La ofensiva final o “de la victoria”, por Francisco Bendala Ayuso

Francisco Bendala Ayuso

Sobre las 21,30h. de fecha tan tardía como el 25 de marzo de 1939, terminaba sin acuerdo explícito la segunda reunión que los emisarios del Col. Segismundo Casado –dueño tras el éxito de su “golpe” de la zona frentepopulista– habían mantenido en el aeródromo burgalés de Gamonal con altos mandos del Cuartel General del Generalísimo a fin de fijar las condiciones de entrega de sus fuerzas militares.

 

Pocas horas después, sobre las 02,40h. ya de la madrugada del día 26, Casado, “…dirigió a los fascistas dos comunicados engañosos, destinados a entretenerlos unas horas” (José García Pradas, dirigente anarquista); la intención no era otra que retrasar en lo posible la ofensiva nacional a fin de facilitar la huida de cuantos más dirigentes, autoridades, mandos y responsables frentepopulistas fuera posible, la mayoría apiñados en los puertos de Valencia y Alicante o en camino hacia ellos.

 

Pero a estas alturas Franco no iba a caer en la trampa. Sobre las 08,00h. llegaban a Casado noticias de actividad en el frente andaluz, concretamente en la zona de Peñarroya, provocando de su parte un último, desesperado y patético intento por retrasar el esperado avance nacional, trasmitiendo a Burgos el siguiente mensaje: “Este Consejo, que ha puesto de su parte todo lo humanamente posible en beneficio de la paz, con la asistencia incondicional del pueblo, reitera a ese Gobierno que la reacción que pueda producir la ofensiva constituye su preocupación fundamental y espera que, para evitar daños irreparables producidos por la sorpresa, permita la evacuación de las personas responsabilizadas. De otro modo es deber ineludible del Consejo oponer resistencia al avance de las fuerzas”, al cual Franco respondió de inmediato: “Ante inminencia de movimiento de avance varios puntos de los frentes, en algunos de ellos imposible ya de aplazar, aconseja que fuerzas rojas en línea ante preparaciones de Artillería o aviación saquen bandera blanca, aprovechando la breve pausa que se hará, para enviar rehenes con igual bandera objetivo entregarse, utilizando en todo lo posible instrucciones dadas para entrega espontánea”. Así pues, la ofensiva final había comenzado y era inaplazable.

 

La última gran operación militar de la guerra fue bautizada por los nacionales como la “Ofensiva de la Victoria”. Su objetivo era la ocupación y consiguiente liberación de la parte de España que aún permanecía bajo dominio frentepopulista, es decir, Madrid capital, Guadalajara, Cuenca, Albacete, Ciudad Real, Jaén, Valencia, Alicante y Almería, entre las que se distribuían unos 800.000 hombres que contaban con 250 carros de combate y un centenar de aviones, encuadrados de la siguiente forma:

 

  • Ejército de Levante (Gral. Menéndez), compuesto por los Cuerpos de Ejército XIII, XVI, XIX, XX y XXII.
  • Ejército del Centro (Col. Prada), compuesto por los Cuerpos de Ejército I, II, III, IV.
  • Ejército de Extremadura (Gral. Escobar), compuesto por los Cuerpos de Ejército VI, VII y VIII.
  • Ejército de Andalucía (Col. Menoyo), compuesto por los Cuerpos de Ejército IX y XXIII.

 

Ni que decir tiene que su moral de combate, así como de resistencia de la población civil, eran nulas –a excepción de algunas unidades formadas por comunistas recalcitrantes–, encontrándose además en penosas condiciones físicas, acuciados por el hambre, mal vestidos y sufriendo no pocas enfermedades, y sabiendo que la mayoría de sus dirigentes civiles y altos mandos militares habían huido al extranjero, y los que quedaban lo intentaban con denuedo desde los puertos levantinos.

 

Por su parte, los nacionales, además de dominar el resto del territorio español con todos sus potenciales, acumulaban fuerzas en torno al 1.200.000 hombres, 650 carros de combate y blindados, 3.244 piezas de Artillería y 500 aviones de combate, mientras que su Marina controlaba sin rival alguno todas las costas españolas, máxime tras la huida de la Flota frentepopulista a Oran, y la Aviación la totalidad del espacio aéreo.

