La historia, la proscripción y la persecución. El caso de Juan de la Cierva, por Francisco Torres

 

 

Francisco Torres García

Historiador

 

El pasado jueves escuché al Consejero de Presidencia de Turismo y Deportes de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, el popular Marcos Ortuño, hablar, a cuenta de la decisión del gobierno de prohibir que el aeropuerto Juan de la Cierva continúe llevando el nombre de un insigne hombre de ciencia, pionero de la ingeniería aeronáutica e inventor del autogiro. Ello lo hacía el ejecutivo en virtud de la euforia censora que lleva aparejada la aplicación de la  «memoria histórica/democrática».

Me ha sorprendido que Marcos Ortuño hable del sectarismo y del intento de la izquierda, a través de esa ley, de reescribir la historia. Básicamente porque si esa ley continua en pie es porque el Partido Popular no la derogó teniendo mayoría absoluta cuando Mariano Rajoy se había comprometido a ello. Sorprende la candidez, por ser suave en la expresión, del señor Marcos Ortuño cuando argumenta que la Ley de Memoria Histórica «no puede ser una herramienta para reescribir la historia al antojo de los socialistas». Tengo la impresión de que el señor Marcos Ortuño o no sabe de lo que habla o simplemente no se ha leído la ley. Ha prometido, eso sí, «luchar con todos los recursos» para que se mantenga el nombre. Tengo la impresión de que el nombre está sentenciado y que la línea de argumentación que se asoma va a ser contraproducente.

Don Juan de la Cierva se merece que el aeropuerto murciano lleve su nombre por los méritos contraídos con la investigación, la ciencia y la historia de la aviación española; poco más se puede decir, por ello se le honra. Y eso es lo que hay que mantener.

Juan de la Cierva es un nombre digno, reputado, gloria de España, al que se honra en calles, plazas, centros de investigación, colegios, institutos… Y poco más hay que decir. Pero el gobierno ya tiene previsto que los nombres de brillantes intelectuales, esos que acompañan como apellido a los Premios Nacionales de Investigación, sean eliminados. Esta va a ser la gran contribución del ministro Pedro Duque a la historia de la ciencia española. Ramón Menéndez Pidal, Gregorio Marañón (es de suponer que recordarán que su hijo lucho como oficial con los nacionales y él mismo, desde su autoexilio, realizó una dura condena a la República del Frente Popular en 1937), Santiago Ramón y Cajal y Juan de la Cierva, entre otros, van a ir desapareciendo. Cabría pensar que al socialismo le molesta el homenaje a los científicos si estos no son socialistas. 

Craso error es tratar de esfumar la historia como coartada para hacerse perdonar. En esta línea no dejan de sorprender pronunciamientos como los del profesor Roberto Villa de la Universidad Rey Juan Carlos, argumentando obviedades del tipo «Juan de la Cierva nunca fue un fascista»  o que sus ideas estaban muy «cercanas a las de su padre, que era un monárquico». ¿Y? Igual que afirmar que no fue «franquista», porque murió en diciembre de 1936. Porque lo que a Juan de la Cierva no le van a perdonar es que estuviera entre quienes se enfrentaron a la España del Frente Popular.

Mal van si se empeñan en argumentar que vivió aislado de la guerra civil, refugiado en Londres, y que su papel se limitó, se ha escrito que hasta por razones de interés empresarial, a indicar qué tipo de avión podía alquilarse para un viaje.

Mal van, porque a buen seguro que alguien va a recordar que el 1 de octubre de 1954, el «Día de la Exaltación del Caudillo», Franco le concedía a título póstumo el Condado de la Cierva (que me parece que en breve pasará a ser otro de los que Sánchez pretenderá retirar en aplicación de la memoria histórico/democrática; al tiempo); o que cuando las provincias elaboraron unos voluminosos informes, que en formato de libro contenían las necesidades estructurales para el desarrollo de la zona, que eran presentados a Franco en El Pardo por comisiones de políticos locales, en el de Murcia ya se señalaba la necesidad de un aeropuerto proponiéndose que se llamara Juan de la Cierva.

