La música española: 1940-1975 (2), por Antonio Fernández-Cid

Antonio Fernández-Cid

Razón Española

 

 

II. INTERPRETES

La nómina que acogen estos años rebasa, con mucho, cualquier posibilidad’ detallista. Formulamos al-gunas referencias sobre solistas, grupos de cámara y conjuntos. Las que se estiman fundamentales.

 

1. Solistas instrumentales

No han faltado, venturosamente, los intérpretes de talla internacional. Dos nombres enseñorean la parcela pianística en distintas épocas. José Iturbi, si lejos de España los primeros años, fiel siempre a su pasaporte de origen pese a la residencia neoyorquina. Fue el gran concertista sin fronteras, de técnica diamantina y gran fuerza de arrastre. Cuando su astro, por razones de edad, comenzaba a declinar paulatinamente, brillaba más y más otro, ahora en plenitud: el de Alicia de Larrocha, la mejor heredera de la escuela de Enrique Granados, de la que también es brote feliz, como ella a través de la Academia Marshall, Rosa Sabater.

José Cubiles y Leopoldo Querol fueron, muchos años, la pareja más representativa de intérpretes ligados a España por residencia. Luis Galve, Antonio Lucas Moreno lograron predicamento. Lo tuvo, muy grande, Gonzalo Soriano. Surgieron después intérpretes de calidad: Antonio Baciero, buceador incansable de nuestro repertorio pretérito; Rafael Orozco, el de actividad internacional mayor, seguido por Joaquín Achúcarro; ellos, Guillermo González, Joaquín Soriano, Josep Colom

Muerto Manuel Quiroga; con muchos años, pero activo hasta edad longeva, Juan Manén; retirado por dedicación a la batuta Eduardo Toldrá, los violinistas más representativos de la postguerra fueron Enrique Iniesta y Luis Antón. Habían de pasar años hasta que surgiesen algunos con clase reconocida en el exterior: así Víctor Martín, Agustín León Ara, José Luis García Asensio… Siempre fue España tierra de grandes violonchelistas. Pablo Casals, insuperable artista con voluntario alejamiento de España, Gaspar Cassadó, incansable y magnífico alimento de nuestras Filarmónicas, presiden la relación. Nombres como los de Ruíz Casaux, Trotta, Correa, Vivó, merecen sumarse. En la guitarra, el astro sumo: Andrés Segovia, hoy nonagenario, como ayer ídolo de los públicos. Regino Sainz de la Maza, ejemplo de sensibilidad musical. Narciso Yepes, aupado a la celebridad desde muy joven. Como arpista, un nombre que garantiza la primacía mundial española: el de Nicanor Zabaleta.

 

2. Grupos de Cámara

Máximo baluarte de la vida musical de los años cuarenta, la Agrupación Nacional de Música de Cámara, sostenida varios lustros, aunque sin el relieve original —Antón, Iniesta, Meroño, Casaux, Aroca—, el de las primeras etapas en que sus conciertos eran fundamentales. Lo fueron, de calidad, los del Cuarteto Clásico, pronto de Radio Nacional de España. La Agrupación de Música de Cámara de Barcelona, el Trio de Bilbao, pueden continuar una relación que no se agota con estas citas. Surgieron después distintos grupos de vida intermitente y efímera, por lo que no se mencionan.

 

3. Orquestas. Coros

En 1940 nació la Orquesta Nacional, heredera de las veteranas Sinfónica y Filarmónica madrileñas, con las que convivía, aunque en desiguales condiciones de me-dios. Cursos más tarde, con el nombramiento como titular del maestro Pérez Casas y poco después de Ataúlfo Argenta, con visitas de relieve, como la del inolvidable Carl Schuricht, la Nacional se convirtió en la mejor centuria sinfónica de, al menos en los sesenta años de vida sobre los que puede rendir personal testimonio quien firma, la historia de España. Su presentación parisiense fue memorable. La siembra, sensacional. De los pocos conciertos con sala semivacía en el María Guerrero, se pasó al Palacio de la Música, pronto colmado, a la doble edición, con los atestados matinales del Monumental y, a partir de 1966, a la triple en el recobrado Teatro Real, que había estado clausurado desde 1925 y prácticamente en ruina.

En 1964 se constituye la Orquesta Sinfónica de la RTVE, de la que es primer director Igor Markevitch, y que sigue una línea paralela de incremento de prestigios y popularidades: conciertos en el auditorio del Ministerio, Teatro de la Zarzuela, Real en doble edición.

