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Francisco Bendala
En Enero de 1961, John F. Kennedy se hacía con la presidencia de los Estados Unidos. Aunque por su condición de católico –era el primer presidente católico en la historia norteamericana– pudiera pensarse que sería proclive a España y al Régimen, no iba a ser así, pues su catolicismo era muy particular; en realidad nada coherente con la doctrina de la Iglesia, tanto en su vida personal, manifiestamente disoluta, como en su ideario político, netamente liberal, lo que nada bueno hacía presagiar. Desde el primer instante Franco no se hizo muchas ilusiones conocedor, además de lo dicho, de que el nuevo presidente, en su juventud, se había presentado en plena Cruzada en Barcelona para demostrar públicamente su apoyo al Frente Popular, y eso a pesar de conocer la terrible realidad de la persecución anticatólica desaforada que dominaba dicha zona.
Nada más hacerse con el poder, la animadversión de Kennedy contra el Régimen se hizo notar al ordenar al Departamento de Estado norteamericano:
* Intensificar el respaldo a las maliciosas y agresivas reclamaciones marroquíes sobre nuestros territorios en África que ya generaban constantes y peligrosas tensiones bilaterales, favorecidas por la muerte del Sultán Mohamed V en Febrero de ese mismo año y el acceso al trono de su hijo Hassan II cuya inquina contra España era de sobra conocida y aún mayor que la de su difunto padre.
* Intensificar los contactos del nuevo embajador estadounidense en Madrid con los “partidos” auspiciados por Don Juan; bien que pasado apenas unos meses la propia embajada se daría cuenta de su escasísima consistencia y manifiesta dispersión, convenciéndose de que el único representante válido de España era su legal y legítimo Gobierno encabezado por el Caudillo.
* Acercamiento a los líderes frentepopulistas en el exilio –en concreto a Sánchez de Albornoz, pretendido “presidente” de la República–, cuyos resultados fueron idénticos a los obtenidos con los grupos “juanistas”.
Ante la actitud hostil de la nueva Administración estadounidense, Franco encargó sendos informes –a Carrero Blanco y al Ministerio de Asuntos Exteriores– a fin de poder diseñar la más oportuna estrategia de respuesta. Las conclusiones de ambos fueron coincidentes en su práctica totalidad, a saber:
* Tres eran los enemigos internacionales del Régimen y de España que trabajaban para su destrucción: el comunismo, el socialismo y la Masonería.
* Si en algún momento su acción había disminuido fue sólo por causas coyunturales, por pura conveniencia táctica, no porque renunciaran a sus planes.
* El objetivo era la destrucción del Régimen para instaurar una democracia de corte liberal, parlamentaria y de partidos políticos mediante la cual, y en contra de lo que manifestaban, no se buscaba la libertad del pueblo español y la prosperidad de España, sino su división y debilidad para lograr su control “…cuanto mejor es el régimen para los administrados, más interés hay en derrocarlo, porque cuanto más fuerte sea, más difícil será dominar la nación…” (informe de Carrero)
* Las democracias europeas, prácticamente todas en manos de protestantes y masones, con los mismos objetivos que aquellos, sólo que con tácticas distintas, prefiriendo las presiones políticas y diplomáticas, alimentaban contra el Régimen la misma animadversión, sólo que, más pragmáticas, no tenían inconveniente en estrechar relaciones con él cuando veían en peligro sus intereses; como tampoco en oponérsele cuando disminuían, por eso, según también Carrero “…tenemos que estar dispuestos a mantener nuestra unidad dentro de la más cerrada intransigencia…”.
* En lo que respeta a los Estados Unidos, también dominados por protestantes y masones, los acuerdos firmados en 1953 habían resultado muy beneficiosos: además de consolidar políticamente al Régimen, España había conseguido un claro reconocimiento y rotundo respaldo a su política anticomunista de siempre, de forma que además de trabajar por su propia defensa, ahora colaboraba en la de los Estados Unidos y por ello también con la de la Europa libre.
