Gramsci o la instrumentalización de la cultura, por Ángel Maestro

Ángel Maestro

Razón Española

 

1. El método

Resulta necesario, antes de introducirnos en el estudio de Gramsci, sentar una premisa sin la cual sería poco menos que imposible entender el pensamiento gramsciano, y es la dificultad de la lectura y consiguiente comprensión de su obra. Dificultad atribuible, en gran parte, a dos factores:

a) La redacción casi criptográfica de una considerable parte de la misma, particularmente los “Cuadernos de la cárcel”, con objeto de que su correspondencia no fuese censurada, o lo fuese en un grado mínimo. Por eso no podía plantear con clara rotundidad las acciones necesarias para pormenorizar las actuaciones. Que nadie espere encontrar un catecismo revolucionario en el que figuren de forma detallada las preguntas y respuestas sobre cómo podrá ser la sociedad civil, el dominio de los medios de comunicación, etc. No se trata de ningún manual sobre acciones subversivas o guerrilla urbana, no. Al igual que el marxismo es una guía para la acción, Antonio Gramsci crea una orientación para que la revolución marxista-leninista domine a la sociedad burguesa, la conquista de la sociedad civil, pero en forma de síntesis teórica, nunca de modo minucioso.

b) Un estilo, que aunque a veces es rico, con demasiada frecuencia es poco claro, recóndito y de difícil inteligencia. Además la obra está fragmentada en comentarios cortos y espaciados en el tiempo, incluso sobre temas similares. Resulta, pues, difícil, por tan excesiva fragmentación, obtener una idea nítida sobre un asunto concreto. “Las condiciones en que se escribieron las obras, explican sus características estructurales y estilísticas: fragmentariedad, construcción elíptica. Los temas se entrelazan, surgen, desaparecen, terminan súbitamente, reaparecen“.

Por eso la obra gramsciana exige una lectura mucho más detenida que la de otros autores, y es susceptible de interpretaciones subjetivas, y así vemos cómo determinados exégetas y comentaristas de este pensador revolucionario nacido en la población sarda de Alés, caen en contradicciones abiertas al calificarle de leninista o de maoísta.

Otro aspecto que tiene interés en la obra de este revolucionario, es el afán de construir algo firme y duradero en la marcha de la revolución. Gramsci se pre-ocupa de que su trabajo no sea meramente transitorio, o sea, aplicado a unas circunstancias concretas en un momento dado; rebasa esa mera circunstancialidad para querer dejar de su método revolucionario alguna forma perenne “für ewig”, “para siempre” en terminología ale-mana, como la que usa en la carta a su cuñada Tatiana Schucht, y que forzosamente lleva a discrepar de algunos comentaristas suyos, como el recopilador español de su antología, Manuel Sacristán. Para este editor, la idea de “para siempre” en Gramsci es algo utilizado solamente con ironía, con autosarcasmo y como recuerdo de un poema del poeta italiano Pascali titulado “Per sempre”, y que quiere demostrar que Gramsci está lejos de haber conseguido una relativa tranquilidad en su cárcel, cual intelectual que se dedica a la producción de una obra académica. Así se expresa Gramsci: “Estoy obsesionado (fenómeno supongo característico de las prisiones) por la siguiente idea: que habría que hacer algo “für ewig”, según una compleja concepción de Goethe, que, según recuerdo, atormentó mucho a nuestro Pascali. En suma, quería ocuparme intensa y sistemáticamente, siguiendo un plan previo de algún tema que me absorbiera, y centralizara mi vida interior“.

Del fragmento de esta carta, escrita el 19 de marzo de 1927, no se deduce autosarcasmo alguno, sino un deseo de que la obra sea útil, de que permanezca más allá de un período inmediato.

2. La hegemonía

Antonio Gramsci es una de las figuras más importan-tes y decisivas del pensamiento y de la praxis marxista-leninista. Se trata de alguien, que perfeccionando a Lenin, ha facilitado al marxismo la posibilidad de dar, no un solo paso, sino muchos hacia delante, adaptándolo a situaciones distintas de las iniciales. Hasta la llegada de Lenin, el proceso revolucionario estaba programado de una forma casi puramente escolástica. Lenin superó los condicionantes previos, demostrando con los hechos que era posible el paso del Estado casi feudal al Estado socialista, saltando sobre la que hasta entonces parecía inevitable etapa de transición que era la revolución burguesa.

Convertir el marxismo dogmático en una guía para la acción fue un logro de Lenin. Como consecuencia del éxito, surgieron también los leninistas, aferrados únicamente a los escritos de su maestro.

Antonio Gramsci aporta al marxismo las posibilidades de triunfo en una sociedad marxista, radicalmente distinta de la soviética. Para ello realiza primero una disección de la sociedad, de las condiciones objetivas y subjetivas de la acción revolucionaria, de los impulsores de esa acción, que con su adaptabilidad y comprensión pueden hacer posible la conquista de la sociedad civil, piedra casi angular en el pensamiento gramsciano y en cuya conquista radica el triunfo definitivo. La diferencia entre Estado y sociedad civil, es esencial. La sociedad civil en Occidente plantea una lucha de características distintas a las que originaron la conquista del poder en Rusia, donde el Estado era casi todo. “En Rusia, el Estado era todo, la sociedad civil primitiva y gelatinosa. En Occidente había una relación propia entre sociedad civil y Estado, y cuando el Estado se tambaleó, una fuerte estructura de la sociedad civil quedó de inmediato a la vista. El Estado era solamente un foso exterior que encerraba un poderoso sistema de fortalezas y trincheras: más o menos numeroso en un Estado o en otro, su existencia es tácita, aunque no manifiesta; por esta misma razón necesita un reconocimiento preciso en cada país en particular”.

