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Francisco Bendala
Y una gran lección de diplomacia del Caudillo en medio de grandes nubarrones.
El estallido de la II Guerra Mundial, iniciada al unísono y en comandita por alemanes y soviéticos, generó no pocos quebraderos de cabeza a la maltrecha España de entonces, a los cuales tuvo que hacer frente el Caudillo de forma hábil, prudente y con sumo tacto para evitar que nuestra nación se viera envuelta en aquella locura. Uno de dichos casos fue el ocurrido con Tánger.
En 1940, Franco temía que la extensión de la guerra –y más aún la entrada en ella de Italia que consideraba inminente e inevitable–, pudiera afectar a sensibles puntos estratégicos del territorio español como eran las Baleares, los puertos en el Mediterráneo, el Estrecho de Gibraltar, el Protectorado marroquí y, además, a Tánger, regida desde 1923 por un tratado internacional firmado por España, Francia e Inglaterra, posteriormente aceptado por Bélgica, Holanda y Portugal, y modificado en 1928 para recoger algunas objeciones de Italia. El texto del estatuto otorgaba a Tánger el carácter de “zona neutral permanente”, prohibiendo todos los actos de guerra dentro de sus límites, confirmando la jurisdicción del Sultán sobre la población local a través del Mendub, jefe de la administración de asuntos indígenas, al cual fue siempre Francia la encargada de proporcionarle el personal necesario para el cumplimiento de sus funciones. La situación de Tánger –y de su importantísimo puerto cuyo calado permitía fondear a buques de gran tonelaje–, ubicada en el norte del protectorado español y rodeada por completo por él, hacía que lo que fuera a ocurrir con ella afectara más a España que a cualquiera de las otras potencias que sobre ella tenían responsabilidades.
Las recientes invasiones de Dinamarca y Noruega por los alemanes hacían presumir que cualquiera de los otros contendientes podía tener la tentación de invadir a su vez tal enclave para tomar posiciones estratégicas con el pretexto de que Hitler se les podía adelantar. Debido a ello, Franco ordenó al Gral. Asensio Cabanillas, Alto Comisario de España en Marruecos, que de forma discreta preparara las fuerzas precisas para, caso de ser necesario, ocupar Tánger a fin de asegurar que la importante ciudad siguiera manteniendo su estatus internacional neutral, impidiendo que ninguno de los contendientes se aprovechara de ella; no obstante, Franco no iba a dar tan significativo paso sin contar antes con el visto bueno del resto de países firmantes del tratado por el que se regía la misma.
En Mayo de 1940, Franco, cada vez más preocupado por el cariz que tomaban los acontecimientos, puso en marcha varias acciones diplomáticas de enorme oportunidad en esos instantes tan críticos:
* Escribió a Mussolini intentando in extremis que reconsiderara su decisión de entrar en la guerra: “…creo muy acertada cualquier cosa que pueda hacer para diferir el momento de la intervención Italiana…”.
* Remitió a Washington un memorándum en el que daba garantías a los EEUU de que España no iba a implicarse en la contienda de forma que los importantes créditos que se estaban gestionando con tal nación llegaran a buen término al garantizar su pago.
* A través del duque de Alba, embajador en Londres, dio garantías a Inglaterra de que España no iba a amenazar de ninguna forma a Gibraltar, es decir, que no iba a aprovecharse del momento tan crítico por el que atravesaba el Reino Unido para recuperarlo por la fuerza. Lo que le valió importantísimos compromisos oficiales por parte del Foreign Offices, entre otros la promesa de que “…en ningún momento y bajo ninguna excusa, atacará Inglaterra… territorio español…” o que el Reino Unido no pondrían objeciones si España, llegado el momento, viera la necesidad de ocupar Tánger para preservarla de ser utilizada por unos u otros. Otros compromisos, como la promesa de abrir negociaciones con vistas a la devolución de Gibraltar, no se cumplirían por parte de la pérfida Albión.
Conforme la derrota francesa se hacía evidente –el 14 de Junio caería París–, la preocupación más urgente de Franco era el futuro de Tánger, algo en lo que coincidían el resto de potencias firmantes del tratado, todas las cuales, a excepción de España y Portugal, o habían caído en manos alemanas, caso de Francia, Bélgica y Holanda, o quedaba aislada, caso de Inglaterra, por lo que era sólo España –Portugal no tenía capacidad– la única de los administradores que no se había implicado en el conflicto y estaba en posición de garantizar la neutralidad de la ciudad y de su puerto. Londres ya había dado a España su beneplácito, como hemos visto, para que se hiciera con su control y asumiera la responsabilidad de mantenerla al margen de la guerra. El 13 de Junio, un día antes de caer París, Francia contestaba afirmativamente al requerimiento que el día 8 había formulado el embajador español, José Félix de Lequerica, al ministro de la Guerra francés, Paul Baudoin.
Contando con el visto bueno de franceses e ingleses, establecida ya en el Marruecos francés una comisión alemana con la misión de controlar dicho territorio y sus intereses –incluido Tánger una vez se firmara el armisticio con Francia–, y con la Asamblea Legislativa de la ciudad y su administración inoperante, así como sospechándose que Italia iba a ocupar la ciudad de un momento a otro –peligro que confirmaría Roosevelt en Noviembre de 1942 en carta dirigida a Franco–, el Caudillo dio la orden de ocupar la ciudad el 14 de Junio; eso sí, sólo con tropas moras para evitar hasta el extremo cualquier posibilidad de mal entendido.
Con tal motivo el Gobierno español emitió un lacónico y escueto comunicado exento de triunfalismo o vanaglorias por el que anunciaba y justificaba su decisión: “Con objeto de garantizar la neutralidad de la ciudad y zona de Tánger, el Gobierno español ha resuelto encargarse provisionalmente de los servicios, vigilancia y seguridad de la zona internacional, para lo que han penetrado esta mañana fuerzas de las Mehalas jerifianas con dicho objetivo. El Alto Comisario, General Asensio Cabanillas, ha dominado sin problemas el territorio internacional de la legendaria ciudad tingitana con 1.200 hombres, ampliados luego a 2.000.”.
Del hecho incluso se informó protocolariamente, según ordenaban los estatutos de la ciudad, al Gral. Paul Nogués, Alto Comisario de Francia en Marruecos, a pesar de que éste ya estaba enterado por París de lo que iba a suceder. Por ley del 23 de Noviembre de este mismo año, España extendería su acción protectora a la zona aledaña a la ciudad, y con fecha 31 de Diciembre garantizaría expresamente los intereses británicos en la ciudad. Como única concesión a la otra parte, es decir, a los alemanes, se permitió el funcionamiento de un consulado germano entre 1941 y 1944. Al finalizar la II Guerra Mundial, España cumplió su palabra abandonando Tánger en Octubre de 1945 restableciéndose la vigencia de su estatus internacional hasta su incorporación a Marruecos en 1956.
Con todo ello, España, por la mano del Caudillo, prestó en momento tan delicado un extraordinario servicio a los intereses de franceses e ingleses en tan estratégica área, es decir, a los aliados, en detrimento de sus enemigos del Eje, pues si el puerto de Tánger hubiera caído en manos alemanas o italianas habrían podido muy bloquear con suma facilidad el Estrecho de Gibraltar dada la capacidad de su puerto, como hemos apuntado, para fondear buques de gran calado, por ejemplo de guerra, así como por su práctica ubicación en tan esencial Estrecho.