* Lo recibido de Estados Unidos era mucho, lo que bien utilizado, como se había hecho, sin duda había sido factor importante del desarrollo que se experimentaba, aunque no el único ni el más determinante. El buen uso dado a las ayudas era mérito del Gobierno y del Régimen, aunque hoy no se quiera reconocer, al contrario de lo que entonces sí hizo el senador norteamericano por Idaho, Frank Forrester Church, que, paradojas de la vida, llegó a proponer al Senado norteamericano que suspendiera las ayudas a España por la evidencia de su gran prosperidad.
* Cuando comenzaba la década de los sesenta, España, que durante la anterior había sido retaguardia frente al imperialismo expansionista soviético, se convertía ahora en vanguardia una vez que dicha expansión se extendía por África y, más en concreto, por el Magreb, donde anidaba con fuerza, entre otros, entre los independentistas argelinos, motivo por el cual los Estados Unidos reforzaban sus lazos con Marruecos, lo que constituía una seria amenaza para España.
* Para frenar la animadversión de Kennedy –y ese giro hacia Marruecos en detrimento de España–, la gran baza española seguía siendo –y cada vez lo era más– el hecho de que para los Estados Unidos las bases españolas eran esenciales.
* Así pues, era evidente que había que amenazar a los norteamericanos con denunciar los tratados de 1953 –quedaba tan sólo un año y medio para que caducaran o se renovaran– como paso previo a la adopción de una postura de neutralidad que ellos no podían consentir, pidiendo a cambio de no hacerlo mayores aportaciones económicas, así como ayuda militar; aquéllas, para seguir impulsando el pujante desarrollo económico español; éstas, para rebajar las ansias marroquíes.
Situación pues complejísima que Franco iba a encarar con su habitual serenidad y habilidad.
El hecho de que la fase de mayor hostilidad de Kennedy contra España coincidiera con los meses en los que el joven presidente cosechó sus mayores fracasos en política exterior –Bahía de Cochinos, la frialdad con que fue recibido por De Gaulle y la agresividad con la que lo hizo Kruschev–, beneficiaron enormemente a España, toda vez que la debilidad, inconsistencia e incoherencia de la política exterior de Kennedy favorecían la expansión del comunismo por el Tercer Mundo, lo que generó una gran alarma en el poderoso Pentágono, así como entre sus socios europeos de la OTAN, por lo que la nueva estrategia española de presión no podía ponerse en marcha en momento más oportuno.
España contaba, y Franco lo sabía muy bien, con el respaldo incondicional del Pentágono, cuyos jefes advirtieron a Kennedy de la imposibilidad de prescindir de las bases; incluso un senador llegaría a espetar a Kennedy en la propia Cámara estadounidense “…este hombre, Franco, no habla por hablar, por lo que su reto, suave en la voz y en las palabras, ha sido tan firme y tan decidido que cabe pensar que tal vez intenta volverse a un dañoso neutralismo mediterráneo que él juzga más prometedor para España…”.
En vista de todo ello, Kennedy, desorientado en extremo, llegó incluso a consultar con los ex-presidentes Truman y Eisenhower –así como también, caso curioso, con la viuda de Roosevelt, destacada miembro de la Masonería–, optando finalmente por flexibilizar su actitud hacia España, llegando a tener un gesto de desagravio al autorizar al Secretario de Estado norteamericano, Dean Rusk, a recalar en Madrid al término de la rutinaria reunión de la OTAN.