 

Dichas fuerzas, las mayores que nunca vieron alzadas en armas las tierras de España, se articulaban de la siguiente forma, debiendo progresar hacia donde se indica en cada caso:

 

  • Ejército de Levante (Gral. Orgáz), compuesto por los Cuerpos de Ejército Galicia (Gral. Aranda), Castilla (Gral. Varela), Urgel (Gral. Muñoz Grandes), Aragón (Gral. Moscardó) y Agrupaciones de Divisiones de Albarracín (Gral. Latorre) y Guadalajara (Gral. Perales), que debían progresar sobre Guadalajara, Cuenca y Valencia.
  • Ejército del Centro (Gral. Saliquet), compuesto por los Cuerpos de Ejército Madrid, C.T.V. (Gral. Gámbara), Toledo (Gral. Ponte), Navarra (Gral. Solchaga) y Agrupaciones de Divisiones de Guadarrama-Somosierra (Gral. Serrador) y Tajo-Guadiana (Gral. Múgica), para tras liberar Madrid, debían progresar en dos ejes: uno, por Albacete hasta Alicante; otro, por Manzanares, Hellín y Murcia hasta Cartagena.
  • Ejército del Sur (Gral. Queipo del Llano), compuesto por los Cuerpos de Ejército Extremadura (Gral. Solans), Marroquí (Gral. Yagüe), Andalucía (Gral. Muñoz Castellanos), Granada (Gral. González Espinosa) y Córdoba (Gral. Borbón), que debían progresar sobre Ciudad Real, Despeñaperros, Jaén y Almería en otros tantos ejes de avance.

 

Al contrario que sus enemigos, su moral, como la de la retaguardia, no podía ser más alta, al tiempo que no les faltaba de nada en cuestión de alimentos, vestuario y medios.

 

Pero con todo, y aún a pesar de las evidencias, no por ello Franco había dejado de planear esta última operación, como todas las anteriores, con toda meticulosidad. La ofensiva poseía un diseño sencillo, pero muy eficaz: ruptura al unísono en todos los frentes de combate, volcando todas las unidades disponibles sobre el enemigo para provocar su colapso inmediato, progresando a gran velocidad para alcanzar en el menor tiempo posible las capitales de provincia, dejando para más adelante la limpieza de las “bolsas” que, previsiblemente, pudieran crearse, las cuales, independientemente de su consistencia, se intuían amplísimas.

 

Pero si sencillo y eficaz era el plan, su preparación había sido muy laboriosa y producto de un verdadero alarde de capacidad y eficacia propia sólo de unas fuerzas armadas perfectamente engrasadas “…los trenes de los soldados recorrían sin interrupción las tierras de la Península. Largos convoyes de Divisiones motorizadas cruzaban sus rutas con su carga de hombres y material. Las fábricas militarizadas trabajaban en turnos acelerados. Los talleres de reparación devolvían renovado el viejo armamento.

 

La Sanidad montaba nuevos hospitales. En los cuarteles generales, teléfonos y enlaces no tenían un momento de descanso. Toda la España nacional estaba agitada por el tráfago febril y apasionado de la preparación de esta nueva ofensiva…” (Luis Romero).

 

Desencadenada la ofensiva, como se ha dicho en la madrugada del 26 de marzo de 1939, las fuerzas nacionales avanzaron imparables, reflejando los testimonios de unos y otros tal realidad:

 

  • “…es un derrumbe total del frente…” (Parte de guerra nacional)
  • “…hay quienes se rinden con cierta formalidades… y quienes se presentan al enemigo en situación ambigua entre evadidos y prisioneros…” (Luis Romero)
  • “…el día 29 se derrumbó verticalmente toda la zona republicana…” (Tagüeña)
  • “…un torrente de ellos (de soldados frentepopulistas) se metían en el Metro por la estación de Cuatro Caminos, y aparecía gran parte de ellos al otro extremo de Madrid en el Puente de Vallecas “¡Se ha acabado la guerra, camaradas!” Esta frase de trinchera, que de boca en boca pasó de Andalucía a Extremadura, de Extremadura al Jarama y del Jarama a la orilla del Manzanares, fue la que hizo la entrega de la capital…” (García Pradas)
  • “…El 28 amanece espléndido. Desde sus primeras horas nuestros soldados, subidos encima de los parapetos de las trincheras, contemplan sin la menor agresión el espectáculo que ofrece Madrid. Es un hervidero de gentes… Muchos y grandes grupos avanzan hacia nuestras trincheras… se acercan, fraternizan con nuestros soldados; se desarrollan escenas de intensa emoción… profusión de masas de gentes enarbolando banderas nacionales…” (Col. Losas)
  • “…Las tropas de la defensa han, prácticamente, desaparecido. Miles de personas se han lanzado a los barrios extremos a recibir a los soldados de Franco, pero éstos, mientras avanzan las horas de la mañana, permanecen… formados, esperando la citada orden de entrar que les parece que no va a llegar nunca…” (Luis Bravo)
  • “…han continuado nuestras tropas recorriendo numerosos pueblos de la zona últimamente liberada… En toda ellas (se refiere a Almería, Murcia y Cartagena, pero puede hacer extensivo a todas las demás) han sido recibidas las fuerzas españolas con indescriptible entusiasmo…” (Parte de guerra nacional)

