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La Fundación (FNFF) posee documentos únicos maravillosos que dicen mucho sobre el Caudillo; todos ellos accesibles para quien quiera conocerlos; por cierto, y para los mal pensados, copia de todos ellos fueron entregados al Ministerio de Cultura en su día.
Vamos a hacer referencia a uno que es testimonio de un momento trascendental para la vida de España y de los españoles.
Al poco de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, Franco tenía como ministro del Aire al general Yagüe, nada más y nada menos, pues además de uno de sus mejores y más eficaces generales, era compañero de promoción… y amigo, que no es lo mismo.
Yagüe, de carácter vehemente, muy directo, impulsivo y extrovertido, era el polo opuesto de Franco; tal vez por eso se llevaban tan bien, lo que no fue óbice para que tuvieran sus diferencias; por ejemplo, Yagüe resignó el mando de las columnas que avanzaban hacia Madrid al ser completamente contrario a la decisión de Franco de desviarse de la ruta a Madrid para liberar el Alcázar.
La cuestión es que, con las extraordinarias y fulgurantes victorias alemanas de los primeros momentos, Yagüe, falangista de pro desde siempre, se dejó cegar mostrándose firme partidario de entrar en la guerra del lado alemán. En parte por afinidad ideológica, pero más aún por su acendrado patriotismo creyendo que de esa forma se podría recuperar Gibraltar; buenas intenciones de un gran español, aunque poco meditadas.
Por el contrario, Franco, siempre cauto y con visión mucho más larga, era totalmente contrario a embarcar a España en una aventura de la que desconfiaba. Y que nadie diga lo contrario porque pruebas hay para dar y tomar.
El problema entre Franco y Yagüe surgió cuando este último comenzó a hacer pública su postura. Durante varios meses, haciendo gala de su natural vehemencia, pronunció discursos y soflamas de agria crítica contra los otros ministros del Gobierno, así como contra otras personalidades del Régimen que no coincidían con lo que él propugnaba, incluido de soslayo el propio Caudillo, tal vez pensando que con dichas presiones podría arrimar el ascua a su sardina. Por ejemplo, fue muy sonado su discurso del 6 de enero de 1940 con motivo de la restablecida Pascua Militar en el que, entre otras cosas, llegó a afirmar que “…hasta que no tengamos un órgano de Gobierno, uno, con la moral, prestigio y capacidad que necesita el Movimiento, poco o nada podemos hacer…”.
Junto a lo anterior, se conocía también que Yagüe había comenzado a permitir la reincorporación con excesiva ligereza al Ejército del Aire de ex-miembros de la que fuera aviación frentepopulista, así como que daba algunos extraños pasos que hacían pensar que pudiera pretender convertir dicho ejército en una especie de milicia leal sólo a su persona.
Ante tan peligrosa postura, más aún por ser pública, Franco decidió por fin tomar cartas en el asunto y el 27 de junio de ese mismo año de 1940 procedió a destituir a Yagüe fulminantemente; también lo hizo con el Gral. José López-Pinto Berizo, gobernador militar de San Sebastián, que en una recepción ofrecida a una representación militar alemana había terminado su alocución con un clamoroso ¡Viva Hitler!; para que hoy digan lo que dicen de Franco.
Pero como Yagüe era uno de los más importantes y prestigiosos generales, así como referencia falangista de primer orden, como hemos dicho, y además reconocido pro-alemán, era evidente que en su cese confluían numerosos factores que la hacían especialmente difícil y delicada; también, no cabe duda, dolorosa en lo personal para Franco. Pero el Caudillo, mirando siempre por España y sabiendo también que tal destitución serviría de ejemplo y aviso a otros navegantes inquietos o desnortados, no dudó en proceder a ella.
Para tan espinoso acto, y por ser Yagüe quien era, Franco solicitó la presencia del Gral. Varela, a la sazón ministro del Ejército, a fin de que sirviera de testigo, consciente de la importancia de tan significativo hecho.
Y aquí viene la prueba, el documento del que hemos hablado al principio, y que transcribimos íntegramente, de cómo Franco abordó tal reunión, que no es otra cosa que la “minuta”, el “guión”, que elaboró para tal ocasión y que nos da una idea no sólo de lo agria que debió ser, sino de cómo planeó abordarla, incluso utilizando un lenguaje muy duro, algo rarísimo en él que siempre fue, aun en momentos de gran tensión, extremadamente comedido en las palabras.
“Llamada para comunicarle el cese como ministro.
He querido delante del ministro del Ejército hacerte presente que no consentiré, etc., etc., y que te aplicaré el peso de la ley.
La doblez de conducta, formar parte de un Gobierno y por detrás de él poner cátedra de difamación del mismo…
No hay momento en que tu palabra equívoca deje de sembrar la duda…
Otra demagogia y adulación de las masas.
En tu despacho y en el de tu secretario se habla mal del Gobierno, de mí y de tus compañeros de éste…
Donde crees que hay un disgustado, allí vas a hacer simpatía.
Alemania. Consigan de los que van al Aire a esparcir la duda y torpedear el Movimiento. El poder de mano de los alemanes para satisfacer tu egolatría.
Yo tengo los ministros para enfrentarse a las dificultades, no para echar culpas y recelos contra el jefe del Estado…
No hay disidente o rebelde que no sea amparado en el Ministerio del Aire e incluso pagado con fondos nuestros…
Donde hay alguien que mee sangre, allí estás tú…
En la embajada de Alemania y en todas partes tu nombre se emplea por los buenos como sinónimo de traidor y por los malos como bandera de disidencia y síntoma de debilidad de los poderes públicos.
Todo el mundo está escandalizado hoy, como lo estuviera ayer, durante la guerra, de lo demoledor de tu lenguaje…”.
Pocas palabras hay que añadir a las apuntadas por el propio Caudillo. Imagínense el momento. Franco, Yagüe y Varela a solas. Ahora sabemos lo que pasó, gracias al archivo de la Fundación y… al propio Franco, pues fue este uno de los miles de documentos que guardó toda su vida; por algo sería.
Al término de la escabrosa reunión, Franco no sólo cesó a Yagüe –sustituyéndole por el Gral. Juan Vigón–, sino que lo mandó confinado a su pueblo natal, San Leonardo –hasta no hace mucho “de Yagüe”–, en Soria.
Con la destitución de Yagüe, el Caudillo consiguió también enviar varios mensajes en momentos cruciales y de gran incertidumbre: a los propios, es decir, a los falangistas germanófilos, mostrándose dispuesto a todo para evitar que cogiera forma cualquier posible conjura pro-germana; a los extraños, es decir, a los alemanes, dejándoles sin el que posiblemente era la figura más emblemática de cuantas se mostraban partidarios de entrar en la guerra –la otra era Serrano Suñer, pero no era militar–; a los aliados, demostrando que su declarada neutralidad era firme.
Yagüe permaneció alejado de toda actividad pública y cargo hasta 1942, año en el que el Caudillo volvería a darle máximas responsabilidades en el Ejército nombrándole jefe de las fuerzas militares del protectorado marroquí una vez que los aliados desembarcaron en África. Asimismo, en 1944, ante la inminencia de la invasión comunista de España por los Pirineos, le designó Capitán General de la VI Región Militar con cabecera en Burgos y competencias sobre dicho potencial escenario de guerra; para entonces, eso sí, Yagüe ya estaba vacunado de su excesiva germanofilia una vez que la guerra mundial se había tornado contraria a Berlín y los acontecimientos deban la razón, como siempre, a la prudencia e inteligencia de Franco.