La visita se produjo el 16 de Diciembre de 1961 y en ella Franco hizo entrega a su interlocutor de un memorándum en el que le exponía con claridad la opinión y posición de España de cara a la negociación de renovación de los acuerdos de 1953:
“… Las condiciones en las que se firmaron (los acuerdos) han variado totalmente; entonces no había exposición para la nación; hoy sí existe, y grave. Si entonces España se conformó con… una ayuda escasa, fue porque nada exponía en su colaboración y recibía de ella importantes beneficios. Las ayudas que en el orden militar entonces se establecieron ya no satisfacen a la situación actual; no garantizan la defensa frente a la agresión posible;… no puede mirarse a lo pasado, sino a lo que se necesita para el futuro… el aumento de los medios de agresión soviética… la variación de la situación en el norte de África… el acoso que se hace a los territorios portugueses de ultramar… todo lo cual nos obliga a aumentar nuestras previsiones… se impone una participación directa de nuestros Estados Mayores en las decisiones… El que eventualmente hayamos podido, por los esfuerzos y sacrificios realizados en los últimos veinte años, conseguir un superávit en la balanza total de pagos que nos permitió poder formar unas modestísimas reservas, no quiere decir que la situación haya cambiado y que la ayuda económica no sea indispensable… Otro tanto ocurre con nuestro presupuesto, indotado en muchos aspectos y que no permite atender debidamente a satisfacer los gastos militares que una posición beligerante y de exposición exige… Otro aspecto importante es el político. Nuestra política descansa en la interior satisfacción de nuestro pueblo, en el progreso de su nivel de vida, en la confianza que hemos de merecerle y todo esto sería amenazado si no le garantizásemos en la medida de lo humano su seguridad y le exigiéramos sacrificios sin esa contrapartida de bienestar y progreso. Comprendemos la preocupación de los Estados Unidos por su problema principal de su déficit en su balanza de pagos, y ello puede salvarse si la ayuda que recibamos lo es en armamentos y en artículos y excedentes agrícolas, que no representan salida de dólares. Ha de tenerse en cuenta que el armamento de España pesa sobre el conjunto de la defensa occidental y libera a los Estados Unidos de mayores gastos y de tener que utilizar elementos propios. La aceptación por Norteamérica de estos principios se hace indispensable para dar entrada a una negociación en que… habrá que rectificar otros aspectos de menor cuantía, pero importantes, de los Acuerdos.”.
Para facilitar esa negociación que se adivinaba de todas formas difícil, Franco no dudó en nombrar embajador en Washington a finales de 1962 a Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate, a pesar de que fuera uno de los instigadores de las revueltas estudiantiles de mediados de los cincuenta, pero cuyos fortísimos lazos de amistad con la familia Kennedy se consideraban más que idóneos en momentos tan importantes para las relaciones bilaterales con los Estados Unidos, demostrando con ello una vez más el Caudillo su preferencia por personas que pudieran ser lo más eficaces posibles para los intereses de España sin deparar en sus opiniones políticas.
El designado, por su parte, haría en esta ocasión honor al nombramiento con una carta personal al Caudillo en la que no tuvo reparos en dejar bien claro que “…me considero aquí como embajador de España y, por consiguiente, como embajador de Su Excelencia, que la encarna y representa en este momento histórico. Y que, por ello, mientras esté en este puesto, mi propósito y mi determinación son los de servir a Su Excelencia con toda rectitud y toda lealtad… mi entera actuación en este país estará inspirada en esas ideas de servicio y de fidelidad a Su Excelencia…”.
Por su parte, el propio Franco se había encargado, una vez más, unos meses antes, con motivo de la clausura en Marzo del Segundo Congreso Sindical, de proclamar la realidad del mensaje que Garrigues debía hacer llegar ahora a la opinión pública norteamericana “…los españoles amamos la libertad más que la pueda amar ningún otro pueblo… Pero queremos una libertad dentro de un orden, de una seguridad social, porque en el desorden naufragan todas las libertades. Nosotros somos un Estado nuevo, un Estado revolucionario nuevo; queremos que las ruedas naturales de la Nación sean el camino por donde discurra nuestra política; no queremos la ficción de unos partidos engañando y explotando al pueblo; queremos que sea el mismo pueblo, a través de sus órganos naturales, donde no cabe engaño ni falsedad, quien se pronuncie en los problemas de la Patria, que colabore a la realidad de las leyes de la Nación y que éstas reflejen el sentir de todos los ciudadanos…”.
