Negociaciones complicadas: Franco libró a España de la II Guerra Mundial, por Pedro de Burgo

 

Pedro De Burgo

Boletín Informativo nº 110

Vencido París, en junio de 1940, los alemanes situaron diez divisiones en el Pirineo, sugiriendo que, a través de España, avanzarían a Gibraltar, y quizás al norte de África. El general Franco, deudor de Hitler, que le tenía, irrealmente, por su amigo. El 16 de junio, el general Juan Vigón le entregó en Acoz una carta de Franco felicitándole por Dunquerque, y estuvo 45 minutos con él, que eufórico por la victoria, tenía la cabeza muy llena, y no le cabía la carta de Franco ni la visita de su jefe de E.M. Esa noche, Francia firmaría el armisticio, y Petain eligió a España por mediadora.

Vigón felicitó a Hitler, temía que si la guerra se alargaba, EE.UU. interviniera a favor de los aliados, atacando a la Europa del Eje a través de Portugal o de Marruecos, siendo España arrastrada a la guerra. Pensaba que en tal caso «contaría con la ayuda material de Alemania», en quien pondría sus intereses al terminar la guerra.

A los nazis no les impresionó que Vigón insistiese pidiendo ayuda. Al día siguiente, se encargó al embajador Stohrer que indujera a Franco a romper el comercio con Francia e Inglaterra y, sin considerar su gran falta de víveres, no sobrando nada al Eje, se procurasen grano en Ultramar.

Gibraltar el objetivo

El 7 de julio de 1940, hablando Hitler con Ciano en Berlín, se mostraba convencido de que Inglaterra continuaría la guerra, él aún decidiría si atacaría Gibraltar, lo que sólo era posible contando con España. Días después, el almirante Raeder le detalló las formas de invadir Inglaterra —operación León Marino— el desembarco era el último recurso. Necesitaba superioridad aérea y bases en el Atlántico, Hitler quería contar con la isla de Canarias, que el almirante eligiese.

Al día siguiente se pensó que una misión viese la posibilidad de ocupar Gibraltar, y el 10, de que habría que arrastrar a España a la guerra.

Viene Canaris

El 18 de julio, el almirante Canaris, con un selecto grupo de jefes fue a estudiar en España el ataque a Gibraltar. Se les recibió con cierta frialdad, en especial el ministro Vigón, y supieron que los españoles no tenían previsto ningún plan de expugnar la fortaleza.

Poco después, Hitler decidió jugar la carta española y el 24 de julio convocó a Von Richthofen, último jefe de la Legión Cóndor, con amigos en España como Vigón. Le anunció que Alemania habría de luchar contra Inglaterra a través de España, y quería que él hablase con Vigón, para que le llegase a Franco. Al verse el 28 de julio en Biarritz, Vigón dijo a Richthfen que Franco ya lo sabía, pero estaba muy indeciso a comprometer a España en el conflicto.

Raeder seguía augurando poco éxito al plan de invadir Inglaterra, y convenció a Hitler en la reunión de jefes el 31 de julio. Su falta de confianza hizo al Führer retrasar de nuevo el plan hasta el 15 de septiembre de 1940, si sus aviones dominaban el cielo inglés, tras combatir una semana. Si no, se aplazaría a mayo de 1941. Todos comprendieron que, para entonces, Inglaterra estaría ya armada hasta los dientes.

Camino de Hendaya

Tras la conferencia nazi de 31 de julio de 1940, Alemania puso más ahínco en complicar a España en la guerra. El mariscal de campo Keitelsabía que el E.M. alemán dudaba de poder alcanzar los objetivos de León Marino, pues el 10 de agosto vio que habrían de aplazarse los planes de invasión, incluso antes de empezar batalla aérea inglesa el 15 de agosto de 1940, dijo: «Sólo nos quedaba buscar otro modo de que los ingleses a pedir la paz», incluso cortándoles, desde España y sus posesiones, las rutas del Mediterráneo y el Atlántico. Por las expresiones germanófilas y violenta anglofobia del apasionado Serrano Suñer, creían los alemanes tener asegurada la cooperación española.

Las primeras exigencias españolas

A principios de agosto, entregó Canaris al E.M. su informe sobre las condiciones de España, con una lista de las provisiones que habría de proporcionar Alemania. La exigencia era tan grande que parecía imposible cubrirla.