La conquista de esa sociedad civil es la indiscutible aportación gramsciana y su originalidad más evidente. No se trata de la conquista del Estado al modo trotskista, sino de la hegemonía sobre la sociedad, y ese es el papel primordial del intelectual, ya que para conseguir esa conquista es vital el dominio intelectual. “El hombre es, sobre cualquier otra cosa, mente, conciencia; es decir, es producto de la historia, no de la naturaleza. No existe otra manera de explicar por qué el socialismo no ha alcanzado ya la existencia, aunque siempre haya habido explotadores y explotados, creadores de riqueza y egoístas consumidores de riqueza. El hombre sólo se ha mostrado capaz de adquirir el sentimiento de lo que merece, pedazo a pedazo, en un sector de la sociedad después de otros… Y este conocimiento no fue generado por necesidades fisiológicas animales, sino por el razonamiento inteligente, el de unos pocos en primer término, y luego el de clases sociales enteras que persiguieron la causa de ciertos hechos sociales, y comprendieron que podían existir medios para convertir la estructura de la represión en otra de rebelión y reconstrucción social. Esto significa que toda revolución ha sido precedida por una intensa labor de crítica social, de penetración y difusión cultural“.

Ya un Gramsci de la primera época sostiene que la revolución sólo será definitiva si el cambio que se impone a la sociedad es un cambio total que comprenda el conjunto de la sociedad y, a diferencia de otros marxistas anteriores, que sólo ven en la cultura un reflejo de la estructura económica, Gramsci no considera la superestructura simple reflejo de la base, sino que la cultura, la política, la ideología, son fuerzas que junto con la primera explican los cambios sociales que se han desarrollado en la historia, fuerzas al menos tan poderosas como la base económica y no simple reflejo. “El postulado esencial del materialismo histórico que asevera que toda fluctuación política e ideológica puede ser presentada y expuesta como expresión inmediata de la estructura (es decir, de la base) deben ser considerados, en teoría, como infantilismo primitivo y combatido en la práctica con el auténtico testimonio de Marx“.

Se trata de un concepto verdaderamente innovador y de dimensiones extraordinarias que supone algo totalmente nuevo en el planteamiento de la revolución. A pesar de la concesión que hace a Marx, es una concepción sorprendente y de consecuencias difíciles de valorar en su época, pero que en nuestro tiempo ha conducido a la intoxicación de la cultura y de la política.

Gramsci consigue algo de importancia fundamental en la aplicación del marxismo, y es la sutura entre estructura y superestructura. Ahí reside algo que constituye condición imprescindible para comprender el pensamiento de Gramsci, y no sólo su pensamiento como ejercicio filosófico clásico, sino para comprender la realidad de nuestra época, la cultura, la política y la opinión, manejadas unidireccionalmente y en el sentido filomarxista que vemos a diario.

A partir de esa sutura entre ambos conceptos, podemos comprender la esencia misma del neomarxismo de Gramsci, y el sentido fundamental de su concepto de hegemonía, “expresión de dominación de una clase, dominación total de una visión completa y absoluta de la sociedad… la situación de una clase que alcanza una sólida unidad de ideología y de política que le permite establecer una ascendencia sobre otros grupos y clases sociales“.

Gramsci supera a Lenin en este aspecto concreto. Lenin conquista la sociedad rusa en la que, por sus circunstancias tan distintas de Occidente, el Estado y el aparato del mismo eran mucho más importantes que la sociedad civil, pero en Occidente las circunstancias eran y son distintas: cultura, ideología, política, religión —hoy por culpa de ciertos eclesiásticos con un valor decreciente— tienen un peso autónomo del que carecían en aquella sociedad en la que el Estado era casi todo. Lenin utiliza para su toma del poder —con un pragmatismo indiscutible, lejos de un ciego seguimiento de la teoría— un concepto de hegemonía basado en gran parte —no en toda, ni mucho menos, como sostienen algunos apologistas gramscianos que quieren subvalorar la influencia de Lenin— en el uso de la fuerza, o “dominación”. Frente a la “hegemonía de la dominación”, Gramsci utiliza para la conquista de la sociedad civil occidental la “hegemonía de la dirección”, la consecución del consentimiento, aprovechando al máximo las debilidades de la clase dominante.

Respecto al modelo bolchevique de dominio, elogiado por tantos corifeos, que servilmente quieren imitarlo sin darse cuenta de que se enfrentan con situaciones distintas, Gramsci propone una fórmula de consecuencias mucho más profundas que la dominación al uso. Al igual que se produjo la ruptura de Lenin con los esquemas clásicos del marxismo, Gramsci eleva la super-estructura a la primera magnitud, superando a Lenin en su trascendentalización de la política —¡.A. Lenin, que había sido acusado de hiper político por los marxistas de su época como Axelrod!—, y ve que sin la politización a ultranza y en un grado hasta entonces desconocido, no sería posible el triunfo absoluto de la revolución.