En Washington, Garrigues Walker presentaba a Kennedy sus credenciales como nuevo embajador el 20 de Junio, manteniendo con él una larga conversación en la que sin ambages defendió, como había dicho que iba a hacerlo, no sólo a España, sino también al Régimen y a Franco, explicando al mandatario norteamericano que aquella II República, que por mala similitud semántica tanto consideraba, había sido manifiestamente comunista y de haber triunfado en la guerra habría convertido a España en un satélite de Moscú, lo que impidió, precisamente, el Alzamiento, por lo que pretender sustituir al Movimiento por una nueva república sería un error, pues, indefectiblemente, echaría a España en manos rusas. Convenía, por tanto, que los Estados Unidos siguieran apoyando al Régimen que “…no era ninguna dictadura, sino un “leadership” político que conduce… a una fórmula de libertad en orden, estable y duradera…”, constituyendo el Régimen una solución española para España que ni era copia de otras ni se pretendía exportar, diseñado para desembocar en una “…nueva Monarquía que asegure los valores tradicionales y permanentes que han sido rescatados, porque otra cosa sería también, aunque con otro nombre, volver al punto de partida…”. Garrigues cerró su alegato ante Kennedy afirmando que Franco no era un dictador, sino un “…padre de la Patria…” –símil a los líderes de la independencia norteamericana–, único con la autoridad, respeto y aceptación necesaria y suficiente por parte de la práctica unanimidad de los españoles capaz de impulsar la estabilidad y desarrollo políticos y económicos que España necesitaba para rehacerse de su más reciente y trágico pasado.
Pero tampoco perdió la ocasión el embajador para explicar a Kennedy quiénes eran los asistentes al recientemente orquestado “contubernio de Munich” definiéndoles como “…un grupo de españoles confabulados, o, cuando menos, utilizados por la gente de la emigración (en referencia a los frentepopulistas en el exilio), que no podían ser más nefastos para los intereses reales y permanentes de España, y también de Europa… el calificativo que merecían no era otro que el de reaccionarios en el más literal sentido de la palabra, en cuanto pretendían retrotraer a España a la situación, por tantos conceptos superada, de 1936…”.
La consecuencia inmediata de tal sintonía fue sorprendente: apenas unos días después, el 18 de Julio, aniversario del Alzamiento Nacional, en el propio Congreso de los Estados Unidos intervenían, uno tras otro, nada menos que treinta y seis congresistas para resaltar la importancia de aquel acontecimiento, de aquel Alzamiento, al que ahora homenajeaban y calificaban de referencia mundial en la lucha de la libertad contra el comunismo, al tiempo que reconocían y agradecían la defensa que de los judíos habían hecho Franco y el Régimen durante la II Guerra Mundial; también del papel que como aliada de los Estados Unidos desempañaba en esos momentos España.
Así pues, y como en anteriores ocasiones, Franco elaboró su estrategia negociadora con los norteamericanos con la mirada puesta en sacar cuanta mayor tajada fuera posible jugando de manera magistral sus cartas en beneficio de España, como eran:
* Su indubitable prestigio de líder anticomunista por excelencia –el embajador de España en Washington, Garrigues, no perdía oportunidad de remarcar dicha verdad “…nosotros hemos conocido el comunismo, lo hemos combatido en nuestra Patria y lo hemos vencido… ahora bien, lo hemos vencido gracias a una cosa, es a saber el leadership del General Franco, sin cuya acción se puede asegurar que toda España sería hoy comunista y quizá o, mejor dicho, muy probablemente, toda Europa…” (Discurso de Garrigues en el brindis del almuerzo que le ofreciera el Gral. George W. Mundy, comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas en Alaska).
* La debilidad que las democracias europeas mostraban ante la prepotencia soviética.
* La solvencia de la prosperidad española que avalaba el buen uso que se daba a la ayuda que se recibía.
* El comienzo de una tendencia de los países europeos a “despegarse” de la influencia de los Estados Unidos de la que el Mercado Común era un ejemplo claro; cundía ya por las tapias europeas el “Yankes go home” que se haría entonces tan famoso.
* La seguridad de que los Estados Unidos no podían prescindir de las bases en España, certeza refrendada por declaraciones de importantes jefes del Pentágono a diplomáticos españoles; tan poderoso organismo seguía siendo uno de los máximos valedores de los acuerdos con España.
