Usted afirma haber destruido ya a principios de siglo con Los orígenes de la guerra civil, y con Los mitos de la guerra civil las versiones de la guerra ofrecidas por los que se consideran herederos del Frente Popular. ¿Por qué, entonces su libro aún reciente Por qué el frente Popular perdió la guerra?
La guerra civil sigue siendo actual porque no ha sido asimilada. Intelectualmente, las versiones de izquierda y separatistas están desmanteladas, y creo que he sido yo quien principalmente las ha desmantelado. Por algo han necesitado recurrir a la ley soviética de la memoria histórica. Pero política y socialmente no están eliminadas ni mucho menos, sino que continúa el imperio de la distorsión y el embuste en torno a ella.
¿A qué se debe, según usted, esa anomalía: que una obra a su juicio decisiva, sobre un asunto histórico, triunfe intelectualmente y naufrague política y socialmente?
Hay una razón principal: la izquierda y los separatistas han usurpado el discurso democrático: Franco se habría sublevado contra una democracia. Y la oposición, es decir, el PP, no se atrevió a hacer suya la verdad demostrada, por temor a ser acusado de antidemócrata. Por otra parte, nuestro europeísmo de pandereta exigía respetar la identificación de la guerra de España con la europea, identificando al franquismo como un residuo intolerable de los regímenes vencidos en Europa. El PP, lo digo siempre, es un partido de señoritos cutres y oportunistas. Han aceptado la tosca mentira de la memoria histórica y han escupido sobre las tumbas de sus padres y abuelos. ¡Qué caterva!
En otras palabras, sus versiones sobre la guerra tendrían que haber sido adoptadas por el PP o un partido de extrema derecha para irse imponiendo en la sociedad, desafiando también el discurso europeísta, de Preston, etc.
Claro, tenemos un problema, la llamada extrema derecha no cree en la democracia, y deja esa poderosa bandera a los herederos del Frente popular, que lógicamente están encantados, a pesar de que la han pisoteado como nadie. Y la derecha “moderada” tampoco es demócrata, obviamente, pero trata de fingirlo, con lo que se ve pateada por los “demócratas” de izquierda y separatistas.
Pero usted mismo afirma que la democracia no desempeñó un papel en la guerra.
La guerra de España fue, para empezar, muy distinta de la europea. Algo tuvo que ver con ella, pero muy poco. Ninguno de los bandos era democrático, pero hay que entender por qué. La república llegó como un intento de democratizar un país que de hecho ya era antes una democracia, si entendemos por ello las libertades políticas –no confundirlas con las personales– y las elecciones. Pero lo que la república tuvo de demócrata fue arrasado por izquierdas y separatistas, primero con la insurrección del 34 y luego con el proceso electoral del 36 y la ola de terror y violencia que siguió. Lo he recordado en La Segunda República, recientemente publicado. Aunque parezca mentira, esto no fue nunca explicado con claridad, pues la mayoría de los libros se pierden en mil detalles en los que el asunto principal queda difuminado o confuso. La derecha aceptó la república, aunque de mala gana, aceptó su legalidad. Los otros no aceptaron a la derecha, que representaba a la mitad del país, y al no aceptarla destruyeron dos cosas: la disposición de la derecha a aceptar la república y la democracia misma. La destruyeron y descreditaron para un largo período. Y hoy están empeñados en un nuevo proceso destructivo.
Gran parte de la crítica al franquismo se centra en su represión no solo en la guerra, sino en la posguerra, con miles de fusilamientos.
Es por desviar la cuestión de lo esencial: la guerra fue una lucha entre los que querían descuartizar España y montar uno o varios regímenes soviéticos, y los que no estaban dispuestos a ello de ningún modo. El Frente Popular fue una alianza de separatistas e izquierdas que ya empezaron con actos de terror como la quema de iglesias y bibliotecas, apenas llegada la república, y siguieron con lo que he descrito en esos libros. Ellos trajeron el terror, que durante la guerra adquirió rasgos espeluznantes. Por supuesto, llegado un momento se les respondió también con terror y al terminar la guerra se castigó a muchos de los criminales, abandonados por sus jefes. Se les castigó previo juicio, no como se hizo en Europa occidental al terminar su guerra europea, en que la represión se hizo sobre todo por simples asesinatos. Pero, en fin, en las guerras se mata, porque las leyes y normas que permiten una convivencia más o menos pacífica, son arrasadas. ¿Podían convivir los que querían implantar un régimen comunista o disgregar el país, con quienes defendían la unidad nacional y la cultura tradicional? En teoría, podrían, si los primeros respetaran la normas legales, lo que realmente nunca hicieron, pese a haberlas dictado ellos mismos. Está claro quiénes devastaron la legalidad y trajeron la guerra y el terror. ¿De qué pueden quejarse? Pues se fingen fiscales y acusan a quienes, con tantas dificultades, les vencieron.