Ese afán de ultrapolitización, como reacción frente a las posturas economicistas, le lleva a la admiración de Maquiavelo, en quien ve la encarnación más pura del carácter revolucionario. Ve en Maquiavelo la fuerza que ha de servir para destruir la unidad basada en la ideología tradicional.

Así se comprende el concepto gramsciano del partido comunista que, aplicado a otras situaciones, utiliza el concepto leninista de élite de vanguardia, destinada casi mesiánicamente a iluminar al proletariado. Adivina que esa élite perpetuada a través del “centralismo burocrático”, puede convertirse en la actual “nomenklatura”. Sin atacar nunca a Lenin, de cuya persona y obra se muestra tremendamente respetuoso, sí discrepa de su definición del partido como grupo revolucionario profesional, lo que conduce al elitismo, y considera que el triunfo sólo será posible en una sociedad que llegue al convencimiento de todos sus integrantes y no sólo de la élite. “En otras palabras, la historia de un partido sólo puede ser la historia de un grupo social particular. Pero este grupo no está aislado: tiene amigos, parentela, oponentes, enemigos”. En suma, sin sutura entre estructura y superestructura, se llegaría a la desviación de los fines revolucionarios, al centralismo burocrático. El partido, para conseguir totalmente su objetivo de conquista de la sociedad civil, ha de integrarse plenamente en ella.

Causa asombro ver hasta qué grado llega la nueva concepción de la sociedad, muchísimo más allá de la brutalidad de la revolución bolchevique; llega al sometimiento mental de la sociedad, algo similar al mundo de “1984” de Orwell. Y para ello, el partido ha de obtener resultados que superen todo lo conseguido hasta entonces, que hacen pensar en una sociedad hormiguero: la democratización absoluta identificada con el sometimiento total. “El rol de la teoría revolucionaria consiste en crear las bases de un nuevo orden socialista, precisamente a través de la negación y la trascendencia de la sociedad burguesa“. No basta con apoderarse de la sociedad burguesa; para el triunfo total hay que negarla absolutamente y trascenderla.

3. El partido

Para Gramsci, el que ha de asumir el papel de conducir la revolución de su tiempo, no puede ser una persona. “El Príncipe moderno, el mito-príncipe, no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad completo, en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ya ha sido dado por el desarrollo histórico, y es el partido político: la primera célula en la que se resumen los gérmenes de voluntad colectiva, que tienden a devenir universales y totales“.

Gramsci considera a Maquiavelo como un jacobino precoz por su particular visión de un Estado moderno, de la Italia renacentista, de las monarquías de España y Francia, y sobre todo, del Imperio Romano. Califica a los jacobinos de “encarnación categórica” del príncipe maquiavélico.

¿Cómo ha de ser en la época actual para un marxista la encarnación del príncipe que ejerza la hegemonía? Aclarado ya que no puede ser el individuo, ha de ser el partido. El príncipe moderno es el partido de la clase obrera, es, por tanto, el partido comunista. “Una parte importante del príncipe moderno deberá estar dedicada a la cuestión de una reforma intelectual y moral, es decir, a la cuestión religiosa o de una concepción del mundo. También en este campo encontramos en la tradición ausencia de jacobinismo y miedo del jacobinismo (la última expresión filosófica de ese miedo es la actitud malthusiana de Benedetto Croce hacia la religión). El príncipe moderno debe ser, y no puede dejar de ser, el abanderado y el organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva nacional popular hacia el cumplimiento de una forma superior y total de civilización moderna“.

¿Qué es el partido. para Gramsci? Ante todo un proceso dialéctico y destinado a sufrir constantes transformaciones, necesarias en un organismo en desarrollo ya que sólo los organismos muertos no están sujetos a esas transformaciones que denotan la existencia de vida; pero también señala que ciertos partidos se forman del todo cuando ya no existen más, es decir, “cuando su existencia se vuelve históricamente inútil“. Para Gramsci, el hecho de que un partido exista se debe a la conjunción de varios elementos, como son: un conjunto de hombres vulgares no creativos ni organizadores, que participan a través de su entrega al partido al que dan su entusiasmo y disciplina; más importante aún, aquellos que dan vida y cohesión a los afanes del primero, son los capitanes: “se habla de capitanes sin ejército, pero en realidad es más fácil formar un ejército que formar capitanes. Tanto es así que un ejército ya existente sería destruido si le llegasen a faltar los capitanes, mientras que la existencia de un grupo de capitanes acordes entre sí, con fines comunes, no tarda en formar un ejército donde no existe“. Gramsci contempla también un elemento medio que articula al primero y al segundo “que les pone en contacto, no sólo física, sino moral e intelectualmente“. Para que el partido funcione y no sea destruido, vemos que el papel de los segundos elementos, o sea, el de los capitanes, es decisivo, y esos capitanes son los intelectuales.

El partido comunista es el instrumento de liberación íntima por medio del cual el obrero, el ejecutor se convierte en impulsor, de masa en jefe-guía, de brazo en cerebro y voluntad“; pero ya señalaba el peligro de que la élite del partido se convierta en lo que sería la posterior deformación de la “nomenklatura” estalinista, indicando que el “partido vanguardia avanzada” no debe transformarse en vanguardia “separada”, ya que “los elementos revolucionarios que representan a la clase en su conjunto, son el momento más desarrollado de su conciencia, a condición de que permanezcan con la masa, compartan sus errores, sus ilusiones, sus desengaños“.

