La huella de Franco, por Fernando Suárez González

Fernando Suárez González

Exvicepresidente tercero del Gobierno y exministro de Trabajo

Catedrático de Derecho del Trabajo

Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

 

Me pide mi admirado amigo el General D. Juan Chicharro que refleje en mil o mil quinientas palabras la huella de Franco en la España del siglo XXI. En el afán de complacer al Presidente de la Fundación Nacional “Francisco Franco” y de solidarizarme con ella, cuando sufre persecución por su defensa de la verdad histórica, diré que solamente reproduciendo los nombres de las presas y pantanos que él inauguró y que, al liberarnos de la “pertinaz sequía” nos suministraron también la energía necesaria para la industrialización, y añadiendo los nombres de las residencias sanitarias, de las empresas nacionales, de los Institutos Nacionales de Enseñanza Media, de los barrios de viviendas sociales o de las iglesias que se construyeron o restauraron durante su mandato, se tendría ya una visión absolutamente incomparable con el mejor período de cuarenta años que se pudiera elegir entre los dos mil anteriores de nuestra Historia.

            Las estadísticas no son propaganda y permiten evaluar los resultados de aquella etapa:

 

1940

1975

Esperanza de vida al nacer                              

50´1 años                       

73´4 años

Índice de analfabetismo                                   

26%                                

2%

Población activa en la agricultura

51´90%                          

21´90%

Población activa en la industria

24%

38%

Renta per cápita en dólares de 1975

420

2.620

Participación de las rentas del trabajo en la renta nacional                               

50´20

62´70

Producción de automóviles                               

2.077(1953)                 

594.902

Producción de acero

500.000 T.                   

11.450.000 T.

Capacidad de embalse

4.133 hmc.                   

41.717 hmc.

Regadíos por obras estatales

450.000 has.

1.705.000 has.

Producción de energía eléctrica                       

3.617 millones kh

82.481 millones kh

Producción de cemento                                                      

1.500.000 T.

24.000 millones T.

Números de teléfonos

327.075

7.835.970

 

            Siempre me impresionó el tópico tema de los pantanos: Desde los romanos de Carnalbo y Proserpina, en el siglo II, hasta 1936 se habían construido en España ciento noventa grandes presas. Franco abrió quinientas quince, más de una cada mes, supuesto que gobernó cuatrocientos setenta y seis meses. Entre 1940 y 1974 se represó en España diez veces más agua que en los dos mil años anteriores y los ocho mil kilómetros de artificiales riberas interiores duplicaban la longitud de nuestras costas marítimas, que son tres mil novecientos cinco. La aludida fabricación de automóviles implicó el acceso a ellos de masas enormes de nuestra población, el turismo invadió la península y las islas españolas, alterando costumbres y formas de vida, a la vez que la televisión homogeneizaba esas mismas costumbres y acercaba a los españoles al horizonte de la Europa de su tiempo, como nunca había sucedido con anterioridad. Una Europa, por cierto, que muchos miles de trabajadores españoles conocieron directa y personalmente en la aventura de la emigración, en la que aprendieron a convivir, con tanta naturalidad como acierto, con los usos y costumbres de las sociedades modernas, industrializadas y democráticas.

Cualquier joven sin prejuicios que desee comprobar lo que la historia recoge de esa memorable huella tendrá que sorprenderse al saber que de la época de Franco proceden también Radio Nacional de España, Radio Exterior de España, la Agencia Efe, la Organización Nacional de Ciegos, el Instituto de España, el restablecimiento del Himno Nacional y de la Compañía de Jesús, la Copa de Fútbol del Jefe del Estado y las apuestas mutuas deportivas benéficas o quinielas, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, los Juzgados de lo Social, el salario mínimo, la paga extraordinaria de Navidad, la asistencia sanitaria de la Seguridad Social, el Seguro Escolar, la Escuela Superior del Ejército, la Renfe, el Talgo, el Festival de Cine de San Sebastián, la Semana de cine de Valladolid, el primer túnel de Viella, el primer túnel del Guadarrama, el puente León de Carranza, el Hipódromo de La Zarzuela, el Museo de América, el Documento Nacional de Identidad, el Instituto Nacional de Estadística, el estadio “Bernabéu”, Televisión Española, la Orquesta Nacional de España, la Ley de protección de los Castillos, la Hemeroteca Nacional, la Filmoteca Nacional, la SEAT, las Refinerías de Petróleos de Escombreras y de Puertollano, el Museo Lázaro Galdiano, el Plan Badajoz, la canalización del río Turia, el trasvase Tajo-Segura,  la Junta de Energía Nuclear y las centrales nucleares de Zorita Santa María de Garoña y Vandellós, el Circuito del Jarama, Puerto Banús, las Facultades de Ciencias Políticas y Económicas y de Ciencias de la Información, las Universidades autónomas de Madrid y Barcelona, el Valle de los Caídos o la restauración de la Monarquía.