Pero como no todo iba a ser presionar –nada más lejos del carácter de Franco, siempre inclinado a la moderación y a la prudencia–, reconociendo que a pesar de tener mucho a favor, había también que evitar humillar a su interlocutor, el Caudillo, con el asesoramiento de Garrigues, cuya labor en Washington estaba siendo realmente eficaz y acertada, decidió incluir en la estrategia negociadora algunos gestos que sabía que sin duda iban a reforzar más aún la firmeza del Pentágono a favor de España, así como a flexibilizar las posibles reticencias de Kennedy y el Departamento de Estado. Por un lado, esbozó la intención del Gobierno de flexibilizar el funcionamiento de alguna de las instituciones fundamentales del Régimen como era el caso de otorgar más escaños a los procuradores por elección en las Cortes. Por otro, se mostró decidido a aumentar la libertad de culto de la minoría protestante, enviando en Diciembre de 1962 a la Santa Sede para su aprobación, previa a ser presentada en las Cortes, un borrador de Ley en tal sentido. Dos aspectos que permitirían reforzar la estrategia que Garrigues seguía en Washington de mejorar ante los norteamericanos la imagen de España.
No obstante, Franco, aunque flexible y dispuestos a facilitar en lo posible las negociaciones cediendo en lo circunstancial, no lo estaba en lo esencial, y pese a saber que podía ser un escollo, no tendría reparos en declarar por esos mismos día en una entrevista a la cadena norteamericana CBS “…asistimos a un despertar de los pueblos con ansia de progreso, elevación económica, de mejora y justicia social, de demanda de igualdad de oportunidades, de extirpación de privilegios; la libertad no es una abstracción, ha de estar llena de todo eso… no se puede aplicar a otras naciones el modelo de Estados Unidos… no es lo mismo un sistema democrático con sólo dos partidos que otros con múltiples que obligan a formar coaliciones inestables… para transformar la sociedad y hacerla más justa hacen falta sistemas y poderes fuertes y sinceros… si entrásemos en eso que ustedes llaman democracia,… abriríamos la puerta a los cauces que nos conducirían a la misma situación de que, gracias a Dios, salimos (en 1939)… Un gobernante no puede por comodidad ceder en lo que es esencial para la salud del pueblo…”. Preguntado por el periodista sobre lo sorprendente y desconcertante que resultaba que el Régimen sobreviviera todavía a estas alturas, Franco contestó contundente “¿Cree usted que alguien puede imponérsele (al pueblo español) por la fuerza cuando él no quiere? ¿Cree usted que un régimen puede subsistir durante veintisiete años cuando el pueblo no lo quiere?”.
El 28 de Diciembre de 1962, Garrigues se entrevistaba con el secretario adjunto del Departamento de Estado norteamericano, George MacGhee, dando así inicio a la toma de contactos para la renovación de los acuerdos bilaterales de 1953, siendo muy claro y contundente al explicar la posición española:
* España no estaba dispuesta a seguir siendo sólo una pieza de la estrategia defensiva norteamericana, quería que se la reconociera como lo que era de hecho, un aliado.
* A los Estados Unidos le interesaba desde todo punto de vista prorrogar por otros cinco años los acuerdos.
* Dada la nueva situación geoestratégica y económica –la balanza comercial era favorable a España, cuya solvencia con esos mil millones de dólares en reservas era además incuestionable–, hacía que recibir cuarenta o cincuenta millones de dólares al año no significara nada para ella.
* España aspiraba a sustituir los acuerdos por un tratado de cooperación en toda regla, pues también era más lo que ahora ofrecía.
* España pretendía el apoyo norteamericano para ingresar en la OTAN y en el Mercado Común, pero no de cualquier manera, sino con condiciones, pues en ningún caso se iban a sacrificar los intereses españoles.