Existen pruebas abundantes de esta preocupación en la obra gramsciana, y así se deduce de la carta dirigida por él el 14 de octubre de 1926, menos de un mes antes de ser detenido, al Comité Central del Partido Comunista de la URSS. Gramsci advierte el peligro de que las tesis de Stalin triunfen arrolladoramente sobre los opositores, de que el interés del partido ruso se imponga al movimiento internacionalista, y de que los partidos nacionales se conviertan en apéndices del aparato moscovita. No es que Gramsci pretenda defender las tesis trotskistas de la revolución permanente; ve en Trotski bastante utopismo, pero tampoco comparte la tesis estaliniana del socialismo de un sólo país. Además considera el daño que al movimiento internacionalista puede ocasionársele con la imposición a ultranza de unas teorías aplicadas para Rusia. Precisamente una de las características primordiales de Gramsci es la huida de los esquemas doctrinales excesivamente rígidos, ya que, al igual que condenaba anteriormente el seguimiento ciego de Marx, tampoco, a pesar de su admiración, quiere y considera útil para la revolución el seguimiento a ultranza de Lenin.

Su táctica es el dominio dé la sociedad civil, no sólo del Estado, por lo cual, el modelo bolchevique no sería válido en Occidente. La situación occidental hace que Gramsci vea la necesidad de tomar el poder por otros medios. Por tanto, se rebela con gran mesura formal, contra las condenas y descalificaciones que se quiere imponer a Trotski, Zinoviev, Kamenev: “los camaradas Zinoviev, Trotski y Kamenev han contribuido poderosamente a educarnos para la revolución, nos han corregido algunas veces muy enérgica y severamente y han sido nuestros maestros“. No acepta la imposición estaliniana. ¿Qué pensaría de las acusaciones en los posteriores procesos de Moscú donde a tantos bolcheviques de primera línea se les llamaría víboras lúbricas, traidores a la clase obrera, agentes del imperialismo, renegados, etc.?

Para nosotros no hay duda de que, si Gramsci hubiese continuado en la Unión Soviética, habría sido liquidado en una de las purgas estalinianas, al igual que otros intelectuales como Bujarin o Radek. Una persona con su capacidad habría sido incómoda para Stalin. Gracias a su prisión italiana consigue Gramsci evitar su condena por el aparato estaliniano, acostumbrado al plegamiento incondicional de un Togliatti. Gramsci, en la cárcel fascista, era un instrumento útil para la propaganda comunista y un instrumento útil para ser manipulado internacionalmente. Resulta paradójico que al fascismo deba el movimiento comunista internacional el haber evitado que su más genial propagandista, el hombre que más ha hecho por el triunfo del comunismo después de Lenin, hubiese sido liquidado por desviacionista.

4. El intelectual

Hemos visto que Gramsci convierte al partido en vanguardia del dominio hegemónico de la sociedad. Concibe esa hegemonía en dos frentes: el político y el cultural. Es lo que se ha dado en llamar “aparato de hegemonía filosófico”. La política pasa a ser una ciencia total, y para ello el partido o “príncipe moderno” ha de desempeñar un papel fundamental: manipular la cultura, imponer su concepción del mundo en la sociedad, y entonces, la cultura será “uno de los lugares en los que se realice la unidad de la teoría y la práctica, una dimensión específica de la lucha política”. Para Gramsci no hay ocupación del poder político sin toma previa del poder cultural. En la adquisición de ese poder es donde el intelectual ha de desempeñar un papel decisivo; es él quien ha de comprender críticamente la sociedad burguesa, el que ha de aplicar el principio de hegemonía sobre la misma, y el que ha de crear un nuevo orden socialista. Pero veamos qué es el intelectual para Gramsci.

Es intelectual en la acepción clásica aquel que con su entendimiento se dedica a la ciencia o a las letras, el que cultivando su mente se mueve en estadios superiores del pensamiento. Este no es el concepto gramsciano. “Por intelectual —escribe— debemos entender no sola-mente las capas sociales a las que llamamos tradicional-mente intelectuales, sino en general toda la masa social que ejerce funciones de organización en el sentido más amplio, ya sea en el dominio de la producción, de la cultura o de la administración pública“.

Para comprender adecuadamente qué representa el intelectual en su concepción revolucionaria, debemos seguir analizando sus propias obras y proceder con rigor al estudio de sus exégetas. Lo abstruso del estilo y la fragmentación del mismo a que antes nos referíamos, hace que el subjetivismo aflore en los comentarios sobre su obra, y también sobre el concepto del intelectual, vemos opiniones dispersas y a la vez diversas. Hay los que ven en Gramsci el rechazo total de la concepción humanista del intelectual, lo que es cierto en gran parte, y hay los que le ven inclinado a suscribir la posición atribuida por Hegel a los intelectuales, de superadores de una concepción de “castas” o “estamentos”, y a concebirlos dentro del Estado, “cuya aristocracia son precisamente los intelectuales. La concepción patrimonial del Estado es el modo de pensar por castas, es, en lo inmediato, la concepción que Hegel tiene que destruir“.