El gobierno español observó el serio intento alemán de llevar a España a la lucha, y al aumentar los empujes para ello, Franco creyó obligado hablar con Mussolini. Tal vez la carta quele escribió el 15 de agosto Franco, dio a los alemanes cierta esperanza de que muy pronto entraría España voluntaria en el conflicto. Pero Franco decía, una vez más, ser solidario del Eje y, con ello, su intención de declarar la guerra a Londres, aunque cuidado de templar esta actitud con el requisito de: «cuando se presente ocasión favorable». Y a la carta unía relación de los internos problemas españoles, insistiendo en que se concedieran sus exigencias territoriales.

Hitler desconfía

El día siguiente de la carta, 16 de agosto, regresó a España el almirante Canaris para hablar con los militares alemanes y el general Vigón, de las reales necesidades españolas. Antes de saberse el resultado, Hitler pidió a Keitel ver qué peticiones podían atenderse del estudio preliminar español. Ello hacía ver la importancia que daba a la intervención de Madrid; pero también se mostraba precavido, pensando que los españoles ya le habían engañado una vez. Por lo que quería firmar con Franco un acuerdo detallado de las relaciones entre sus países, como un protocolo firmado.

El general Thomas, jefe de Economía de Guerra, preguntó a Göring qué hacer sobre las demandas españolas, y Göring, agrio y rotundo, le dijo que satisfacerlas en cuanto pidiesen «era algo indiscutible». Lo mismo afirmó Jolt hablando con Hitler. Debió vencer la opinión contraria, porque en el diario de guerra del 2 de septiembre, se lee: «Cuanto ha pedido España para entrar en la guerra, no será un obstáculo para atacar Gibraltar». Es un paso más de los del Führer dictador sin el consejo de sus asesores.

Franco amplía sus peticiones

En otra visita de Canaris a España para sonsacar a Vigón lo que querían realmente los españoles, las nuevas exigencias exasperarían aún más al E.M. germano. Otra vez fue confusa la acción de Canaris; Jenke, ex ayudante del Jefe de Seguridad, dijo que Canaris se vio con el general Martínez Campos, jefe del E.M. Central y que «paladinamente aconsejó que España permaneciese neutral y defendiese su neutralidad». Si la misión de Canaris era reducir las peticiones de Franco, fracasó, pues a lo ya pedido se añadieron 100 cañones de largo alcance, 100 morteros, 24 cañones de costa, 100 cañones antiaéreos y tres escuadrillas de hidroaviones. Cuando regresó a Alemania, a fines de agosto, informó desalentado. Aunque no se ha descubierto el informe, hay suficientes referencias en documentos subsidiarios para comprobar las exorbitantes demandas.

La batalla de Inglaterra no iba bien y los alemanes necesitaban Gibraltar

No consta cómo, pero en Madrid se sabía que la batalla de Inglaterra no iba bien, lo que apoyaba el temor de que la guerra se alargase, apresurando la
intervención de EE.UU. En la primera semana de septiembre, desde la visión alemana, la batalla en cielo inglés fue muy desfavorable, perdiéndose muchos aviones y tripulaciones bien entrenada. El 6 de septiembre juzgó Hitler con su E.M. la situación de León Marino, y el almirante Raeder insistió en la ventaja de una operación mediterránea y un ataque al imperio inglés, con hincapié en que los preparativos para Gibraltar «han de comenzar inmediatamente, para terminarlos antes de que actúe EE.UU. Y no considerarlo ataque secundario, sino como «uno de los golpes más graves que asestemos a Inglaterra». Hitler ordenó ejecutar todo lo propuesto por Raeder.

Desde el 27 de julio, se pensaba en que Serrano Suñer visitase Alemania. Se le tenía por tan irascible con Ribbentrop, ahora ambos ministros de Exteriores. El embajador alemán Stohrer, advirtió que iría el 6 de septiembre —el mismo día de la reunión antes citada— y que la visita sería un éxito siempre que se cumpliese cuanto él (Stohrer) y Franco esperaban de la recepción y se respetase la susceptibilidad española. Si no se pudiese, sería mejor diferir el viaje.

La entrevista de Serrano con Hitler fue afarolada, de peticiones absurdas e incluso crítica de diplomáticos propios y alemanes. Hitler dedujo que sería más ventajosa una entrevista con Franco cerca de la frontera.

La entrevista de Hendaya: Hitler añade a sus argumentos la fortaleza militar de Alemania

Poco después de las tres de la tarde llegó a Hendaya el tren que conducía a Franco en el break de Obras Públicas, con el ministro de Asuntos Exteriores, Serrano Suñer y los jefes de sus Casas Militar y Civil. En el andén le esperaba el Führer con su ministro de Negocios Extranjeros, von Ribbentrop, el mariscal Keitel y todo su Estado Mayor. Hechas las presentaciones de los séquitos, el Führer invitó al Caudillo a pasar a su coche-salón, donde se celebraría la entrevista.

