernador militar, a condición de que abandonaran la ciudad. Después se sublevó cuando los mineros estaban ya muy lejos en dirección a Madrid. En Extremadura, Cáceres y su provincia fueron gracias a la lealtad de la guarnición, se mantuvo el éxito rebelde. Todas las provincias gallegas cayeron rápidamente a favor de los alzados.
 
 
   El presidente de las Cortes, que formó un nuevo gobierno para intentar negociar con los rebeldes. Pero las conversaciones por teléfono con Mola desde Pamplona no fructificaron.
 
   El profesor José Giral, ministro de Marina, fue elegido jefe de gobierno. Giral insistió en que la única solución era entregar armas a los sindicatos.
 
   En Valencia los trabajadores dirigidos por los obreros portuarios anarquistas, se estaban agrupando en las calles. Esta incertidumbre se reflejó a lo largo de la costa en Alicante, Almería y Gandía aunque más al sur no quedó la menor duda sobre el éxito del Frente Popular. El 20 de julio la balanza se inclinó firmemente del lado de la República. En las Baleares mientras Mallorca quedó asegurada para los rebeldes como ya se ha dicho, los sargentos y soldados de la guarnición de Menorca impidieron que triunfara el alzamiento. En Ibiza y las demás islas pequeñas triunfó el alzamiento.
 
 
   En la base naval de Ferrol, el 20 de julio empezó la lucha entre marineros que se habían adueñado de los barcos de guerra y los rebeldes victoriosos en tierra. La vacilación y la división de opiniones produjeron la rendición de los primeros entre los que se inició una cruenta represión.
 
   En  Madrid el gobierno se encontraba el 18 de julio reunido en sesión permanente. Al atardecer Radio Madrid anunciaba que el alzamiento había sido aplastado, incluso en Sevilla. Este era el primer reconocimiento oficial de que algo no marchaba en la península. En la calle como ya se ha dicho la UGT controlaba la situación pero estaba insuficientemente armada. Sin embargo el jefe del parque de artillería, simpatizante socialista, les entregó alrededor de 5.000 fusiles más. Para el gobierno los medios constitucionales de oposición al alzamiento resultaron un fracaso. El 18 de julio por la noche era inevitable el dar la orden a los sindicatos de que se armaran. Casares Quiroga veía claramente las terribles perspectivas que se presentaban y el 19 de julio, a la salida del sol, camiones cargados de fusiles recorrieron rápidamente las calles de Madrid, dirigiéndose desde el ministerio de Guerra hacia los centros de la UGT y la CNT. Pero pronto se planteó un problema ya que se entregaron 65.000 fusiles de los cuales sólo 5.000 tenían cerrojo. Los 60.000 cerrojos restantes estaban en el Cuartel de la Montaña y cuando el ministro de Guerra ordenó al coronel al mando en el cuartel que se los entregara, éste al negarse, inició el alzamiento en Madrid. El general Fanjul, que había llegado al Cuartel de la Montaña la tarde anterior tenía previsto movilizar al ejército pero la visita inesperada de los sindicatos impidió salir a los rebeldes. Se inició un asedio del cuartel. El 20 de julio la fortaleza fue bombardeada durante cinco horas. En el interior, Fanjul, aunque confiado, con 2.000 soldados y unos 500 monárquicos y falangistas, no tenía ningún medio para comunicarse con las demás guarniciones de Madrid. Ya era imposible que llegara ningún refuerzo por lo tanto fue un error fatal retirarse al Cuartel de la Montaña. Pronto la artillería y la aviación republicana despegada desde el aeropuerto de Getafe empezó a minar la moral de los sitiados.. Finalmente, poco antes del mediodía, la gran puerta del cuartel cedió ante los repetidos asaltos. La multitud penetró violentamente en el patio donde, en unos momentos, todo fue histeria y una gran carnicería. Murieron varios centenares de los defensores y los que se salvaron fueron amontonados en la Cárcel Modelo. El general Fanjul pudo ser sacado de allí para ser juzgado por rebelión. En cuanto a las demás guarniciones de Madrid, los oficiales del cuartel de ingenieros de El Pardo se dirigieron hacía el norte, en dirección a Segovia, diciendo a los hombres que iban a combatir contra el general Mola. Cuando se sintieron seguros se declararon rebeldes y apresaron a todos sus hombres. Entre los soldados engañados se encontraba el hijo de Largo Caballero que pasó en la cárcel el resto de la guerra. Sin embargo ya quedaba claro que Madrid había sido ganado para la República.
 
   También ese 20 de julio ocurrió otro acontecimiento importante. Este no fue otro que la muerte del general Sanjurjo, conspirador de 1932, por culpa del accidente de la avioneta que había de llevarle de Lisboa a Burgos para tomar el cargo de jefe del nuevo estado español. Esta muerte dejó sin cabeza al alzamiento y representó más que nada un golpe para los carlistas. Las personas más destacadas del bando nacionalista pasaron a ser Franco, Queipo de Llano y Mola.
 
   El 21 de julio se podría haber trazado una línea aproximada que dividía las zonas por donde había triunfado el alzamiento de aquéllas donde había fracasado. La división del país favorecía abrumadoramente al gobierno como indicaría Indalecio Prieto en su difundido discurso de primeros de agosto. Más de la mitad del ejército, casi toda la escuadra, los dos tercios de las fuerzas aéreas, todas las regiones industriales sin excepción, los tres cuartos de la población, las regiones de agricultura intensiva y todos los recursos financieros estaban en manos de la República. Los rebeldes contaban con el mejor cuerpo de ejército de España, los 40.000 hombres del ejército de África