Mal van si se empeñan en centrar su defensa en combatir el sectario informe del profesor Viñas (sectario por sus extrapolaciones interpretativas o por sus calificativos/descalifictivos y su afán por ver peligrosos fascistas por todas partes, no por gran parte de los hechos que narra) que anda empeñado en descubrir el Mediterráneo para ilustrarnos sobre una realidad conocida, pero muy incómoda hoy: que en 1936 no solo se sublevó una parte del ejército, sino que este contó con apoyos previos o inmediatos de las fuerzas políticas de derechas. No ya los «fascistas» oficiales, los falangistas o los carlistas, que no sé cómo los calificaría Viñas; sino de los monárquicos alfonsinos/juanistas y ahí cabría incluir a miembros de la familia de la Cierva. Pero también de la CEDA. Aunque Viñas acabará, en su anunciado próximo libro, haciéndose un lío léxico y dialéctico entre el golpe de estado, la conspiración civil, la trama monárquica… que en el fondo viene a dar la razón a Ricardo de la Cierva, sobrino de Juan de la Cierva, cuando anotaba que el 18 de julio acabó produciéndose en España un alzamiento cívico militar. El problema es que el PP condenó, si no recuerdo mal, ese hecho en sede parlamentaria al viento de la sumisión a la «superioridad moral» de la izquierda: de aquellos polvos se acaba en estos lodos.

Afirma el profesor Roberto Villa que todo lo que se ha escrito sobre la vinculación de Juan de la Cierva a la sublevación de 1936 y su posterior colaboración con los rebeldes, son conjeturas. Mal va, o más bien desconoce la historiografía desde la publicación de la Historia de la Cruzada Española en 1940 (una voluminosa y archicitada fuente para la historia de la guerra civil). Durante décadas ha habido coincidencia en dos hechos: primero, la colaboración de Juan de la Cierva en la compra del avión que llevaría a Franco desde Canarias a Marruecos para asumir el mando del Ejército de África; segundo, su actuación como agente de los nacionales en Europa. Otra cosa son las lógicas razones que le empujaron a abrazar esa causa, tanto ideológicas como coyunturales y familiares.

Desde 1940, al menos, seguro que antes, la versión sobre la participación de Juan de la Cierva en la contratación del Dragon Rapide se ha reproducido sin que yo conozca que, hasta hoy, haya sido reputada como conjetura o limitada a un mero e inocente consejo.

El general Mola, a principios de junio, asumiendo que su proyecto inicial era inviable, que no contaba con los apoyos necesarios, varió su plan para un golpe de estado; pasó a ser necesario el traslado urgente de las tropas de África a la península para asegurar el éxito. Ello condujo a que lo que en principio era un papel secundario para estas tropas y para el propio Franco pasara a ser fundamental. Las tropas de África eran remisas a actuar en bloque si no las dirigía su leyenda, el general Franco. Para trasladar al general desde Canarias es Alfredo Kindelán quien se pone en contacto con Francisco Herrera, quien enlaza con Juan Ignacio Luca Tena, el dueño del ABC. Este llama a uno de sus hombres en Londres, el periodista Luis Bolín, para que contrate un avión capaz de realizar el vuelo. Los fondos para ello llegarían a la Banca Kleinwort. Bolín se pone al habla con Juan de la Cierva. Según Arrarás, en 1940, también periodista y con información directa recabada entre los protagonistas: «El señor La Cierva se comprometió en el acto a prestar la colaboración solicitada; sabía el fin a que se destinaba el avión, lo que el vuelo significaría para el Alzamiento que se proyectaba y, sin más se entregó con pasión patriótica a la tarea». Los hechos se desarrollaron entre el 5 y el 11 de julio de 1936. La Cierva se dirige al Director de la Compañía de Seguros de Aviación, quien le recomendó el contacto con la empresa Olley Air Service de Croydon. Esta le brinda un De Havilland DH.89 Dragon Rapide, dotado con dos potentes motores y con capacidad para 7 viajeros.

Salvo alguien que viviera alejado de toda información política, salvo alguien que no tuviera contactos con los círculos monárquicos, salvo alguien que no tuviera familia entre los dirigentes de Renovación Española, a estas alturas era imposible que no sospechara que un avión para una misión secreta y reservada, para volar de Canarias a Marruecos, solo podía tener un pasajero, Franco.

Con el avión y el piloto contratado estiman necesario camuflar el vuelo de viaje turístico, en ello va a colaborar otro personaje de los círculos londinenses que será partidario de los nacionales. Douglas Jerrold es quien se encargaría de buscar los pasajeros recurriendo al comandante Hugh Pollard. Y Luis Bolín y Juan de la Cierva se entrevistarán con él en Sussex para ultimar los detalles.

Para todo lo anterior no es necesario recurrir a Viñas, sino simplemente conocer lo publicado hace 80 años.