Y se plantea la siguiente pregunta: “los intelectuales ¿son un grupo social autónomo e independiente o bien cada grupo social tiene una categoría propia y especializada de intelectuales?“. Gramsci acusa: “las diversas categorías de intelectuales tradicionales sienten con espíritu de cuerpo su ininterrumpida continuidad histórica y su calificación y, por esto, se creen autónomas e independientes del grupo social dominante“. Rechaza, pues, al intelectual clásico, y frente a este tipo popularizado como el literato, el filósofo, el artista, crea un nuevo tipo cuyas características no deben ser la originalidad o la brillantez, sino alguien que ha de intervenir en la vida práctica “integrado plenamente, en la misma, de forma activa, constructora, organizativa, persuasiva“. “El modo de ser del nuevo intelectual no puede consistir en la elocuencia, expresión exterior y momentánea de los afectos y las pasiones, sino en la participación activa en la vida práctica, como constructor, organizador, permanentemente persuasivo, porque no es un puro orador y, sin embargo, superior al espíritu matemático abstracto; de la técnica-trabajo se eleva a la técnica-ciencia y a la concepción humanista histórica, sin la cual no se es más que especialista y nunca se llega a dirigente (especialista más político)“.

Según su pensamiento, todo grupo que se encamina hacia la conquista de la sociedad tiene que asimilar a los intelectuales tradicionales, lo que realizará de forma más acelerada cuando el grupo cree de forma simultánea sus intereses orgánicos. Pero ¿qué son los intelectuales orgánicos?; Gramsci considera dicha organicidad de la forma siguiente: “se podría medir la organicidad de los diversos estratos intelectuales, su mayor o menor conexión con un grupo social fundamental estableciendo una graduación de las funciones y de las superestructuras de abajo arriba, de la base estructural hacia arriba. Por el momento se pueden fijar dos grandes planos superestructurales, el que puede llamarse de la sociedad civil, es decir, el conjunto de organismos vulgarmente llamados privados, y el de la sociedad política o Estado, que corresponde a la función de hegemonía ejercida por el grupo dominante en toda la sociedad y a la función de dominio directo o de mando que se expresa en el estado y en el gobierno jurídico. Estas funciones son precisamente organizativas y conectivas. Los intelectuales son los empleados del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político, esto es:

1) Del consentimiento espontáneo de las grandes masas de la población a la dirección impuesta a la vida social por el grupo fundamental dominante, consentimiento que proviene históricamente del prestigio y, por tanto, de la confianza que dan al grupo dominante su posición y función en el mundo de la producción.

2) Del aparato de coerción estatal que asegura legal-mente la disciplina de aquellos grupos que no consienten ni activa ni pasivamente, pero constituido para toda la sociedad en previsión de los momentos de crisis del mundo y de la dirección, durante los cuales el consentimiento espontáneo se debilita”.

De esta forma el concepto de intelectual se amplía, lo que obliga a establecer categorías que Gramsci compara con las organizaciones militares y, al igual que en las fuerzas armadas, existirán los estados mayores, los oficiales superiores, y diversas clases. En el cuerpo de intelectuales se distinguen desde “los creadores de las diversas ciencias, de la filosofía, del arte, etc., hasta los más humil-des administradores y divulgadores de la riqueza intelectual ya existente“.

Gramsci, tal hemos visto, amplía extraordinariamente la función que el intelectual ha de desempeñar en la revolución y en la conquista de la sociedad, que ha de realizarse a través del partido. Todo miembro del partido es un intelectual al nuevo modo: “el intelectual que ingresa en el partido político de un determinado grupo social se confunde con los intelectuales orgánicos del grupo mismo y se liga estrechamente con la participación estatal, si de verdad ocurre. Resulta así que muchos intelectuales creen ser el Estado. Dadas las imponentes dimensiones de la categoría, esta creencia puede tener notables consecuencias y dar lugar a complicaciones desagradables para el grupo fundamental económico que es realmente el Estado. La afirmación de que todos los miembros de un partido político deban considerarse intelectuales puede prestarse a la chanza y a la caricatura. Sin embargo, si se reflexiona, nada más exacto. Se deberá hacer distinciones de grado, un partido podrá tener una composición mayor o menor en el más alto grado o en el más bajo, pero no es esto lo que importa: importa la función que el dirigente realiza ahora, es decir, educativa, intelectual. Un comerciante no ingresa en un partido político para practicar el comercio, ni un industrial para producir más con menores costos, ni un campesino para aprender nuevos métodos de cultivo, aunque en el partido político se pueden satisfacer algunos aspectos de estas exigencias del comerciante, del industrial, del campesino… En el partido político, los elementos de un grupo social y económico superan este momento de su desarrollo histórico y se convierten en agentes de una actividad general, de carácter nacional e internacional“.