Recordemos la gran labor, durante unos años, de la Orquesta de Cámara de Madrid con Argenta y la más serpenteante de otras, con distintas designaciones y parecidas dotaciones de instrumentistas. Y los conciertos de los primeros tiempos: de Sinfónica (Jordá, C. del Campo) y Filarmónica (Pérez Casas, Sorozábal).

En esos años inmediatos a la terminación de la guerra nacieron tres orquestas municipales, sin duda las tres de mayor relieve fuera de la Nacional: en Bilbao, Barcelona y Valencia dirigidas, respectivamente, por Arámbarri, Toldrá y Lamote de Grignon. La evolución de los conjuntos fue desigual y con vaivenes. La de mayor permanencia, la catalana, convertida a la muerte del “mestre” en Orquesta Ciudad de Barcelona.

Otras formaciones —Tenerife, Sevilla, Málaga, San Sebastián, Las Palmas, Pamplona, Oviedo…— pugnan por subsistir, en lucha, ilusiones y medios. Mientras, han nacido en Madrid, en distintas y posteriores épocas, dos coros profesionales, grupos fraternos de los respectivos conjuntos sinfónicos: el Nacional y el de la RTVE, éste con la base de un pequeño conjunto de cámara, ambos de calidad y posibilidades indudables.

Por lo que se refiere a las entidades corales de signo amateur”, se mantiene la tradición entrañable del “Orfeó Catalá”, se conserva la clase del de Pamplona, tiene vida algo desigual pero con brillantes momentos la Sociedad Coral de Bilbao, cela por un alto nivel musical la Polifónica de Pontevedra, nivel que se alcanza pronto por la Agrupación Coral de Cámara de Pamplona y triunfa en todos los frentes —en su ciudad, en los puntos filarmónicos de España y por el mundo— el Orfeón Donostiarra, ejemplo de lograda ambición de altura, de servicio a los oratorios más bellos y de colaboración con las formaciones sinfónicas de más campanillas, en la decidida voluntad de servicio de sus maestros: de Juan Gorostidi, primero y, a su muerte en 1968, de Antoxón Ayestarán.

 

4. “Ballets”. Grupos populares

La herencia de Antonia Mercé, “la Argentina”, de Encarna López, “la Argentinita”, ambas fallecidas y de Vicente Escudero, incansable hasta sus últimas fuerzas, se recoge por bailarines y grupos.

El regreso a España de Rosario y Antonio constituye acontecimiento. Cuando años después se separan artísticamente, él forma un “Ballet español”, del que es primera figura y que sitúa por su propia fuerza en primer plano.

Mariemma luce gran calidad e intenta la creación de formaciones coreográficas. Pilar López, con su pequeña compañía, es cantera ejemplar de grandes bailarines — Gades, él mismo estrella más tarde, Giménez, Lorca, Vargas, El Greco…— y presenta las realizaciones coreagráficas más felices.

Actúa, todavía con su genio impar los primeros lustros, Pastora Imperio. Nos arrebata por entonces en fugaces presencias cortadas por su temprana muerte, Carmen Amaya. Luisillo, Laura de Santelmo, Elvira de Lucena, Rosita Segovia, Carmen Rojas, Lucero Tena, Udaeta… Los nombres se agolpan, en pugna con el espacio.

Pero ni esta forzosa limitación puede impedir que se rinda tributo admirado al enorme servicio de busca, revaloración y depuración del tan maltratado “folklore” patrio, victima de grupos irresponsables, que se realiza por los grupos de Educación y Descanso y sobre todo por los de la Sección Femenina, maravilla viva, espejo de autenticidades que plantearon la incuestionable verdad de la riqueza inmensa, la variedad pasmosa de la cantera popular de España en un trabajo solo posible por el gran amor desplegado.