A principios de Enero de 1963 se celebraba en Madrid la primera ronda de negociaciones que concluía sin acercamiento de posturas, toda vez que aunque los Estados Unidos ofrecían mejoras económicas, las mismas eran del todo insuficientes para lo que España esperaba sacar, no admitiendo como excusa lo que sin duda era una realidad: la mala situación económica norteamericana provocada por un exceso de gastos y compromisos en el exterior como consecuencia de los múltiples frentes abiertos por el expansionismo comunista que obligaban ahora a los norteamericanos a un repliegue, sobre todo de fuerzas tácticas terrestres, lo que podía afectar a las bases en España que comenzaban a resultarles muy caras. De hecho, un informe norteamericano de esos momentos recomendaba “…no dar ayudas especialmente a España y Portugal, que ya han sido compensadas más que adecuadamente…”. Coincidiendo con el fracaso de estos primeros contactos se decidió trasladar las negociaciones a Washington, lo que haría que la labor de Garrigues adquiriera gran protagonismo e importancia pues prácticamente iba a recaer sobre sus hombros que todo llegara a buen puerto.
Garrigues, con la baza de que el Vaticano y los obispos españoles aceptaban el borrador de ley que iba a otorgar mayor libertad de culto público a los protestantes en España, mantuvo una nueva reunión con MacGhee a finales de Enero de 1963 en la que además de lo que ya le había anunciado anteriormente, amenazó con la posible disposición del gobierno español a sumarse al eje franco-alemán recién creado que significaba el comienzo de una nueva mentalidad europea de alejamiento de la influencia norteamericana; dicho “eje” se había constituido el día 23 de ese mismo mes de Enero entre París y Bonn, y su creación incluía el compromiso de impedir el ingreso del Reino Unido, tradicional aliado de los Estados Unidos, en el Mercado Común. Por cierto, una prueba irrefutable más de que ingresar en dicha organización no dependía del tipo de sistema político que gobernara el país candidato, sino de los intereses de los países miembros, por lo que traducido a España significaba que ni Franco ni el Régimen eran el problema, como pretendían hacer creer entonces los “juanistas”, Gil Robles y los comunistas; prueba de lo dicho es que a pesar de que España fuera una “democracia” desde 1978, no ingresaría en el Mercado Común hasta que en 1982 llegara al poder el PSOE quien no tuvo inconveniente, para lograrlo, en aceptar las humillantes imposiciones de franceses y alemanes.
Tras la amenaza, Garrigues hizo comprender a su interlocutor que no debía extrañarse de que España buscara nuevos amigos si los antiguos, es decir, los norteamericanos, se mostraban tan reacios y duros en las negociaciones, haciendo hincapié en lo que Franco había dicho en su reciente mensaje de Navidad “…España, que mantiene pacíficas relaciones con todos los pueblos que respetan nuestra personalidad y soberanía… Ante Europa, de la que formamos parte, nuestros sentimientos están claros y formalmente definidos. Como parte, tenemos una definitiva vocación europea, y como europeos, defendemos una consideración de igualdad, que nos compromete en cuanto respeta nuestra personalidad. Al acercarnos a Europa y pensar en una posible asociación con sus principales países no nos lleva un simple interés nacional más o menos claro de compartir el egoísmo europeo, sino el de incorporarles un sentido humano y social de la política exterior, una conciencia cristiana de la justicia entre los pueblos, un concepto ecuménico de la economía y las realidades de un mundo nuevo y poco comprendido. En nuestras relaciones con el resto de las naciones,… nos sentimos ligados a cuanto viene del Continente americano, y unidos bilateralmente por acuerdos con los Estados Unidos, admiramos su difícil misión rectora del mundo libre…”, De acuerdo con esa vocación europea, durante 1963 se celebrarían las primeras maniobras militares hispano-francesas; se realizarían varias visitas de ministros españoles a París; De Gaulle reiteraría públicamente su deseo de visitar Madrid y Francia ofrecería a España un crédito de 750 millones de francos, todo lo cual demostraría a los Estados Unidos que ni Garrigues ni el gobierno español amenazaban en balde.
