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Nicolás Sánchez Prieto
Boletín Informativo FNFF
Nadie se lo ha pedido, ni de lejos. Nadie le ha puesto una falsilla de calco ni, mucho menos, una pistola impertérrita al pecho, a Dios gracias. Nadie —fique casualidad, hombre— le ha metido debajo de la chaqueta proletaria un bocadillo de anchoas imperiales, con que guardar mejor el «régimen», naturalmente, y llevárselo —a empujones, claro, no faltaba más— a la asombradísima Plaza de Oriente (eso que siempre, hasta dormidos, piensan los malpensados y peorintencionados, porque es lo suyo y consecuencia de una pésima instalación de sus levantiscas hormonas y porque, a mayor abundamiento, ya es muy viejo aquello de que «cree el ladrón…». Y no sigo, que me pierdo).
Nadie tampoco le puede echar en cara haber cantado —¡qué cara!— el «Cara al Sol» —I más cara, es decir, máscara!— a golpes y galopes de estómago agradecido y «Montañas nevadas». Ni de haber comido caliente y en paz con Franco, y a dos carrillos —uno sólo da dentera— y sin dolores ni clase ninguna de momias y empanadas a machartillo, mientras más de medio mundo se roía los codos del hambre y de la guerra. Ni de haber saltado, sin red, por supuesto y por difícil que parezca limpiamente, de la alpargata al coche, del botijo al frigorífico, del pan con sardinas a la despensa en fiesta, de la sed a los pantanos —otro mar dentro—, del candil al tubo neón infatigable, del comunismo al consumismo, del realquiler con derecho miserable a cocina olorosa a coliflor pujante al chalet endomingado y parcela de postal bonita con vacaciones paga-das y kodak al hombre vitaminizado, del descamisado al productor, de lo vivo a lo pintado, de la noche al día, de la guerra a la paz, de la cartilla y las colas de racionamiento y estraperlo al tutiplén, el ocio y el menú a la carta, del «perdone por Dios» con música de los pobrecitos, al «venga Dios y lo vea» de la alegría de la huerta…
Aquellos sí que fue un trasvase increíble (lo de ahora lo llaman con perfume y razón de crisantemo funerario, «tránsito», porque lo es y tiene cara de muerto puesta encima y gaseada de albayalde).
Aquello sí que era una sociedad nueva, que nos nacía de pronto: una nueva España crecía bajo nuestros pies, como las amapolas inéditas. y ya ven hasta los miopes, sin necesidad de caer en ningún triunfalismo desarrollista, sino llamando a las cosas simplemente por su nombre y sin despegar los pies del suelo. Aquello si que era un cambio de vida total: constumbres, amistades, casas, vestidos, diversiones, alimentos, muebles, técnicas… Hasta el aire era otro, porque se dejaba besar por canciones de amanecer. Por eso, reía sin necesidad de mentir.
En menos de veinticuatro horas, a lo Lope, es decir a lo español, que es decir a lo grande, cambio nuestra vida: de la España anárquica y en ascuas, a la casa en paz y gozo multiplicado (de propina, de gazpacho al «snack-bar») Cambió hasta de piel y de pelaje. Y aún de horario: se metió vertiginosamente y con vocación de superación inquebrantable dentro del tren de la aceleración histórica y vaguai dista en un tiempo récord y casi milagroso, (los ancianos, que tanto han visto ya, se ponían la mano de visera ante los ojos, alucinados y añorantes de realidades perdidas, sin creer lo que veían de tan hermoso…)
Bueno. Pues nada de esto cuenta con nuestro personaje, por la sencilla razón de que no es ni siquiera español. Es norteamericano —¡demócratas a la violeta, atención!— aun-que de origen judío. Su nombre: Yehudi Menuhi. Pero es, con mucho, el primer violín del mundo. y por si fuera poco, acaba de ser galardonado con el Premio de la Paz en Alemania.
Vuelvo a repetir que no nos debe absolutamente nada, que quede claro. Pero ha vivido lo suficiente —más de sesenta y cinco años— para saber cómo se escribe la Historia. Y, sobre todo, tiene un oído finísimo para saber dónde hay una nota mal dada. Y ante tanto rascatripa de nuestra desafinada democracia, ha empuñado su violín —¡el primer violín del mundo, no se olvide!— y ha lanzado, estremecedor, un solo de verdad limpia y sonora sobre Franco y su obra: «nunca conoció España tanta paz y prosperidad durante tiempo tan largo».
Se ha hecho el silencio más absoluto. Ha sido un dardo de arpón que se ha clavado en las gargantas pútridas que no se resignan a tragar la hiel de la derrota. Pero, de pronto, el coro de mugre de las ratas florecidas en las alcantarillas del despacho y de la calumnia ha chiflado hasta el vómito. No lo pueden sufrir. No hay que extrañarse. El es un «virtuoso», ellas sólo capacitadas para dar la nota —¡triste nota— de la porquería y del «re» más estridente: el resentimiento. Y él ha dado la nota más limpia, qué digo nota, todo un recital de verdad y justicia, el mejor homenaje en este IV año de ausencia y recuerdo de Francisco Franco. ¡Y no me dirán ahora los metodólogos aldeanos de la vuelta a la tortilla, que el primer violín del mundo es franquista ¡No, amigos! El primer violín del mundo es sólo eso: el primer violín del mundo. ¡Ah! Y además, es honrado.
Suena a raro y simbiótico en este gallinero de excrementos rabiosos en que nos han convertido la que, por llamarlo de una manera gloriosa era España. Hoy España duda de todo, hasta de sí misma, y de su carnet de identidad. No tiene tiempo nada más que de pastorear sus enojos internos, sus tartarinescas humoradas y sus intimas heridas a punto de putrefacción. Por si fuera poco, Señor, aullan los lobos que no perdonan haber sido heridos. Y escarabajean los gusanos de todo lo bueno y hermoso. Y pululan chinches, pulgas, pulgones y toda clase de pullex irritans por costuras y llagas que humean a descomposición.
Es su hora. Les han abierto, con una sonrisa de complicidad, el camino del desagüe los que tenían la obligación de cerrárselo para siempre. Se ha canonizado el vilipendio al hombre que escribió, ahora hace cuatro años, un testamento —cosa sagrada siempre— que debía ser lectura obligada para todos los corazones con latido español. El pensó dejar todo «atado y bien atado»… Pero no contó con las torpes y viscosas comadres que, en las letrinas inconfesables, urdían la baba y la náusea.
Vinieron, en lava sucia y aplastante, los farsantes pregone-ros de la lisonja y de la vanidad, los eternos aprendices de la sinecura y del chaqueteo, los fanáticos de la caricatura de la vida y de la muerte, los profesionales del culeo, los arribistas y logreros de los que sea a costa de todo, los devotos de la miseria del corazón, los profesos del Brebaje, los muertos de miedo. los oxidados de falsas prudencias, los pasteleros del bollo de la democracia… Toda esa turba librepensadora y gangrenada, que del crimen hace patria y de la escoria virtud, feriantes bullidores y ganaderos desalmados de una nueva y refinada barbarie, que se extirpó a sí misma y a España a fuerza de raer lápidas, recuerdos, glorias, lágrimas…
Pues a esta jauría —que me perdonen las jaurías— que rezonga y escupe sobre un muerto que vive gloriosamente en las páginas de nuestra Historia y en el documento sin vuelta de hoja ni rastro de baba de millones de corazones bien nacidos, le acaba de tapar la boca hedionda y la sentina del alma un SOLO limpio y sonoro del primer violín del mundo. Lo demás, sólo son gruñidos de cochino placer.