¡Tu carrito está actualmente vacío!
Puedes consultar la información de privacidad y tratamiento de datos aquí:
- POLÍTICA DE PROTECCIÓN DE DATOS
- SUS DATOS SON SEGUROS
Francisco Bendala
Nadie mejor que el propio Caudillo podía definir la situación de España en 1957: “No creáis que el Gobierno desconoce esos problemas que están en el ánimo de tantos… Conocemos todos esos problemas y los seguimos de cerca en su origen y en su desarrollo, atajándolos, resolviéndolos unas veces y aliviándolos otras, cuando otra cosa no es posible. Sabemos que nuestra situación está lejos de ser perfecta. Que sobre nuestra nación pesan grandes y hondos problemas que no han podido ser superados y que afectan a los hogares o a las empresas… La base de partida hemos de buscarla en la situación en que recibimos la Nación: aquella España que nuestros adversarios afirmaban era imposible de levantar y en lo que tantos españoles les acompañaban en el juicio…” (Franco, Navidad 1957)
El caso es que la paradoja de la propia situación, ya con un pujante despegue muy acelerado pero desordenado, y los profundos cambios que comenzaban a producirse en Europa –en 1948 se había creado la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE) precursora del Mercado Común Europeo y de la actual Unión Europea–, no dejaban margen ni otra alternativa ante la novedosa etapa de globalización iniciada que ajustar las decisiones económicas y financieras, se quisiera o no, a las de los países de nuestro entorno.
Y nadie mejor que Franco, siempre realista y pragmático, para impulsar la pieza esencial que iba a dar lugar al increíble desarrollo español de los años sesenta: el Plan de Estabilización.
Las medidas previas a él que se tomaron fueron: creación en la Secretaria Técnica (López Rodó) del Secretariado del Gobierno y de la Oficina de Coordinación y Programación Económica (OCYPE) encargados de designar los sectores y lugares donde iban a realizarse las grandes inversiones públicas (Febrero 1957); ligera devaluación de la moneda estableciendo un tipo de cambio único de 42 pesetas por dólar (Marzo 1957); extensión de la Seguridad Social a los agricultores (Mayo 1957); congelación de sueldos de funcionarios públicos (Junio 1957); elevación de los tipos de interés y descuento, y creación de la Junta de Revisión de Aranceles (Julio 1957); reestructuración de los Presupuestos Generales del Estado y sustitución de la Oficina de Administración de la Deuda por la Dirección General del Tesoro, Deuda Pública y Clases Pasivas (Agosto 1957); aprobación de la Ley de Reforma Fiscal que contemplaba un aumento de los aranceles para los productos de lujo y de los impuestos directos cuyo principal beneficio inmediato sería incrementar en un 26 por ciento los ingresos de Hacienda –al mejorar la gestión de recaudación de impuestos– y reducir en 11.000 millones de pesetas la Deuda del Estado (Diciembre 1957), y promulgación de la Ley de Convenios Colectivos Sindicales –o sea, de convenios colectivos laborales– con la cual se ponía en marcha un nuevo sistema de negociación entre empresarios y trabajadores (hoy vigente en sus fundamentos sin que por su origen “franquista” le hagan ascos ni los políticos ni los sindicatos de clase actuales) y ello a pesar de que se era consciente de que con tal medida se ponía en manos de los agitadores comunistas una importante herramienta para la subversión y creación de problemas en el seno del mundo laboral (Abril 1958).
Gracias a todo lo anterior, en Junio de 1958 España ingresaba en el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (BIRD), así como del Fondo Monetario Internacional (FMI), es decir, que los principales organismos económico-financieros internacionales avalaban el rumbo tomado.
Tras tan esencial éxito, el Gobierno reforzaba las medidas previas estabilizadoras anunciando en Junio de 1958 una nueva tanda:
* Los planes de cada ministerio debía ajustarse a los fondos disponibles, y no a la inversa como se venía haciendo.
* Lograr que el dinero represente bienes reales existentes y no ficticios.
* Reducir el déficit y la consiguiente inflación.
* Alcanzar una verdadera estabilidad monetaria, frenando la velocidad de la masa circulante.
* Restringir los créditos a los proyectos que no fueran a producir beneficios.
* Nacionalizar el Banco de España; bien que sin reducir su independencia técnica.
* Facilitar a los trabajadores de empresas que por mal concebidas iban a cerrar, otro trabajo en empresas rentables, paliando así los efectos negativos que la “poda” que se iba a impulsar en el mundo empresarial, pues “…es obligación del Estado proteger al asalariado que queda sin trabajo, pero no al empresario equivocado…” (Navarro Rubio, Ministro de Hacienda).
Los primeros efectos no se hicieron esperar y ya en Diciembre de 1958 en las Cortes, Navarro Rubio anunciaría que las dos primeras fases de la nueva orientación, es decir, el equilibrio presupuestario y el financiero estaban prácticamente conseguidas, iniciándose los trabajos para conseguir la siguiente que no era otra que la tan ansiada estabilidad económica.