5. Cantantes

Si España fue siempre un país privilegiado en voces, los años en los que se realiza el estudio presente señalan un momento de oro. Herederos de la Supervía, la Nieto, Fleta, Lázaro, todavía con presencias de relieve como la Mercedes Capsir, pronto comienza la eclosión fabulosa de voces nuevas. Y si en un pasado próximo las grandes figuras de la zarzuela, presididas por Emilio Sagi Barba y Marcos Redondo, el segundo aún muchos años en activo, pudieron encabezar relaciones populares, han de nacer a la. vida del concierto y la escena lírica ya mediada la década de los cuarenta María Morales y Marimí del Pozo, retiradas prematuramente y Victoria de los Ángeles, una de las más admirables cantantes de todos los tiempos, de las más puras por voz y estilo. Y años, lustros más tarde comenzarán a incorporarse auténticos artistas llamados a ser “divos” inmediatos: Pilar Lorengar, Consuelo Rubio, Teresa Berganza, Montserrat Caballé entre ellas, Alfredo Kraus, Jaime Aragall, Plácido Domingo, José Carreras, Vicente Sardinero, Pedro Lavirgen, de ellos… Claro es que en relación mínima con respecto a la que podría establecerse y con la alegre circunstancia de que el camino sigue abierto, no ya para estos insignes cantantes, sino para quienes, como ellos —caso de Juan Pons— son reclamados hoy por los teatros y las salas de concierto más importantes del mundo, sencillamente porque nuestras voces son las más cotizadas y queridas por todos los públicos.

 

6. Directores

No sería justo abandonar el campo interpretativo sin una referencia sobre nuestros directores. Muerto en plena guerra Enrique Fernández Arbós, el otro colega insigne que con él formaba pareja en Madrid, don Bartolomé Pérez Casas, fue el maestro más querido y venerable de las primeras etapas, mientras Lamote de Grignon, lejos de su Barcelona, luchaba en Valencia, Jesús Arámbarri, modelo de buen profesional que luego se acreditaría en Madrid, lo hacía en Bilbao y Eduardo Toldrá se convertía en predilecto no solo de los catalanes, sino de los aficionados de Madrid beneficiarios de su arte, gracias a las constantes visitas en las que mostró esa condición de músico inspirado y profundo que fue su invariable cualidad. Recordemos que su adiós, presa ya de una enferme-dad que poco después había de llevarle al sepulcro, se produjo con el estreno, en el otoño de 1961, de “Atlántida”. Unos años muy popular Enrique Jordá, pronto con creatividad exterior, lo fue también como maestro sapiente don Conrado del Campo. En 1945 se abre la carrera directoral de Ataúlfo Argenta. Fulgurante, brevísima carrera, cortada por la muerte azarosa en los comienzos de 1958, a los cuarenta y tres años de edad. En esos doce intermedios Argenta se convirtió en la primera batuta de España, con rango internacional, aclamado por los públicos de Londres, París, Viena, Ginebra… Su fuerza dramática, su temperamento romántico, su garbo le permitían pasar de las grandes sinfonías de Brahms a los preludios más castizos de nuestras zarzuelas, a través de memorables concepciones de Falla. Poco después de muerto, había de heredarle en el puesto un director muy distinto: el jovencísimo Rafael Frühbeck, que pronto añade a su apellido artístico el “de Burgos” de su origen. Precioso, brillante, seguro de concepto y realización, su carrera fue también meteórica. Quince años al frente de la Orquesta Nacional han dado paso, en ocasión de su absurdo cese, a la condición de viajero por el mundo, para ponerse al frente de las orquestas de Berlin, Londres, Tokyo, Filadelfia, Chicago, Nueva York… De promoción posterior, valor en alza máxima, que ya era brillante maestro en 1975 y hoy es nombre de relieve mundial, Jesús López Cobos, llamado pronto a ser titular de la Orquesta Nacional, es director sensible, artista, con personalidad. La tiene, pero escapa un poco de la etapa que estudiamos, Miguel Ángel Gómez Martínez, aunque en 1975, a sus veinticinco años, ya había dirigido en representaciones líricas de grandes teatros europeos. Otros maestros de prestigio y de vida muy activa entre nosotros: Odón Alonso, Enrique García Asensio, titulares de la RTVE, Antoni Ros Marbá, que lo fue de la Nacional, mientras lo es ahora de la Ciudad de Barcelona, Vicente Spiteri, Benito Lauret, García Polo… Fue titular en Valencia y ahora es viajero y triunfador por causa filarmónica García Navarro. Dirigen mucho en América Theo Alcántara y Max Bragado… Pero, ¿cómo dedicarles, sin desquiciar medidas prudenciales, el comentario que tan de verdad merecen?