Gramsci considera que el nuevo intelectual, que ha de ejercer funciones dirigentes sobre la sociedad, está destinado no a ser un profundo especialista, pero sí a poseer los conocimientos técnicos necesarios para poder juzgar sobre las soluciones que se ofrecen por los especialistas, y así poder escoger “lo más justo desde el punto de vista sintético de la técnica política“. Expone su rechazo —que nos hace recordar a Lenin en su profundo desprecio, más fuerte todavía que en Lenin-,- contra los juristas e incluso contra los abogados, elementos supuestamente “inútiles”, y contra los dirigentes de formación exclusivamente jurídica: “el tipo tradicional del dirigente político preparado sólo para las actividades jurídico-formales resulta anacrónico y representa un peligro para la vida estatal“. Los juzga elementos claves de la alta burocracia para controlar el Estado, y perpetuar una élite que acaba de forma casi segura suplantando al pueblo. Piensa que la burocracia profesional controla los regímenes democráticos y los parlamentos, y llega a absorber a los grandes especialistas de la actividad práctica privada, controlando de esta forma, no sólo las burocracias, sino los regímenes.

En la búsqueda del nuevo intelectual, y en la lucha contra las causas que pueden impedir su desarrollo, dedica una especial atención al problema educativo. Da incluso detalles sobre la organización del sector cultural desde Academias —a las que califica de “cementerios de cultura”—, hasta asociaciones cuales los clubs rotarios, las universidades y los institutos. Y en otro escalón, que con tanta ceguera se menosprecia por un estúpido diletantismo, dedica Gramsci una atención preferente a la escuela, a la formación de los niños, con una riqueza de detalles inaudita en una obra, de la que antes decíamos suele ser generalizadora, oscura y fragmentaria. Ataca la enseñanza del griego y el latín; a la vez que los planes clásicos, como los de 1938 ó 1953 en España.

Respecto de la universidad, critica el hecho de que el profesor enseñe desde la cátedra a la masa de oyentes, y una vez dada su lección se vaya. Son figuras eminentes de su profesión, bien sean científicos, filósofos, juristas, médicos, etc.. cierto, sí, pero sin contacto con el alumno, tema exacerbado con la masificación actual. Gramsci preconiza un cambio total, reconociendo que el éxito de Croce y Gentile, en su época, fue la constitución de seminarios que permitieron la superación de esa cátedra formalista y aislada.

Pero hay otro tema que preocupa a Gramsci como un gran obstáculo a salvar, y que es la Iglesia Católica. Considera el conflicto Estado-Iglesia como categoría histórica eterna. Esto le diferencia del primitivo anticristianismo de otros socialistas y comunistas. Gramsci considera a la Iglesia Católica en el aspecto jerárquico y organizativo como un ejemplo del que hay que aprender. Por eso rompe el viejo esquema de ataque frontal a la religión católica y comprende, ya en el lejano 1917, en relación con la campaña antibélica sostenida entonces, algo que resulta verdaderamente asombroso: “lo único que os enseñan es un anticlericalismo estúpido, que en vez de educar os hace intelectual y políticamente más ignorantes. Yo tampoco voy a la Iglesia porque no creo. Debemos darnos cuenta de que los que creen en la religión son mayoría. Si seguimos manteniendo relaciones únicamente con los ateos, seremos siempre una minoría. Hay burgueses antisocialistas que son ateos, se burlan de los curas y no van a la Iglesia, y, sin embargo, son intervencionistas y nos combaten violentamente. En cambio, estos jóvenes van a misa, y no son intelectuales y no piden más que trabajar con nosotros para hacer cesar lo más pronto posible la guerra”.

El tema del integrismo de los jesuitas, del modernismo, la lectura atenta y detallada de la Civilitá Cattolica a la que dedica en Notas sobre Maquiavelo una considerable atención particularmente relativa al conflicto de la Action Française, reflejan su preocupación por la Iglesia Católica como algo fundamental a tener en cuenta para el triunfo del nuevo intelectual. “Lo que interesa aquí hacer notar es que tanto el modernismo, como el jesuitismo y el integrismo tienen significaciones más vastas que las estrictamente religiosas”. Son los partidos en el imperio internacional absoluto que es la Iglesia Romana, y no pueden evitar plantear en forma religiosa, problemas que con frecuencia son puramente mundanos, de dominio”.

La organización de la Compañía de Jesús le obsesiona, particularmente el tema de sus órganos doctrinales como la Civilitá Cattolica, casi diseccionando sus lecturas, denunciando contradicciones, posturas exclusivas, etc.; pero que no suponen el simple rechazo al estilo de los marxistas clásicos, sino el estudio sistemático para proceder a una anulación basada en el conocimiento profundo de la obra a destruir. De nuevo asoma el obsesivo afán característico de su pensamiento: la hegemonía cultural, mucho más completa y definitiva que la mera dominación. Parafrasea a Croce para luego rebatirle, aún reconociendo el carácter anticonfesional del mismo, pero no antirreligioso. “En algún libro ha escrito Croce cosas de este tenor, «no se puede arrebatar la religión en nombre del pueblo sin sustituirla inmediatamente con algo que satisfaga las mismas exigencias por las cuales nació, y todavía subsiste la religión». “Hay una verdad en esa afirmación, pero ¿no contiene además una confesión de la impotencia de la filosofía idealista para convertirse en una concepción del mundo integral y nacional? Efectivamente, ¿cómo se podría destruir la religión en la conciencia del hombre del pueblo sin sustituirla al mismo tiempo?, ¿es en este caso posible destruir sin crear?. Es imposible. El mismo anticlericalismo masónico-vulgar sustituye la religión que destruye (en cuanto realmente la destruye) por una nueva concepción y si esta concepción es grosera y baja, eso significa que la religión sustituida era realmente, todavía más grosera y más baja. Por tanto, la afirmación de Croce no puede ser más que un modo hipócrita de volver a presentar el viejo principio de que la religión es necesaria para el pueblo. Gentile, menos hipócrita y más consecuente, ha vuelto a introducir la enseñanza de la religión en las escuelas elementales (y la cosa ha ido más allá de lo que quería el mismo Gentile, se ha extendido la enseñanza religiosa también a las escuelas medias) y ha justificado su acto con la concepción hegeliana de la religión, como filosofía de la infancia de la humanidad, concepción que se ha convertido en un puro sofisma al aplicarla a los tiempos actuales y en un modo de prestar servicio al clericalismo“. Señala el obstáculo que puede ser la religión en la Italia de su época, para la formación de ese intelectual nuevo, y trata de aprovechar para la obra revolucionaria lo que la religión tiene de útil en el sentido de unidad y coherencia: “el problema de la religión entendido no en el sentido confesional, sino en el sentido laico de unidad de fe entre una concepción del mundo y una norma de conducta concorde: pero, ¿por qué llamar religión a esa unidad de fe en vez de llamarla ideología o incluso política?“.

