España fuera del Plan Marshall… ¿por culpa de Franco?, por Francisco Bendala

Francisco Bendala

Muchos dijeron entonces, y siguen diciendo hoy, que fue la permanencia del Caudillo al frente de los destinos de España y su régimen supuestamente antidemocrático, los que dejaron a nuestra patria fuera de los beneficios del Plan Marshall. Pues bien, nada más lejos de la realidad, como en tantas otras cosas.

El 12 de Abril de 1945 moría Roosevelt, siendo sustituido por su vicepresidente, Harry Truman, reconocido masón y fanático baptista.

Truman había ingresado en la Masonería en 1909 en la logia de Belton de Missouri, Estado en el que en 1911 había cofundado la Logia de Grandview, de la que fue su primer Maestro Venerable. En 1940 había sido elegido 97º Gran Maestre de los Masones de Missouri. En 1945 fue designado Grado 33 y Soberano y Gran Inspector General y miembro honorario del Supremo Consejo Masónico de Washington. En 1959 sería galardonado con el premio a medio siglo de permanencia en la Masonería, único presidente estadounidense, de los muchos masones que ha sido, en lograr tal “mérito”.

Pero no sólo por su pertenencia activísima a la Masonería, sino también por su fanatismo protestante (baptista), desde el primer instante Truman puso su máximo empeño en injerirse en los asuntos internos españoles; de los que, por otra parte, padecía un profundo desconocimiento, dominado por los peores estereotipos del momento, muchos de ellos debidos a los frentepopulistas exiliados que ya por entonces pululaban por algunos departamentos gubernamentales norteamericanos.

Dos fueron sus constantes deseos: que se aboliera el Tribunal para la represión de la Masonería y el Comunismo (creado en 1940) y que se otorgara libertad absoluta de culto a los protestantes; con mucho mayor ahínco lo segundo que lo primero.

Sobre el asunto de la Masonería, molestaba a Truman no sólo el hecho de que estuviera prohibida y de que se encarcelara a los que habían pertenecido o pertenecían a ella –lo que se hacía únicamente sobre la base de su pertenencia y juramento de obediencia a una organización (secta) internacional y por ello con fines contrarios a los de España–, sino casi más que se colocara a la Masonería al mismo nivel que el comunismo. “El problema es que mucha gente considera aquí (en los EE. UU.) a España en este asunto de la Masonería, más papista que el Papa, (…) Su fobia (la de la Masonería) hacia la España católica es congénita (…). Pero en todo país de libertad religiosa como éste hay cierto grado de convivencia y mutua tolerancia entre católicos y masones. Por ello, la mayoría de los católicos americanos se quedan algo asombrados y perplejos de los ataques españoles a la Masonería…” (Nota confidencial de 1 de Abril de 1950 enviada por Manuel Casares, corresponsal de la agencia EFE en Washington).
Para 1951, cuando España salga de su aislamiento internacional y se den los primeros pasos para la firma de los acuerdos bilaterales entre Madrid y Washington, el Gobierno español demostraría con datos fehacientes que prácticamente todos los que habían sido condenados por su condición de masones habían sido ya puestos en libertad, no quedando ninguno en prisión, habiéndose incorporado a la sociedad sin que nadie les molestara, limitándose la Policía a impedir la reconstrucción o creación de nuevas logias masónicas; en 1952 se desmantelarían en Barcelona los embriones de cuatro de ellas, la mayor de las cuales, denominada “Luis Companys”, en realidad servía de tapadera para incipientes actividades separatistas. También para entonces, dada la virulencia que adquiría ya la “guerra fría”, este tema quedaría aparcado por parte de Truman.

El verdadero caballo de batalla del presidente norteamericano contra España y Franco fue siempre la cuestión de la libertad religiosa de los protestantes, asunto que una y otra vez Franco defendió con maestría sobre la base de cuatro razones incontestables: a) el art. 6 del Fuero de los Españoles, ley fundamental en esos momentos en España, promulgado en 1938, reconocía expresamente la libertad religiosa de todos los españoles, b) España era de siempre una nación unánimemente católica, donde además, los protestantes, en los años cuarenta del siglo XX, no llegaban ni al uno por mil de sus habitantes, c) en 1948, el Gobierno cursaba instrucciones a todos los gobernadores civiles impulsándoles a que ayudasen en lo posible a los protestantes, así como un escrito de la Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores abogaba por que se permitiera a los protestantes la libre y pública práctica de su confesión y d) tal vez lo más determinante, que lo único que hacía el Gobierno español era cumplir con lo que figuraba en los acuerdos con la Santa Sede que recogían, a instancias del Vaticano, que los españoles no católicos sólo tenían derecho a ejercer su culto en privado, nunca en público, pues, según la doctrina de la Iglesia “…es imposible tener fe en la Iglesia sin desear como ideal para toda la nación y para todo el Estado la unidad católica…”. Algunos, muy pocos y leves altercados provocados por exaltados aislados contra algún templo protestante (apedreamiento), refrendaba la ecuánime actitud de Franco sobre el asunto, por un lado, porque tales hechos, por leves y puntuales, no tenían importancia alguna y además la Policía se encargaba de perseguirlos, por otro, daban fe de que si se habían producido era porque existían esos templos (normalmente pequeños locales privados), es decir, porque había libertad de culto.

No obstante tan contundentes razones y evidencias, Truman no perdió ocasión en Marzo de 1948 para imponer su voluntad y satisfacer su inquina y, en contra de la mayoritaria decisión de la Cámara de Representantes estadounidense, que aprobó por 149 votos a favor contra 52 una enmienda del senador por Wisconsin, Alvin E. O´Konski, para que España fuera incluida en las ayudas y beneficios económicos del “Plan Marshall”, el presidente norteamericano hizo valer su derecho de veto dejando a España fuera de tan importantes ayudas.
Así pues, frente a la decisión mayoritaria de los senadores norteamericanos, en contra de la opinión del siempre poderoso Pentágono, y del propio Gral. Marshall, que deseaban fervientemente la inclusión de España en dicho plan, fue, paradójicamente, la intolerancia del “tolerante” Truman, su fanatismo religioso y su sectarismo masónico las causas de que España sufriera semejante injusticia, agravio y perjuicio. En absoluto, ni la permanencia del Caudillo al frente de España, ni el régimen que cada día se consolidaba más conforme sus éxitos se hacían incuestionables.
La actitud de Truman resultaba todavía más chocante si tenemos en cuenta que era presidente de un país en el que, por entonces y hasta finales de la década de los sesenta, la discriminación e intolerancia xenófoba era mayoritaria e incluso se recogía expresamente en numerosas leyes racistas contra los afroamericanos, abolidas sólo tras cruenta y dura lucha por los derechos civiles, los cuales en España estaban más que reconocidos y ejercitados; y en una época en que en los países musulmanes se perseguía duramente a los cristianos, para qué decir de Stalin en la URSS, al que Truman no se atrevía ni a toser. Al parecer, para el masón y fanático baptista Truman, el problema era ese uno por mil de protestantes en España, a los cuales, además, y como se ha demostrado, Franco protegía hasta donde le era posible, haciendo alarde de su talla de gran estadista, procurando un delicado equilibrio entre las más acendradas creencias religiosas e históricas españolas y las exigencias del influyente Vaticano.


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