 

III. VIDA MUSICAL. ORGANIZACIONES. FESTIVALES

La vida musical de España, presidida en todo el plazo que se examina, por la Comisaría General de la Música, que realizó unas tareas tanto más encomiables cuanto más restringidos eran los medios, se ha sostenido siempre por la existencia de las Sociedades Filarmónicas y Culturales de nuestras provincias y dentro de ellas, por esos aficionados de excepción capaces de sacrificar tiempo y dinero a su pasión en bien de sus paisanos. En ella, en otras similares, como la madrileña “Cantar y Tañer” desde que se extinguió la Cultural de postguerra, se realizaron esfuerzos al borde casi de lo milagroso. A esas entidades han venido a sumarse Ateneos, Institutos extranjeros, Cajas de Ahorro, un tiempo la Dotación de Arte Castellblanch y en los últimos años la Fundación March, con un servicio admirable y generosísimo —becas, bolsas, patrocinios, ediciones, conciertos, ciclos para la juventud— del todo excepcional. En el saldo positivo de las iniciativas privadas ha de sumarse la siembra magnífica del barcelonés Patronato Pro Música, con programas de excepción como ahora lo resultan en Madrid los de Ibermúsica. Y buena muestra de lo que con ese desvelo se puede conseguir, se da en las Asociaciones de Amigos de la Opera, el género más desasistido, con ciclos a veces de gran talla, como los de la ABAO de Bilbao y los de Oviedo, cuyos aficionados, cuando el Ayuntamiento cesó en el patrocinio de su temporada mateína, se hicieron cargo de ella, en gesto valiente y decisivo.

Lo antedicho puede servir para señalar dos claros desniveles. De una parte, el que se observa entre la actividad de Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia y alguna otra capital, y tantas sin apenas vida musical contabilizable. De otra, para advertir que incluso en estos puntos el panorama sinfónico y de conciertos muy rico, no tiene nada que ver con el tan precario lírico, incluso en Barcelona. Porque el Liceo vivió de forma pasmosa gracias al desvelo inteligente de un empresario con más voluntad de hacer que posibilidades para lograr espectáculos con otra base que la de esas grandes figuras que movilizan los públicos. (Ahora el Consorcio integrado por miembros de la Generalidad, el Ayuntamiento y los propietarios, ha cambiado las cosas). Por lo que atañe a Madrid, a partir de 1964 se desarrollan los Festivales y temporadas de ópera cada vez más extendidos y meritorios, como oasis único digno de la capitalidad del Estado. Recordemos también que allá por 1946 hubo la visita excepcional de la Opera de Roma, con todas sus míticas figuras: María Caniglia, Ebe Stingnani, Beniamino Gigli, Gino Bechi, Giulio Neri

Tampoco el género lírico español puede vivir con holgura. La recuperación por la Sociedad General de Autores del Teatro de la Zarzuela, enteramente renovado y ennoblecido, en 1956 y la inauguración de la nueva etapa con una memorable “Doña Francisquita”, hizo concebir grandes esperanzas. En esas representaciones fue baza triunfal en sus comienzos Alfredo Kraus y se mostró la jerarquía escénica de José Tamayo, a quien se deben “Antologías”, de gran eco y brillante andadura.

Señalemos la ilusión y el inmediato desencanto que constituyó la oferta por la Fundación March, en el comienzo de la década de los sesenta, de una muy alta cifra con destino a un Teatro Nacional de la Ópera, cuyos proyectos y planos llegaron a exponerse pero nunca a plasmarse en realidades. Ante esa esperanza, recibimos con júbilo la reconstrucción, solo como sala de conciertos, en verdad magnífica y de gran utilización, del Teatro Real, cerrado a partir de 1925 hasta esa inauguración en su nueva era que parte de 1966. Siguen las promesas, ahora en el sentido de establecer un Auditorio sinfónico nuevo y recobrar para sus fines originales el Real. Esperemos, no sin cierto escepticismo…

Y ya que se habla de aspectos ligados al arte canoro, bueno es señalar el gran influjo que se advirtió, en todos los años que se analizan, de escuelas de canto como las de Lola Rodríguez Aragón, Ángeles Otein y Conchita Badía, de las que salieron jóvenes promociones de artistas capaces de especializarse en el “lied” y hacerlo muy bien. 