¿Concluyó allí la actividad a favor de los rebeldes  por parte de Juan de la Cierva una vez que estimó que esa causa era la suya, como no podía ser de otro modo? No. Y tampoco hace falta recurrir a Viñas, aunque en sus investigaciones haya precisado algunas actuaciones a favor de los nacionales que no pueden despreciarse.

Dejemos al profesor Viñas y recurramos al prolífico historiador Ricardo de la Cierva, sobrino del inventor del autogiro. Nunca puso en duda la participación de su familiar al lado de los nacionales, asumiendo que su tío realizaba, según los textos de la época, «menesteres y embajadas sutiles» a favor de los rebeldes. Recordando que la documentación alemana indicaba que había sido «el principal agente secreto de Franco en Europa». No descartando que su muerte en un sospechoso accidente de aviación (de las 17 personas que iban en el avión sobrevivieron 5), en el que viajaba hacia Amberes, tuviera algo que ver con el hecho de que iba a entrevistarse con Wilhem Canaris. Por otra parte,  el Jefe del Estado Mayor de la Armada Nacional, Juan Cervera, en sus Memorias de Guerra, lo definirá como «nuestro gran agente».

Que actuó como «agente» para los sublevados y para Franco, que en octubre pasa a ser Jefe del Estado, es un hecho. Viñas, con la publicación de una carta de Juan de la Cierva, ha precisado que inicialmente trabajó para hacer llegar a Mola aviones de transporte y que estuvo en Italia para negociar el envío de aviones a los sublevados con intermediación de Alfonso XIII. A ello se añadiría su actuación posterior en Berlín, actuando en la adquisición de suministros (armas y munición). Ha señalado Viñas otra obviedad, que en Londres existía un importante lobby contrario a la República del Frente Popular, con notoria influencia de los monárquicos hispanos. Pero esto tampoco es algo desconocido. Basta con revisar la prensa, el Times y la campaña de cartas de personalidades a favor de Franco de diciembre de 1936.

Así, el 8 de diciembre de 1936, firmándola en la Cámara de los Comunes, varios diputados británicos encabezados por el general de división sir Alfred Knox, el capitán Alan Graham (exsecretario particular del lord canciller) y Víctor Raikes, presentan una carta ante las informaciones sobre los bombardeos nacionales sobre Madrid defendiendo a Franco: «nos consta que el general Franco es un militar caballeroso. Actúa no por ambición personal, sino por haber sido testigo de los ultrajes que sufría España bajo un Gobierno que se negaba a gobernar por puro servilismo a las izquierdas. Su movimiento solo precedió por  pocos días a la proyectada revolución roja, y ha hecho todo lo posible para salvar a los no combatientes, delimitando una extensa zona que se ha comprometido a no  bombardear». También a favor de los nacionales escribía, por ejemplo,  Francisco de Zulueta, catedrático de Derecho Civil en Oxford. Pero no solo en ese medio de comunicación, porque una parte importantísima de la opinión pública conservadora británica estaba con los mal llamados «franquistas».

Era lógico que en diciembre de 1936 se hiciera referencia de un modo críptico a las actividades secretas de Juan de la Cierva. Pero volvamos un poco atrás. Su hermano Ricardo de la Cierva y Codorniu había seguido la carrera política de su padre, siendo diputado conservador en 1920 y 1923 (también el inventor del autogiro llegó a ser diputado, pero abandonó la tentación política). Al constituirse Renovación Española, tras la proclamación de la República, entró en sus filas, siendo uno de los impulsores de la revista de pensamiento Acción Española, claramente posicionada contra la República desde su primer número (entre sus lectores figuraba Francisco Franco). Su familia había salido de España dirigiéndose a Francia, pero a él el estallido de la guerra le sorprende en Madrid. Es delatado y detenido, mientras su padre consigue esconderse de la muerte en la legación Noruega (si lo hubieran encontrado los frentepopulistas lo hubieran asesinado). Las autoridades noruegas obtienen promesas de que Ricardo no sufrirá daño alguno, pero pasará meses en la Cárcel Modelo para ser asesinado por los frentepopulistas en Paracuellos del Jarama. De lo que estaba sucediendo estaba puntualmente informado su hermano Juan, tal y como revelan los interesantes párrafos de una carta dirigida a Franco por su viuda Pilar de Hoces el 1 de octubre de 1952:

«Yo creo poder asegurarle, y quizás no lo desconozca V.E. que con el corazón traspasado, pero con legítimo orgullo, oí a las pocas horas de nacer mi hija póstuma de caridad en un hotel, que a mi cuñado Juan le habían pedido a Londres divisas en rescate de su hermano, y él en nombre suyo habíase negado a rescatarle así, y en el de su hermano conociendo no le hubiera perdonado tener su vida pagada a los enemigos de Dios y de la Patria. Sabe V.E. como este dio su vida en acto de servicio y como empleó aquellas divisas. Pero claro, ni a él ni a nadie pudo ocurrírsenos dejar pruebas de esto que solo se hizo en natural consecuencia de corresponder como español y cristiano, como se haría cien mil veces únicamente por estos santos amores a Dios y a la Patria».