Comenzó Franco señalando su satisfacción al ver personalmente al Führer, dándole de nuevo las gracias por la ayuda que Alemania prestó a España durante la guerra civil.

Contestó Hitler diciendo que para él también era un gran momento el de ver al Caudillo, y ensalzó al pueblo español, que, a sus órdenes, se enfrentó al comunismo, y destacó la importancia de aquella reunión, en el momento crítico en que acababa de ser derrotada Francia.

Hizo una minuciosa relación de lo sucedido desde hacía trece meses, que dio origen a la guerra mundial, e insistió en que no queriendo la guerra, hubo de aceptarla con todas sus consecuencias. Pintó la situación de Europa favorable a las armas alemanas, y dijo textualmente: «Soy el dueño de Europa y como tengo doscientas divisiones a mi disposición, no hay más que obedecer>>. Continuó ponderando la eficacia de las fuerzas alemanas, asegurando el inmediato aniquilamiento de Inglaterra preparado con gran eficacia, por lo que le interesa conversar con el Caudillo, al haber tres puntos: Gibraltar, Marruecos y Canarias, en los que España debe desempeñar importante papel, sin pasarse esta oportunidad, que ya no se presentará nunca. Y expuso las ventajas políticas de cada punto, que, en síntesis sería:

El reintegro de Gibraltar a su patria es cuestión de honor para el pueblo español, y, por su situación privilegiada en el Estrecho, le hace el punto más importante de los aliados para navegar por el Mediterráneo, lo que España haría imposible si cerrase el Estrecho entre Ceuta y Gibraltar.

Aludió a los antecedentes históricos de Marruecos, advirtiendo que España está llamada a poseer todo el Marruecos francés y de Orán, españoles, cuyo dominio se le garantizaría al entrar en guerra junto al Eje.

En cuanto a las islas Canarias dijo que, aún convencido de que los Estados Unidos no entrarán en la guerra, pues no tienen intereses en ella, pero sí los ingleses, aunque ahora estén en precario, podrían ocuparlas en cualquier golpe de mano, lo que sería un golpe muy fuerte para la campaña submarina que Alemania lleva a cabo con tanta eficacia.

Franco: España no ha cerrado aún sus heridas de guerra

Franco contestó a los puntos enunciados diciendo que siendo exacto que Gibraltar es tierra española, hace muchos años que está en manos ajenas y sería de gran satisfacción reintegrarlo a la patria, y comprendía que al Führer le pareciese muy fácil emprender su conquista, pero es un sacrificio para el pueblo que acaba de pasar por una de las guerras más terribles, sin haber cerrado aún sus heridas de todo orden, y sería muy pequeña la compensación, para los estragos y dificultades que la guerra contra la Gran Bretaña supondría.

Sobre Marruecos, examen con frialdad

Por otra parte, continuaba, en cuanto a Marruecos hay que considerar el gran esfuerzo que hace España, aún no rehecha de su guerra, para mantener en esa zona los efectivos militares convenientes para que permanezcan allí inactivas unas fuerzas francesas, sin poder acudir a oros sectores. Y aunque agradece mucho las concesiones del Führer para después de la guerra, si España entrase en ella, se le ofrecen territorios de la zona francesa y oranesa, que no se le ha ocurrido pedir; pero para ofrecer algo, hay que tenerlo en la mano, y hasta ahora el Eje no dispone de ellas. Añadía que el problema de Marruecos no lo ha considerado vital para España, y aunque se le ha hecho justicia, no se ha reconocido la situación que por derecho e historia le corresponde, pero habiendo sido problema que siempre suscitó la intervención de todos los países, aún los más alejados, como probó la Conferencia de Algeciras, no debe procederse a la ligera, sino que sin abandonar los derechos que le asisten, examinar el tema con toda frialdad.

En cuanto a las Canarias, no creía Franco que pudiesen ser atacadas, aunque reconoce que aún existiendo en esas islas los elementos necesarios, sus medios de defensa no están a la altura de las circunstancias, porque su armamento no es eficiente. Contestó el Führer que Alemania enviaría las necesarias baterías de costa de gran calibre, con los técnicos para montarlas y enseñar su manejo. En cuanto al Estrecho de Gibraltar, para Franco era de mucha más urgencia e importancia cerrar el Canal de Suez, pues su corte aparejaba la inutilidad del Estrecho de Gibraltar, haciendo del Mediterráneo un «mar muerto».