En la reunión con Garrigues, MacGhee desveló algo que conviene señalar para evitar ser pasto de las tergiversaciones y falsedades actuales: ya hemos visto cómo España, de la mano de Franco, no se oponía frontalmente a ingresar en la OTAN o en el Mercado Común –siempre que los intereses españoles quedaran garantizados–, pues bien, según MacGhee, para conseguirlo en la OTAN contaba con el visto bueno de los Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia y Portugal –y posiblemente de Italia–, mostrándose sólo contrarias Noruega, Dinamarca, Bélgica y Holanda, por lo que de seguir así las cosas el ingreso estaba al alcance de la mano. En cuanto al Mercado Común sólo existía un rechazo radical de parte de Bélgica y Holanda. Es decir, que ni Franco ni el Régimen eran tan odiados ni tan indeseados como muchos hoy pretenden.
En Marzo de 1963, el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, entregaba a Franco un informe que resumía lo que hasta ese instante había sucedido, concluyéndose que España estaba en condiciones de conseguir lo que pretendía de los Estados Unidos, e incluso más, por lo cual recomendaba aumentar las exigencias, procurando:
* La revisión de las condiciones que regulaban la utilización de las bases.
* La entrega a España de cazas F-104, así como de misiles tierra-aire.
* La financiación del material necesario para conseguir mejorar el armamento de las Fuerzas Armadas españolas, fabricándose en España cuanto de él fuera posible.
* Ayuda económica a fondo perdido para completar el presupuesto de las Fuerzas Armadas.
* Ayuda técnica de todo tipo para relanzar y modernizar la industria militar española.
Con todo, las negociaciones entraron en un impasse, amenazando incluso con no retomarse, lo que ninguna de las dos partes deseaba, pero es que las circunstancias eran, para ambos, muy complejas. Garrigues, en plena sintonía con Franco –mucho más que algunos ministros que, tomando en serio las promesas que llegaban de Europa, comenzaban a considerar seriamente la posibilidad de abandonar definitivamente a los Estados Unidos–, elaboró un extenso informe al Caudillo en el que recomendaba:
* Aceptar una prórroga de los acuerdos de 1953, caso de no poderse conseguir el deseado acuerdo de cooperación, evitando la posibilidad de ruptura total.
* Obtener a cambio el apoyo de los Estados Unidos para el ingreso en la OTAN.
* Si ello no fuera posible en las condiciones y con las garantías que España deseaba, asegurarse al menos un trato de igualdad y justa reciprocidad por su parte.
* Obtener el respaldo norteamericano a la entrada de España en el Mercado Común.
* Debido a la dificultad de los Estados Unidos para acceder a facilitar ayuda económica directa, por su mala situación del momento, hacer que la misma fuera en créditos y ayuda técnica para los planes de Desarrollo en marcha.
* Lograr que quedara claro que la amenaza militar por parte de cualquiera nación contra cualquiera de los dos se consideraría amenaza conjunta; condición mediante la cual España se aseguraría o la rebaja de la agresividad marroquí o la ayuda norteamericana en caso de conflicto bélico con Rabat.
Paradójicamente, a partir de ese instante los acontecimientos se aceleraron. Garrigues era recibido por Kennedy el 3 de Mayo, saliendo el embajador satisfecho de lo tratado. Franco recibía a Nixon en El Pardo el 18 de Junio y el ministro de Asuntos Exteriores, Castiella, se entrevistaba en Roma el 1 de Julio con Dean Rusk, Secretario de Estado norteamericano, quien llegó a reconocer que pocas veces los Estados Unidos se habían topado con un aliado “…tan leal y generoso como España…”.
Definitivamente el 26 de Septiembre de 1963 se renovaban los acuerdos bilaterales con los Estados Unidos, obteniendo España nuevas y considerables ventajas, entre ellas la más significativa de reconocerse que “…una amenaza a cualquiera de los dos países sería considerada como amenaza conjunta a ambos…”. Además, se consiguieron créditos y ayuda técnica a satisfacción de las necesidades españolas, cobertura económica norteamericana para los planes de Desarrollo y el respaldo estadounidense para el ingreso de España en organismos internacionales.
Franco, y por él España, habían obtenido una gran victoria sobre Kennedy, logrando domesticar, con inteligencia, habilidad y paciencia, al joven presidente que con tanta inquina contra nuestra patria había iniciado su mandato el cual, de todas formas, iba a durar apenas dos meses más.