Por lo que se refiere a Premios, Concursos y Encargos, en un progreso lento pero ininterrumpido, se ha llegado a un momento en el que el panorama no es, ni mucho menos, desdeñable. Organizaciones como el Concurso Viñas, el Canals, el Premio Jaén, los Concursos del Conservatorio de Orense, los Premios Nacionales de Música, tuvieron o tienen su vigencia laudable, incrementados hoy con Premios Internacionales como el pianístico Paloma O’ Shea. De forma tardía, muy digna de encomio en los últimos años, las Orquestas oficiales encargan obras a nuestros compositores para su estreno, en una especial forma de mecenazgo también sostenido por Radio Nacional, bastante más eficaz en el servicio de la música que Televisión Española y en la parcela camerística por la Confederación de las Cajas de Ahorro, con sus Premios Trofeo “Arpa de Oro”. Son los herederos de aquellos grandes señores, de aquellas Cortes que en el pasado permitieron el nacimiento de tantas obras inmortales. También comienzan a encargarse por algunos Festivales, en dosis reducidas. Una excepción positiva: desde su nacimiento las “Semanas de Música Religiosa de Cuenca”, en gran parte por el impulso de quien fue largos años su director, Antonio Iglesias, han mostrado el mayor desvelo en la atención y el servicio a nuestros compositores. A ellas se deben muchas obras fundamentales del repertorio contemporáneo.

La música, por lo demás, se abre paso con lentitud en Colegios Mayores, diversos grados y ciclos de enseñanza y en Universidades. La siembra puede ser positiva. Hay, aparte el incremento de matrícula en los Conservatorios y las tareas en ellos, cursos de signo especial, en cabeza el de Música en Compostela, que lo es de información e interpretación de la música española, con cuadro sensacional de profesores. O el “Manuel de Falla” granadino. Las Juventudes Musicales han realizado una labor extendida por varias zonas de España y de meritorio carácter impulsor.

Nacieron, con mayor o menor continuidad, grupos y organizaciones atentos a la música de hoy. Sirvan de muestra algunos nombres: Círculo Manuel de Falla, Nueva Música, Música Abierta, Tiempo y Música, Zaj, Estudio Nueva Generación, Sonda, Canon, Alea… En relación con este servicio a lo contemporáneo, pueden registrarse algunos bellos intentos efímeros de Festivales que no debieron morir: la Bienal de Música Contemporánea, el Festival de América y España.

Las décadas de los 50 y los 60, marcaron el imperio de los Festivales de Música, en su fórmula de adecuación de bellos paisajes a regalos sonoros bellos. Se contaron por docenas los celebrados. Imposible mencionarlos todos. Recordemos, como prueba adelantada, justo al concluir nuestra guerra, la Quincena Musical Donostiarra. Y sin olvidar los tres Festivales incorporados con carácter internacional a la ronda de los europeos: el de Barcelona, quizás menos notorio por la misma intensa vida musical permanente de la ciudad; el de Santander, en cuya Plaza Porticada, con uno de los mejores públicos de toda la Península, se han forjado memorables efemérides, en cabeza el ciclo de las sinfonías de Beethoven, sin duda el mayor triunfo de Argenta; y el Festival de Granada, con fabulosas participaciones de primerísimos artistas mundiales y el encanto de unos marcos únicos en el mundo.

 

IV. CODA: PUBLICACIONES, DISCOGRAFIA, INSTRUMENTOS

Inserta la propia actividad en el acontecer musical de los años que se comentan, las bases para el dato y la información parten del recuerdo y trabajo personales. No hay, por ello, notas bibliográficas, llamadas o referencias que bien podrían suscribirse. Porque, muy al contrario de lo que gratuitamente se piensa por algunos, se ha incrementado de forma sustanciosa el número de publicaciones de todo tipo rendidas a la música y hoy puede hablarse, más cada vez, de una considerable presencia de estudios orientados a nuestro arte dignos de figurar en las bibliotecas, de contenido muy anémico en el pasado.

No nos detenemos en las aportaciones musicológicas orientadas al pretérito. Pero quede constancia de una dignísima pléyade sensible y especializada, continuadora de las ejemplares rutas emprendidas por Mosén Higinio Anglés. Principal figura, su discípulo de muy rica personalidad —compositor sensible, pedagogo brillante y estudioso de ayer—Miguel Querol, podría encabezar la relación. Nombres como los del padre Samuel Rubio, especialista en cuanto atañe a fray Antonio Soler y el Monasterio escurialense, José López Calo, tan activo, personal y eficaz en su Cátedra compostelana, Francisco León Tello, que hace también compatibles sus tareas universitarias y su labor de busca e investigación y los más jóvenes, Lothar Siemens, Antonio Gallego, Jacinto Torres… son el mejor exponente de una contribución decisiva para el conocimiento de zonas apenas cultivadas de nuestro acerbo musical del ayer.