Repito que es imposible encontrar un período de cuarenta años en nuestra Historia anterior que pueda equipararse en lo que supuso de modernización de España. Esos espectaculares resultados no pueden hacernos olvidar el primero y más importante servicio a España del Generalísimo Franco y de cuantos con él alcanzaron la victoria en la guerra civil, que fue sin duda evitar la implantación del régimen comunista que Stalin pretendía para el extremo occidental de Europa. Hay todavía quien pretende que una mentira mil veces repetida se convierta en verdad y por eso insisten tanto en equiparar la democracia con la II República. Ni eso se tiene de pie, ni es verdad que la victoria republicana no hubiera estado acompañada de una represión feroz, ni cabía organizar el nuevo Estado de acuerdo con un modelo que no fuera autoritario.

Claro que algún sector se apuntó al totalitarismo y que se le hicieron concesiones verbales, uniformes vistosos y saludos imperiales, pero miente quien ignore que el inmenso apoyo que la jerarquía católica prestó al nuevo Régimen supuso también un freno insalvable a cualquier avance verdadero en aquella dirección. Es el propio cardenal Gomá, tan resueltamente a favor de la “Cruzada”, quien el 5 de febrero de 1939 publica la pastoral “Catolicismo y patria”, en la que pone en guardia a los dirigentes políticos frente al fascismo y el totalitarismo. El respeto a la propiedad, a la enseñanza y a la empresa privadas desmienten a quien califica a Franco de totalitario. El Régimen se convirtió así en una “dictadura constituyente”, que conservaba el apoyo invariable de las generaciones que lo alumbraron, a la vez que iba perdiendo la confianza de las nuevas generaciones, crecientemente educadas para la libertad y la “europeización”. Su evolución fue demasiado lenta y su vinculación a la figura del Jefe del Estado se mantuvo hasta el último día de su vida, pero si la Historia se cuenta con naturalidad, sin manipulación y sin afán de revancha, es obligado reconocer que los cimientos sobre los que se asentó la Monarquía en 1975 eran solidísimos y permitían que, además de simbolizar la mejor Historia de España, fuera también la Monarquía de todos y la clave de arco de la primera democracia verdaderamente viable de nuestra historia.

Por eso tenemos la obligación de huir de cualquier nostalgia. Aunque conservemos el máximo respeto por la obra histórica del Generalísimo Franco, tenemos que mantenerlo aún mayor por la reconciliación, la libertad y la democracia que su Régimen propició y que algunos pretenden volver a cuestionar, precisamente porque saben que es muy difícil de explicar sin él. Como dijo definitivamente el Duque de Suárez, el perfil humano, político y militar de Francisco Franco alcanza, desde cualquier punto de vista, proporciones gigantescas. España ha conseguido con él niveles insospechados de transformación social y millones de españoles han accedido a formas más altas de vida, moral y material, jamás imaginadas. Gracias a su esfuerzo, sacrificio y magistratura, el pueblo español está en condiciones de protagonizar su destino y posee la serenidad y el rigor preciso para administrar el legado histórico de la obra de Franco.

Los defectos nada pequeños del sistema vigente tienen que ser superados convenciendo a la mayoría de que la clase política debe ser competente y ejemplar (para lo que, seguramente, hay que elegirla de otra manera), de que la autonomía de los territorios es incompatible con la deslealtad y de que la Constitución es el intocable terreno de juego. Los que quieren embarrarlo o destruirlo se comparan a los boxeadores que, en lugar de combatir, se dedican a romper el cuadrilátero y, frente a ellos, solo cabe invocar a quienes tienen el deber de defender el ordenamiento constitucional. Permítaseme proclamar mi confianza en que así será.


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