Los héroes no eligen bando, por el Coronel José Luis Isabel

Los héroes no eligen bando, combaten donde el destino les señala, y allí cumplen con su misión, obedeciendo a sus superiores, sacrificándose por el compañero y ofreciendo la vida por sus ideales. En bandos opuestos siempre ha habido lugar para un héroe, por eso en ambos se le ha de rendir tributo, reconociendo sus méritos y conservando su memoria. Así ha sido siempre y así debería seguir siendo, pero parece que en estos momentos esto no es así…

 

En la historia reciente de España ha habido guerras civiles, pero ninguna tan atípica como la de 1936-1939.

 

En las guerras carlistas se combatió en defensa de unas ideas, lo que no impidió que los componentes de los ejércitos isabelino y carlista siguieron conservando su historia y tradiciones, de la que ambos se sentían orgullosos. Únicamente cambiaron alguna prenda del vestuario para poder distinguirse en el combate.

 

Ambos bandos siguieron reconociendo a sus héroes de igual manera: con la Cruz Laureada de San Fernando. Quien la conseguía, en el apartado VALOR de la Hoja de Servicios añadía la palabra HEROICO. Igualmente, mantuvieron un mismo Reglamento, por el que se rigió su concesión.

 

Resulta extraño que en la última Guerra Civil el bando “sublevado” conservase la historia y tradiciones del Ejército español y el conocido como “legal” las rechazase, como si estuviese avergonzado de ellas, eligiendo distinto uniforme, distintivos, saludo, condecoraciones, símbolos, etc., diferentes a los que el Ejército había usado hasta entonces, como si fuese él quien hubiese roto con la “legalidad” y desease por ello desterrar todo lo establecido. Peor aún, de forma significativa, el conocido como Ejército Popular, de inspiración claramente comunista, copió sus distintivos de la Unión Soviética, demostrando con ello que aquel ejército no tenía un carácter estatal sino totalmente político, dependiente por completo del gobierno del Frente Popular, es decir, se trataba de un “ejército gubernamental” y no “republicano”, como interesa dejar escrito para poder desacreditar el alzamiento nacional, cuyo ejército nunca se levantó contra la República sino contra los pérfidos gobernantes que la manejaban tras un sonoro pucherazo.

 

La máxima condecoración española desde 1811, la Cruz Laureada de San Fernando fue también repudiada. ¿Cómo el Frente Popular, enemigo de la religión, iba a utilizar como premio algo que llevaba el nombre de un santo? Pero bien pudo reemplazarla inmediatamente por otra, lo que no hizo. ¿Por qué? No debió de interesar a los comisarios políticos que dirigían a aquellas tropas, a las que de esa forma se privó de tener héroes reconocidos.

 

Porque así como en el bando nacional se concedieron numerosas Cruces de San Fernando -cerca de setenta-, avalando con ello el heroico comporta­miento de sus combatientes y concediéndoles a perpetuidad el título de “héroes”, todo parece indicar que en el bando gubernamental no los hubo, algo falto de lógica pues ambos contendientes eran españoles y, por lo tanto, capaces de las mismas hazañas, aunque es cierto que para que se produzca un hecho heroico el protagonista necesita estar adornado de ciertos valores morales y creencias, más enraizadas, no cabe duda, en el bando nacional que en el gubernamental.

 

Los continuados fracasos de las tropas leales al Gobierno del Frente Popular le hicieron meditar sobre la necesidad de crear una condecoración para incentivar a sus soldados, y así se pretendió sustituir en marzo de 1937 la Cruz Laureada de San Fernando con la Placa Laureada de Madrid, con un nombre verdaderamente extraño, pues parecía considerar únicamente aquellos hechos que tuviesen lugar en la capital de España. Su Reglamento nada tenía que ver con el de aquélla, era muy reducido y mala copia del de la Orden de San Fernando. Se creó un Consejo de la Laureada, encargado de todo lo relativo a la tramitación y resolución de expedientes, cuya actuación no debió de ser muy resolutiva, a la vista de los resultados obtenidos.

 

Cruz_Laureada_vs_Placa_Laureada

Cruz Laureada versus Placa Laureada

 

Solamente se sabe de tres concesiones seguras, por haber aparecido en el Diario Oficial, las de los generales Miaja y Rojo, al primero, sin trámite alguno, por los servicios prestados en Madrid a partir del 6 de noviembre de 1936 –un día antes del comienzo de los trágicos fusilamientos de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz-y al segundo por la conquista de Teruel.

Ninguna de estas recompensas reconocía un hecho heroico, pues se trataba de un reconocimiento de los éxitos militares de ambos personajes, que se podían conseguir desde un despacho sin necesidad de arriesgar la vida. Nada que objetar con respecto al general Rojo, militar de reconocido prestigio aunque de escasos éxitos pues su labor se vio limitada por el mal hacer e ineficacia de los comisarios políticos; cuestionada la de Miaja, al tratarse del responsable indirecto de los mencionados fusilamientos masivos e indiscriminados.

 

 La tercera de la Placas sería la concedida al capitán de corbeta Luis González de Ubieta, jefe de la flota adicta al Gobierno, por la dirección del combate que ocasionó el hundimiento del crucero Baleares, y que tampoco sirve para acreditar el valor heroico de este militar. Luego hubo entre enero de 1938 y el mismo mes de 1939 varios informes sobre la apertura de expedientes de concesión (Manuel Fontela Frois, Ambrosio Ristori de la Cuadra, Leocadio Mendiola Núñez, Domiciano Leal Sargenta y Manuel Álvarez Álvarez) que se quedaron en eso, en propuestas, sin que dieran lugar a concesión alguna, confirmando con ello la ineficacia del Consejo de la Laureada. En definitiva, el aunque el Gobierno del Frente Popular dispuso de tiempo, no se molestó en reconocer a ninguno de sus presuntos héroes.

 

Esta ausencia de héroes en las filas gubernamentales se suplió con el asesinato de más de una docena de Caballeros de San Fernando pertenecientes al otro bando. De ellos hablaremos en una próxima entrega y también de la venganza de los perdedores al borrar el nombre de nuestros héroes de los lugares que ocupaban, contando con el silencio cómplice de quienes deberían haberlo evitado.

 


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