Leyendo la carta no sería extraño conjeturar el conocimiento que de sus actividades tuvieran desde la zona republicana y el posible intento desde allí de evitar que siguiera operando, con las divisas que tenía a su disposición, a favor de la causa nacional, lo que nos llevaría a «conjeturar» que su muerte en diciembre de 1936 pudiera no ser un accidente (Viñas que es bueno fabricando conspiraciones mortales ya tiene argumento). El asesinato de su hermano no haría sino reafirmar su decisión de hacer cuanto fuera posible para que Franco ganara la guerra.

Es probable que en esta correspondencia, más amplia de lo citado, esté el origen de la decisión de Franco de crear el Condado de la Cierva en 1954 como reconocimiento tanto al inventor como al sacrificio familiar. Reproduzcamos, en este sentido, el testimonio de Santiago Hevia Gutiérrez del Castillo, cautivo en la modelo y capellán, que también acabó en la mesa de Franco:

            «Certifico y declaro,

Que conocí y traté mucho a DON RICARDO DE LA CIERVA en los meses que estuvimos juntos en la Cárcel Modelo de Madrid de septiembre a noviembre de 1936; y me consta de ciencia cierta su patriotismo incondicional y entusiasta adhesión a nuestro Caudillo y su resolución de morir por defender nuestros ideales, manifestada varias veces en forma ostensible e inequívoca, negándose a prestar sus servicios a los rojos, por los que mereció el insigne honor de ser mártir por la Patria».

 

A nadie puede extrañar cuál era el alineamiento familiar (el objetivo de los monárquicos fue siempre derrocar la república mediante las urnas o mediante un pronunciamiento militar), sobre todo porque meses más tarde sería el propio Juan de la Cierva y Peñafiel, varias veces ministro con Alfonso XIII, figura clave en la política de esa época, con una salud delicada, soportando las privaciones y la falta de atención médica en su refugio en la embajada Noruega, quien fallecería. A ello debió de contribuir la muerte trágica de sus dos hijos. Según la amplia consideración de víctima que, para dar visos a cifras imposibles, se hace en la letra de la memoria histórica/democrática también este sería víctima de la represión del Frente Popular. Ello implicaría sumar en varios miles los muertos causados por esta represión.

Se ha escrito que Juan de la Cierva era el franquista que no conoció a Franco. No sabemos a ciencia cierta si lo llegó a conocer, pero evidentemente sabía quién era Franco. Ahora bien, quedan las hemerotecas.

Al filo de su muerte escribía un interesante artículo su amigo de la infancia Tomás de Martín Barbadillo, vizconde de Casa González, en el que rememoraba el último encuentro de ambos en Salamanca, en el Cuartel General del Generalísimo, a finales de noviembre de 1936. No es difícil estimar qué hacía allí Juan de la Cierva. Al encontrarse Tomás le preguntó sobre sus actividades y este le contestó: «Mira, hasta que termine la guerra, no me hables del autogiro…» Y completa el recuerdo de sus últimos días del siguiente modo: «el hombre, finalmente, que dejó incontestada una carta del ministro del Aire de Inglaterra, por no hallar unos minutos que distraer a su formidable labor abrumadora, supo abandonar la obra de sus amores cuando la Patria en peligro le llamaba. Si en la paz glorificó el nombre de España ante el mundo, en la guerra la sirvió en altas misiones que  no puedo especificar hoy».

Y, después de lo escrito, me reitero: mal van si pretenden defender el merecimiento de que el aeropuerto murciano lleve el nombre de Juan de la Cierva, uno de los murcianos ilustres de la historia, amparándose en el uso del eufemismo conceptual o borrando parte de la historia. Se equivocarán.

El problema no es la biografía de Juan de la Cierva. El problema es la ley de la memoria histórica/democrática que el PP no quiso derogar cuando pudo y ante la que, en su versión moderna, anda refugiado en la comodidad de la abstención. Y ahora se quejan porque no habían leído a Beltor Brecht.


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