Ejemplo de trabajador infatigable hasta su muerte, ya nonagenario, José Subirá, quien más hizo en el campo de la tonadilla escénica, supo también animar zonas más próximas con libros del período que analizamos, como su “Historia y anecdotario del Teatro Real” —Ed. Plus Ultra—y “Cien óperas”, presentadas por Prensa Española.

Se han cumplido los cincuenta años de vida, no siempre fácil aunque siempre ilusionada, de la revista “Ritmo”. Al borde ya de la fecha en la que se cierra nuestro recorrido, nació “Monsalvat”, cada vez de singlaturas más brillantes. En medio, han sido muchas las publicaciones de vida efímera. En el corto trecho que animó con sus números, merece destacarse una Revista, “Música”, del Conservatorio madrileño, modelo en el contenido.

La crítica musical perdió, con el exilio mejicano de Adolfo Salazar, su figura más relevante. Es justo el acuerdo de la Universidad de Oviedo, que ahora recobra alguno de sus libros más significativos y lo acerca a las nuevas generaciones. Permítase a quien, por tener ya más de cuarenta años de servicio a sus espaldas en la actividad, sería claro juez y parte, que no analice ni apostille este campo, en el que no faltan valiosas contribuciones.

Muchos libros, decía. Someto al lector algunas citas, de ninguna forma exhaustivas, que demuestran la diversidad de temas y autores.

En el sector de la biografía, Federico Sopeña, cuya firma ampara buen número de volúmenes de distinto carácter, publica las de “Joaquín Turina” —agotada la primera edición, se ofreció una posterior por la Editora Nacional— y “Joaquin Rodrigo”. Enrique Franco, autor de una de “Montsalvatge” —Publicaciones de Educación y Ciencia— trabaja desde hace muchísimo tiempo en la de Manuel de Falla. Sobre el compositor gaditano, aparte volúmenes de otras procedencias y contribuciones menores, cabe recordar “Manuel de Falla en la isla”, de Juan María Thomas, (Ediciones Montaner) y “Larga historia de “La vida breve”, de Guillermo Fernández Shaw —Revista de Occidente—. La biografía de “Amadeo Vives”, con firma de Hernández Girbal, puede unirse a la del mismo autor sobre “Julián Gayarre” —Rolando—. “Luis Millet”, fue estudiado por García Venero -Destino-. Montero Alonso, también autor de un “Argenta” para la misma colección, firma un “Jesús de Monasterio” —Escritores y Artistas Montañeses—. Manuel Capdevila, en Ediciones Unidas, vierte al castellano su exhaustivo “Eduardo Toldrá, músico”. loan Alavedra —Editorial Portic— es biógrafo de “Casals” y de “Conchita Badía”. Antonio Iglesia, que comienza sus estupendos volúmenes sobre la música de piano de autores nuestros con el de “Joaquín Rodrigo”, editado portel Conservatorio de Orense, (después vendrán Rodolfo Halffter, Esplá, Mompou, etc.), firma la biografía de “Esplá” en ediciones del Ministerio de Educación y Ciencia, colección que acogerá muchas, la mayoría posteriores a nuestro tiempo. En esta serie aparece la de “Cristóbal Halffter”, de Tomás Marco.

El padre Jorge de Riezu, su constante estudioso, publica una breve biografía del “Padre Donostia” —Ediciones Verdad y Caridad—. Angel Sagardía es autor de pequeños volúmenes sobre músicos diversos.

Antonio Fernández Cid, en fín, contribuye con las biografías de “Granados” —Samarán—, “Victoria de los Angeles” —Aldus—, “Argenta” —Biblioteca Nueva— y “Toidrá” —Ministerio de Educación y Ciencia.

En el campo de la lírica, muy en los comienzos de la etapa, “Teatro Apolo”, de Víctor Ruíz Albéniz, (“Chispero”), brinda la más completa y detallada información sobre ese templo de nuestras zarzuelas y sainetes. Deleito Piñuela firma, presentado por la Revista de Occidente, su “Origen y Apogeo del Género chico”, al que también dedica un sustancioso volumen de conocedor y enamorado Antonio Valencia y entre mis publicaciones personales figura, como una de las más amplias y detallistas, “Cien años de teatro musical en España: 1875-1975”, presentada por Real Músical.