Pero se achaca al régimen de Franco no haber instaurado luego la democracia, o no haberla instaurado cuando ya el régimen llevaba veinte años, por ejemplo.
No se instauró básicamente porque nadie la pedía. Es decir, la pedían los comunistas y luego los terroristas, así que ya me dirá. La inmensa mayoría estaba contenta con Franco y su régimen, aunque los criticaran e hicieran chistes sobre él. Estaba contenta porque recordaba en su carne lo que fue la república y el Frente Popular, entonces no había manera de engañar a la gente sobre eso. Y porque prosperaba y gozaba de una gran libertad personal, a nadie se le ocurría regular sus sentimientos, como ahora con esa monstruosidad del delito de odio y similares. Y gozaba de otras ventajas: buena salud social, seguridad social, larga esperanza de vida al nacer, etc.
En su discurso se aprecia, no obstante, una especie de divinización de la democracia como la gran panacea.
El prestigio de la democracia viene en gran parte de su falsedad etimológica, la del gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Es un régimen de oligarquías, como todos los habidos en la historia y como no puede ser de otro modo. Todos los regímenes se han justificado en que procuraban el bien para el pueblo y el orden social (todo por el pueblo pero sin el pueblo, el despotismo ilustrado: la democracia da mayor protagonismo al pueblo). Y por otra parte las oligarquías siempre tienden a expandir su poder y gobernar en interés propio. El pensamiento político europeo, desde San Isidoro, puede entenderse como la búsqueda de medios para evitar la tiranía. La democracia es solo un tipo de régimen históricamente muy reciente, que afirma libertades y derechos personales, separación de poderes para hacerlos efectivos, y regulación de las luchas por el poder entre oligarquías mediante elecciones periódicas. En las elecciones no elige “el pueblo”, en el que hay muchos intereses opuestos, sino la fracción de él más numerosa en un momento dado (aunque puede ser una menos numerosa, por alianzas entre partidos). Pero quien gobierna es una oligarquía, es decir, un partido, o más propiamente la camarilla dirigente del partido. Este sistema puede degenerar, lo ha hecho a menudo y en España lo hemos visto y volvemos a verlo, pero en principio tiene amplias ventajas: dificulta un poder tiránico, permite que la lucha entre oligarquías se desarrolle pacíficamente, y que la sucesión en el poder se haga sin derrocamientos y violencias. Como en España no existe pensamiento democrático, los políticos parlotean de las ventajas, pero no ven los peligros. En cuanto a estos, la democracia parecía triunfadora absoluta al hundirse la URSS, y está a su vez en crisis y encauzada por terrenos de despotismo y manipulación peligrosísimos, partiendo precisamente de Usa. Esto debe analizarse.
Pero usted mismo canta las mayores alabanzas al franquismo. ¿No podría sobrevivir o entenderse como una alternativa a una democracia que usted considera en crisis?
El franquismo no fue una democracia, pero tampoco un régimen de terror o totalitario, ni de partido único, pues en él convivían, mejor o peor, cuatro partidos llamados “familias”. El caudillaje era en él fundamental, porque permitió superar una crisis histórica gravísima y porque permitía arbitrar entre esos cuatro partidos sin que llegaran al choque. Pero el sistema tiene el inconveniente de que aunque en tiempos de crisis puedan surgir caudillos con talla de estadistas (no siempre ocurre), no hay modo de asegurarles herederos a su altura, y de hecho casi nunca salen. Y una vez superada la crisis, la vida se desarrolla de otra manera sin exigir caudillos. Ahora bien, los méritos de Franco y su régimen son tales que se impone una doble tarea: restablecer la verdad histórica acerca de él, y examinar qué lecciones puede proporcionar para sanear la actual democracia, evidentemente enferma. Del franquismo quedan muchas cosas. Por no decir más, queda la unidad nacional, aunque muy socavada; queda la concordia nacional, aunque sometida a nuevas siembras de odios; queda una prosperidad que, aunque sujeta a crisis fuertes, se ha mantenido todos estos años; queda la monarquía como símbolo de moderación y continuidad histórica, aunque corroída por los propios monárquicos; queda un margen de independencia y soberanía, aunque muy mermadas por unos partidos sin formación ideológica e histórica; queda una de las esperanzas de vida al nacer más altas del mundo; queda la Iglesia, aunque en crisis… Merece la pena pensar sobre todas estas cosas y cómo la falsedad histórica está amenazando seriamente la continuidad de estos logros.
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