Gramsci comprende cual ningún otro de los entregados a la revolución, el papel definitivo que puede representar en el triunfo de la misma, el control de los medios informativos y especialmente del periodismo o aparato ideológico de las clases medias. Analiza la materia prima a moldear, o sea, al lector del periódico, al que clasifica así: “debemos considerar a los lectores desde dos puntos de vista principales: a) Como elementos ideológicos, filosóficamente transformables, capaces, dúctiles, maleables. b) Como elementos económicos capaces de adquirir las publicaciones y de hacerlas adquirir por otros”.

Y al referirse al periodista, en su aspecto del nuevo intelectual, considera que uno de los deberes principales será el “seguir y controlar todos los movimientos y centros intelectuales que existen y se forman en el país. Todos. Es decir, con una única exclusión de los que tienen un carácter arbitrario y extravagante; sin embargo, incluso éstos, han de ser por lo menos, registrados en el tono que merecen“.

Resulta significativo el concepto “todos”, y cuando quiere justificarlo, dice: “con la excepción de aquellos que tengan un carácter arbitrario y extravagante“, pero vuelve en seguida sobre sí mismo, no quiere dejar nada al azar, y añade que incluso los considerados arbitrarios y extravagantes han de ser también seguidos y analizados, aunque sea en distinto modo; nada ha de escapar al concepto de hegemonía total sobre la sociedad del nuevo intelectual, ningún resquicio ha de dejarse, por mínimo e insignificante que parezca. Y también en el campo del periodismo, Gramsci pormenoriza llegando a plantear aspectos, no ya concretos, sino particularísimos en la edición de las revistas, dando un verdadero curso de periodismo en el que se explica detalladamente la forma de presentar los editoriales, artículos, biografías, corresponsalías, asuntos provinciales, crítica de libros, revista de prensa, estudiando incluso los tipos de composición, número de columnas, titulares, etc., para analizar sistemáticamente toda clase de publicaciones, y ello en un afán de manipulación de la opinión, tendiendo a con-seguir que los aparatos ideológicos antagónicos queden anulados por la asfixia.

La táctica es la reiteración de lo esencial: “la repetición paciente y sistemática es un principio metodológico fundamental: pero no una repetición mecánica, obsesionante, material; debe ser la adaptación de cada concepto a las diversas peculiaridades y tradiciones culturales, su presentación y representación en todos los aspectos positivos y en sus acciones tradicionales, organizando siempre todos los aspectos parciales en la totalidad. La cualidad más delicada, incomprendida, y, sin embargo, esencial del crítico de las ideas y del analista del desarrollo histórico, consiste en saber encontrar la verdadera identidad bajo la diferenciación y la contradicción aparente, y en encontrar la diversidad sustancial bajo la identidad aparente“.

Otra táctica fundamental es explotar la magia del “cambio” que se adora como nueva divinidad identificada con la bondad químicamente pura. “En este mismo orden de observaciones se inscribe un criterio más general: los cambios en los modos de pensar, en las creencias, en las opiniones, no se producen con explosiones rápidas, simultáneas y generalizadas, sino casi siempre con combinaciones sucesivas de acuerdo con fórmulas muy diversas e incontrolables de autoridad. El cambio adaptado a situaciones y hechos concretos, no la aplicación de soluciones universales.

El nuevo intelectual y futuro gobernante es totalmente antagónico del intelectual anterior, bien sea ingeniero, abogado, médico, politólogo, etc., y se tiende a que esas profesiones sean unas clases diluidas en la sociedad, fundidas con la masa social, evolucionando con la misma, y realizadoras en un mismo cuerpo del cambio de la estructura a través de la superestructura. A Gramsci no le interesa el intelectual aislado, sino como conjunto capaz de cambiar la sociedad. ‘En estos momentos son los intelectuales como masa y no como individuos lo que nos interesa“.

La influencia gramsciana se manifiesta en el ataque a organizaciones como puedan ser los colegios profesionales, considerados símbolos de la dominación oligárquica a través de un corporativismo minoritario. Los ataques a la “Unión Profesional” en España han sido realizados en plena identificación con la teoría de Gramsci.