Pero el proceso no era fácil y desde luego no iba a estar exento de graves dificultades, “…resulta una tarea agotadora mantener el equilibrio económico…” (Franco, Navidad 1958), pues no cerraría 1958 sin que el anuncio de Francia de devaluar su moneda repercutiera negativamente en España generando una verdadera tormenta financiera.
Ante tal hecho, Navarro Rubio, siempre manifiestamente realista y audaz, propuso nuevas medidas monetarias sin duda duras, pero inexcusables dada la nueva situación:
* Devaluación de la peseta lo necesario a niveles realistas.
* Estabilización monetaria para defender el cambio de la peseta.
* Solicitar la ayuda exterior precisa para conseguir la oportuna convertibilidad de la peseta definiendo su paridad con respecto a los patrones oro y dólar.
* Adoptar un Plan de Estabilización en toda regla.
Las propuestas iban más allá de lo que sus compañeros de gobierno habían imaginado, por lo que encontró una fuerte oposición de parte del resto de ministros; así como en un primer momento un alto nivel de incredulidad de parte de Franco.
En Febrero de 1959, visitaba España el director del Departamento de Europa del FMI, el francés Gabriel Ferras. Aprovechando tan importante visita y consciente de que dicho organismo avalaba al cien por cien sus propuestas, Navarro mantuvo una larga y ardua entrevista con el Caudillo exponiéndole con toda crudeza la dura realidad del momento: si no se adoptaban las medidas propuestas España iba a la quiebra pues las perspectivas eran que, frente a unas obligaciones a pagar de 78,9 millones de dólares, no se disponía más que de 2,6 millones en oro.
Tal información, que Navarro comunicaba a Franco en primicia, fue definitiva para éste. Aunque lo advertido por su ministro aún no se había producido, ni tampoco era seguro al cien por cien que se fuera a producir, tan sólo el hecho de que fuera posible movió el ánimo del Caudillo, quien dio su visto bueno al ministro de Hacienda para que solicitase FMI la ayuda internacional que fuera menester para llevar a la práctica un Plan de Estabilización concreto que terminara con la agonías del momento y diera paso al desarrollo tan ansiado, pues antes que cualquier opinión o circunstancia personal estaba para Franco el interés general de España. Serían pues el realismo de Navarro Rubio y el pragmatismo de Franco los que solucionarían el grave conflicto.
Sin duda no fue fácil ni para Franco ni para el resto de ministros asumir tal decisión que rompía abrupta y directamente en buena medida con las pautas sostenidas durante años, pero la realidad mandaba. La última decisión trascendental para lo que en breve se conocería como “el milagro económico español” se había tomado; una vez más la serenidad, pragmatismo y responsabilidad del Caudillo habían jugado un papel esencial. Nadie, excepto unos pocos entonces, sabían y se daban cuenta de su trascendencia. Y no había sido un “dictador” caprichoso, egocéntrico o megalómano y empecinado en sus propias ideas quien la había tomado, sino que había sido un jefe del Estado, un presidente del Gobierno, un estadista que, previo el oportuno, leal y sincero asesoramiento de quienes más sabían de la materia, asumía la responsabilidad máxima de dar un paso tan esencial a pesar de no estar en ese instante convencido completamente de su necesidad. Así pues, España se orientaba decididamente hacia Europa, además de haberlo hecho ya hacia los Estados Unidos desde comienzo de los años cincuenta, pues nunca había sido su vocación la del aislamiento, sino todo lo contrario; habiendo sido aquella impuesta, bien que sorteada con éxito gracias a la unidad, patriotismo y espíritu de sacrificio de sus gobernantes y del pueblo.
El 6 de Marzo de 1959, el Consejo de Ministros decidía elaborar el inexcusable Plan de Estabilización; las disposiciones legales precisas serían responsabilidad de la propia Presidencia del Gobierno; el plan lo sería de los ministerios de Hacienda e Industria; su defensa ante las Cortes de los dos ministros de Hacienda e Industria, Navarro y Ullastres, conjuntamente. El 21 de Julio de ese mismo año se publicaba el Decreto-Ley de Nueva Ordenación Económica (Plan de Estabilización) que perseguía “…la expansión económica española… y la integración de su economía en la economía internacional…” (Ullastres) y del que, más llano, López Rodó diría “Ocurre con la estabilidad igual que con el queso: hay que tomarlo antes de beber, para que el vino no se suba a la cabeza. La estabilidad es previa al desarrollo…”.
El Plan marcaba una serie de objetivos a conseguir: estabilidad económica, equilibrio en la balanza de pagos y robustecimiento de la moneda para convertirla en una divisa estable. Se preveía la liberalización progresiva de la importación de mercancías y, paralelamente, la de su comercio interior. Las medidas liberalizadoras iban acompañadas de una firme política de austeridad:
* Declaración de convertibilidad de la peseta y elevación del tipo de cambio con el dólar desde 42 hasta 60 pesetas –con muy ligeras variaciones permanecería estabilizada ya hasta el fallecimiento del Caudillo–, consiguiéndose numerosos créditos internacionales por valor de cerca de 500 millones de dólares.