El Führer no se apeó de su idea de ser más importante cerrar por Gibraltar que por Suez, e insistió en los grandes beneficios que produciría a España intervenir con el Eje, creyendo llegado el momento de que tomase una decisión, pues no puede estar indiferente teniendo las tropas alemanas en los Pirineos. Añadió que como en un día o dos se ha de ver en Montoire con el mariscal Petain y el señor Laval, quiere saber a que atenerse.

Se enrarece la entrevista

Franco no creía que tuviese nada que ver la actitud de España en las conversaciones de una potencia que acaba de hacer ofrecimientos, pues una de dos, o éstos son el cebo para una posible entrada de España en la guerra, o no se piensa cumplirlos si la actitud de Alemania con el Gobierno de Francia no es excesivamente dura. Tal respuesta del Caudillo pareció no agradar al Führer (seguramente porque era verdad), y resaltó con cierta vehemencia —sin aludir a lo dicho por Franco— que él no podía entrevistarse en Montoire con Petain sin conocer la actitud de España.

Volvió a insistir Franco en lo anterior y reiteró que España acababa de sufrir una gravísima guerra con cerca de un millón de muertos (Gironella en 1961) por todos los conceptos, que esta falta de víveres y de armamento, no puede ser llevada sin más a una guerra cuyo alcance no se puede medir, y en la cual no iba a sacar nada.

Al llegar este momento se suspendió la sesión, que había durado desde las cuatro menos cuarto hasta las siete menos veinte. La conversación resultó lenta por tener que hacer doble traducción. El Caudillo se trasladó a su coche hasta la hora de la comida que ofreció el Führer a él y a su séquito.

La conferencia se reanudó a las 10’30 de la noche. En esa segunda parte se notó desde el principio el afán del Führer en hacer ver a Franco la conveniencia de entrar con Alemania en una guerra virtualmente ganada, para tener cuanta ayuda necesitase en provisiones o en armamentos. El Caudillo insiste de nuevo en lo tan repetido de no estar preparada España para entrar en ninguna guerra y que no se le pueden pedir sacrificios inútiles para no obtener nada por ellos, considera que ya es buena ayuda la neutralidad española que permite tener efectivos alemanes en los Pirineos y la distracción de fuertes contingentes franceses por nuestras fuerzas de Marruecos, aparte de haberse adueñado España de Tánger, evitando que lo hiciesen otros.

Visiblemente contrariado, el Führer, dijo que, aunque eso era verdad, no es lo suficiente, ni lo que necesita Alemania.

Franco: «No puedo llevar al pueblo español a una guerra»

Franco volvió a contestar que él no puede llevar al pueblo español a una guerra que, desde luego, sería impopular, ya que en ella no se podría alegar que estaba implicado el prestigio ni la conveniencia de España.

Después de un forcejeo, insistiendo ambos jefes en sus puntos de vista, y teniendo en cuenta que Alemania quiere llegar a una solución, propone el Führer, de acuerdo con su Ministro de Asuntos Exteriores, Ribbentrop, que se firme por parte de España un documento, comprometiéndose a entrar en la guerra al lado de Alemania cuando ésta, más adelante, lo estime necesario.

Franco vuelve a insistir en los repetidos puntos de vista sobre la imposibilidad de entrar España en una guerra que no le habría de reportar ningún beneficio y que, por tanto, aunque fuera un compromiso aplazado, él no lo puede aceptar.

Hitler irritado por la falta de resultados

Durante más de tres cuartos de hora se sigue manteniendo los respectivos puntos de vista y, pasadas las doce y media, el Führer, dando muestras de su soberbia o mala educación, se levantó de la mesa y, de forma completamente militar y agria, se despide de los presentes, acompañado de sus ministros de Asuntos Exteriores. Poco después, y ya de modo oficial, la despedida en el andén en forma aparentemente cordial.

A la una menos cinco arranca el tren que conduce a Franco, quien ha recibido una impresión del Fürhrer muy distinta a la que se había imaginada.

La actitud de Franco no pudo ser más patriótica ni más realista, manteniéndose firme ante las presiones, justificadas o no del Führer y pasando por alto con la mayor dignidad los malos modos del Fürher canciller, al no ver satisfechos sus deseos.