Es necesario para la conquista de la sociedad civil la desaparición del intelectual clásico independiente y libre. Frente al filósofo tradicional, el nuevo filósofo “democrático”. Frente al filósofo “autónomo e independiente del grupo social dominante”, el nuevo filósofo “convencido de que su personalidad no se limita exclusivamente a su individualidad física, sino que es una relación social activa de modificación del ambiente cultural”. El filósofo que estudia la sociedad, y el filósofo que no sólo la estudia, sino que ha de transformarla. La aparición del AHF, el “aparato de hegemonía filosófico”, la guerra de posiciones en vez de la guerra de movimientos, la imposibilidad de escindir la filosofía de la política, el revolucionario concepto de la hegemonía “como complemento de la teoría del Estado fuerza”. Gramsci representa, cual acertadamente dice una de sus más destacadas exégetas, BuciGlucksmann, algo revolucionario dentro del marxismo: “con Gramsci cambia la forma misma de la teoría marxista, sus nexos con la política y la cultura“.

Una clase dispuesta a todo “puede y debe ser dirigente ya antes de conquistar el poder estatal, esta es una de las condiciones principales de la misma conquista del poder”. De forma adaptada a la sociedad occidental, y sumamente clara, lo expone otro de sus más caracterizados comentaristas, Giorgio Bonomi, quien al señalar la necesidad en Occidente de la nueva táctica, dado que la sociedad occidental es muy articulada y compleja, cita al mismo Gramsci, que dice: “una concentración inaudita de hegemonía muy superior a la que se necesitaba en la revolución rusa de 1917, en la que, por el contrario, la sociedad civil, era primaria y gelatinosa“. Para ello se dan características que pueden ser decisivas en Occidente, ya que dice: “la clase burguesa está saturada”, “no sólo no se difunde, sino que se disgrega, no sólo no asimila nuevos elementos, sino que desasimila una parte de sí misma“.

5. Conclusión

Frente a los ingenuos y a los incultos que desconocen las teorías gramscianas como fase superior del marxismo-leninismo, el análisis demuestra que con esta táctica no cabe armonía de ningún tipo. Frente a los que creen que con ciertas reformas se puede buscar esa contemporización con el marxismo-leninismo, Gramsci de-muestra que esas reformas se reducirán a temas y aspectos muy concretos en el tiempo y en una situación dada, ya que ante la imposibilidad de poder cambiar radicalmente la sociedad civil, habrá que recurrir a esas reformas, no como fin definitivo, sino que serán una forma de ampliación de la hegemonía política; pero, luego, la creciente ampliación de esa hegemonía política conducirá de forma inexorable a la conquista del Estado por el marxismo-leninismo.

El partido y el intelectual cumplen una misión decisiva, que es la penetración y el dominio del campo ideológico-cultural. No basta con la conquista del Estado o con un mayor poder de los asalariados; hay que cambiar la forma de pensar en la sociedad toda. Así el marxismo-leninismo habrá conseguido, no sólo la hegemonía sobre la existencia física de los ciudadanos, sino lo que es mucho más despótico, sobre las conciencias. En esta operación la cultura deja de ser un valor en sí para convertirse en un medio al servicio del partido. Y lo mismo le acontece al intelectual; ya no es una razón autónoma o núcleo pensante, sino un instrumento del partido, un altavoz de la ideología oficial. Como en las teocracias más absolutas del mundo antiguo, la cultura y intelectual se alienan en la versión gramsciana del marxismo-leninismo hasta límites difícilmente superables. En el fondo, esta mecanización dogmática del pensamiento constituye un irracionalismo. La canonización de los textos de Marx y de Lenin y la tácita ideológica de Gramsci han convertido al marxismo en el supremo enemigo actual de la razón, que es por naturaleza crítica, y libre. 

NOTA

Por exigencias de espacio se han omitido las notas. Las obras más utilizadas son: Los intelectuales y la organización de la cultura de Gramsci, en la edición de Lautaro de Buenos Aires y Antología de Gramsci, realizado por Manuel Sacristán. Otra obra importante, en la imagen de un Gramsci leninista, cual es la de Giorgio-Bonomi, titulada Partido e rivoluzione in Gramsci, en su edición de Feltrinelli, Milán. La política y el Estado moderno de A. Gramsci, también de Lautaro. Introducción a la filosofía de la praxis, de Gramsci, publicada por Península, en Barcelona. La mejor de las biografías de Gramsci, cual es la del Giusseppe Fiori, también fue utilizada, y las Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, de Gramsci, por Nueva Visión, en Argentina. También han sido utilizados trabajos del autor, en particular el publicado en la revista de filosofía y pensamiento “Verbo”, número 201-202, y editados posteriormente en separata por “Speiro”. Y por último no puedo dejar de citar a un estudioso de Gramsci, poco conocido en España, el estadounidense Carl Boggs, que aunque desde una perspectiva inequívocamente marxista, acredita en su obra El marxismo de Gramsci —editada por Premia, de Méjico— ser uno de los profundos conocedores de la obra gramsciana. También una aportación interesante y extensa convertida ya en un clásico sobre el tema, pero con una lectura difícil, como es la de Christine Buci-Glucksmann, fue objeto de referencias y citas.

 


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