* Reducción de la inflación: elevación de los tipos de interés, limitación de la concesión de créditos bancarios cuyo tope quedaba en 11.000 millones de pesetas y congelación de salarios.
* Liberalización de las importaciones con una importante rebaja de los aranceles.
* Fomento de la inversión extranjera con una nueva legislación sobre inversiones exteriores que permitía aumentar la participación de capitales extranjeros en empresas españolas, así como otras ventajas.
* Con el objetivo de limitar el déficit público se impulsaba una reforma fiscal que incrementaría la recaudación, así como una limitación sustancial del gasto público que quedaba fijado en un tope de 80.000 millones de pesetas, con recortes sobre todo en los denominados “gastos corrientes” de los ministerios que permitiría en 1960, tan sólo un año después, un superávit presupuestario de 5.600 millones de pesetas, es decir, un 38,5 por ciento más.
Los efectos del plan se dejaron sentir de inmediato tanto en el interior como en el exterior:
* En 1959 la balanza de pagos arrojaba ya un superávit de 81 millones de dólares.
* Las reservas de divisas del Banco de España se incrementaron sustancialmente.
* La suma de reservas exteriores y créditos a corto plazo del Estado pasó de presentar un valor negativo cercano a los 2 millones de dólares en Junio a un saldo positivo cercano a los 500 millones en Diciembre de 1960.
* La inflación, que era del 12,6 por ciento en 1958, se redujo hasta el 2,4 en 1960.
* Se produjo un fuerte incremento de la inversión exterior.
* El turismo registraba en 1959 un nuevo record llegando a los cuatro millones de visitantes.
* Mejoraron sustancialmente la competitividad y la incorporación de nuevas tecnologías.
* Los precios frenaron drásticamente su escalada, saliendo al mercado muchos productos que permanecían almacenados con fines especulativos.
* La producción industrial registro un espectacular incremento.
Caso muy particular fue lo ocurrido con el paro. España, desde el final de la II Guerra Mundial, disfrutaba de práctico pleno empleo. Pero nada más entrar en vigor el plan, al cribar a las empresas cuyos fundamentos no eran lo suficientemente sólidos o estaban obsoletas, provocó su rápido cierre al no poder sostenerse. Debido a ello, aumentó el paro, pasando en número de desempleados de 91.000 en 1959 a 132.000 en 1960; muy importante es que mayoritariamente los empleos perdidos eran segundos empleos, no de los principales. Aunque tal cifra era ridícula –compárese con las actuales– y en realidad podía técnicamente seguir hablándose de pleno empleo, el incremento de casi un cincuenta por ciento del número de desempleados en tan sólo un año era llamativo, motivo por el cual, y para paliar sus efectos, el Gobierno implantó el “subsidio de desempleo” por primera vez en España; hoy perdura considerándose como una de las grandes conquistas sociales y laborales sin que se reconozca que se debe a la etapa de gobierno del Caudillo. No obstante, dicha tasa de paro sería transitoria pues a partir de 1960 volvería a ser cero una vez que el índice de creación de empleos se situó en una media de 200.000 anuales a partir de tal año, todo un nuevo record. Otra consecuencia de ese incremento puntual del paro fue el inicio de una corriente migratoria de trabajadores españoles hacía países europeos donde los salarios eran mayores, moda que se vio en buena medida favorecida por el estímulo que suponía para emigrantes la elevación citada de un 43 por ciento del cambio oficial de la peseta. Debe tenerse en cuenta que esa emigración no lo era por no tener empleo, como vemos que ocurre hoy, sino que por el mismo trabajo en el extranjero se pagaba más que en España.
Los perjuicios, aunque como se ve eran lógicos e inevitables, pero transitorios y de muy breve duración, suscitaron, como también era de prever, el malestar de los que se resistían a los cambios y sirvieron de excusa para nuevas provocaciones a los que como de costumbre no desaprovechaban la más mínima oportunidad para manipularlo y politizarlo todo, es decir, a los comunistas; el PCE volcaría el esfuerzo de sus mejores activistas en intentar una huelga general el 18 de Junio que, no obstante, fue un completo fiasco; asimismo, las católicas JOC –cada día más en manos de infiltrados comunistas– no dudaron, con el silencio cómplice de los obispos, en editar un manifiesto contra el plan en el que no tuvieron inconveniente alguno en resucitar el viejo y anticatólico concepto de la “lucha de clases”, bien que también sin conseguir ni el más mínimo éxito; “…el fracaso del movimiento (comunista) está patente en todos los sitios y es espectacular si se tienen en cuenta los esfuerzos desplegados… no es la oposición (comunista) la que encuadra y domina al pueblo español, sino el franquismo renovado…” (Max Gallo).
Y es que el pueblo español seguía siendo el principal soporte del Caudillo y del Régimen, manteniendo en él una confianza absoluta sin dejarse engañar por las apariencias ni los cantos de sirena de los agitadores comunistas, como tampoco amedrentar por los nuevos sacrificios que se le pedían, consciente de que lo logrado en los últimos veinte años era patente, que se debía a ese Caudillo y a su gobierno, y que lo mejor estaba ya tan cerca que se palpaba ya con las manos.