No bastó la entrevista

Hacía tiempo que Hitler y Ciano instaban al reacio Musolini a conferenciar con los alemanes, pero el Duce estaba triste porque a los soldados de la nueva Roma imperial les aporreaban en África los ingleses y en Albania los griegos, de quienes en vez de desfilar triunfales, apenas lograban defenderse, cumpliéndose la profecía alemana sobre el valor italiano. Sin apetecerle, acudiría a su cita del 19 de enero de 1941.

La víspera, ya camino de Salzburgo, le informaba Ciano de Albania: «Ya nos han dado otra patada en los nudillos». En Alemania le esperaban cordialmente Hitler y sus jefes sobre la nieve del andén de Berghof, iniciando Hitler temas como la situación del norte de África, agravada por la política de Franco, contra quien desfogó su inquina: «No es soberano, sino subalterno por temperamento», pues «hay diferencia entre el valor militar y el valor político»: su incapacidad en éste le pone «enteramente en manos de la iglesia católica, carece de fe en sí mismo y casi me da pena».

Volvió Hitler a relatar sus laboriosos esfuerzos, algunos dos meses enteros, que venía haciendo von Ribbentrop ordenando a su embajador convencer a los españoles y sugirió a Mussolini «tratar por última vez de convencer a Franco hablando con él» y resaltando la considerable ayuda prestada. Al Duce no le apetecía, pero hubo de acceder.

Stohrer enviado de Hitler con una especie de ultimátum

Stohrer regresó de Salzburgo a Madrid el 18 de enero. El 20 se le concedió audiencia con Franco y Serrano, ministro de Exteriores. Decidido a cumplir sus instrucciones, el alemán llevaba nota de los temas y la manera de proceder. La entrevista fue larga y tempestuosa, seguramente muy penosa para Stohrer —habitualmente apacible— que explicó a Franco, «con sencillez y sin miramientos, la idea de Hitler y su ministro del Exterior sobre la situación de España», que no podría obtener ayuda de Inglaterra y EE.UU., puesto que no se dudaba de la política inglesa de derrocar al gobierno franquista. De otra parte, en España «se iba aceleradamente hacia una catástrofe», algunos militares hacían involuntariamente el juego a Inglaterra; el país estaba en la encrucijada y su única esperanza era Alemania.

Citó el informe de Canaris diciendo que España no entraría en la guerra hasta que Inglaterra estuviese ya conquistada, lo cual no nos interesa, ni daría ninguna gloria a España». Discrepando abiertamente de la idea tan repetida por Franco de que España no podía guerrear, afirmó que quienes realmente lucharían serían los alemanes, así que España no soportaría ningún gran sacrificio. Terminó con una especie de ultimátum: «Para España acababa de sonar la hora histórica. Ha de tomarse una decisión inmediata: sin embargo… el ministro del Exterior ha concedido para esto cuarenta y ocho horas».

Franco sigue aduciendo los problemas españoles

Franco no admitió que su gobierno estuviera en peligro, y repitió por enésima vez las razones que le impedían intervenir en la contienda, asegurando que creía en la victoria alemana, pero también que tenía que pensar también en los problemas españoles, ya que «sin pan, hubiera sido criminal comenzar la guerra». Protestó enérgicamente de incriminarle que se comprometería «sólo cuando Inglaterra estuviese derrotada», y como remate dijo que España no recibiría nada de regalo. El embajador pensó que había sido inútil la discusión, pero Franco pidió tiempo para 14 meditar el asunto y consultarlo con sus asesores.

Ribbentrop amenaza

Al recibir el mensaje de Stohrer, el irascible Ribbentrop montó en cólera y escribió una indignada y «urgentísima» carta al embajador ordenándole ver inmediatamente a Franco y leérsela íntegra, con seis párrafos muy desabridos, algunos atacando al Generalísimo y a su jefe de Estado Mayor. El párrafo más amenazador era el 6.º, donde decía que el camino emprendido por España a última hora terminaría en catástrofe, a menos que el Caudillo «decida inmediatamente unirse a la guerra del Eje. Alemania sólo prevé el fin de la España nacional».

Franco insiste: sólo lo que le interese a la Nación

Como pensaba el embajador, el mensaje irritó a Franco que —siempre tranquilo y gélido— ahora explotó: «Esas afirmaciones son muy graves y no son ciertas». Stohrer intentó replicar, no pudo, y lo empeoró, pues Franco aseguró airadamente que, por gratitud y probidad, nunca había vacilado, y su política nunca dejaría de ser favorable al Eje. Al insistir Hitler y Ribbentrop en la deuda, tocaban el honor, zona muy sensible, pues, aparte de favores recibidos y su gratitud por ello, todo español honrado se permitía seguir el camino que le interesase a su nación. Para probarlo, dio de nuevo una lección de economía. Y, picado por la tacha de veleidoso, volvió al tema de «acusación injusta» y recitó otra vez los males venidos de la guerra civil, y que el conflicto mundial afectaba cada vez más a España. Serrano, callado hasta entonces, añadió que los alemanes eran responsables del apuro de España.