Libros de variado carácter: “Mi baile”, de Vicente Escudero. (Muntaner y Simón). “Diccionario de la Música”, de Manuel Valls. (Alianza Editorial). “Músicos que fueron nuestros amigos”, de quien ahora suscribe este resumen. (Editora Nacional). “Diez años de música en España”, con la triple autoría de Gerardo Diego, Joaquín Rodrigo y Federico Sopeña (Espasa Calpe).

Visiones de tipo general, aparte las que puedan buscarse en diccionarios y enciclopedias: “Historia de la música española”, publicada por Sopeña en Rialp, “La música española después de Falla” de Manuel Valls —Revista de Occidente—, “Música española de vanguardia”, de Tomás Marco, en Punto Omega y “Panorama de la música en España”, —Dosat— y “La música española en el siglo XX” —Fundación March— de los que soy autor.

Creo suficientes los ejemplos para mostrar la realidad bibliográfica de un período que tendrá continuidad “in crescendo” en el sucesivo, lo mismo que en cuanto atañe a edición de partituras.

Sin embargo, lo que califica la etapa, hasta el punto de que no dudo al cerrar con esta referencia las que componen la visión panorámica resumida propuesta, es el enorme imperio, decisivo como siembra y complemento, del disco. Porque si aumentaron los conciertos, las publicaciones discográficas alcanzan relieve y calidad siempre en nivel de superación. La era del microsurco, la estereofonía, la cuadrifonía, el procedimiento digital coincide con una demanda cada vez mayor, un comercio que se amplía y, como consecuencia, una industria que publica más y más reimpresiones de obras grabadas en el exterior y añade las propias con, a cada momento, un más palpable interés por lo español en obras e intérpretes.

En el plazo que estudiamos se registraron también fastos instrumentales cuyo análisis detallado es impracticable aquí. Admítase con carácter excepcional el recuerdo de la feliz recuperación en Londres, ya en la década de los cincuenta y después de laboriosísimas gestiones realizadas por el entonces conservador y responsable de la colección Juan Ruíz Casaux, de la espléndida viola Stradivarius. Sacada de España en época de José Bonaparte, había descabalado el conjunto excepcional adquirido en . 1775 por el Príncipe de Asturias, con base en el compromiso de Felipe V, en 1702 —dos violines, dos violas, un bajo violonchelo, todos ellos con ricas ornamentaciones y un violonchelo de extraordinaria calidad, este sin decoración— con la firma del genial constructor y que es gala del Patrimonio Real; de sus vitrinas y también tesoro de cuyos sonidos pudimos beneficiamos en excelentes conciertos en Palacio retransmitidos por Radio Nacional, antecedente de los que hoy presiden los Reyes en el Salón de Columnas del mismo.

España, por lo demás, fue siempre tierra en la que florecieron los grandes órganos. A partir de 1940 se vive un verdadero renacimiento de este, para muchos, rey de 

los instrumentos musicales. Momento de transición, se empezó con la corriente romántica, para desembocar en el neobarroco. Son múltiples las restauraciones efectuadas. Sirva de ejemplo un dato: en la Catedral de Toledo, nueve instrumentos, entre grandes y pequeños. Y en las de Segovia, Salamanca, Málaga, Granada, Sevilla, los románticos de Santa María de San Sebastián y Nuestra Señora del Juncal, de Irún, los de las Colegiatas de Covarrubias, Daroca, Morella… En el Escorial, donde no quedaban los órganos barrocos del XVIII, se reformaron de forma definitiva los románticos de 1929. En Ávila, en distintos puntos, se recobraron y reconstruyeron viejos instrumentos, auténticas reliquias. Figuras como Antonio Baciero, estudioso y buscador incansable y Ramón González de Amezúa, éste al frente de su Organería Española, ejercieron decisivo influjo. Sin olvidar el nacimiento de órganos en salas de concierto, la revisión y restauración de otros, como —en el primer caso— en el Real de Madrid, en la Fundación March; en el segundo, en el Palau de la Música barcelonés. Sacar de todo ello la consecuencia de que estamos en Jauja, de que España puede codearse con los países centroeuropeos de mayor solera y tradición musical envidiables, sería tan inexacto como desconocer el avance, la progresión geométrica con respecto al pasado. Avance en el que la siembra de la etapa 1940-1975 juega papel preponderante. A demostrarlo, con la fuerza del dato, se orientaron los propósitos y las coordenadas de este trabajo.

 


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