La noticia del desencadenamiento de la ofensiva “de la Victoria”, que corrió rápidamente por ambas zonas, propició que en muchas de las ciudades aún bajo control frentepopulista, y ante la inminencia de la llegada de las tropas liberadoras, la “quinta columna”, es decir, los afectos a la causa nacional, impacientes, optaran por “sublevarse”, a fin de hacerse con el control de ciudades y pueblos para evitar desmanes, seguros ya de que el riesgo era escaso pues los soldados en ellas deponían las armas buscando huir. Las emisoras de radio provinciales fueron objetivo principal de esa “quinta columna” cuyos miembros, tras ocuparlas, pasaron a utilizarlas profusamente para radiar continuas alocuciones de exaltación de la victoria, de bienvenida a las tropas que avanzaban y de llamamientos al orden y a la calma “…La radio promete a todas hora la paz… La “quinta columna” se adueña de la calle, toma los edificios públicos y da protección a los servicios de gas, agua,
electricidad y transporte urbanos, cuyo funcionamiento queda de este modo garantizado…” (Francisco Camba). Otra de sus principales preocupaciones en estos primeros momentos fue la de ocuparse de la liberación de los presos que permanecían detenidos en cárceles y checas, cuyos familiares acudían a ellas embargados por una mezcla indescriptible de angustia y esperanza ante la incertidumbre de lo que se podían encontrar. En muchas ciudades algunas autoridades frentepopulistas facilitaron ese “traspaso” improvisado de poderes. Por ello, la entrada de las fuerzas nacionales en la mayoría de las ciudades y pueblos se hizo más fácil, así como más veloz su progresión, pudiéndose asegurar que estos últimos e intensos momentos plenos de emociones no se vieron empañados por actos de pillaje ni represalia en ningún caso.

 

Sí, en cambio, hay que hacer mención de que en la cabeza de puente de Toledo y en las cercanías de Valencia algunas unidades frentepopulistas opusieron cierta resistencia. En la primera, por mero fanatismo, causando la muerte, el día 27, del último caído en combate, el Alférez Provisional, habilitado de Teniente, D. Alfonso de Churruca Zubiría –único hijo varón del conde de El Abra–, combatiente requeté desde los inicios de la Cruzada que había sido gravísimamente herido en Brunete, quedando mutilado, siguiendo en activo gracias a la implantación de un rudimentario aparato ortopédico que guiaba y permitía los movimientos de su mano inútil, el cual moriría el 2 de mayo a consecuencia de las heridas recibidas por el impacto de una espoleta de Artillería; en la segunda, sólo para intentar facilitar la huida de los dirigentes frentepopulistas apiñados en el puerto valenciano.

 

Por su parte, la Marina nacional participó intensamente en esta ofensiva distribuyéndose en las cercanías de los principales puertos levantinos –Valencia, Cartagena, Almería y Alicante– a la espera de poder entrar en ellos una vez fueran asegurados por la tropas de tierra y, mientras tanto, bloqueando sus salidas para impedir en lo posible el éxodo que fluía desde ellos.

 

Mientras la ofensiva “de la Victoria” se conducía cual relámpago, mientras lo que quedaba del ejército frentepopulista se entregaba sin disparar un solo disparo, mientras las “quintas columnas” salían de su ostracismo y tomaban el control a la espera de la llegada de las tropas nacionales, mientras en todas partes se recibía a éstas con emoción delirante, para los contrarios todo era muy distinto “…eran las hora angustiosas de miles de hombres que, en el momento más crucial de sus vidas, se encontraban dramáticamente encerrados por una geografía y por una coyuntura política y militar, que les impedía toda retirada…” (Javier Rubio), “…Subimos (al barco)… no cabía un alfiler. Las bodegas atestadas, un tufillo acre subía desde abajo. En cubierta no se podía dar un paso…” (Juan José Real)

 

La entrega de la Aviación frentepopulista no estuvo exenta de peculiaridades. El día 28, tras pintar de blanco las banderas tricolores de los timones y las franjas rojas del fuselaje de sus aparatos, aterrizaban en Barajas los Katiuskas, Natachas y Chatos cuyas tripulaciones habían optado por entregarse “…el servicio más desagradable, anodino y, acaso, más peligroso de cuantos habían efectuado…” (Cap. Hernández Chacón), siendo recibidas inicialmente por von Richthofen, jefe de la Legión Cóndor, que les trató con toda corrección, para, posteriormente, hacerse cargo de ellos el Infante don Alfonso de Orleans que dispuso se les preparase comida y alojamiento para aquella noche en el mismo aeropuerto. Otros decidieron huir con sus aparatos al extranjero. El Teniente Bartolomé Munuera Vera optó por inmolarse con su Natacha sobre la pista del aeródromo de Barrax en un picado mortal ante la estupefacción de su compañeros.

 

El 27 de marzo se liberaba Madrid –la ceremonia oficial se celebró el 28 a la 13,00h. en la Ciudad Universitaria–; el 29 Ciudad Real, Cuenca, Albacete, Jaén y Almería; el 30 Valencia y el 31 Cartagena y Murcia. Confirmado todo lo anterior, sólo entonces Franco, que se encontraba enfermo y en cama por primera vez en toda la guerra, aquejado de una faringitis aguda que le causaba una fiebre de hasta 39 grados, se desplazó a su despacho y redactó el insuperable último parte de guerra con el
que daba fin a la ofensiva y a la contienda.


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