Stohrer, harto «de las muchas digresiones de Franco, perdido en detalles y superficialidades», intentó volver al tema, y al fin el Caudillo prometió responder pronto y aseguró que continuaría preparando a España para la guerra. Stohrer creía que si todo dependiese de Serrano, sería más probable que Alemania alcanzase su objeto. Disgustado Ribbentrop, ordenó pedir otra cita a Franco, con mensaje verbal parecido y como final: «Alemania pide, una vez más del General Franco, una respuesta clara».

No logró Stohrer la cita hasta el 27 de enero, en que Serrano le leyó las consabidas respuestas, añadiendo la dureza del invierno, que impedía cualquier operación militar, lo que se interpretó como otro ardid. Ribbentrop cargó su cólera contra él y le hizo declarar que había leído a Franco, palabra por palabra, los dos mensajes, y le afeó haber dado ocasión a Franco de peticiones, con lo que Alemania perdía la iniciativa. Stohrer dijo que estaba clara la negativa. Y todo dependía de qué era «la inmediata entrada en guerra, y qué plazo era el oportuno».

Para Hitler, con éxito en tantas aventuras, era mal trago escribir a quien «no era un héroe, sino un hombrecillo». En su carta del 6 de febrero, ni diplomático ni cortés, prueba de su desprecio y rencor, intentaba convencer a España de que su participación sería provechosa para ambos, y que si se hubiese permitido a sus tropas cruzar la frontera, ya habría caído Gibraltar, sin perder dos meses que podían haber sido decisivos en la Historia Mundial. Disgustado por la vacilación de operar en invierno y pedirle alimentos, pues hay que entender claro que estamos en una batalla sin cuartel y «no se pueden hacer regalos en tiempo así». El 5 de febrero, en un largo escrito a Mussolini se quejaba de la actitud de Franco, no obstante, iba a escribirle «una carta muy cortés».

Pero Hitler estaba equivocado si esperaba una respuesta rápida. Pasó un mes entero

Al día siguiente se le envió de España otra lista de necesidades mínimas, aumentadas en baterías antiaéreas, vagones, vehículos militares, camiones, morteros, gasolina, caucho, algodón, yute, un millón de toneladas de cereales. Audazmente se reservaban el derecho de solicitar otras cosas.

Tenían razón los alemanes, «no se podía explicar tal absurdo más que por intención de no entrar en guerra con cualquier pretexto».

Stohrer recibió la carta de Hitler el 8 de febrero; inmediatamente pidió audiencia a Franco, que se la concedió en seguida, y a las seis menos cuarto de la tarde, el alemán entregó la misiva al Caudillo, quien la leyó tranquilamente y después pidió a su visitante que se la agradeciese a Hitler, declarando que había muchas cosas con las que estaba de acuerdo, pero en algunos puntos le parecía encontrar errores, quizá por traducción defectuosa, que contestaría tras regresar de Italia, y le despidió diciendo que se lo agradeciese a Hitler, a quien contestaría al volver de Italia.

El 12 de febrero se reunió con Mussolini, que según Serrano Suñer, parecía muy desanimado y no se esforzó mucho para convencer a Franco de unirse al Eje. Dio cuenta de ello a Hitler diciendo: «Le reitero mi opinión de que España no está hoy en situación de embarcarse en ninguna guerra, muerta de hambre, con fuertes tendencia hostiles y catástrofes naturales. Podemos atraerla, pero no ahora». Hitler ya casi no dudaba, opinando: «Madrid no quiere entrar en la guerra. Es muy lamentable, pues, de momento, nos priva del modo más sencillo de atacar a Inglaterra por el Mediterráneo».

Dos semanas después de la reunión con Mussolini, el 26 de febrero contestó Franco al Fhurer, mostrando poco interés en asunto que «tan urgente» parecía a su corresponsal: «Querido Hitler: Su carta del 6 de febrero hace que le responda de inmediato».

Burla que debió de exasperar al Canciller.

La decisión de formar la División Azul se tomó el 24 de junio de 1941.

 


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